12.1.12

Sasha Nacido Solo -4-

Ya conocen suficiente sobre mis orígenes y mi infancia, pero aún no saben a qué me dedico ni cómo llegué a ello; pero antes de explicarles el episodio que determinó mis actividades futuras, me veo en la obligación de contarles otro, uno del que me siento especialmente avergonzado.

Los monjes tenían un criterio claro para decidir cuándo uno de los huérfanos ya estaba listo para enfrentarse al mundo sin supervisión y sin su ayuda. En cuanto cumplíamos doce años. Así que justo el día en el que se cumplieron los cinco mil días de mi abandono en el monasterio el padre Mijail Iliovich me acompañó hasta la puerta y, tras darme un abrazo que me estremeció más que el frío de aquel invierno, me puso un impresionante ducado de oro en la mano y me dijo: "Ya eres un hombre. Has aprendido todo lo que este Santuario puede enseñarte y es el momento de que partas a encontrar un hombre al que servir, una mujer a la que amar y con la que fundar una familia. Este dinero te servirá para empezar. Es mucho dinero. Administrarlo bien.". Y tenía razón, era mucho dinero, y aquella misma noche, en Linaskaya, le dí el mejor uso posible: probar todo aquello que tuviese alcohol y aprender con la mujer más cara los asuntos de hombre de los que los monjes nunca enseñaban nada. La siguiente noche aún tenía dolor de cabeza y la sensación de que deseaba más de todo aquello, pero sólo tenía unos míseros condados de cobre.
Me senté en aquella taberna del pueblo -siempre me acordaré de ella, Dama Negra, se llamaba, y la dama de la que disfruté era realmente negra, o más bien como la madera oscura; claro que como sólo era un niño no podía imaginar de lo lejos que ella había venido-, pedía una cerveza aguada, que era lo que me podía permitir y miré con melancolía a los parroquianos que ayer mismo había invitado a beber. No sabía que hacer. A fin de cuentas, ¿qué me habían enseñado los monjes? No sabía labrar el campo. Ni herrar un caballo. Ni siquiera sabía hacer una cesta. ¿De qué iba a ganarme la vida? Empecé a pensar que moriría de hambre, pero sobre todo de frío, cuando un hombre se me acercó.

"¿Un Nacido Solo, chaval?", me preguntó. Asentí con la cabeza, probablemente con desdén. "Salís resistentes del orfanato, chaval", continuó, "los que salís, y a mi me viene bien alguien resistente, chaval. Me llamo Pyotr.". No sabía que querría aquel hombre de mí, pero no tenía nada que perder. "¿Qué queréis?", le pregunté. "Hablas refinado", dijo, "pero ya se te pasará". Entonces me contó que era un campesino, pero que no tenía hijos y le vendría bien un par de manos jóvenes y resistentes como las mías. Fui con él, y aquellos días en la granja creí que me iba a morir del esfuerzo. Nunca más volví a intentar labrar tierra helada y procuré evitar cualquier trabajo relacionado con la agricultura o la ganadería. Pero a Pyotr y sobre todo a su mujer le caí en gracia. Fue entonces cuando descubrí que podía hacer que me creyesen, que tenía una habilidad natural para que la gente pensara bien de mí. No tardaron mucho en confiarme dónde guardaban sus exiguos ahorros, bajo que baldosa de la casa. Lo cogí todo y me largué de allí en dirección al sur, huyendo del frío.

Me he arrepentido muchas veces de esta acción. Me dedico a lo que me dedico y sé que mi vida no es un dechado de moralidad, pero, ¿la vida de quién lo es?, pero con el tiempo, he descubierto que los hombres de la tierra tienen que sufrir largamente para ahorrar un poco mientras que sus señores dispendian fortunas sin cansarse más que para decidir qué nuevo jubón se comprarán. No debí haber robado aquellos ahorros.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hice un intento de dejarte un comentario con la primera entrada pero no tuve éxito. Bueno, que eso, que te sigo, aquí estoy :-)

Johan Paz dijo...

Ha salido anónimo... quién eres?