12.11.13

Shamsia 10

Me dolía todo el cuerpo por culpa del lecho de piedras en el que había dormido, pero sobre todo me dolían los pies. Llevaba tantos días caminando que ni recordaba cuántos habían sido; pero, al fin, allí estaba y era impresionante. Lloré un poco. Campos de datileros se extendían por todas partes, desde las laderas de la montaña hasta casi la cueva en la que me había refugiado. Casas de extramuros se repartían aquí y allí, y rodeándolas campos de cultivo, como no hubiese pensado que podrían existir. Para mí aquello era el más fértil vergel de la tierra.

(¿Tabar?)

(Sí. Cosa de la ignorancia, pero observad con cuidado mis recuerdos y veréis cómo lo veía yo)

(¿No os molesta la diadema?)

(No es como esa cosa del hipnotismo, no me siento tan… desnuda ante vos)

(Continuad entonces)

Las montañas se elevaban majestuosas detrás de la ciudad. Imponentes, blancas con vetas anaranjadas, como dicen allí, cáscaras de nubes repletas de yemas azules cielo. La ciudad de las turquesas se mostraba al fin ante mí. A pesar de la guerra las murallas eran del mismo color de las montañas y parecían igual de sólidas, y para mi sorpresa, por encima de ellas se elevaban edificios de la misma piedra de una altura tal que jamás hubiese imaginado que pudiesen existir, algunos rematados en cúpulas del color del cielo. Polvo de turquesa, por supuesto, pero yo los hacía de turquesa maciza. Los hombres que vivían allí debían ser los más ricos de todo el mundo. Eso pensaba. Pero no eran sólo los lujos y el verdor. Hilillos de agua caían por las laderas de las montañas, lo que para mí era algo tan valioso o más que las piedras preciosas. Multitud de personas parecían entrar y salir de la ciudad. Agricultores, pastores, comerciantes de lo que yo imaginaba todas partes del mundo. La gran cúpula de la mezquita principal, ya no lucía el Disco Solar del tercer profeta y en su lugar la Rosa Brillante de Almeis estaba siendo dibujada tesela a tesela. Muy cerca las grúas mostraban la construcción de otro enorme templo, de aspecto extraño, fuera de lugar, rígido y sin curvas, el templo del Rey dedicado a su dios dúnitor, Tluom. Así que aquella ciudad estaba bajo la vigilancia simultánea del sol amable de Almeis y la adusta tierra.

(¿Habéis estado aprendiendo palabras nuevas?)

(Algunas, aunque no sea aún una aprendiza de hechicera me permiten leer algunos libros que no sean de magia. Novelas, poesías. Son hermosas y contienen muchas palabras nuevas. Por suerte, Hadjara me ayuda mucho con ellas)

(No es necesario que decoréis el relato con esas palabras, puedo ver lo que recordáis)

(Las uso porque me gustan, son palabras hermosas)

(Al final acabaréis siendo una poetisa, ya veréis)

(No creo. Se me da mejor quemar los papiros que escribirlos. Mucho mejor)

(Continuad por favor)

El primer día no me atreví a entrar en la ciudad. Era tan imponente. Me quedé en extramuros vagando por entre las palmeras, el pequeño lago frente a la ciudad y el increíble olor de la mezcla de todas las cocinas de los campesinos. Tenía tanta hambre, pero casi no robé nada. Tampoco me hizo falta. Una mujer joven, al verme tan flaca y desvalida me dio unas tortas viejas de pan y unos pocos dátiles. No supe nunca el nombre de aquella mujer, pero nunca la olvidaré. Pelo negro y ojos igual de negros. Piel oscura, que casi no se le veía bajo el chador verde, y manos teñidas de henna marrón, bueno, casi roja.

(Recuerda que lo estoy viendo directamente de tus recuerdos)

(Ah, sí…)

Dormí no muy lejos de una hoguera de comerciantes, oculta tras uno de sus camellos. Daba tanto gusto estar rodeada de gente. Escucharles hablar con normalidad de las cosas que les preocupaban sin temer cada noche que cayera sobre mí un bandido o un monstruo de las rocas.

(Durante el viaje, ¿no tuvo encuentros problemáticos?)

(Sí, ¿quiere que se los cuente?)

(Pensándolo bien mejor en otro momento, me interesan bastante estos recuerdos suyos del Tabar de hace unos años. No tenemos mucha información sobre la primera época del nuevo reino, y a parte del conocimiento sobre usted, toda esta información será de gran valor)

A la mañana siguiente, volví a retar al amanecer. Me aseguré de que nadie me viese y me lavé por completo en el lago, entre los juncos. Volvía a ser casi una chica, pero mi piel, ya ve que es blancuzca y mi pelo rojo me señalaban como alguien extraño, sospechoso. Eso y que ahora que me sabía una especie de monstruo, el ‘adharif’, mi pelo rojo me molestaba. Así, que aprovechando la escasa luz que aún había robé un chador. No me siento orgullosa, pero era necesario. Uno que me venía grande, uno que no dejase ver casi nada de mis extraños ojos y cubierta así, totalmente, con mis zurrones y mi daga oculta, me dirigí a la puerta de la ciudad.

Casi me desmayo cuando vi al primer dúnitor de mi vida. Pequeño como yo, pero ancho como dos hombres, con una barba que le llegaba por debajo del ombligo, y esa piel amoratada, tan extraña. Sus ojos eran grandes y profundos, como los de un ave nocturna y sus pupilas estaban tan abiertas que parecían ocuparlo todo. Vigilaba impertérrito la puerta, con una armadura que no había sido fabricado para uno de los suyos pero que le habían ajustado con habilidad, con un martillo demasiado grande, y a su lado descansaba un escudo. No me hizo ni una pregunta, ni un gesto, de hecho ni siquiera se inmutó, cuando atravesé las puertas recién abiertas. Defendía a la ciudad de enemigos, no de niñas flacas vestidas con un chador demasiado grande.

Pasé por debajo de la puerta principal de Tabar, y me quedé asombrada de que era tan ancha como la choza de mi padre. Casi me caigo por mirar hacia arriba. Tras la puerta la ciudad estaba despertando. Era como una de las gargantas que tanto abundaban en nuestro roquedal, pero cada roca era una casa y algunas de aquellas casas rivalizaban con Nodul Tann. Aún no había casi nada en las calles, pero incluso así me parecían estrechas, supongo que a un shontaro, acostumbrado a vivir sobre su caballo y cuyo límite es el horizonte, las grandes ciudades les deben resultar agobiantes. Con el tiempo he visto muchas ciudades, algunas son más impresionantes, como Alcamisso y algunas más estrechas y pobladas como esta en la que estamos, pero era mi primera ciudad y todo me parecía desconcertante. Para empezar estaba el olor, claro.

(Sí, por favor, le ruego que no recuerde tan intensamente ese detalle en particular)

(Molesto, ¿eh? En realidad esta ciudad no huele tan diferente, pero en mi recuerdo Tabar era mucho peor aquella primera vez que entré)

(Desde que los hechiceros organizamos la ciudad el servicio de limpieza es mucho más avanzado)

(Por lo que sé de Al Fassion antes de que llegasen ustedes no había tanta población como para que el servicio de limpieza tuviese que ser demasiado avanzado)

(No se trata sólo de población, si no se hace nada, la basura y las deposiciones acaban por provocar enfermedades de todas clases)

(Los desertinos no tienen ese problema, sus hormigas les excavan una nueva madriguera y listos, llegado el caso. En cualquier caso las propias hormigas les ayudan a darle otros usos a las ‘deposiciones’ como dice usted)

(Creo que prefiero no saberlo)

(Hace bien)

(Continúe, por favor)

Pues aparte del olor, estaba la extraña sensación de ver tantas puertas y ventanas y no saber a quién pertenecían. En la aldea cada rincón era la casa de alguien, y allí era simplemente una casa. No es que a extramuros no fuese lo mismo, claro, pero al verlas todas juntas y apretadas fue cuando realmente cayó sobre mí aquella sensación de desconocimiento. Y me asustó un poco. Todas aquellas casas eran de alguien, pero nadie me conocía. ¿Dónde viviría? Me entró la necesidad de pertenecer a alguna de aquellas casas, pero no era de ninguna parte y por lo que sabía no tenía a ninguna familia excepto una madre que imaginaba por aquel entonces como una suerte de monstruo con colmillos.

(¿Con colmillos?)

(Sí, de serpiente o de lagarto)

(¿En serio?)

(Sí, me imaginaba a la adharif, como una mujer más parecida a un lagarto, con ojos de reptil y dientes de serpiente. Algunas noches me miraba a ver si me habían salido escamas, o si mis dientes se estaban afilando. Algunas noches he deseado que mis dientes se estuviesen afilando, pero no adelantemos acontecimientos)

(¿Y por qué pensabas eso? Lo del lagarto y todo eso, quiero decir)

(Las leyendas de la aldea decían que tenían ojos penetrantes y extraños, las adharifs, yo me los imaginaba como los de una serpiente, que eran los más raros y atemorizantes que conocía. Y creo que casi todos los de la aldea pensaban que en realidad eran algo así, ninguno pensó que los ojos de las genios del desierto eran ‘extraños como los míos’)

(Entiendo, continúe, por favor)

No todo eran callejas estrechas y apestosas. De tanto en tanto había plazas relativamente amplias, con algunas palmeras, con fuentes e incluso con algunas estatuas bonitas. Yo nunca había visto una estatua y tuve que tocarla para asegurarme de que era una cosa de piedra y no alguna clase de persona muy extraña. El sonido de las fuentes era lo mejor de todo. No me cansaba de escucharlo. No era más que agua, pero era tan diferente de la nuestro pozo. Venía tan helada que no cabía duda de que había estado en lo alto de las montañas, y cantar que producía en las fuentes era como la voz de un niño, allí donde el eco de nuestro pozo era la voz de un anciano.

Y luego estaba el zoco. En cuanto vi el zoco decidí que nunca más volvería a vivir en una aldea. Todavía me gustan los zocos. Es el lugar más fascinante de todos. Entré por una de las puertas y las dos primeras tiendas ya tenían más variedad de cosas que todo lo que se podría conseguir en la aldea. En realidad casi todas las cosas no sabían ni lo que eran. Pero lo increíble es que tras aquellas dos tiendas había otras dos, y luego otras dos, y otras dos más, y así seguía y seguía en un laberinto de cosas bellas por descubrir. Cosas bellas y caras. Me paré en una de aquellas tiendas que pertenecía, lo recuerdo bien, a un hombre bajito con un bigote poblado, porque una pequeña taza, de lo que mucho más tarde descubrí que era porcelana, blanca y  con una mujer, una mujer que parecía sureña, pintada en azul, me pareció a la vez un objeto cotidiano, de mi propia vida, como una extravagancia de cuento. La tomé bajo la atenta mirada del bigotudo y casi no podía creer lo ligera que era aquella taza, y lo bien terminada que estaba. No llegué a decirle nada, sólo la levanté hacia él y eso bastó para que me dijese el precio. Le pedí que lo repitiese porque no llegaba a imaginar que existiese tanto dinero en todo el mundo. Me retiré muy avergonzada de aquella tienda, casi corriendo, hasta que me perdí en el laberinto del zoco.

(¿Cuánto dinero era?)

(Lo cierto es que ya no lo recuerdo, pero sí que recuerdo que pensé que si todo era igual de caro moriría de hambre en la ciudad antes que vagando por el desierto, por suerte no tardé demasiado en darme cuenta que había ido a escoger simplemente algo que siempre estaría por encima de mis posibilidades)

Antes de darme cuenta era tarde y me había perdido en la ciudad. Estaba contenta, sorprendida, fascinada y muy hambrienta. Estaba sentada en lo alto de una escalera que descendía hacia una plazoleta animada. Las tripas me rugían, pero todo era tan increíble. Había hombres vestidos con turbantes de colores que nunca había visto. Brillantes cimitarras en aún más brillantes fundas. Mujeres que portaban colgantes que en la aldea hubiesen sido considerados ostentosos hasta para una boda. Y monedas de todos los colores cambiaban de manos sin parar. Allá abajo, en la plazoleta, un puesto de pan dulce me llamaba, pero no tenía nada con qué pagarle. Ya había cambiado las botas de mi padre por las que llevaba puestas, que no eran malas, y no quería desprenderme de la daga.

(No me ha contado lo de las botas)

(Ah… eso pasó bastante antes, en un pueblo antes de llegar a Tabar, no pasó nada muy importante, conseguí algo de comida y cambié las botas de mi padre por unas de mi tamaño, poco más)

(De acuerdo, continúe)

No tenía con qué pagarlo, pero no podía resistirme. El puesto lo regentaba una joven vestida con chador claro, no estoy segura de si era blanco o amarillo.  Le pregunté por el precio de uno de aquellos panecillos y me dijo que el primero era gratis. Está claro que me vio con cara de mucha hambre. Me supo cómo ninguna otra comida que haya comido después. Recuerdo, que era más esponjoso y blanco que cualquiera de los panes de la aldea, y que tenía un toque de canela y una cucharada interior de miel. Ella me dijo que estaba claro que me gustaba mucho el panecillo y que si quería más tendría que ganármelo. Yo le dije que no tenía nada. Y ella se rio y me dijo que eso estaba claro. Me preguntó que de dónde venía y le mentí, le dije que era de un pueblo lejano con un nombre que me inventé no muy lejos de la ciudad de Al Hassim, pero le dije que era pastora. Ella me dijo que no iba a encontrar mucho trabajo de pastora en la ciudad, pero que él conocía a un hombre que tal vez podría ayudarme. No tenía mucho que perder, así que le dije que me lo presentara y ella me dijo que cuando acabase de vender sus panecillos. Y así fue como acabé viviendo de camarera en la taberna del Cofre de Turquesas.

(No parece un nombre muy original en Tabar)

(En realidad tampoco era una taberna propiamente dicha)

(Oh, no)

(Sí, me temo que sí, por suerte para mí era demasiado joven y demasiado flaca por aquel entonces y realmente estuve de camarera en aquel lugar)

(Y no tuvo presiones para… cambiar de oficio)

(¿Una chica exótica con pelo rojo muy rizado, piel pálida y estos ojos? Claro que sí, pero no en seguida, el dueño del Cofre de Turquesas me quería lozana y recuperada. Además quería que le cogiese confianza y bueno, sintiese que le debía algo)

(Canalla)

(Créeme los hay mucho peores, pero sí, era un canalla, ¿podemos dejar lo que pasó después para otro día? Es un episodio triste, y hoy hace tan buen día…)

(Desde luego, quítese la diadema)

Es extraña la sensación de que me vea lo que me esfuerzo en recordar; pero es menos desagradable de lo que pensaba.

La diadema funciona muy bien, y entiendo que es lo que usted consideraba tolerable, ¿no es así?

No sé por qué tienes casi todas las cortinas corridas, mira, hace un día tan bueno.

Pues, por el calor, claro, y sobre todo para que no se llene todo de polvo. La Ciudad Renovada empieza a ser una buena ciudad, pero aún es un lugar polvoriento. Demasiado cerca del desierto y de esa arena fina que usan para fabricar los cristales.

Deja los papeles por un rato y vente conmigo a pasear por esta ciudad que estáis creando. Me encantan las cosas que se están haciendo. Todo ese cristal tan transparente, esos colores… venga, hazme de guía por una tarde. La chica de la Runa Defensora es tan sosa.

Tendrá que venir, ya sabe que fue dictaminado por…

Sí, sí, que se venga con nosotros, pero enséñame las maravillas de tu ciudad, esas que no se ven a simple vista y que sólo un hechicero de familia de hechiceros sabe apreciar.


De acuerdo. Le enseñaré porqué debe quedarse con nosotros y porqué su vida aquí va a ser la época más feliz de su vida, y la más apasionante.

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