10.1.12

Sasha Nacido Solo -2-

Supongo que muchos de mis futuros lectores estarán en estos momentos pensando que de tal padre borracho y de tal madre de tan simple convencer, nada bueno podría surgir. A fin de cuentas, como dicen por estas tierras del norte: "Yesca mojada da sólo humo". Tienen toda la razón, pero, aún así, achaco a los monjes del orfanato casi todo el mérito de mi formación profesional. Fueron estos, siempre vestidos de rigoroso gris oscuro, siempre provistos de su sacro símbolo colgado al cuello, siempre ceñudos y serios, los que se esforzaron en prender esta yesca mojada hasta lograr de ella un saludable humo. De ellos aprendí incontables cosas. Gracias a su vara de golpear en los dedos, aprendí que una buena letra es digna de elogio, y que es mucho más importante la calidad de la caligrafía para dar mérito a un hombre que la sinceridad de lo que escribe. De aquellos momentos cara a la pared, aprendí que los momentos en los que la autoridad cree tenerte controlado, retenido, incluso preso, son todo un regalo de tiempo para planear cuidadosamente cómo vengarte u aprovecharte de ella en el futuro. De las lecciones sobre la vida de Nuestro Señor Hiber, con su encomiable resistencia durante su tortura y posterior empalamiento, aprendí que el hombre justo por lo general acaba siendo castigado por la justicia, mientras que el traidor acaba recompensado con sustanciales bolsas de plata. Y así, en definitiva, me hice con ellos un hombre cabal que conoce la realidad del mundo y cómo sobrevivir en él, a ser posible a costa de los demás.

Recuerdo en particular a uno de los monjes, frustrado inquisidor, que caminaba por los pasillos del orfanato siempre muy envarado, casi como si estuviese muy cerca de Nuestro Señor -y con ello me refiero a los últimos momentos de Nuestro Señor, desde luego. Aquel monje claramente nos odiaba a todos, pero no porque fuésemos niños, o descastados, o huérfanos hijos de padres de tan baja calidad que ni respeto por la crianza de sus hijos tenían -en este punto he de decir que los monjes tenían a bien recordarnos frecuentemente que no hay pecado mayor en estas tierras hibernias que el abandono de los hijos, y de cómo nuestros padres por ello debían ser más que personas demonios, lo que explicaba nuestro comportamiento de vagos e indeseables-, simplemente aquel monje odiaba a todos por igual. Pues bien, aquel monje, me ayudó a comprender que nada más que rencor o desprecio podría esperar de aquellos que se comportan con aparente dignidad.

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