El teatro me trajo todo un
universo de nuevas fronteras que explorar. No sólo el arte dramático en sí con
todas sus grandezas y pobrezas, no sólo aquella nueva faceta de la literatura
que tanto tiene de creación cooperativa, no sólo en lo que respecta a mis
relaciones personales y a la rotura del cascarón. No sólo. Aquello me abrió a
conversaciones con personas que jamás hubiese considerado antes y a un mundo de
nuevos autores, de nuevas formas de entender la narración. Ya había leído
mucho, claro, pero en el fondo tampoco me había apartado tanto de lo que se
espera que lea un empollón gafotas, el hermano mayor formalito. Quiero decir,
que como muchos niños de entonces había empezado leyendo cosas como ‘El club de
los Cinco’, y tebeos, desde luego, como Astérix, Tintín… También había
recorrido las obras completas de Julio Verne, y cuando digo completas, digo
completas, hasta ‘El rayo verde’. Y las cosas normales de moda en ese momento,
como ‘Momo’, ‘La historia interminable’ de Ende, o los libros de J.R.R.
Tolkien. Lo que se esperaba que un empollón hubiese leído para entonces, lo más
raro que había explorado era a Poe y la fascinante ‘Metamorfosis’ de Kafka. Oh,
Kafka, olvidaos de sus novelas, sus cuentos, sus cuentos sí que desgarran y ‘El
viejo manuscrito’ es perfecto, ni siquiera Cortázar supera esa perfección. Pero
no adelantemos, que aún quedan muchos relatos y muchas mujeres que mencionar.
Aunque ya había leído mucho –oh, he tenido un imperdonable olvido, porque ya
había probado las mieles de Hermann Hesse, pero de él y de mis problemas con ‘La
Montaña Mágica’ ya hablaremos más adelante- no tenía ninguna formación en la
literatura auténticamente de género. Ray Bradbury en ‘Zen en el arte de
escribir’ dice que no hay tiempo perdido, que todo lo que lees y todo lo que
vives te aporta algo, por muy basura que sea o por muy soso y aburrido, o incluso
triste y frustrante que te parezca.
Para muchas personas el concepto
de que leer literatura de serie B o de género muy marginal, sea algo positivo
les parece inconcebible. Son personas, que por lo general tienen una carga muy
pesada de remordimientos, educados demasiado estrictamente en la cultura del
esfuerzo. Tener autocontrol y disciplina es bueno, pero tener demasiados
límites, estar constreñido hasta el punto de preocuparse de si se está viviendo
la vida correctamente, es negarse a uno mismo vivir, es matar la imaginación y
el espíritu creativo. Hay que liberarse y probar hasta lo que no te gusta, pero
sobre todo hay que probar lo que te parezca inapropiado e inadecuado.
No sé para el común de los
mortales, pero para alguien que siente la intensa necesidad de escribir que yo
siento, para un escritor, leer algo de mierda es fundamental. La mierda está
llena de ideas por explotar, de fértiles ocurrencias que merecen una segunda
oportunidad. Nunca sabes de dónde va a surgir tu siguiente historia, así que
fertilizar tu mente con toda clase de abono es fundamental, y la mierda es un
abono ideal. Pero además, ¿cómo sabes que no estás engendrando un bodrio o un
best-seller –lo que es peor- si no has leído los bodrios más populares?
Pues como decía, el teatro trajo
a mi vida las primeras conversaciones con los auténticos fans. Yo nunca he sido
un auténtico fan. Soy demasiado escéptico o demasiado crítico como para
alcanzar la categoría de fan. Ni siquiera soy un trekkie auténtico, que es la
tribu freak a la que más me aproximo. Los fan están convencido de la bondad de
lo que genera su movimiento, su autor o su mundo de fantasía favorito. Los
adoran y necesitan más y más de ellos. Les envidio la pasión que muestran por ‘su
cosa’ y era esa pasión la que me llevó a describir un buen montón de libros
realmente malos que voy a tener la decencia de no mencionar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario