La primera vez lo habíamos dejado atrás. No era más que una
roca sobresaliendo de entre la arena. Pero sabíamos que tenía que estar no muy
lejos, justo a un día de camino –de paso de troll- desde el extremo de la
sombra de los primeros días de ese mes en el medio día. Así que regresamos y
regresamos, hasta cuatro veces buscando lo que pensábamos que íbamos a
encontrar: una torre, un edificio casti, un pueblo, una fortificación. En
definitiva un lugar que dominase el territorio y que sirviese de alojamiento a
un caudillo militar, pero nos equivocábamos, claro. Widolf no había sido un
mercenario cualquiera, había comandado una fuerza de trolls y su guarida no era
más que una cueva. En apariencia.
Después de todos aquellos años de abandono la entrada
estaba completamente cubierta por la arena y nada la distinguía del resto del paisaje. Yo sola
jamás la habría encontrado, pero los enanos tienen una especie de afinidad con
la tierra y las rocas que para nosotros es simplemente inconcebible. Tarak, el
explorador, una vez que hubimos determinado que aquella afloración rocosa tenía
que ser lo que los trolls interrogados llamaban ‘el aguijón del escorpión’,
simplemente doy algunos pasos aquí y allá, hasta que sonrió y dijo ‘aquí
tenemos que cavar’.
Nunca había cavado tanto en toda mi vida. Tres días enteros
tardamos en vaciar la entrada a la cueva con nuestras palas. Resulta frustrante
extraer arena de un agujero del desierto, simplemente cae más y más dentro del
propio agujero que intentas hacer. Sin embargo al final ahí estaba, la ‘boca
del escorpión’, el lugar de refugio para el Rey de los Trolls y sus tropas. En
cuanto entramos no nos quedó duda de que aquel era el lugar. Aunque secas por
el paso del tiempo las deposiciones de los trolls eran inconfundibles y estaban
por todas partes. Restos de animales grandes del desierto, particularmente
insectos gigantes estaban amontonados sin orden aquí y allá. Y me temo que
bastantes restos humanos también. Prefiero pensar que se trataba de los restos
de los enemigos vencidos de Widolf, pero en realidad parecía otra cosa.
Si era todo lo que había estábamos perdiendo el tiempo.
Buscamos y rebuscamos hasta que mis compañeros empezaron a desesperar. Basura y
resto de comida para trolls, no parecía que hubiese nada más en aquella cueva.
Aquella noche cenamos en la puerta de la cueva y mientras mis compañeros
discutían frustrados en su idioma natal, yo me sentía de todas formas feliz.
Habíamos encontrado un lugar con historia en medio de la nada, en el desierto,
siguiendo pistas vagas proporcionadas por los más extraños confidentes. Era una
aventura mucho más excitante de la que cualquier niña cabrera pudiese imaginar,
pero mis compañeros no eran cabreros y no estaban nada contentos. Al final
acabé enfadándome de tanto descontento y sólo por dejar de escucharlos me volví
a la cueva. Mi mano derecha inflamada me fue iluminando. No buscaba nada, sólo
quería volverlo a ver todo tranquilamente. Curioseé las pertenencias oxidadas
de algunos de los muertos. No era fácil saber si se trataba de pobres aldeanos,
de comerciantes o de auténticos soldados enemigos de Widolf. No eran desertinos,
eso estaba claro.
Entonces me di cuenta de que mis llamas se agitaban muy
levemente. No es que las viese agitarse, era demasiado suave para verlo, pero
estaba ahí, una levísima corriente de aire. Supongo que simplemente lo ‘sentí’,
como si mis llamas tuviesen alguna forma de tacto. Como su pudiese palpar con
él el viento, así como los gatos pueden medir las oquedades por las que se
pierden con sus bigotes. Seguí aquella levísima corriente y acabé junto a una
piedra inmensa que ningún humano podría mover, pero tenía que haber alguna
clase de pasillo detrás de ella.
(Ningún
humano, pero sí un troll)
(Exacto)
Salí muy excitada hasta la boca de la cueva. Mis compañeros
enanos habían dejado de discutir y ya sólo estaban enfurruñados. Les dije que
tenían que ver una cosa. Me siguieron con desgana hasta la roca y me
preguntaron que qué era lo que supuestamente tenían que ver. Entonces me di
cuenta que ni ellos percibían el pasillo oculto. Me costó un buen rato demostrarles
que había una mínima brisa, tuve que usar una vela con una llama y repetir el
acercamiento a dónde yo percibía la corriente bastantes veces. En realidad no
se convencieron del todo, pero el sacerdote dijo que no les costaba nada
probar.
Los enanos son fuertes, pero aquella roca era enorme. Les
costó un día y medio hacer rodar la rueda, y aun así no cabían por la abertura
con la armadura puesta. Tarak refunfuñaba mientras trabajaban, no sé si es que
el sacerdote podía haberlo hecho todo mucho más fácil, pero lo cierto es que no
le vi obrar nunca ningún prodigo a no ser que se tratase de una circunstancia
de vida o muerte.
Yo entre la primera. Detrás de la roca, como yo pensaba,
había un pasillo. No era una grieta o alguna otra cosa natural, no era un
pasillo excavado claramente por manos… iba a decir humanas, pero quién sabe.
Incluso tenía escaleras y descendía hacia la oscuridad. No podía esperar a mis
compañeros, estaban tardando una barbaridad en quitarse la armadura para poder
pasar, así que me dirigí hacia las profundidades.
(Un
poco temerario, ¿no?)
(Efectivamente, pero yo era novata en estas
cosas)
Al principio no era más que una escalera, pero de pronto se
transformó en un espacio amplio, rectangular como una habitación con unas
columnas cilíndricas excavadas en la roca. Había dibujos tallados en las
columnas y en las paredes, dibujos extraños en donde todas las personas estaban
de perfil y los objetos representados se repetían sin representar escenas.
(¡Jeroglíficos!)
(¿Eso son palabras antiguas?)
(De
los castis)
(Eso, exacto. Pero yo no lo sabía hasta que
Utku me lo explicó)
(¿Utku
sabía leer jeroglíficos? Muy poca gente sabe y no imaginaba que un enano…)
(Recuerda que llevaban tiempo tras el
Medallón y este es casti, ¿no?)
(Bueno,
depende de a quién leas)
(Todo lo referencias a los libros)
(Es
que los libros…)
(Muchas cosas no están en los libros,
Nasree)
(Continúa
por favor)
En una esquina de aquella habitación se acumulaban un viejo
colchón y ropas de cama revueltas. No muy lejos había una mesita de un lujo
completamente fuera de lugar en una cueva perdida del desierto y repleta de
mierda de troll. Sobre la mesita había tazas sucias y una tetera que olía
bastante mal. Al pie del colchón había un baúl, pero estaba vacío y repleto de
telarañas. Si aquella había sido la habitación de Widolf se había llevado sus
pertenencias. En la esquina opuesta a la del colchón un cajón hacía de
escritorio y otro de silla. Un pequeño libro y unos papiros descansaban sobre
el cajón. Yo no sabía leer, pero la porta del libro era extraña y por alguna
razón me resultaba familiar así que lo cogí sin escuchar el grito Utku profería
tras de mí. Lo siguiente fue un infierno de fuego.
(Una
trampa de fuego)
(Sí. Por suerte Utku pudo protegerse a
tiempo)
(¿Y
tú?)
(No lo sé exactamente. El fuego me envolvió
con furia, casi podía sentir su enfado, la maldad del que había creado la
trampa, pero de alguna forma el fuego era mi hermano. No sé cómo pero le
tranquilicé, le apacigüé y luego dejé que se marchase)
(Puedes
protegerte del fuego)
(Yo… no me protejo de él, lo… creo que lo
más cercano es decir que lo abrazo, como a un hermano y es como… como dejar que
se duerma, así no me hace daño)
(¿Cómo
acunar un niño?)
(Nunca he… pero supongo que algo parecido)
(No
quedaría mucho de la habitación)
(Pues verás)
Casi no podía creer que aún estaba viva. Todo humeaba y
tenía un aspecto tiznado. El colchón y las ropas de cama ardían. Si había algún
secreto en aquel libro o en los papiros, ya sólo era cenizas. El sacerdote
estaba muy cabreado. Utku, sin embargo, no hacía otra que preguntarme si me
encontraba bien, si tenía quemaduras. Tarak estaba riéndose a carcajadas, para
disgusto del sacerdote. Casi sin darme cuenta apagué las llamas de la cama con
un gesto y me senté entre sus restos aún calientes. Uatchkar me espetó que si
además de apagar el fuego, podía también recuperar papeles reducidos a cenizas.
(No,
puedes, ¿no?)
(¡Claro que no! ¿Es que algún hechicero
puede hacer eso?)
(Te
sorprendería, continua, por favor)
Total que sí que habíamos encontrado la guarida del Rey de
los Troll y yo había quemado toda oportunidad de seguirle la pista al medallón
o a su origen después de todo aquel esfuerzo y preparación. Era para estar muy
cabreado como el sacerdote o para partirse de risa como Tarak. Al final todos
estábamos riéndonos, hasta el sacerdote. Tuvieron el detalle de hacer los
chistes en ossín para que los entendiese. Recordamos las veces que habían
estado a punto de pillarnos practicando los ofrecidos de Al Fartha. Los
problemas que nos había dado aquel viejo troll patizambo pero tan fuerte que le
había lanzado a Tarak una piedra del tamaño de un cerdo con una sola mano. El
sabor del agua pasada tras todos aquellos días en el desierto. El habernos
apretujado todos juntos bajo una lona una noche especialmente fría y las
discusiones sobre qué enano roncaba más. Cuando creíamos que nos acechaba un
escarabajo de fuego y sólo era un cascarón viejo extraído de la arena por el
viento de la noche. Cuando terminamos de reconciliarnos Utku dijo que al menos
podría leer los jeroglíficos y eso lo cambió todo.
El sacerdote le dijo a su hermano que, de acuerdo, que
total ya que estaban allí y que habíamos perdido probablemente la pista de
Widolf, podía dar rienda suelta a su afición a leer textos de los viejos
castis. Nos pusimos a limpiar el habitáculo oculto para que Utku pudiese
trabajar. No es que yo sea muy aficionada a limpiar, pero después de haberlo
quemado todo, me sentía obligada. Luego le colocamos unas velas para dar luz,
yo ya no me atrevía a encender mi mano, de todas formas.
Tres días estuvimos allí abajo, mientras el hermano
trabajaba. En realidad Tarak no, hizo de vigía en el exterior, para evitar que
algo o alguien nos sorprendiese. Uatchkar aprovechó aquellos días para contarme
mucho de su tierra de origen y de cómo habían acabado en ossín mucho antes de
la gran guerra. Fue entonces cuando descubrí que los enanos viven mucho más que
nosotros. El sacerdote, por ejemplo, tenía ciento diez años. Según me contó había
venido desde su tierra en el remoto norte con la intención de liberar a los
suyos esclavos.
(Esclavos
de Tabar)
(Y de otros muchos lugares, él decía que
había muchos cuando llegó)
Durante un tiempo hizo dinero con diversos oficios,
fundamentalmente como armero, fabricante de armas y cosas así, e invertía el
dinero en comprar a algunos de sus congéneres, y así siguió durante años, hasta
que hubo unas desavenencias internas en su iglesia. Los que estaban en Talesmel
se dispersaron y él acabó en una comunidad enana en Al Kars. Bastante tiempo
después el actual Rey del Valle los reunió y los llevó hasta el oasis que ahora
es su Reino. El lugar no estaba mal, agua, plantaciones, buenas habitaciones e
incluso algunas mujeres, pero el Rey era un imberbe, según el sacerdote. Estuvo
con ellos hasta que acabó por cansarse. Los suyos se habían acomodado, incluso
mezclado con humanos –a lo que añadió, sin querer insultar- y a él no le
parecía bien. El deseaba hacer todo lo posible por restaurar la gloria del
Reino del Norte, de Thirack. Y ahí empezó la historia de la búsqueda del
Medallón. Uatchkar estaba convencido de que con él podría unificar el reino
bajo las montañas, y traer la paz a su nación que sabía dividida y en guerra
permanente.
(La
guerra ya había terminado)
(¿Sí? Pues él no debía saberlo)
(Me
extraña el Rey del Valle del Roc está bien informado desde hace muchos años)
(Pues igual tenía otras intenciones para el
Medallón, no lo sé)
Cuando Utku terminó de limpiar y leer los jeroglíficos
estaba muy contento. Nos lo explicó, aquella habitación no era todo. Según los
textos de las paredes la habitación era una tumba, pero los detalles lo
desmentían. Utku estaba seguro de que se trataba de una tumba falsa. Pero era
aún más interesante de quién supuestamente era la tumba un general. No me quedé
con el nombre, pero Uatchkar lo reconoció al instante, al parecer era el último
portador casti conocido del medallón. De forma que no sólo se trataba de un
lugar donde Widolf se refugiaba, sino que tal vez fuese la tumba de dónde había
sacado el medallón mismo. Y aquella habitación era una tumba falsa, la de
verdad debía estar no demasiado lejos. Pero, ¿dónde?
Tarak se puso a revisar la cueva de arriba abajo sin
descanso. No encontramos otra piedra similar. Tampoco había una grieta u otro
agujero que pudiese dar a otro pasillo. Removimos todos los restos dejados por
los trolls. Limpiamos el suelo cueva. Bajamos de nuevo al pasillo que habíamos
encontrado y lo revisamos escalón a escalón. Finalmente nos pusimos a revisar
cada pared dando golpecitos y poniendo el oído. Nada funcionó. La tumba no
parecía existir. Pero la teoría encajaba tan bien que seguimos insistiendo.
¿Qué otra razón podría haber llevado a Widolf a escoger este lugar perdido en
el desierto, sin agua ni comida como el lugar dónde acampar con un batallón de
trolls?
Empezábamos a tener problemas con la comida y muchos más
con el agua. Íbamos a tener que regresar a Al Fartha o arriesgarnos a morir de
sed, pero Uatchkar no quería irse. Él y su hermano discutían todo el rato. De
hecho, aunque encontrásemos la tumba auténtica, ¿qué sentido tendría que el
Medallón estuviese allí? Era poco probable. Así que Utku insistía que teníamos
que regresar, que lo único que encontraríamos serían pistas y una tumba
saqueada, y que para sacar algo de provecho tendríamos que estar días.
Finalmente una noche el sacerdote cedió y nos dijo que nos preparásemos que a
la mañana siguiente regresábamos a Al Fartha. Una de las ventajas de aquello es
que podrían bañarse, que la verdad es que aquellos tres enanos empezaban a oler
peor que mis cabras.
(No
lo encontrasteis)
(En ese momento, no, pero verás, me quito ya
la diadema)
(De
acuerdo)
Uatchkar se dio cuenta
de que habíamos olvidado otra alternativa. El agujón del escorpión.
¿Cómo?
El afloramiento de
roca, el de fuera. De pronto Uatchkar se dio cuenta de podría tratarse de una
estatua, una marca sobre la tumba tan desgastada que no lo podíamos distinguir.
Y tal vez ocultaba otra entrada, debajo, o junto a ella.
Algo completamente separado de la cueva y mucho más discreto.
Eso es. El sacerdote
estaba deseando regresar, pero pudimos convencerle que no podíamos hacerlo ya.
O sea que regresasteis más tarde, una vez que hubieseis podido
conseguir más comida y agua.
Fue más complicado,
pero si no te importa te lo cuento mañana, he quedado y ya llego tarde.
¿Has… quedado?
¡Sí! ¡Hay mucha gente
amable y divertida por aquí! Ya te contaré.
Eh… vale.
¡Nos vemos mañana!
¡Adios, Nasree!
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