19.1.12

Sasha Nacido Solo -5-

Cuando me encaminé hacia el sur en mi cabeza estaba Hanver. Todo lo que había escuchado sobre nuestro reino del sur en el orfanato había forjado en mi cabeza la imagen de un lugar fascinante, deseable y sobre todo cálido, un lugar muy diferente a nuestro gélido norte. Estaba deseando ver aquellas mujeres de piel tostada, pelo y ojos negros, tan distintas de nuestras chicas de ojos azules y piel pálida. Aquellas mujeres que decían apasionadas. Ansiaba ver aquellos campos verdes en primavera y amarillos en verano. Los toros, negros y de grandes cuernos afilados. Pero, sobre todo, soñaba con ver a los danzarines, a aquellos hombres que desafiaban a la muerte saltando sobre los astados cada día de su vida. Hombres a los que imaginaba valientes, seguros de sí mismos, esbeltos y ágiles. Con esas ideas robé el menguado tesoro del campesino y empecé a caminar hacia el sur, por el camino imperial que une nuestra capital, Verna, con Donber en Fidran y luego con Isnaya y finalmente Hanver. Nunca llegué hasta aquellos lugares, desde luego -el mundo es tan grande y tan repleto de lugares que deben ser aprovechados- entre otras cosas porque buscando el soleado Hanver, me topé en el camino con el brumoso Sigvor, con sus bosques impenetrables siempre cubiertos de niebla, sus angostos valles que parecen sumidos en la perpetua sombra del invierno y sobre todo sus supersticiosos y temerosos habitantes. Oh, Sigvor, su gente está desesperada por alguien que les venda seguridad a un precio razonable, y aún más ansiosa si es un precio barato. He pasado en esos valles la mayor parte de mi vida, pero no adelantemos acontecimientos, pues, aunque ya he contado el origen de parte de mi formación, no he contado en realidad la razón verdaderamente desencadenante de mi ocupación.

Ocurrió en la ciudad de Morkusiev. Noble y amurallada, centro geográfico de mi reino de origen y también centro comercial -con el permiso de Verna, la capital y salida al Mar de los Hielos-, en la confluencia del río de las Brumas y el río Sangre. Había vagado por los campos durante una semana y llegado a la ciudad en busca de un transporte más rápido hacia el sur, una barca en el río con suerte; para encontrarme que la ciudad estaba de fiesta. El señor de Morkusiev regalaba vino y comida a sus habitantes para celebrar la boda de su hija con uno de los señores de Sífivor.

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