Día Vigésimo segundo del mes de los
Vientos del año 208
He tenido un ataque muy intenso. Estuve toda la
mañana del día después de nuestro regreso haciendo todo el ejercicio que pude,
incluyendo una caminata que me llevó hasta el Pozo Podrido -qué olor tan
peculiar tiene ese lugar- y para cuando regresé tenía un hambre como no he
tenido en la vida. Las mujeres de la casa estaban un poco enfadadas porque les
había hecho esperar para la comida, incluso Djamila, aunque esta estaba más
enfadada porque ni había intentado llevarla conmigo en mi caminata. Intenté
pedir perdón, pero no llegué hacerlo, en lugar de eso empecé a bailar. Cuando
vi que mi pierna se torcía hasta marcar un paso de baile, ya sabía lo que iba a
pasar. Pero por más que te lo esperes el dolor siempre supera la preparación
que puedas tener. El dolor es la realidad más real. Yo que soy un médico, que
conoce todo lo que se puede conocer sobre el dolor, yo que soy un Kamaj que he
visto sufrir a otros Kamaj, yo que he leído todo lo que se puede leer sobre las
fases de mi enfermedad y que sé con todo el detalle que se puede saber cómo el
dolor irradia por cada articulación, por cada nervio del cuerpo, yo no he
sabido realmente lo que es mi enfermedad hasta que me empezaron los ataques. El
primero fue duro, pero este ha sido como los que sufría Yosef y él lo llevaba
mejor de lo que yo lo he llevado. Ha sido por el miedo también. Él convivió
muchos años con la enfermedad, a mí aún no me tocaba, yo soy demasiado joven,
no estoy preparado. Pero es el tratamiento, así me lo explicó Massud cuando
vino a atenderme. El tratamiento cura, pero la enfermedad reacciona de esta
forma, cuando se aplica. Es un poco como si la enfermedad supiese que voy a
intentar evitarla, y me adelantase todo el sufrimiento que me pretendo evitar.
Cuando empecé a bailar, las mujeres se espantaron.
Dejaron caer lo que llevaban en las manos. Desaparecieron con gritos. Llamando
por ayuda, probablemente, pero a mí me parecía que simplemente huían de mí.
Menos Djamila. Ella se quedó a mirarme, y aunque me pareció que lloraba, hizo
todo lo posible por mantener una falsa sonrisa. Intentó cogerme la mano, pero
ella tenía otras intenciones, más caóticas y menos compasivas. Lo que importa
es que estuvo todo el tiempo, mirándome, sin apartarse, hasta que caí al suelo
y perdí el conocimiento.
Cuando me desperté, ella estaba de nuevo allí, como
tras el primera ataque, masajeándome los músculos, aunque el aceite ahora olía
algo mejor, como a plantas. Massud llegó al rato. Me dijo que me recuperaría
pronto, que no echase caso del ataque y que pronto estaría listo para volver a
los ejercicios. También me contó lo que he dicho antes de la enfermedad. Antes
de irse le explicó a Djamila unos ejercicios que ella podía hacer por mí,
quiero decir, que me estuvo flexionando las piernas, moviendo los brazos, más
allá de los masajes.
La recuperación ha sido aún más rápida que la
primera vez, así que tendré que creer a Massud cuando dice que en realidad es
una buena señal.
Día Vigésimo tercero del mes de los
Vientos del año 208
Ya he vuelto a caminar. Con algo menos de
intensidad, unas caminatas tranquilas. Poco más y siempre acompañado por
Djamila, que no se fía. Hemos comido y pasado la tarde en casa de Massud, jugando
al djerek. Y yo que pensaba que había aprendido. Massud me ha ganado todas las
partidas.
Día Vigésimo cuarto del mes de los Vientos
del año 208
Un día muy parecido al anterior. Caminata y djerek
con Massud. Se ha pasado Jalal con muchísimas cabras a saludarme y a
preocuparse por mi salud. Me temo que a estas alturas todo el pueblo sabrá ya
que me pasa. Mis intentos por pasar desapercibido ya no significarán nada.
Cuando Jalal se alejaba tras despedirse me di cuenta de que ya no podía ver a
las cabras igual que antes, en especial las grandes y negras nocturnas, que son
idénticas a la estatua del templo oculto.
Día
Vigésimo quinto del mes de los Vientos del año 208
Tras perder ya demasiadas partidas de djerek, hoy he
intentado hablar con Massud del tratamiento. Quería saber qué era exactamente
lo que me he estado tomando, y cuáles eran las siguientes fases, y cómo
funcionaba, y porqué. Quería saberlo todo, pero Massud dijo que creía que aún
no estaba preparado para saber todo eso. Se me fue de la mano la frustración, y
acabé arrojando el djerek al suelo con furia. Massud se puso a recogerlo con
parsimonia, mientras que yo fuera de sí, no sé cuántas cosas le dije, pero en
lo que seguro que insistí fue en que estaba más que sobradamente preparado, que
si había alguien preparado y dispuesto era yo.
Él se sentó en la mesa y aceptó empezar a contarme
algunas cosas. Para empezar la parte principal de lo que estaba tomando era
unas gotas de una esencia de un cítrico que sólo se da en Balidran, la Mano de
Drumah. En Yarim no hay, ni en ningún sitio cercano, pero para mi suerte hacía
muchos años él mismo había preparado una gran cantidad de esencia de la corteza
del fruto de la Mano de Drumah, y el compuesto es muy estable, así que aún
quedaría suficiente para todo el tratamiento, si es que teníamos suerte. La
Mano de Drumah. Los curanderos la usan de todas las formas y la consideran un
remedio universal, en particular los que creen estar insuflados por el poder
del viejo dios elefante. Pero yo sé bien, que la Mano como mucho produce un
efecto relajante, tal vez algo antiespasmódico, pero nada lo bastante fuerte
como para curar mi mal. Eso le discutí, y Massud aceptó contarme más. El aceite
con el que me frotaban, aumentaba el efecto de la esencia, ya que relajaba a
los músculos, aunque tenía posibles efectos secundarios peligrosos. Aplicado
durante mucho tiempo y sobre una persona sana estas friegas podrían dejar a
alguien completamente paralizado, ya que a larga es un poderoso veneno. Sin
embargo, es un veneno beneficioso para mi enfermedad, que en el fondo es justo
lo contrario a la parálisis.
No ha aceptado contarme nada más del tratamiento,
ni de lo que mes espera más adelante. Su insistente negativa me hace pensar que
el tratamiento más adelante oculta sufrimientos aún peores. Empiezo a temerlo.
Día Vigésimo sexto del mes de los Vientos
del año 208
Tras mi comportamiento de ayer no he querido subir
hasta la casa de Massud. He hecho un ejercicio ligero, he comido en casa de la
viuda, y me he dejado ver por el centro del pueblo, aunque al final me he
cansado de recibir la compasión de todos, por mi mal. Algunos han sido
especialmente dolorosos para mí, justamente los que no han mostrado tanta
compasión como curiosidad. Creo que he sido maleducado con algunos, pero es que
simplemente no puedo contar la historia de mi familia, no puedo recrearme en
los detalles del sufrimiento de los hombres Kamaj, de mis antepasados, no puedo
contar cómo el baile se hace cada vez más disparatado, más absurdo llevándonos no
sólo a la muerte, sino a una muerte tan dolorosa como ridícula.
Así que al final he pasado la tarde anotando los
dibujos del otro libro, escribiendo junto a cada planta el nombre que le dan
los Yarimes, sus propiedades y todo lo que he logrado aprender en ete tiempo.
Día Trigésimo primero del mes de los
Vientos del año 208
No he vuelto a escribir hasta ahora en este diario,
porque leyendo las anteriores entradas me parecía absurdo repetir una y otra
vez días casi idénticos de caminatas, comidas frugales y, una vez que reuní el
valor, tardes de djerek en la mesa del patio posterior de Massud.
Pero hoy ha pasado algo que merece la pena ser
escrito. Hoy Massud me ha dicho que
podíamos empezar la segunda fase del tratamiento, pero que antes de eso tenía
que entender a qué me enfrentaba. Y entonces me ha contado su historia. Chizia
no era un paciente más que se encontrase. La enfermedad no era algo contra lo
que se había enfrentado simplemente, porque estaba allí cuando empezaron lo
ataque de Chizia o porque le interesase como caso de estudio. Me ha confesado
que Chizia era su hijo. Su madre era una Kamaj, una Kamaj casada con uno de los
míos demasiado joven, con un hombre maduro, lo que significa en nuestro caso
demasiado viejo. Él y ella se habían conocido en Balidran, mientras él estudiaba.
El marido de ella se había trasladado a la capital porque a pesar del muy
avanzado estado de su enfermedad, aún se aferraba a cualquier posibilidad, y
allí en Balidran podía encontrar toda clase de charlatanes, supuestos hakin, o
hakines sin escrúpulos, dispuestos a cobrarle todo lo que tenía por una inútil
esperanza.
Ella era infeliz con un hombre al que no quería, un
hombre demasiado viejo, un hombre que se moría y que la iba a dejar en la
ruina, tras su muerte. Así que ella le encontró preguntando por quienes podrían
saber algo de verdad sobre la enfermedad, encontrando a uno de los hakines más
brillantes y reconocidos de su generación, y a él le preguntó. Pero Massud no
tenía ninguna esperanza que darle. Tras estudiarlo un poco le quedó claro que
la enfermedad no tenía cura conocida. Ella agradeció la sinceridad y regresó
con su marido. Pero, la tristeza le pudo, y cómo no tenía a nadie más en quién
confiarse en la Capital regresó a calmar sus penas con él. Ella era hermosa,
joven y antes de darse cuenta ya eran amantes. Cuando su marido murió ella
regresó con lo que le quedaba al Valle tras entregar el cuerpo a los buitres.
No supo nada de ella durante treinta años, y
entonces le llegó una carta contándole que tenía un hijo, Chizia, un hijo Kamaj
y un hijo condenado.
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