22.4.14

44.5

Apenas recuerdo a aquella niña que quería salir conmigo, tan sólo tengo claro que era más alta que yo, algo que nunca me ha gustado en una mujer, aunque por aquel entonces probablemente muchas niñas eran más altas que yo. Me parece que era morena y normalita de cara, no me acuerdo muy bien, lo que es seguro es que no me llamaba la atención. Estoy casi seguro que para entonces ya se me había despertado el apetito sexual. Recuerdo bien aquel momento. Fue repentino, temprano e inesperado. Mi primer objeto de deseo fue una castaña de piel tostada, de escasa camisa mojadísima arrodillada sobre la arena de una playa con cocotera incluida, que probablemente anunciaba alguna clase de ron. Estaba en una revista que escondí para poder acceder a mi castaña de piel tostada siempre que me apetecía, lo que era todo el rato. Tal vez por aquel anuncio al final las mujeres que más me atraen son las castañas de piel tostada, aunque lo cierto es que al final me aficioné al vodka y no al ron, pero eso es otra historia. Otra historia de mujeres, claro.

Así que para aquel entonces estoy convencido que ya se me había despertado el apetito sexual, pero no era algo que tuviese como… central. No sé, por aquel entonces era sobre todo un empollón gafotas, con la cabeza llena de los misterios del mundo, del alma, de la lógica y de la filosofía –por mucho de me apeteciese muchas veces la castaña del ron. Con todos aquellos temas dándome vueltas en la cabeza era también muy despistado. Recuerdo que un día de pronto me di cuenta de que vivía en el número 44 de mi calle. Eh… la idea de que no había pensado en que tenía un número, ya es… bueno, de andar muy mal, pero lo cierto es que encima los dos cuatros están en la fachada de mi casa, en blanco sobre azul marino bien claritos. Pues no los había visto, podéis creerme. Así de despistado soy. Por cierto, me gusta el número, 44, habrá que hacer algo con él. La cosa es que aquel día, en el club, al lado de la pista de basket recuerdo haber estado muy ensimismado, dándole vuelta alguna tontería como la existencia de dios, o el libre albedrío, cuando aquella chica me asaltó por sorpresa y me dijo aquello de que su amiga quería salir conmigo. Creo que la miré con asombro total y ella me la señaló, como si aquello lo explicase todo. La volví a mirar extrañado y le dije que no quería, que no estaba interesado. Pobre de mí, si hubiese sabido mi éxito posterior con las mujeres, me habría casado con aquella morena de cara normalilla demasiado alta. Recuerdo que la chica que me asaltó, de la que no recuerdo nada de nada -¿castaña?, ¿pelo ondulado?, un vestido corto tal vez- se acercó hasta su amiga para darle mi respuesta –creo que mi pretendiente llevaba un vestido oscuro- y aquella se puso a llorar. Inmediatamente empezaron a lloverme las críticas furibundas que rozaban las amenazas por parte de todo el círculo de amigas de la que me quería para salir.

Me cabreé mucho, pero no fue por las críticas y los gritos, sino por el llanto de ella. Ahí andaba yo pensando en la quinta esencia y de pronto una venía a hablarme de salir, tal vez hasta de ‘novios’ en ese sentido ridículo de los críos. Le había contestado lo lógico, que no, que aún no sabía si dios era omnipotente pero había decidido no intervenir para respetar nuestro libre albedrío o tan sólo era un cachondo – por cierto, si es que existe, ahora ya lo tengo claro, es un cachondo- y se había puesto a llorar. ¿Pero qué diablos era aquello? Lo siento chica, no era el momento. Como ya he dicho lo cierto es que debería haberme casado contigo.

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