No fue la única, aunque tampoco
fueron tantas. Creo que hubo alguna más de guiñol, y tal vez una que era de
árboles. La última que recuerdo fue una obra para niños bastante extraña: los
rusos y los americanos llegaban simultáneamente a Marte, cada grupo en un
extremo del recinto de representación, unos en el escenarios y otros al fondo
del mismo y entonces empezaban a discutir y luego a dispararse unos a otros
entre los asientos de los espectadores. Unos marcianos entre tanto se escondían
asustados y finalmente una especie de figura sabia conseguía poner a salvo a
los marcianos haciendo que los dos grupos de astronautas se reconciliasen. Creo
que la figura sabia era una especie de dragón. Por aquel entonces mi
antiamericanismo no se había transformado en comunismo, pero ya se perfilaba
una rusofilia clara, aun así la obra no ponía a los rusos de buenos, y a los
americanos de malos, más bien estaba repleta de los tópicos de ambas partes, un
poco rollo 1,2,3… que buena esa película. De vez en cuando aún me la pongo. Ya
veis mucho antes de probar una gota de vodka yo apreciaba lo ruso.
Mi rusofilia se ha perdido,
claro, a base de decepciones, lo mismo que mi comunismo. Dejándome sólo la idea
clara de que el capitalismo sin más no es la solución, y que la propiedad
privada es más un problema que una solución a estas alturas de la historia. Así
como que las cosas que merecen la pena se hacen entre mucha gente y con la
voluntad de mucha gente o no se hacen. No quiero para nada a los líderes ni a
los gurús, ni creo que nada realmente bueno surja de la visión de una única
persona. Por todo ello es por lo que he acabado siendo anarco colectivista,
aunque no viva como uno de ellos. Probablemente si lo hiciese, ahí metido en
una casa ocupada acabaría igualmente decepcionado… o no, quién sabe, ya lo
veremos.
Lo raro es que a pesar de
aquellas primeras obras muy tempranas, y a pesar de que mi relación con el
teatro se mantuvo por muy largo tiempo, no he vuelto a hacer obras. Ninguna. Es
curioso, pero la verdad es que es un tema que no me llama demasiado. Y eso que
odio el narrador universal, y por lo general narro siempre en primera persona o
algo parecido. Sin embargo el teatro… no entiendo muy bien la razón, pero lo
cierto es que nunca me surgen ideas para obras. Hay algo de desagradable para
mí en el rol del autor de teatro. Las obras, si no son cómicas, siempre
contiene alguna clase de mensaje. El autor dispone los personajes para que
ocurra algo, juega un poco al rollo destino, al rollo parca, no deja a sus
personajes ‘vivir’, sino que los usa para mostrar su relato, su visión, su
mensaje. Por eso el autor de teatro es un tanto gurú, líder, profeta y esa idea
no me gusta. Claro, que en el fondo todas mis obras tienen algún mensaje, sino
no serían ni mínimamente interesantes. Me aburren las obras que no van de nada,
esas novelas gigantes que cuentan nada en absoluto, ni siquiera entiendo bien
para qué se escriben, así que tal vez mi razón para no escribir teatro sea
otra. Tal vez no me apetece nada estar tan expuesto. Adoro el teatro. Salir a
representar y sobre todo la parte previa, la de ensayar y discutir con el resto
del grupo el significado y la forma de mostrarlo más adecuada. Pero, de ahí a
ser el ‘líder’/autor… tal vez sea eso.
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