18.11.14

Majid. 15

Día Vigésimo segundo del mes de los Vientos del año 208

He tenido un ataque muy intenso. Estuve toda la mañana del día después de nuestro regreso haciendo todo el ejercicio que pude, incluyendo una caminata que me llevó hasta el Pozo Podrido -qué olor tan peculiar tiene ese lugar- y para cuando regresé tenía un hambre como no he tenido en la vida. Las mujeres de la casa estaban un poco enfadadas porque les había hecho esperar para la comida, incluso Djamila, aunque esta estaba más enfadada porque ni había intentado llevarla conmigo en mi caminata. Intenté pedir perdón, pero no llegué hacerlo, en lugar de eso empecé a bailar. Cuando vi que mi pierna se torcía hasta marcar un paso de baile, ya sabía lo que iba a pasar. Pero por más que te lo esperes el dolor siempre supera la preparación que puedas tener. El dolor es la realidad más real. Yo que soy un médico, que conoce todo lo que se puede conocer sobre el dolor, yo que soy un Kamaj que he visto sufrir a otros Kamaj, yo que he leído todo lo que se puede leer sobre las fases de mi enfermedad y que sé con todo el detalle que se puede saber cómo el dolor irradia por cada articulación, por cada nervio del cuerpo, yo no he sabido realmente lo que es mi enfermedad hasta que me empezaron los ataques. El primero fue duro, pero este ha sido como los que sufría Yosef y él lo llevaba mejor de lo que yo lo he llevado. Ha sido por el miedo también. Él convivió muchos años con la enfermedad, a mí aún no me tocaba, yo soy demasiado joven, no estoy preparado. Pero es el tratamiento, así me lo explicó Massud cuando vino a atenderme. El tratamiento cura, pero la enfermedad reacciona de esta forma, cuando se aplica. Es un poco como si la enfermedad supiese que voy a intentar evitarla, y me adelantase todo el sufrimiento que me pretendo evitar.

Cuando empecé a bailar, las mujeres se espantaron. Dejaron caer lo que llevaban en las manos. Desaparecieron con gritos. Llamando por ayuda, probablemente, pero a mí me parecía que simplemente huían de mí. Menos Djamila. Ella se quedó a mirarme, y aunque me pareció que lloraba, hizo todo lo posible por mantener una falsa sonrisa. Intentó cogerme la mano, pero ella tenía otras intenciones, más caóticas y menos compasivas. Lo que importa es que estuvo todo el tiempo, mirándome, sin apartarse, hasta que caí al suelo y perdí el conocimiento.

Cuando me desperté, ella estaba de nuevo allí, como tras el primera ataque, masajeándome los músculos, aunque el aceite ahora olía algo mejor, como a plantas. Massud llegó al rato. Me dijo que me recuperaría pronto, que no echase caso del ataque y que pronto estaría listo para volver a los ejercicios. También me contó lo que he dicho antes de la enfermedad. Antes de irse le explicó a Djamila unos ejercicios que ella podía hacer por mí, quiero decir, que me estuvo flexionando las piernas, moviendo los brazos, más allá de los masajes.

La recuperación ha sido aún más rápida que la primera vez, así que tendré que creer a Massud cuando dice que en realidad es una buena señal.


Día Vigésimo tercero del mes de los Vientos del año 208

Ya he vuelto a caminar. Con algo menos de intensidad, unas caminatas tranquilas. Poco más y siempre acompañado por Djamila, que no se fía. Hemos comido y pasado la tarde en casa de Massud, jugando al djerek. Y yo que pensaba que había aprendido. Massud me ha ganado todas las partidas.


Día Vigésimo cuarto del mes de los Vientos del año 208

Un día muy parecido al anterior. Caminata y djerek con Massud. Se ha pasado Jalal con muchísimas cabras a saludarme y a preocuparse por mi salud. Me temo que a estas alturas todo el pueblo sabrá ya que me pasa. Mis intentos por pasar desapercibido ya no significarán nada. Cuando Jalal se alejaba tras despedirse me di cuenta de que ya no podía ver a las cabras igual que antes, en especial las grandes y negras nocturnas, que son idénticas a la estatua del templo oculto.

 Día Vigésimo quinto del mes de los Vientos del año 208

Tras perder ya demasiadas partidas de djerek, hoy he intentado hablar con Massud del tratamiento. Quería saber qué era exactamente lo que me he estado tomando, y cuáles eran las siguientes fases, y cómo funcionaba, y porqué. Quería saberlo todo, pero Massud dijo que creía que aún no estaba preparado para saber todo eso. Se me fue de la mano la frustración, y acabé arrojando el djerek al suelo con furia. Massud se puso a recogerlo con parsimonia, mientras que yo fuera de sí, no sé cuántas cosas le dije, pero en lo que seguro que insistí fue en que estaba más que sobradamente preparado, que si había alguien preparado y dispuesto era yo.

Él se sentó en la mesa y aceptó empezar a contarme algunas cosas. Para empezar la parte principal de lo que estaba tomando era unas gotas de una esencia de un cítrico que sólo se da en Balidran, la Mano de Drumah. En Yarim no hay, ni en ningún sitio cercano, pero para mi suerte hacía muchos años él mismo había preparado una gran cantidad de esencia de la corteza del fruto de la Mano de Drumah, y el compuesto es muy estable, así que aún quedaría suficiente para todo el tratamiento, si es que teníamos suerte. La Mano de Drumah. Los curanderos la usan de todas las formas y la consideran un remedio universal, en particular los que creen estar insuflados por el poder del viejo dios elefante. Pero yo sé bien, que la Mano como mucho produce un efecto relajante, tal vez algo antiespasmódico, pero nada lo bastante fuerte como para curar mi mal. Eso le discutí, y Massud aceptó contarme más. El aceite con el que me frotaban, aumentaba el efecto de la esencia, ya que relajaba a los músculos, aunque tenía posibles efectos secundarios peligrosos. Aplicado durante mucho tiempo y sobre una persona sana estas friegas podrían dejar a alguien completamente paralizado, ya que a larga es un poderoso veneno. Sin embargo, es un veneno beneficioso para mi enfermedad, que en el fondo es justo lo contrario a la parálisis.

No ha aceptado contarme nada más del tratamiento, ni de lo que mes espera más adelante. Su insistente negativa me hace pensar que el tratamiento más adelante oculta sufrimientos aún peores. Empiezo a temerlo.

Día Vigésimo sexto del mes de los Vientos del año 208

Tras mi comportamiento de ayer no he querido subir hasta la casa de Massud. He hecho un ejercicio ligero, he comido en casa de la viuda, y me he dejado ver por el centro del pueblo, aunque al final me he cansado de recibir la compasión de todos, por mi mal. Algunos han sido especialmente dolorosos para mí, justamente los que no han mostrado tanta compasión como curiosidad. Creo que he sido maleducado con algunos, pero es que simplemente no puedo contar la historia de mi familia, no puedo recrearme en los detalles del sufrimiento de los hombres Kamaj, de mis antepasados, no puedo contar cómo el baile se hace cada vez más disparatado, más absurdo llevándonos no sólo a la muerte, sino a una muerte tan dolorosa como ridícula.

Así que al final he pasado la tarde anotando los dibujos del otro libro, escribiendo junto a cada planta el nombre que le dan los Yarimes, sus propiedades y todo lo que he logrado aprender en ete tiempo.

Día Trigésimo primero del mes de los Vientos del año 208

No he vuelto a escribir hasta ahora en este diario, porque leyendo las anteriores entradas me parecía absurdo repetir una y otra vez días casi idénticos de caminatas, comidas frugales y, una vez que reuní el valor, tardes de djerek en la mesa del patio posterior de Massud.

Pero hoy ha pasado algo que merece la pena ser escrito.  Hoy Massud me ha dicho que podíamos empezar la segunda fase del tratamiento, pero que antes de eso tenía que entender a qué me enfrentaba. Y entonces me ha contado su historia. Chizia no era un paciente más que se encontrase. La enfermedad no era algo contra lo que se había enfrentado simplemente, porque estaba allí cuando empezaron lo ataque de Chizia o porque le interesase como caso de estudio. Me ha confesado que Chizia era su hijo. Su madre era una Kamaj, una Kamaj casada con uno de los míos demasiado joven, con un hombre maduro, lo que significa en nuestro caso demasiado viejo. Él y ella se habían conocido en Balidran, mientras él estudiaba. El marido de ella se había trasladado a la capital porque a pesar del muy avanzado estado de su enfermedad, aún se aferraba a cualquier posibilidad, y allí en Balidran podía encontrar toda clase de charlatanes, supuestos hakin, o hakines sin escrúpulos, dispuestos a cobrarle todo lo que tenía por una inútil esperanza.

Ella era infeliz con un hombre al que no quería, un hombre demasiado viejo, un hombre que se moría y que la iba a dejar en la ruina, tras su muerte. Así que ella le encontró preguntando por quienes podrían saber algo de verdad sobre la enfermedad, encontrando a uno de los hakines más brillantes y reconocidos de su generación, y a él le preguntó. Pero Massud no tenía ninguna esperanza que darle. Tras estudiarlo un poco le quedó claro que la enfermedad no tenía cura conocida. Ella agradeció la sinceridad y regresó con su marido. Pero, la tristeza le pudo, y cómo no tenía a nadie más en quién confiarse en la Capital regresó a calmar sus penas con él. Ella era hermosa, joven y antes de darse cuenta ya eran amantes. Cuando su marido murió ella regresó con lo que le quedaba al Valle tras entregar el cuerpo a los buitres.


No supo nada de ella durante treinta años, y entonces le llegó una carta contándole que tenía un hijo, Chizia, un hijo Kamaj y un hijo condenado. 

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