¡Hola! Te estaba esperando.
¿Cómo
es que estás…
¿Dentro? Estaba impaciente y resulta obvio
dónde escondes la llave extra. Esta. Toma, guárdala mejor o alguien te robará
algo importante.
No
debería entrar sin permiso en mi casa.
¿Seguro? ¿No te gusta encontrarme dentro?
Es
peligroso, Shamsia.
Olvídate de lo que piensen, además ya nos
han visto por ahí muchas noches en las tabernas.
Y
está mal, pero me refería a que tengo cosas peligrosas por aquí, en aquel arcón
por ejemplo, y aquellas botellitas pueden ser…
¿Más peligrosas que yo?
La
verdad es que probablemente no. Eres todo un peligro, de eso no me cabe duda.
Y ahora más, ¿te gusta este nuevo vestido?
Shamsia,
por favor, te dije que compraras…
¿No te gusta? Mira qué vuelo tiene. Me
encanta, es de seda de los meridionales. Me encanta esta clase de tela.
Te
queda muy bien. ¿Por qué no empezamos? Vamos muy retrasados, casi todos los
demás han terminado ya.
De acuerdo, pero lo que viene ahora es muy
triste y algo duro para mí. ¿Podemos evitar usar la diadema? Puede ser… no me
gustaría que lo vieses.
No
sé, Shamsia, intentaremos evitarlo, pero según lo que sea… puede ser
importante. Por favor, siéntate y empecemos. Tuvisteis que abandonar la tumba
de Nedje el Tuerto.
¿Quién?
El
último portador conocido del Medallón en época de los antiguos.
Ah, entonces sí. No nos quedaba comida ni
agua, así que regresamos hacia Al Fartha. No tuvimos mucha suerte en el viaje,
primero uno gecko gigante nos atacó una de las noches e hirió a Tarak. La falta
del explorador nos complicó aún más las cosas. Estábamos un poco ciego sobre el
terreno que estábamos recorriendo y poco después de llegar al Valle de Al
Fartha un grupo de trolls cayó sobre nosotros. No sobrevivimos todos. Utku, murió
en aquella lucha. Mientras yo los quemaba y Uatchkar nos protegía alzando un
muro de piedra su hermano estaba intentando proteger a Tarak, que estaba
herido. Un troll apareció por nuestra espalda y le golpeó con tal fuerza que lo
lanzó muchos codos lejos de nosotros. Quemé a aquel troll, pero a pesar de
nuestros esfuerzos y de lo duro que luchó Uatchkar, otros trolls llegaron junto
a Utku antes que nosotros. Lo mataron a patadas y pisotones.
Uatchkar perdió las ganas de vivir tras
perder a su hermano. Al final los trolls huyeron por mi fuego, y por las
estacas afiladas de piedra que el sacerdote hizo surgir a nuestro alrededor,
pero cuando se marcharon, simplemente se sentó y dejó de hablar. Quedarnos allí
era la muerte segura. Antes o después los trolls regresarían, así que le grité
y le grité hasta que al final, se levantó, cogió el cuerpo de su hermano a
cuestas y me siguió.
Una joven, un sacerdote derrotado con el
cuerpo de su hermano muerto y un cojo, eso es lo que quedaba de nuestra
expedición. Eso es lo que llegó a Al Fartha dos noches después. La puerta de la
empalizada estaba abierta. Me alegré por ello. Normalmente estaría cerrada y
sería difícil convencerles que la abriesen. Acampar a las afueras de la ciudad
era peligroso en el mejor de los casos, y muchas veces la guardia no socorrería
en plena noche a alguien fuera, atacado por trolls. Pensé que la puerta abierta
era un poco de suerte, después de todo, pero me equivocaba.
Entramos y nos dirigimos a donde los enanos
tenían su alojamiento. Uatchkar seguía en estado de shock. El cuerpo de su
hermano olía mal, pero no le había logrado convencer de que lo enterrásemos en
ninguna parte del campo. Se limitaba a decir ‘trolls’, cuando se lo volvía a
pedir. Supongo que querría decir que no pensaba dejar que algún trolls acabase
comiéndoselo, lo que, por lo que habíamos visto en nuestras anteriores
incursiones era el destino normal para cualquier tumba ahí fuera. Yo esperaba
que lo alzásemos en el pequeño recinto sagrado elevado del norte de la ciudad.
Los
enanos no alzan a sus muertos, no creen que el que el cuerpo sea consumido por
los pájaros, ayuda elevarse al alma. De hecho creen que su dios es la tierra
que pisamos, así que entierran a sus muertos, con la esperanza de que el alma
se ‘hunda’ con más facilidad.
¿Sí? Estuve bastante tiempo con enanos en
Tabar y nunca me quedaron muy claras sus ritos mortuorios.
Por
lo que he leído son bastante discretos con el tema. No les gusta hablar de los
muertos.
Leído, leído. Deja de leer tanto y
acompáñame a algún viaje.
Lo
haremos, más adelante, Shamsia. Continúa tu historia, por favor. Quisiera dar
por completadas las entrevistas cuanto antes.
¿Y dar tu aprobación?
Es
lo más probable, pero tenemos que terminar, por favor, quiero saberlo todo
sobre ti.
No sé si todo te gustaría.
O
tal vez sí, continúa, por favor.
Pues, no llegamos hasta el alojamiento de
los enanos. Antes de llegar a la plaza central nos rodearon un montón de
lanzas.
¿Y
eso por qué?
Uno de los extranjeros, un sureño llamado
Kyo, de la partida de caza Oleg, había resultado ser un sacerdote de una diosa
extranjera. El iluminado le había descubierto y había ordenado capturarlo, pero
Kyo no sólo se defendió sino que logró matarlo antes de que los ofrecidos le
mataran a él. Los ofrecidos habían entrado en cólera, se habían puesto a
apresar a todo el que fuese sospechoso con la ayuda de otros creyentes de la
ciudad, incluyendo a todos los hombres de Rasim, y pretendían llevarlos a
juicio a Alcamisso. Y en ese momento habíamos llegado nosotros, los enanos y la
extraña pelirroja de piel demasiado clara que iba con ellos. Pensé en salir de
allí usando mi fuego, pero la mirada de Uatchkar me detuvo. Fue un error. Nos
apresaron y nos metieron en una jaula en una carreta tirada por bueyes en
dirección a Alcamisso.
¿Y
no escapaste en el camino?
Lo pensé, muchas veces. Podría haber quemado
la carreta, a muchos de los guardias, liberarme, matarlos a todos si me
ayudaban algunos de los presos, pero… yo no confiaba demasiado en el control de
mi poder y probablemente arderían muchos de dentro de la carreta. Incluyendo
buena gente, extranjeros pero buena gente, artesanos y cosas así, de la ciudad.
Gente que conocía.
Entiendo.
Uatchkar ni siquiera se resistió a lo largo
de todo el viaje. Despojado de sus armas y de su armadura, parecía mucho más
viejo de lo que era, y tan solo farfullaba en su idioma frases que incluían al
nombre de su hermano. Habíamos dejado el cuerpo de su hermano allí, en plena
calle, y creo que temía que no le hubiesen dado el tratamiento adecuado.
No es
probable que se lo diesen.
Tarack no era de ayuda tampoco, su herida se
infectó y se pasaba el día y la noche temblando de fiebre.
Mal
panorama.
Y empeoró. Después de muchos días llegamos a
la ciudad. Ni siquiera Tabar es tan grande y tan poblada.
Me han
dicho que antes de la Gran Guerra estaba aún más poblada.
Jamás había estado en un sitio así, pero no
estaba impresionada. Por lo que sabía me estaba encaminado a mi muerte y no
sabía qué hacer. A las afueras, en un barrio de casas de dos pisos, de apariencia
pobre y descuidadas, nos paramos en un fortín de adobe encalado y decorado por
furiosos discos solares llameantes en rojo. Había muchísimos ofrecidos, y
también soldados con un sol pintado en la frente o bordado en la ropa. Nos
separaron en diversas celdas y así perdí de vista para siempre a Uatchkar y a
Tarack.
¿No
podías ahora escapar sin riesgo para los demás presos?
Las paredes eran de adobe pero muy gruesas,
tal vez eran de piedra, porque estábamos por debajo del nivel del suelo. Las
únicas ventanas eran unos respiraderos estrechos, demasiado para que yo pudiese
pasar por ellos, que daban al patio del fortín y cerrados además por barras de
hierro. No, no podía escapar de allí.
Nos tuvieron dos días allí, esperando. Y
entonces apareció un anciano iluminado con una fuerte escolta. Eran ofrecidos,
pero también eran alguna otra cosa. Estaban mucho mejor armados, mejor
entrenados eran hasta más altos y fuertes. Aquel iluminado debía ser alguien
importante. Fuese quien fuese su capacidad de ver era tan efectiva como el que
había visto en aquel pueblecito de la costa, tal vez más, porque no hizo ni una
sola pregunta.
¿Podría
ver tus recuerdos con la diadema? Nos interesa todo lo que estos… iluminados
pueden hacer y tal vez descubrir algún detalle de cómo lo hacen.
Es que… nos acercamos a una parte que…
Por
favor.
De acuerdo, pero prométeme que cuando
lleguemos a ese algo, es algo que prefiero que no veas.
Tengo
que conocerte a fondo, Shamsia, necesito conocerte.
Ya me conoces, Nasree, y es algo que no
quiero que veas, por favor.
De
acuerdo, pero si es importante…
No lo es tanto. Créeme.
Vale,
veamos esta parte con la diadema y lo discutimos después. Toma, ponte la tuya.
Pues…
Aquel
viejo me estaba mirando ceñudo con su cara arrugada. La venda, de un blanco impoluto
excepto por el sol llameante en rojo que tenía bordado justo en el centro,
sobre su nariz, no llegaba a ocultar del todo que sus ojos estaban vacíos, ni
la cicatriz que en forma de estrella que rodeaba las cuencas. Casi podía ver el
fuego ardiendo en sus ojos y quemando su piel, casi podía sentir el calor de su
mirada, como si el fuego nunca se hubiese apagado y siguiese ardiendo en el
fondo, detrás de la venda. El viejo había obligado a todos los presos, presas
en su mayoría, a alinearse al fondo de la celda. Los miraba un rato y sin
preguntar nada daba su veredicto. Ya llevaba tres cuando llegó hasta mí. ‘Casi
inocente, ramera, azotadla y dejadla ir’, había dicho con la primera, una
camarera nórdica de la Taberna del Escamoso. ‘Inocente, herrero, dejadlo ir’,
dijo tras mirar a un sureño que efectivamente trabajaba en una herrería de Al
Fartha. Los ofrecidos ejecutaban sus órdenes inmediatamente. ‘Culpable de
herejía, en secreto adora a la rosa, ejecución pública’, dijo con la tercera
mujer, una cocinera de la Taberna de la Vela Inclinada. Y entonces me miró a
mí.
Tardó
bastante más que con los otros, como si tuviese algunas dudas, como si no
acabase de entender lo que yo era, pero al final dio su veredicto. ‘Culpable,
hechicera, ejecución pública’. Aquellas palabras me golpearon con intensidad.
Me vi muerta. La angustia se convirtió en ira, que se encendió en una llama
intensa.
(Literalmente, ¿no?)
(Sí, mi pelo ardió en llamas, y las sogas que me sujetaban las manos se
transformaron en cenizas. Por favor, ¿puedo quitarme la diadema ya?)
(Aún no)
(Por favor)
(¿Quemaste al
anciano?)
(No)
(Sigue entonces)
(Está bien, pero déjame que me la quite después)
Agarré
al anciano por el cuello y lo levanté en vilo con mi mano derecha. No soy una
mujer fuerte, así que no sé cómo pude hacerlo. Uno de aquellos ofrecidos
especiales se abalanzó hacia mí, pero empezó a arder. Ni siquiera le había
señalado con una mano ni nada. Pero otros dos le siguieron. Dejé caer al
anciano para enfrentarme a uno de ellos, estaba llena de ira y quería no ya que
ardiese, sino que explotase, que no quedase ni rastro de ninguno de ellos.
(Y…)
(No)
Su
otro compañero me golpeó la cabeza con tal fuerza y destreza que perdí el
conocimiento. Cuando me desperté tenía calor.
(Déjame quitarme la diadema, por favor)
(No)
Al
principio no sabía dónde estaba, ni qué pasaba. Hacía un calor tremendo, como
el que hacía en mi aldea en la parte más dura del verano. El aire se agitaba,
como lo hacía en el desierto, solo que estaba oscuro, lleno de humo. Tosí. A mi
alrededor, había casas, muchas casas y muchas, muchas más personas. Era una
plaza y yo estaba en el medio, en lo alto. Estaba en una hoguera y me estaban
quemando.
(Por favor)
(Vaya, te… te…)
(Me pusieron en una hoguera, sí, era un hechicero, una monstruosidad
que debía ser incinerada, reducida a cenizas y luego arrastrada por el viento.
Déjame quitarme la diadema)
(¿Qué paso?)
(Te lo contaré, pero no quiero que lo veas. Por favor)
(Shamsia, saliste de
una hoguera, en una gran plaza pública, estás aquí con vida. No sé lo que pasó
pero estoy seguro que representa un momento muy importante…)
(Por favor)
(Está bien.
Quítatela, pero si hay algo que deba revisar…)
(Gracias)
Al principio recuerdo que lloré. No sé si
fue miedo, tristeza o simplemente el efecto del humo en mis ojos. Pero en
seguida me di cuenta de que las llamas ya rodeaban mis pies, me estaba quemando
viva. El dolor hizo que el miedo se transformara en ira y… yo… el fuego era
enorme, y no era la única atada a la hoguera, aquella chica que cocinaba en la
Vela Torcida estaba cerca de mí.
Abrazaste
el fuego y la salvaste.
No. Me estaba quemando. Yo nunca había
sentido… yo había quemado a trolls, y a gente que me había atacado. Yo nunca
había sentido el dolor del fuego. Nunca. No, no tranquilicé al fuego. Aquel
fuego rugía enfervorecido por los gritos de la gente de la plaza. Gritaban
‘muerte a las brujas, muerte a los herejes’ y otros gritaban ‘purificación,
purificación’. Todos ellos querían que nos asáramos las dos, y el fuego no sólo
me dañaba, vibraba con esos deseos, con esos gritos y yo me contagié. No
tranquilicé el fuego. Lo avivé. A mi alrededor, todo fueron llamas, pero ahora
yo era el combustible, ya no laceraba mi piel, sino que me hacía más poderosa.
Devoré con ansiedad las cuerdas, el poste, hasta mis ropas y toda la madera
sobre la que me encontraba en una llamarada hambrienta de rabia y venganza.
¿Y…
la cocinera?
Ardió, como todo lo demás. Ni siquiera lo
percibí. Todo era fuego en mí. Y aún quise más. Primero a los soldados que
estaban alrededor de la hoguera. Recuerdo vagamente los gritos, pero en
realidad sólo fui consciente de haber encontrado más combustible para aquel
poder, eran como ramas nuevas que avivan la fogata de campamento. Y luego
seguí, el viejo iluminado intentó huir, pero pronto sólo quedaron sus huesos
sobre la piedra caliente de la plaza.
Por
la Rosa…
Y no me paré. Por eso no quería que lo vieras.
No sé a cuánta gente quemé aquel día. No tengo ni idea. El fuego era todo lo
que yo era, no había gritos ni personas, sólo cosas que ardían a mi alrededor.
Creo que ni siquiera era yo. Ruego que no fuese yo en realidad. Me consuelo
pensando que la ira salió de mí en estado puro y me defendió de los que
deseaban mi muerte, pero que ya no era yo la que controlaba lo que ocurría.
Oh,
Shamsia…
Fue el estallido que teméis y ya ves que
puede ocurrirme. Nunca me perdonaré por las vidas que tomé aquel día. No eran
sólo los jueces despiadados ni los soldados que ejecutaban sus órdenes. No
fueron solo aquellos que de verdad deseaban mi muerte, por mucho que quiera
pensar que era así. No. Quemé a inocentes aquella tarde, tal vez a muchos,
antes de que los demás pudiesen huir de mi ira y de mi fuego.
Al final, no había nada vivo alrededor de
mí. Una plaza vacía, humo y olor a carne asada. La piedra derretida bajo mis
pies. La muerte, el silencio y mi desnudez. Me arrodillé y lloré por primera
vez por aquella matanza, la primera de otras muchas. Estaba segura que alguien
vendría y tomaría la venganza, pero nadie vino a matarme. Soledad y humo.
Silencio. Eso era todo mi castigo. Me levanté, me limpié las lágrimas de la
cara y me perdí por las calles más estrechas de la ciudad.
Oh,
Shamsia.
Ya lo sabes, soy un monstruo. Llama a los
guardias de la Runa Defensora, a los soldados, y matadme. Vengad aquella gente
de la plaza.
No
Shamsia, no fue tu culpa.
Sí lo fue. Yo controlé ese fuego, yo lo
avivé, lo dirigí, yo los maté a todos.
Era
en tu defensa, luchabas por tu vida. ¡Te estaban quemando!
Al principio, sí, al principio me estaba
liberando. Al principio destruí a mis verdugos, pero luego me dejé llevar por
el fuego. No, no lo controlé. Me dejé llevar. Y la pobre cocinera… la maté. La
maté la primera.
Ella
iba a morir de todas formas Shamsia. Os estaban matando a las dos, a las dos.
Hiciste justicia con los que deseaban destruirte, los que por puro odio querían
quemarte sólo por ser diferente.
Pero, yo debí controlarme, controlarme. Yo
debí… no debí matar a todos aquellos.
Ven
aquí, Shamsia, ven. Deja que te abrace y llora en mi hombro.
No debí matarlos. ¿Y si pierdo el control de
nuevo? ¿Y si te quemo a ti un día?
Shamsia,
no lo vas a hacer, yo no voy a hacerte daño. Yo te… Shamsia, soy tu amigo,
confía en mí. Tu poder es increíble, y lo llevas muy bien para lo intenso que
es. Eres excepcional y no volverá a pasarte nada así.
Gritaban y yo no los escuchaba. ¿Lo
entiendes? Soy un monstruo de fuego.
No,
Shamsia, no. Eres una mujer. Una mujer excepcional, por favor, créeme. Yo no
dejaré que te vuelva a pasar.
Prométemelo. Por favor, prométemelo.
Te
prometo que te protegeré y te guiaré. No me vas a hacer daño porque yo no te
voy a hacer daño. Quédate conmi.. con nosotros, te cuidar.. te cuidaremos,
confía en mí. Este es tu lugar, Shamsia. Aquí estarás a salvo con los tuyos.
Por favor, dime…
Calla,
calla y llora, Shamsia. Así muy bien. Llora y deja que salga el dolor. Es
terrible lo que te pasó, es terrible lo que llegaste a hacer, pero no fue tu
culpa. Lo monstruoso no eres tú, es todo ese sultanato del norte. Su
gobernador, ese mal llamado profeta, que dice hablar con el Sol, es inhumano. No
sólo persigue a los magos y a los creyentes de otras religiones. Como sabes
también persigue a los curanderos de cualquier clase, a los que cantan
canciones que no le gustan, a los pintan o hacen esculturas que no sean de su
dios. Cualquiera que parezca diferente es sospechoso. Cualquiera es culpable
hasta que se demuestre lo contrario. El que tiene hambre, si roba, es castigado
tan severamente que ya sólo podrá tener hambre.
No
hay humanidad en esa religión, no hay piedad de ninguna clase. Son fanáticos
que intentan que toda la sociedad funcione como un ejército al servicio
exclusivo de su profeta. Dicen que luchan contra el mal que nos atacó en la
guerra, y tal vez lo hagan, pero luchan en realidad contra todo lo que nos hace
humanos. Ellos son un enemigo tanto como lo son los monstruos del invierno. Sus
iluminados no son tan diferente de los tejedores o de las níveas.
¿Y si yo no soy humana?
Entiendo
que temas eso, Shamsia, porque eres muy especial; pero eres humana. Nuestras
pruebas nos dicen que eres humana, una hechicera muy poderosa, afín con el
fuego, pero humana. Nada indica lo contrario. Shamsia. Nada. Y lo que es más
importante yo siento que eres humana. Cuando hablo contigo, cuando te veo sonreír,
cuando bebo contigo, ahora que te abrazo y lloras sobre mí. Eres humana
Shamsia, uno de los humanos más interesantes que…
…para,
para…
…yo…
sigo siendo tu entrevistador Shamsia. No debemos.
¿No te ha gustado?
Sí.
Es una de las cosas que más me ha gustado en la vida; pero no puede ser
Shamsia, al menos aún no puede ser. Por favor, no, no… no lo hagas otra vez.
Sigo siendo tu entrevistador, y tenemos que ser algo más…
Yo… lo siento, es que, llevo tiempo…
No
lo digas, aún no. Espera un poco, ¿vale? Tenemos… tenemos que completar tus entrevistas,
yo…. Yo, yo tengo que decidir con neutralidad, o sea, quiero… pero no…
Está bien, perdóname, yo no debí… lo siento.
Está
bien, está bien. Yo… quieres… un… ¿té?
Vino mejor. Tienes, ¿no?
Sí,
tengo, algo del mar interior y una vieja botella de Viñar de Conejos.
¡Vaya! Eso es carísimo, ¿no?
No
tengo ni idea. ¿Te apetece?
Sí, consuélame con esa vieja botella,
mientras me cuentas cómo la conseguiste, ya que no sabes ni cuanto cuesta.
A
ver cómo se abre esto.
Déjame. Ves. Ya está. ¿Unas copas?
Eh…
¿esto?
¿Qué es eso?
Bueno,
ya no recuerdo el nombre, lo usaba en mis clases de alquimia. Está limpio, no
te preocupes. Echa.
Uhm… está muy bueno. Espero que no sea por
lo de tus clases de alquimia.
Está
limpio no te preocupes. Vaya, sí que está bueno, creo que debería haberlo
reservado para un momento especial.
Estás conmigo.
Tienes
razón. Échame más.
Uhm… creo que es el mejor vino que he
probado. ¿De dónde ha salido esta maravilla?
Es
de mi madre, de cuándo la Gran Guerra. Bueno, el vino es probablemente de
antes.
Es único entonces.
Como
tú.
Pensaba que erais de Tamana, no del norte.
Somos,
somos de la Ciudad Vieja. Bueno, mi madre lo es, de muchas generaciones. Yo
soy, como todos los nuevos hechiceros un poco de ninguna parte y un mucho de la
Ciudad Renovada.
¿Y entonces?
¿Qué?
Esta maravilla.
Ah,
mi madre encontró una caja entera en el Santuario.
¿El Santuario?
Eh…
no debería haberte dicho eso, perdona. Olvídalo.
Tarde, tengo buena memoria. ¿Cuéntamelo?
¿Algo de cuándo tu madre hizo esa aportación tan importante para la Gran
Guerra? ¿Esa aportación secreta?
Olvídalo,
en serio. Oye, Shamsia, si ya estás mejor vamos a comer y luego seguimos.
Como veas. Llévame a esa taberna que sirven
ese vino de los oll tan dulce, me gusta.
De
acuerdo, vamos allí. Espera que cierre esta botella que es demasiado buena para
dejarla abierta. Qadir, vamos, ven aquí, amigo, al hombro. Eso es.