21.11.13

Shamsia 18

La primera vez lo habíamos dejado atrás. No era más que una roca sobresaliendo de entre la arena. Pero sabíamos que tenía que estar no muy lejos, justo a un día de camino –de paso de troll- desde el extremo de la sombra de los primeros días de ese mes en el medio día. Así que regresamos y regresamos, hasta cuatro veces buscando lo que pensábamos que íbamos a encontrar: una torre, un edificio casti, un pueblo, una fortificación. En definitiva un lugar que dominase el territorio y que sirviese de alojamiento a un caudillo militar, pero nos equivocábamos, claro. Widolf no había sido un mercenario cualquiera, había comandado una fuerza de trolls y su guarida no era más que una cueva. En apariencia.

Después de todos aquellos años de abandono la entrada estaba completamente cubierta por la arena y nada  la distinguía del resto del paisaje. Yo sola jamás la habría encontrado, pero los enanos tienen una especie de afinidad con la tierra y las rocas que para nosotros es simplemente inconcebible. Tarak, el explorador, una vez que hubimos determinado que aquella afloración rocosa tenía que ser lo que los trolls interrogados llamaban ‘el aguijón del escorpión’, simplemente doy algunos pasos aquí y allá, hasta que sonrió y dijo ‘aquí tenemos que cavar’.

Nunca había cavado tanto en toda mi vida. Tres días enteros tardamos en vaciar la entrada a la cueva con nuestras palas. Resulta frustrante extraer arena de un agujero del desierto, simplemente cae más y más dentro del propio agujero que intentas hacer. Sin embargo al final ahí estaba, la ‘boca del escorpión’, el lugar de refugio para el Rey de los Trolls y sus tropas. En cuanto entramos no nos quedó duda de que aquel era el lugar. Aunque secas por el paso del tiempo las deposiciones de los trolls eran inconfundibles y estaban por todas partes. Restos de animales grandes del desierto, particularmente insectos gigantes estaban amontonados sin orden aquí y allá. Y me temo que bastantes restos humanos también. Prefiero pensar que se trataba de los restos de los enemigos vencidos de Widolf, pero en realidad parecía otra cosa.

Si era todo lo que había estábamos perdiendo el tiempo. Buscamos y rebuscamos hasta que mis compañeros empezaron a desesperar. Basura y resto de comida para trolls, no parecía que hubiese nada más en aquella cueva. Aquella noche cenamos en la puerta de la cueva y mientras mis compañeros discutían frustrados en su idioma natal, yo me sentía de todas formas feliz. Habíamos encontrado un lugar con historia en medio de la nada, en el desierto, siguiendo pistas vagas proporcionadas por los más extraños confidentes. Era una aventura mucho más excitante de la que cualquier niña cabrera pudiese imaginar, pero mis compañeros no eran cabreros y no estaban nada contentos. Al final acabé enfadándome de tanto descontento y sólo por dejar de escucharlos me volví a la cueva. Mi mano derecha inflamada me fue iluminando. No buscaba nada, sólo quería volverlo a ver todo tranquilamente. Curioseé las pertenencias oxidadas de algunos de los muertos. No era fácil saber si se trataba de pobres aldeanos, de comerciantes o de auténticos soldados enemigos de Widolf. No eran desertinos, eso estaba claro.

Entonces me di cuenta de que mis llamas se agitaban muy levemente. No es que las viese agitarse, era demasiado suave para verlo, pero estaba ahí, una levísima corriente de aire. Supongo que simplemente lo ‘sentí’, como si mis llamas tuviesen alguna forma de tacto. Como su pudiese palpar con él el viento, así como los gatos pueden medir las oquedades por las que se pierden con sus bigotes. Seguí aquella levísima corriente y acabé junto a una piedra inmensa que ningún humano podría mover, pero tenía que haber alguna clase de pasillo detrás de ella.

(Ningún humano, pero sí un troll)

(Exacto)

Salí muy excitada hasta la boca de la cueva. Mis compañeros enanos habían dejado de discutir y ya sólo estaban enfurruñados. Les dije que tenían que ver una cosa. Me siguieron con desgana hasta la roca y me preguntaron que qué era lo que supuestamente tenían que ver. Entonces me di cuenta que ni ellos percibían el pasillo oculto. Me costó un buen rato demostrarles que había una mínima brisa, tuve que usar una vela con una llama y repetir el acercamiento a dónde yo percibía la corriente bastantes veces. En realidad no se convencieron del todo, pero el sacerdote dijo que no les costaba nada probar.

Los enanos son fuertes, pero aquella roca era enorme. Les costó un día y medio hacer rodar la rueda, y aun así no cabían por la abertura con la armadura puesta. Tarak refunfuñaba mientras trabajaban, no sé si es que el sacerdote podía haberlo hecho todo mucho más fácil, pero lo cierto es que no le vi obrar nunca ningún prodigo a no ser que se tratase de una circunstancia de vida o muerte.

Yo entre la primera. Detrás de la roca, como yo pensaba, había un pasillo. No era una grieta o alguna otra cosa natural, no era un pasillo excavado claramente por manos… iba a decir humanas, pero quién sabe. Incluso tenía escaleras y descendía hacia la oscuridad. No podía esperar a mis compañeros, estaban tardando una barbaridad en quitarse la armadura para poder pasar, así que me dirigí hacia las profundidades.

(Un poco temerario, ¿no?)

(Efectivamente, pero yo era novata en estas cosas)

Al principio no era más que una escalera, pero de pronto se transformó en un espacio amplio, rectangular como una habitación con unas columnas cilíndricas excavadas en la roca. Había dibujos tallados en las columnas y en las paredes, dibujos extraños en donde todas las personas estaban de perfil y los objetos representados se repetían sin representar escenas.

(¡Jeroglíficos!)

(¿Eso son palabras antiguas?)

(De los castis)

(Eso, exacto. Pero yo no lo sabía hasta que Utku me lo explicó)

(¿Utku sabía leer jeroglíficos? Muy poca gente sabe y no imaginaba que un enano…)

(Recuerda que llevaban tiempo tras el Medallón y este es casti, ¿no?)

(Bueno, depende de a quién leas)

(Todo lo referencias a los libros)

(Es que los libros…)

(Muchas cosas no están en los libros, Nasree)

(Continúa por favor)

En una esquina de aquella habitación se acumulaban un viejo colchón y ropas de cama revueltas. No muy lejos había una mesita de un lujo completamente fuera de lugar en una cueva perdida del desierto y repleta de mierda de troll. Sobre la mesita había tazas sucias y una tetera que olía bastante mal. Al pie del colchón había un baúl, pero estaba vacío y repleto de telarañas. Si aquella había sido la habitación de Widolf se había llevado sus pertenencias. En la esquina opuesta a la del colchón un cajón hacía de escritorio y otro de silla. Un pequeño libro y unos papiros descansaban sobre el cajón. Yo no sabía leer, pero la porta del libro era extraña y por alguna razón me resultaba familiar así que lo cogí sin escuchar el grito Utku profería tras de mí. Lo siguiente fue un infierno de fuego.

(Una trampa de fuego)

(Sí. Por suerte Utku pudo protegerse a tiempo)

(¿Y tú?)

(No lo sé exactamente. El fuego me envolvió con furia, casi podía sentir su enfado, la maldad del que había creado la trampa, pero de alguna forma el fuego era mi hermano. No sé cómo pero le tranquilicé, le apacigüé y luego dejé que se marchase)

(Puedes protegerte del fuego)

(Yo… no me protejo de él, lo… creo que lo más cercano es decir que lo abrazo, como a un hermano y es como… como dejar que se duerma, así no me hace daño)

(¿Cómo acunar un niño?)

(Nunca he… pero supongo que algo parecido)

(No quedaría mucho de la habitación)

(Pues verás)

Casi no podía creer que aún estaba viva. Todo humeaba y tenía un aspecto tiznado. El colchón y las ropas de cama ardían. Si había algún secreto en aquel libro o en los papiros, ya sólo era cenizas. El sacerdote estaba muy cabreado. Utku, sin embargo, no hacía otra que preguntarme si me encontraba bien, si tenía quemaduras. Tarak estaba riéndose a carcajadas, para disgusto del sacerdote. Casi sin darme cuenta apagué las llamas de la cama con un gesto y me senté entre sus restos aún calientes. Uatchkar me espetó que si además de apagar el fuego, podía también recuperar papeles reducidos a cenizas.

(No, puedes, ¿no?)

(¡Claro que no! ¿Es que algún hechicero puede hacer eso?)

(Te sorprendería, continua, por favor)

Total que sí que habíamos encontrado la guarida del Rey de los Troll y yo había quemado toda oportunidad de seguirle la pista al medallón o a su origen después de todo aquel esfuerzo y preparación. Era para estar muy cabreado como el sacerdote o para partirse de risa como Tarak. Al final todos estábamos riéndonos, hasta el sacerdote. Tuvieron el detalle de hacer los chistes en ossín para que los entendiese. Recordamos las veces que habían estado a punto de pillarnos practicando los ofrecidos de Al Fartha. Los problemas que nos había dado aquel viejo troll patizambo pero tan fuerte que le había lanzado a Tarak una piedra del tamaño de un cerdo con una sola mano. El sabor del agua pasada tras todos aquellos días en el desierto. El habernos apretujado todos juntos bajo una lona una noche especialmente fría y las discusiones sobre qué enano roncaba más. Cuando creíamos que nos acechaba un escarabajo de fuego y sólo era un cascarón viejo extraído de la arena por el viento de la noche. Cuando terminamos de reconciliarnos Utku dijo que al menos podría leer los jeroglíficos y eso lo cambió todo.

El sacerdote le dijo a su hermano que, de acuerdo, que total ya que estaban allí y que habíamos perdido probablemente la pista de Widolf, podía dar rienda suelta a su afición a leer textos de los viejos castis. Nos pusimos a limpiar el habitáculo oculto para que Utku pudiese trabajar. No es que yo sea muy aficionada a limpiar, pero después de haberlo quemado todo, me sentía obligada. Luego le colocamos unas velas para dar luz, yo ya no me atrevía a encender mi mano, de todas formas.

Tres días estuvimos allí abajo, mientras el hermano trabajaba. En realidad Tarak no, hizo de vigía en el exterior, para evitar que algo o alguien nos sorprendiese. Uatchkar aprovechó aquellos días para contarme mucho de su tierra de origen y de cómo habían acabado en ossín mucho antes de la gran guerra. Fue entonces cuando descubrí que los enanos viven mucho más que nosotros. El sacerdote, por ejemplo, tenía ciento diez años. Según me contó había venido desde su tierra en el remoto norte con la intención de liberar a los suyos esclavos.

(Esclavos de Tabar)

(Y de otros muchos lugares, él decía que había muchos cuando llegó)

Durante un tiempo hizo dinero con diversos oficios, fundamentalmente como armero, fabricante de armas y cosas así, e invertía el dinero en comprar a algunos de sus congéneres, y así siguió durante años, hasta que hubo unas desavenencias internas en su iglesia. Los que estaban en Talesmel se dispersaron y él acabó en una comunidad enana en Al Kars. Bastante tiempo después el actual Rey del Valle los reunió y los llevó hasta el oasis que ahora es su Reino. El lugar no estaba mal, agua, plantaciones, buenas habitaciones e incluso algunas mujeres, pero el Rey era un imberbe, según el sacerdote. Estuvo con ellos hasta que acabó por cansarse. Los suyos se habían acomodado, incluso mezclado con humanos –a lo que añadió, sin querer insultar- y a él no le parecía bien. El deseaba hacer todo lo posible por restaurar la gloria del Reino del Norte, de Thirack. Y ahí empezó la historia de la búsqueda del Medallón. Uatchkar estaba convencido de que con él podría unificar el reino bajo las montañas, y traer la paz a su nación que sabía dividida y en guerra permanente.

(La guerra ya había terminado)

(¿Sí? Pues él no debía saberlo)

(Me extraña el Rey del Valle del Roc está bien informado desde hace muchos años)

(Pues igual tenía otras intenciones para el Medallón, no lo sé)

Cuando Utku terminó de limpiar y leer los jeroglíficos estaba muy contento. Nos lo explicó, aquella habitación no era todo. Según los textos de las paredes la habitación era una tumba, pero los detalles lo desmentían. Utku estaba seguro de que se trataba de una tumba falsa. Pero era aún más interesante de quién supuestamente era la tumba un general. No me quedé con el nombre, pero Uatchkar lo reconoció al instante, al parecer era el último portador casti conocido del medallón. De forma que no sólo se trataba de un lugar donde Widolf se refugiaba, sino que tal vez fuese la tumba de dónde había sacado el medallón mismo. Y aquella habitación era una tumba falsa, la de verdad debía estar no demasiado lejos. Pero, ¿dónde?

Tarak se puso a revisar la cueva de arriba abajo sin descanso. No encontramos otra piedra similar. Tampoco había una grieta u otro agujero que pudiese dar a otro pasillo. Removimos todos los restos dejados por los trolls. Limpiamos el suelo cueva. Bajamos de nuevo al pasillo que habíamos encontrado y lo revisamos escalón a escalón. Finalmente nos pusimos a revisar cada pared dando golpecitos y poniendo el oído. Nada funcionó. La tumba no parecía existir. Pero la teoría encajaba tan bien que seguimos insistiendo. ¿Qué otra razón podría haber llevado a Widolf a escoger este lugar perdido en el desierto, sin agua ni comida como el lugar dónde acampar con un batallón de trolls?

Empezábamos a tener problemas con la comida y muchos más con el agua. Íbamos a tener que regresar a Al Fartha o arriesgarnos a morir de sed, pero Uatchkar no quería irse. Él y su hermano discutían todo el rato. De hecho, aunque encontrásemos la tumba auténtica, ¿qué sentido tendría que el Medallón estuviese allí? Era poco probable. Así que Utku insistía que teníamos que regresar, que lo único que encontraríamos serían pistas y una tumba saqueada, y que para sacar algo de provecho tendríamos que estar días. Finalmente una noche el sacerdote cedió y nos dijo que nos preparásemos que a la mañana siguiente regresábamos a Al Fartha. Una de las ventajas de aquello es que podrían bañarse, que la verdad es que aquellos tres enanos empezaban a oler peor que mis cabras.

(No lo encontrasteis)

(En ese momento, no, pero verás, me quito ya la diadema)

(De acuerdo)

Uatchkar se dio cuenta de que habíamos olvidado otra alternativa. El agujón del escorpión.

¿Cómo?

El afloramiento de roca, el de fuera. De pronto Uatchkar se dio cuenta de podría tratarse de una estatua, una marca sobre la tumba tan desgastada que no lo podíamos distinguir.

Y tal vez ocultaba otra entrada, debajo, o junto a ella. Algo completamente separado de la cueva y mucho más discreto.

Eso es. El sacerdote estaba deseando regresar, pero pudimos convencerle que no podíamos hacerlo ya.

O sea que regresasteis más tarde, una vez que hubieseis podido conseguir más comida y agua.

Fue más complicado, pero si no te importa te lo cuento mañana, he quedado y ya llego tarde.

¿Has… quedado?

¡Sí! ¡Hay mucha gente amable y divertida por aquí! Ya te contaré.

Eh… vale.


¡Nos vemos mañana! ¡Adios, Nasree!

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