4.5.14

44.10

El teatro me trajo todo un universo de nuevas fronteras que explorar. No sólo el arte dramático en sí con todas sus grandezas y pobrezas, no sólo aquella nueva faceta de la literatura que tanto tiene de creación cooperativa, no sólo en lo que respecta a mis relaciones personales y a la rotura del cascarón. No sólo. Aquello me abrió a conversaciones con personas que jamás hubiese considerado antes y a un mundo de nuevos autores, de nuevas formas de entender la narración. Ya había leído mucho, claro, pero en el fondo tampoco me había apartado tanto de lo que se espera que lea un empollón gafotas, el hermano mayor formalito. Quiero decir, que como muchos niños de entonces había empezado leyendo cosas como ‘El club de los Cinco’, y tebeos, desde luego, como Astérix, Tintín… También había recorrido las obras completas de Julio Verne, y cuando digo completas, digo completas, hasta ‘El rayo verde’. Y las cosas normales de moda en ese momento, como ‘Momo’, ‘La historia interminable’ de Ende, o los libros de J.R.R. Tolkien. Lo que se esperaba que un empollón hubiese leído para entonces, lo más raro que había explorado era a Poe y la fascinante ‘Metamorfosis’ de Kafka. Oh, Kafka, olvidaos de sus novelas, sus cuentos, sus cuentos sí que desgarran y ‘El viejo manuscrito’ es perfecto, ni siquiera Cortázar supera esa perfección. Pero no adelantemos, que aún quedan muchos relatos y muchas mujeres que mencionar. Aunque ya había leído mucho –oh, he tenido un imperdonable olvido, porque ya había probado las mieles de Hermann Hesse, pero de él y de mis problemas con ‘La Montaña Mágica’ ya hablaremos más adelante- no tenía ninguna formación en la literatura auténticamente de género. Ray Bradbury en ‘Zen en el arte de escribir’ dice que no hay tiempo perdido, que todo lo que lees y todo lo que vives te aporta algo, por muy basura que sea o por muy soso y aburrido, o incluso triste y frustrante que te parezca.

Para muchas personas el concepto de que leer literatura de serie B o de género muy marginal, sea algo positivo les parece inconcebible. Son personas, que por lo general tienen una carga muy pesada de remordimientos, educados demasiado estrictamente en la cultura del esfuerzo. Tener autocontrol y disciplina es bueno, pero tener demasiados límites, estar constreñido hasta el punto de preocuparse de si se está viviendo la vida correctamente, es negarse a uno mismo vivir, es matar la imaginación y el espíritu creativo. Hay que liberarse y probar hasta lo que no te gusta, pero sobre todo hay que probar lo que te parezca inapropiado e inadecuado.

No sé para el común de los mortales, pero para alguien que siente la intensa necesidad de escribir que yo siento, para un escritor, leer algo de mierda es fundamental. La mierda está llena de ideas por explotar, de fértiles ocurrencias que merecen una segunda oportunidad. Nunca sabes de dónde va a surgir tu siguiente historia, así que fertilizar tu mente con toda clase de abono es fundamental, y la mierda es un abono ideal. Pero además, ¿cómo sabes que no estás engendrando un bodrio o un best-seller –lo que es peor- si no has leído los bodrios más populares?


Pues como decía, el teatro trajo a mi vida las primeras conversaciones con los auténticos fans. Yo nunca he sido un auténtico fan. Soy demasiado escéptico o demasiado crítico como para alcanzar la categoría de fan. Ni siquiera soy un trekkie auténtico, que es la tribu freak a la que más me aproximo. Los fan están convencido de la bondad de lo que genera su movimiento, su autor o su mundo de fantasía favorito. Los adoran y necesitan más y más de ellos. Les envidio la pasión que muestran por ‘su cosa’ y era esa pasión la que me llevó a describir un buen montón de libros realmente malos que voy a tener la decencia de no mencionar.

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