25.11.13

Shamsia 21

¿Estás mejor?

Sí, perdona por la escena de antes.

No hay nada que perdonar, y, hubo cosas buenas.

Sabía que…

No sigamos por ahí. Intentemos completar tu historia. Cuánto antes terminemos mejor, así podremos empezar a considerar otras cosas.

Eres mono cuando eres tan recatado.

Shamsia. Estabas desnuda en Alcamisso. ¿Qué pasó después?

Pues, ante todo tenía que evitar que me encontrasen, así que lo primero que hice fue esconderme. No conocía la ciudad y no sabía cómo de lejos estaba del fortín de adobe que era lo único que había visto. No sabía si la dirección más cercana por la que salir de la ciudad era el norte o el sur. Ni siquiera tenía claro hacia dónde caía el norte o el sur. Simplemente corrí, busqué el primer callejón que encontré y allí el lugar más oscuro. Fue así cómo acabé en una casa abandonada que estaba en un semisótano. Al principio lo único que me atreví fue a cerrarlo todo y a acurrucarme en la esquina más oscura de la casa.

Pasé muchas horas allí hasta que el hambre y el frio, me hicieron moverme. Invoque una discreta llama en uno de mis dedos y con aquella exigua luz recorrí la casa. Fuesen quien fuesen los dueños no abandonaron la casa por su propio deseo. Tal vez habían huido precipitadamente por alguna razón. Tal vez eran herejes y los habían quemado como habían intentado hacer conmigo. Tal vez habían muerto todos de alguna enfermedad. En cualquier caso habían dejado muchas cosas atrás. Lo que fuese que los había hecho desaparecer no asustaba a los vecinos, porque claramente habían saqueado la casa. Solo habían dejado detrás las cosas que no le servían a nadie.

Pude encontrar un viejo candil, que encendí, una olla de lata muy remendada, un jergón sucio, una sábana raída y dos viejos vestidos que probablemente estaban esperando ser transformados en trapos. Me vestí con uno de ellos, y con una vieja camisa me pude apañar un pañuelo que cubriese mis delatores pelos rojos y rizados. Tal vez con aquello pasase algo más desapercibida, pero no era probable, seguía teniendo mis ojos y mi piel lechosa. Una tinaja contenía agua. No olía bien, pero es lo que estuve bebiendo mientras estuve allí.

No había nada que comer, nada de nada. Y aquella noche fue un adelanto del hambre que pasé en Alcamisso. Hasta que no pasaron dos días el miedo que tenía no fue menor que el rugir de mi estómago, como para atreverme a salir de nuevo a la calle. Había estado esperando la incursión de los guardias de la ciudad, de los ofrecidos o de una turba de gente enfurecida por haber matado a sus seres queridos; pero nada de aquello había pasado. Tenía que salir y conseguir algo que comer. A la tercera noche me decidí a salir.

El suelo estaba frío de la noche y recuerdo aquella sensación en mis pies, con mucha claridad, no sé por qué. Tal vez porque representaba que lo había perdido todo, incluso aquellas botas que conseguí entregando las de mi padre. Todo no. Este colgante había sobrevivido al fuego. Me agarré a él con fuerza y me dije que era la prueba de que no todo lo que había vivido hasta entonces había sido para nada. La prueba de que iba a volver a conseguirlo todo.

¿El de turquesa de Tabar?

El mismo. Podía haberlo vendido y tener para vivir algo de tiempo; pero, primero no quería, y segundo, una mujer sucia, con un vestido de pordiosera y descalza, vendiendo un colgante de turquesa, llamaría mucho la atención.

¿Y cómo te apañaste?

Robando. Era un monstruo asesino. Robar no agravaba mis pecados. Así que robé. Primero entre los desperdicios de las tabernas, así que no sé si a eso se le puede llamar robar. Luego, una noche, entré en una de ellas, y me llevé un saco entero de la despensa. Pero no me quedé en la comida. Me conseguí unos zapatos, un chador para cubrir mi vestido. Y poco a poco, siempre saliendo por la noche, siempre teniendo mucho cuidado, siempre regresando a mi oscura madriguera, fui haciéndome una idea de dónde estaba.

Era un barrio de artesanos de Alcamisso. Había ceramistas, y trabajadores del cuero, y algún sastre; pero el barrio estaba medio vacío. Muchas casas tenían un aspecto parecido a la que usaba para ocultarme, abandonadas de forma precipitada, con objetos sin mucho valor en ellas, así que decidí creer que se trataba del resultado de las purgas de la Iglesia del Sol. No solo se habían ensañado conmigo, estaban esquilmando a la gente. Matándolas. Así podía pensar que ellos eran los malvados, y no yo. Empecé a envalentonarme y robé un vestido mejor, y una bota de vino. Al final me descubrieron, pero no fueron mis víctimas. Al final me descubrió mi competencia.

¿Tu competencia? ¿Qué quieres decir?

Ladrones. Una noche cuando entré en mi refugio, había tres hombres esperándome. Sin mediar palabras dos me agarraron por los brazos y el tercero me partió la nariz de un puñetazo. Creo que aún se me nota un poco.

Yo no he notado nada.

Me miras con buenos ojos. Mira está un poco torcida aquí. Pensé que me iban a dar una paliza mortal, pero no me pegaron más. Me soltaron y el hombre del puñetazo me dijo ‘hija, en esta zona de la ciudad no se roba nada sin mi permiso’. Luego me levantó, mientras yo sangraba por la nariz, y mirándome a la cara me repitió ‘no sin mi permiso’. Se sentó en uno de los taburetes de la casa y encendió una pipa. Luego se presentó como Hakkim, y les dijo a sus matones que me sentaran. ‘No eres mala’, me dijo, ‘para ser una aficionada, pero estás robando a la gente equivocada’. Luego me cogió por la barbilla e ignorando la sangre que le manchaba la mano añadió, ‘y además eres mona, creo que podrías ser de utilidad en mi grupo’.

¿Te invitó al gremio de ladrones?

Sí, y acepté, claro, que otra cosa podía hacer. Me pusieron una capucha de tela basta y me llevaron por calles que en cualquier caso no conocía, hasta donde tenían su propia guarida. En las profundidades de la ciudad, ocultos de las autoridades llameantes de arriba. En realidad mi suerte de adharif había regresado. Cuando debía refugiarme de la autoridad me acogían los que detestaban la autoridad y me ofrecían el mejor lugar de todos para ocultarse. El Nido de Ratas Nocturnas, que es como lo llamaban, la guarida de Hakkim, uno de los señores del crimen de la ciudad.

Y te hiciste ladrona.

Sí, aunque eso es muy genérico, me entrenaron para mangui, incursora y gancho. Lo que mejor se me daba era lo de gancho. Me ponían ropa más o menos elegante y mis rizos rojizos embelesaban a los primos mientras les convencían de que les estaban vendiendo un salvoconduto por todos los territorios del sultanato o una recomendación firmada de puño y letra por el mismo profeta.

¿Cuántos años estuviste con… en el Nido de Ratas Nocturnas?

Casi tres. Allí aprendí a disimular, a pasar desapercibida de verdad, escalar, y ocultarme en las sombras de una ciudad, y sobre todo a observar las oportunidades.

Toda una experta ladrona.

Ya me vas conociendo. Soy adharif, monstruoso ser del desierto, asesina amante del fuego, timadora y ladrona. Te dije que no te gustaría.

No es un buen historial, pero te viste forzada a ello y en cualquier caso no importa lo que hagamos, sino lo que haremos. Lo que haremos es lo que somos. Así que dime, ¿eres una ladrona? ¿Una timadora?

Dejé todo eso atrás, hace tiempo. Aunque no fue fácil. Hakkim nos vigilaba a todos de cerca. Nos daba nuestra parte de los trabajos, claro, pero no demasiado, y nos animaba a gastarnos lo ganado con alegría, como decía él, ‘ignorad el futuro, hijos míos, ignorad el futuro, pues lo más probable es que esté lleno de sogas, hogueras o manos cortadas’. Pero él, sí que ahorraba, atesoraba. En realidad tenía miedo de que alguno de nosotros se hiciera lo bastante listo como para abandonarlo, para montar otra banda rival y echarlo de su territorio. También tenía miedo a envejecer y a que su fuerza física, a la que tanto apreciaba, desapareciese.

Y, ¿durante todo aquel tiempo tu poder… no lo manifestaste, no lo usaste?

Tenía miedo. Tenía miedo de que me descubriesen, pero tenía aún más miedo de que volviese a ocurrir lo de la plaza, a volver a matar a mucha gente que no se lo mereciese.

Y, ¿pudiste mantenerlo bajo control?

Sí, más o menos. Algunas veces, haciendo el amor…

¿Haciendo el amor?

Oh, Nasree, no soy una sacerdotisa virgen. No creerás que durante tres años estuve con esos hombres recios y descarados absteniéndome del sexo, ¿no? No, Nasree, soy una mujer con necesidades, y además hubiese sido incluso peligroso ser demasiado… estrecha.

Ah…

No te frustres Nasree, no han sido tantos hombres. Otro día discutimos la cantidad. Pues algunas veces, haciendo el amor, mis ojos se iluminaban y notaba cómo mi pelo estaba a punto de inflamarse. Pero tuve suerte y nadie se fijó en ello.

Y luego ya te presentaste al programa.

Oh, no, no. ¡Qué mono! Debes pensar que soy mucho más joven. No, Nasree, aún queda bastante de mi historia por contar. Al final me fui del Nido de Ratas, me largué de Alcamisso porque hacer de chica exótica que hacía de gancho no era lo mío. Ya había probado lo de revisar en viejas ruinas y quería volver a hacerlo.

Regresaste a Al Fartha entonces.

No, en aquella ciudad me conocía demasiada gente, y estar en el sultanato era demasiado peligroso, me marché a Al Hassim; pero antes de que te cuente eso, quiero contarte otra historia que me pasó en Alcamisso.

De acuerdo, adelante.

Una noche descubrí dónde guardaba Hakkim sus tesoros, a dónde iban a parar las ganancias que nos escatimaba a los demás.

¿Los enterraba o algo así?

No. Estaban en tierras, no enterradas.

¿En tierras?

Hakkim tenía una familia que nos mantenía oculta. Un hermano con una esposa y unos lindos hijos, y les daba el dinero ganado para que fuesen ampliando poco a poco la finca familiar. Hakkim, el pendenciero señor de las calles y de la noche, en el fondo añoraba el entorno de granjero en el que se había criado. Me descubrió espiándolo, así que supo que yo sabía. Me amenazó y yo le aseguré que nunca le diría nada a ninguno de los de la banda, a lo que él me dijo que claro que no lo haría o desaparecería en el fondo de un pozo.

¿Tan malo era que supiesen que invertía su dinero en tierras de labranza?

Creo que los otros jefes le habrían perdido el respeto y no hubiese durado mucho. Probablemente no hubiésemos durado mucho ninguno de los de la banda, así que el silencio era la mejor opción para mí.

Lo chantajeaste.

Sólo al final y sólo para que no me siguiera cuando me fui, pero no es esa la parte importante de esta historia.

¿No?

No, lo importante es que me di cuenta en ese momento que yo no añoraba mi aldea, mi pasado y mis cabras. Yo no añoraba ser pastora. Me di cuenta en ese momento que lo que añoraba era el viaje, los peligros, aterrorizar a terroríficos trolls hasta hacerles cantar la información que conociesen sobre misteriosas tumbas y tesoros perdidos. En ese momento me di cuenta de que lo que había sido probablemente un capricho de la niña pastora, vivir aventuras en lugares peligrosos, era realmente mi auténtica naturaleza. Yo era aquella que había acompañado a los enanos. La que sobrevivía a trampas de fuego y estaba a punto de encontrar una poderosa reliquia.

Shamsia, ¿lo que me dices, es que realmente querrías ser una de las que penetran las ruinas de la Vieja Ciudad a rescatar parte de lo que perdimos?

Eso, me gustaría mucho.

Es muy peligroso, Shamsia. Muchos mueren y otros muchos sufren algo peor.

Eso me han dicho, pero vosotros, cuando me aceptéis, me entrenaréis muy bien, ¿no?

Es muy peligroso, realmente lo es.

Viendo las tierras del hermano de Hakkim, descubrí que el peligro me da la vida, Nasree. Lo amo más que a los hombres, ¿lo entiendes?

Sí.

Pero no te deprimas, chico, los hombres me gustan mucho, y algunos me gustan especialmente. Ven aquí.

Shamsia, por favor, continúa con la historia. ¿Cómo te marchaste de Alcamisso y de tu vida de ladrona?

Pues, por una parte estaban mis deseos, y por otra parte las autoridades de la ciudad empezaron a hacer las cosas muy complicadas. El Profeta Yaffer dijo públicamente que los ladrones y los timadores no sólo eran delincuentes, sino enfermedad de la sociedad a los ojos del dios. Y todos sabían cómo trataba él la enfermedad, normalmente cortando los miembros enfermos, tanto la parte enferma como el resto del miembro. Toda la ciudad se dio cuenta del mensaje. Si los ciudadanos no colaboraban activamente en frenarnos el cercenaría los barrios en donde se sospechaba que estuviésemos. Cuando surgía un brote epidémico, Yaffer quemaba el barrio entero, con sus habitantes dentro. Haría lo mismo con nuestros barrios. Así que ahora los trabajos estaban paralizados, y todos temíamos que los viejos colaboradores de los barrios humildes ahora fuesen nuestros delatores. Estaba harta, pero no del riesgo, sino de la inactividad, así que una noche pillé a Hakkim a solas y le dije que me iba. Primero se rio de mis intenciones, y me dijo que si quería más parte de los botines tendría que esforzarme más. Cuando insistí en que me iba a ir, empezó a amenazarme. Me dijo de todo y yo me limité a decirle que no tenía miedo de un agricultor. Podría haberme salido muy mal, mortalmente mal, pero coló. No se atrevió a detenerme, y por fin salí de la ciudad. Volvía a ser una mujer segura de mí misma. No, en realidad, ahora era una mujer segura y en un caballo, antes sólo era una chica que creía saber de qué iba el mundo montada en una mula.

El campo abierto ante ti y las heridas curadas. Heroína dispuesta a la cabalgada.

Nunca he podido ni podré curar la culpa de lo que hice en aquella plaza, pero por lo demás, sí, estaba dispuesta. Nada más salir de Alcamisso encontré un cruce del camino que me indicaba por dónde se encontraba la libertad, y ahora ya sabía leer las indicaciones. El camino del más al norte decía ‘A tierras de los nórdicos por el paso de Alil’, estaba cubierto por pintura roja. El camino de más al sur decía ‘Salasem y los Puertos Imperiales’. Y los tres intermedios decían: ‘Talesmel y camino de caravanas’ –que estaba también cubierto de pintura-, ‘Al Hassim y Montañas Rojas’ y, por supuesto, ‘Al Fartha y Valle de Trolls’. El norte me atraía, era una tierra de cuentos, con caballeros cubiertos de reluciente acero y sacerdotes del empalado, pero me habían explicado que en medio se levantaba ahora el reino del Negka de los shontaros, y temía a los shontaros y su gusto por las esclavas exóticas. Al Fartha no era una posibilidad, y la costa no era mucha mejor opción. Así que sólo me quedaba un lugar Al Hassim.

Al Hassim y las montañas rojas. La ciudad del hierro, del acero, la puerta del Desierto Árido, la más próspera de las ciudades del Triángulo de la Prosperidad.

Así he escuchado que era en los tiempos antiguos. Hierro en la ciudad roja de Al Hassim, diamantes y oro en la ciudad amarilla de Al Kars y turquesas en la ciudad blanca de Tabar.

Por no hablar de las infinitas praderas de sal y otras tierras de utilidad del oasis de Al Kots.

En el fondo lo más útil es la hierra y la sal, pero, ¿a quién impresionan frente al oro, los diamantes y las turquesas de las otras ciudades? Tabar es hermosa, pero está atrapada bajo las damas blancas y rodeada del desierto. Al Kars es majestuosa, noble, sus resplandecientes cúpulas chapadas en oro ocultan el hambre de sus vegas secas, de sus rebaños raquíticos y de sus montañas repletas de monstruosas alimañas. Es la ciudad roja de Al Hassim la destinada a la gloria. Es una ciudad prodigiosa donde el que desea prosperar puede hacerlo trabajando sin descanso Es una ciudad en la hasta los que no son humanos son respetados si demuestran su valía. Los Adhá protegen a los artesanos, sean quienes sean y su iglesia del sol, es razonable. Me gustan los Adhá y su gente. La ciudad me trató bien.

Pero, ¿cómo llegasteis hasta ella? ¿No hay tropas en las fronteras?

Sí y no. Entre los Adhá y el Profeta no hay ninguna simpatía, pero el Sultanato Llameante, tiene demasiadas fronteras, eso lo aprendí durante mi estancia en Alcamisso. A su noreste la familia Kat Rabal, lo que queda del viejo sultanato, intenta recolonizar las antiguas tierras de los castis, las ruinas y sobre todo las costas, amenazando no sólo las aguas del Mar de Calmathara, sino representando una vía de escape para todo aquel que encuentre intolerable el régimen del Profeta. Al norte el Negka de los shontaros representa un peligro constante, siempre dispuesto a cabalgar con una infinidad de jinetes sobre las tierras fértiles. Los libertos de Tabar son una espina en el corazón del Profeta, cuyas tropas fracasaron en devolverlos a las cadenas. Por si fuese poco, los desertinos aún saquean los bordes del sultanato y quién sabe si aún no quedan, entre las dunas, ejércitos del Señor de la Noche. No, el Profeta no puede cerrar su frontera con la ciudad roja. Necesita el hierro, de la misma forma que el señor de la ciudad necesita la comida que llega desde el sultanato. Ambos se odian, y ambos se toleran. Los ejércitos de unos y de otros son atacados de inmediato en territorio contrario, pero los comerciantes cruzan constantemente la frontera sin ser molestados. Así que, en cuanto pude, me uní a unos comerciantes. No eran muchos, pero sabían lo que se hacían. Estaban liderados por Abdul, un hombre que llevaba en el camino desde que era un niño y que siempre había hecho esa ruta, la que unía Alcamisso con Al Hassim al norte de Al Fartha, y su caravana había crecido con toda clase de gente de todas partes. Sureños perdidos en el norte al perderse la vieja ruta que llevaba desde Kiobi hasta Verna. Desertores de todos los ejércitos. Refugiados de todas las fronteras. Hasta un devorador, como los llamáis, hasta un bebedor de sangre sacado de entre las ruinas de Talesmel, que le servía a Abdul para leer la mente de aquellos con los que hacía negocio. Nadie era rechazado en la caravana de Abdul, ni siquiera yo, la chica de pelo como las llamas y piel como la nieve.

Parece un sitio dónde podrías haberte quedado a vivir, ¿no? Un lugar que no rechaza lo extraño.

¿Y volver cada poco al sultanato del profeta? No gracias. Y aunque no fuese ese uno de los extremos del viaje yo no estaba buscando una casa en la que vivir, y mucho menos una vida en la que se repitiese una y otra vez el mismo viaje. Yo quería sentir el peligro, zambullirme en aventuras como las de los cuentos. Y si no podía ser, al menos aprender muchas más cosas, cosas nuevas.

Y, ¿encontraste aventura en Al Hassim?

No tanta como había esperado. No tanta como deseaba, pero sí que aprendí un nuevo uso para mi poder.

¿Cuál?

Se hace tarde, ¿paramos un poco? Si quieres podemos volver un rato más, ya por la noche.

De acuerdo. Estoy intrigado con lo del nuevo uso.


Oh, en realidad es sencillo de adivinar, pero luego te lo cuento. Vayamos a tomar alguna cosa.

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