13.11.14

Majid. 12

Día Décimo noveno del mes de los Vientos del año 208

Ya estamos de vuelta. Ha habido un poco de todo en esta visita al Valle de las Ruinas, incluyendo algunos momentos que me han dado miedo; pero en general ha sido hermoso y vivificante. Además nos ha hecho bastante buen tiempo, a ratos incluso parecía verano, y casi todos los días el cielo tenía grandes claros. Los colores en todo el camino han sido mucho más hermosos de todos que los que he visto aquí desde que llegué. No. La verdad, es que el mundo parecía estar pintado con mejores colores de los que había usado en todo mi viaje hasta aquí.

El primer día salimos de Yarim, muy temprano, aún de noche, cuando los pastores aún estaban calentando el desayuno y ni estaban pensando aún en ir a por sus rebaños. Ireya nos saludaba desde el cielo abrazada a sus dos pequeños y su luz le daba a todo una apariencia irreal, pero en un sentido agradable, como si fuese el despertar de un sueño apacible.

Llevábamos demasiadas cosas, entre mantas, ropas, calzado de repuesto, comida, incluso agua, y sobre todo la tienda. Intenté cargar con la parte que le correspondía a Djamila, pero me miró con tal cara de sorpresa que ni se me ocurrió insistir. Aun así he de reconocer que a mitad de la jornada creía que se me iban a caer los hombros del dolor. Y es que el valle está realmente muy lejos. Salimos antes del amanecer y para cuando llegamos se había pasado con mucho la hora de almorzar.

Una de las cosas en las que tenía razón Djamila era en que una vez pasadas las colinas de los cercados el paisaje cambia mucho. A base de caminar sólo por los al rededores del Pozo me estaba perdiendo todo eso. La nieve y el barro ya casi se han ido tras estos primeros días de verano en el pueblo y en las llanuras del norte. Eso ha dejado, en el pueblo, un panorama de hierbas incipientes con ganas de recuperar el tiempo perdido, y de ovejas y cabras flacas y hambrientas que intentan comérselas más rápido de lo que pueden crecer. Por eso, los cercados con una tierra secarrona y pisada, que poco a poco tiende a polvorienta. Pero, ah, más allá. Nada más terminar las tierras privadas del pueblo, un terreno ondulado de corazoncillos muertos y de corre-cabras, mezclados con avenas de montaña, tréboles rojizos y amarguillos está tornando el marrón del barro en verde esmeralda teñida de rubí y topacios. Los rebaños de aquellos que han agotado sus pastos privados, o los que simplemente no tienen espacio para tanto ganado, salpican esas praderas de tañidos de cencerros de todos los tamaños.

Allí mismo estaba nuestra primera parada, en un hoyo entre colinas que Jalal conocía como el Lugar Podrido, y no me extraña. Menudo olor. Es un segundo pozo, el agua no cae aquí de lo alto como en Yarim, sino que brota muy caliente y burbujeante de un agujero con olor a huevos putrefactos. El agua es completamente insalubre y deja en las orillas un cerco de polvo amarillo y anaranjado, aparentemente azufre mezclado con algún otro mineral. Pero en este lugar tan adverso a la vida crece la planta que hemos venido a buscar, una especie de corre-cabras de color azulón, de hojas escamosas y tallo rojo repleto de espinas. Jalal lo llamó la hace-viudas, y no entendía que pudiese ser parte de ningún tratamiento. Al parecer es extremadamente venenosa tanto para el ganado como para los humanos. Pero yo sé bien que en pequeñas dosis casi todos los venenos son medicinas. Hemos llenado medio saco de estas desagradables plantas sanguíneas, espinosas y apestosas.

La primera sorpresa me esperaba al poco de apartarnos del Lugar Podrido. Un serenísimo hombre de los tiempos pasado, estaba petrificado sobre un pilar y con total paciencia señalaba para siempre en dirección de las montañas. Djamila me ha dicho que allí lo llaman el Leoncillo, porque aunque ya no tiene cabeza, al parecer hace mucho tiempo tenía una y no era humana sino de león. No sé qué deidad casti se representaba con cabeza de león, me temo que soy un inculto en historia, pero apostaría a que una guardiana de los caminos o algo parecido. El Leoncillo marca el camino al Valle de las Ruinas. Así que seguimos la dirección que indicaba su incansable brazo.

Por ese camino, primero me encontré con unas praderas que no había visto en la alta montaña de mi tierra. Allá en Kamaj, en la parte alta del valle, una hierba, la cervuna, que se protege a sí misma siendo tan densa que es como un colchón de los buenos, y caminar sobre ella es como hacerlo sobre una pila de alfombras. Aquí, sin embargo, tal vez por la falta de agua que allí nos sobra, las plantas de montaña tienen un aspecto feroz. En muchos casos como látigos llenos de pinchos, adornados por hermosas flores grandes de colores vivos que mucho contrastan con el resto de la planta. Hay muchos arbustos de hojas escasas, y en algunos casos las únicas plantas que se ven parecen como cactus, más propios de los roquedales del desierto. Pero en todos los casos, estas plantas duras y desagradables, estaban adornadas por grande flores recién salidas al pos del calor recién apuntado. Es el reino de los insectos, incluyendo hermosas y enormes mariposas que parecen llevar también las flores al aire.

En una de aquellas laderas de flores revoloteantes encontramos la segunda planta que estábamos buscando para mi tratamiento. Unos cactus verdes no más grandes que una mano, achaparrados, casi como una calabaza, algunos de ellos con una florecilla blanca de centro dorado. Nunca había visto esta planta,  Jalal claramente la conocía y también le sorprendió que la recogiésemos. Esta vez ni siquiera quiso darme el nombre. Intenté preguntarle a Djamila, per se unió al silencio respecto a esta planta y ambos parecían muy divertidos. Ya me explicará el viejo que es esto. ¿Alguna clase de afrodisíaco? En cualquier caso llenamos el resto del saco con estas peculiares plantas.

Y seguimos caminando. Entramos en una garganta bastante estrecha donde me esperaba la segunda sorpresa. Justo al acabar la garganta y, viendo ya delante de nosotros el Valle de las Ruinas, flanqueaban el paso dos estatuas enormes talladas directamente en la roca, de al menos seis o siete metros cada una de ellas. Djamila las llamó la Antigua Pareja. Jalal dijo que eran la representación de un par de antiguos pastores, ella y él, lo que me hizo sonreír. Les pregunté qué porqué lo sabían y ambos me dijeron que era por los pequeños bastones de pastor. No soy ningún historiador, pero hasta yo sé reconocer el cetro de mando de un par de kunis, los reyes de los casti. Lo que no me explico es porqué una de las dos figuras es de una mujer. No conozco la historia de una mujer que gobernase el reino de los castis. Ojalá supiese leer su antigua lengua jeroglífica. Las estatuas estaban muy desgastadas por el tiempo, y cubiertas de liquen, pero en su base aún se puede leer las inscripciones que les pusieron al construirlas. Y con ello quiero decir que alguien aún puede leerlas, porque ni yo ni mis acompañantes sabemos.

El valle en sí estaba delante de nosotros y enseguida comprendí lo que era. Un lugar de peregrinación. El valle es más o menos circular y bastante estable en cuanto a altura. En realidad es tan plano que se puede sospechar si no sería aplanado por los antiguos constructores. En su justo centro se levanta una enorme columna, de esas acabadas en punta que creo que se llaman obeliscos, y que creo que representa un rayo de nuestro Dios, el sol, aunque en aquellos tiempos se llamaba Agha y no Al Kars. Justo detrás del obelisco y al fondo del valle, se alza el templo principal, y el enorme disco solar en piedra en su fachada principal no deja dudas en cuanto a qué dios está dedicado. Todo alrededor del valle hay otros templos, ya en ruinas, claro, dedicados a otras deidades menores, lo que ahora llamaríamos ángeles. Justo a nuestra derecha una estatua de una mujer con cabeza de vaca domina un templo en muy mal estado y pequeño, rodeado de un montón de casas de las que sólo quedan los cimientos. Creo que a esa deidad la llamaban Serakh, y que era la diosa de la agricultura. Las casas junto al templo probablemente debieron ser donde los peregrinos recibían hospedaje. Siguiendo por la derecha, hay otro templo, este dedicado a la diosa con cabeza de halcón, Misaki, al que aún se menciona en la escuela de hakines, la diosa del conocimiento, aunque en las representaciones que he visto en Balidram era un dios y no una diosa. El siguiente templo, justo antes del dedicado al Sol, no tiene ya estatua, así que resulta difícil de saber a quién está dedicado. Justo tras él, ya a la izquierda, el dios rector parece ser un hombre enfermo, y sentado, casi muerto. Jalal dice que es un dios antiguo del renacimiento, de la primavera. Si es así nos convendría rezarle un poco. Tras él, se eleva un impresionante templo de piedra negra, con otra diosa, esta vez con cara de felino, una pantera tal vez, que de nuevo desconozco. Djamila dice que es la diosa de la justicia. Y finalmente no tan lejos de la entrada del valle, se levanta el reconocible cementerio, con tumbas y un imperturbable Marokh de bronce con cara de chacal de pie, con su báscula y su vara de medir.

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