9.1.12

Sasha Nacido Solo -1-

Antes de comenzar mi relato, supongo que es imperativo, para que mis posibles lectores realmente puedan entender las circunstancias en las que acontecieron los hechos, que les cuente aquellas actividades a las que habitualmente me dedico, así como mis orígenes, y como ambas cosas están unidas, por no decir que son lo mismo. Mi nombre es Sasha Nacido Solo. Y como bien habrán podido adivinar por mi apellido, soy huérfano de nacimiento. Huérfano, tanto de padre como de madre. Esta condición es bastante frecuente en nuestros tiempos, aunque lo segundo, la orfandad de madre, a veces, extrañe a algunos. Otros con mi mismo apellido, de los que he conocido muchos, llegan a imaginarse hijos de grandes señores, marqueses, o condes, incluso algunos de duques o reyes. Sueñan, sobre todo con pocos años, con un padre montado a caballo, con lanza en ristre o engalanado de sus colores familiares en terciopelo y abrigadas capas de piel -sobre todo, la cualidad de abrigada, era algo que enaltecía a aquellos hombres inexistentes, cuando nosotros, los Nacidos Solos, nos apretujábamos en las camas o junto al moribundo rescoldo que quedara en la estufa de nuestro triste cuarto, siempre helado en invierno. Sin embargo yo siempre he sido pequeño de estatura, por no decir que de tronco menguado y cabeza excesiva. Así que yo, siendo uno de aquellos Nacidos Solos del orfanato de San Horn, y a fuerza de la repetición constante del resto de los niños allí residentes, me imaginé mientras era infante, que era hijo de un señor dúnitor. Uno de aquellos amoratados comerciantes, de fuertes, pero cortos brazos y larguísimas barbas casi siempre trenzadas, que aparecían por el santuario a ofrecer su trabajos de fina orfebrería o soberbia herrería o simples dotes de hojalatero. Por ello, fue para mi, ya de hombre maduro y con mi vida, he de reconocer, bien torcida, una decepción enterarme más o menos al mismo tiempo, que los señores dúnitor no pueden tener hijos con mujeres de nuestra especie y que en realidad mi padre no era más que un juglar borracho que había dejado embarazada a una costurera. Él, según llegué a descubrir, nunca me reconoció, y la familia de ella tenía aspiraciones a casarla en algún momento con alguien de mayor calidad, por lo que el embarazo se mantuvo en secreto y el fruto de él, o sea, yo, fue entregado con discreción al mencionado orfanato. Ni decir tiene que la naturaleza, más bien casquivana, de mi madre, hizo de mi abandono, un acto de crueldad inútil, pues sus flaquezas eran sobradamente conocidas por todos y su casamiento harto imposible.

No hay comentarios: