Día Sexto del mes de las Hojas del año 208
Este diario va a ser un diario de una epidemia a
partir de aquí. Djamila es uno de los enfermos, pero aunque me duela, hay que
dejar constancia de todo lo que pase, lo que descubramos, lo que podamos curar
y lo que no.
El día cuatro el frío en el exterior de la casa se
tornó tolerable al poco de aparecer un brumoso sol por encima de las montañas.
Salimos algo débiles y tambaleantes. Casi todos corrieron a ver a sus
familiares y también a ver su ganado. Massud nos dirigimos al Pozo, para ver
cómo estaba la gente que aquí vive, y nos encontramos con mucha gente afectados
por hipotermia, con algunos ancianos muertos y con los enfermos, a los que
temporalmente estamos llamando ‘afectados’.
Ha habido muchos muertos entre la gente de edad
avanzada, sobre todo entre aquellos que vivían solos. También ha habido mucho
ganado muerto por el frío. Abdul Osramán estuvo muy mal durante los días de
frío, por alguna razón le afectó hasta el punto de dejarle inconsciente, pero
ahora se ha recuperado y está haciendo todo lo posible por organizarlo todo.
Massud tiene miedo de que la enfermedad se pueda contagiar, así que ha pedido a
la gente que todos los muertos, ya sean personas o ganado, sean incinerados.
Creo que la gente se ha tomado esa petición mejor de lo que lo hubiese hecho en
Balidram, donde la idea de no alzar a un familar fallecido hubiese provocado
altercados. Tal vez sea porque ya hubo un conato de epidemia en estas regiones
durante la guerra y porque Massud tiene más autoridad ante ellos de lo que está
dispuesto a aceptar.
Rabbuh ha muerto. Se le encontró fuera de la
mezquita con signos de congelación. Dado su estado mental sólo podemos
especular en qué le habrá llevado a dejarse morir de frío. Quemar al pobre
conservador de la mezquita es doble pecado, pero Massud tiene razón en que no
podemos arriesgarnos a que los cadáveres nos provoquen más problemas de salud.
Estamos usando la mezquita para traer aquí a todos
los enfermos y así separarlos de los demás. Aunque no me parece el mejor lugar,
ya que está sobre la cascada y me preocupa que acabemos contaminando el agua.
Hablando de las Lágrimas, la gente del Pozo cuenta que hasta la cascada y el
Pozo se congelaron la noche del cuarenta. ¿Tanto frío ha podido caer sobre
nosotros tan de repente? Algo maligno está detrás de todo esto.
De momento tenemos a quince personas enfermas en la
mezquita, pero nos están llegando más desde las casas aisladas en los prados.
Esta dispersión de la población no sé si es una ventaja o un grave problema
para el control de epidemias. Ahora echo en falta no haber atendido más en mis
lecciones sobre enfermedades contagiosas. Tampoco sabemos cuál es el origen de
esta enfermedad, aunque dado que algo sobrenatural podría estar detrás de todo,
no tiene por qué haber un origen, ni un primer paciente.
De momento intento mantener caliente a los
enfermos, cuya temperatura baja un poco cada día, mientras Massud busca y
prepara posibles infusiones o emplastos que puedan ser de utilidad. Tengo la
mezquita llena de braseros y casi parece una sauna, pero aun así los enfermos
no aumentan su temperatura. Ninguna enfermedad se comporta así, ninguna que
conozcamos ni Massud ni yo. Las enfermedades suben la temperatura no la bajan.
No estoy siendo sistemático. Así las notas no van a
servir de nada. Seámoslo:
-
Quince pacientes en total. Cinco varones, seis
mujeres, el resto niños de ambos sexos.
-
Mezcla de edades entre los adultos. No parece
haber una prevalencia por ningún grupo de edad.
-
Todos parecen haber enfermado aproximadamente al
mismo tiempo, en torno a la noche del día cuarenta al uno, o bien en el día
siguiente.
-
No hay foco de infección conocida.
-
Los síntomas asemejan a una hipotermia
sostenida, pero sin que el tratamiento para la misma tenga utilidad.
-
Todos bajan su temperatura corporal lentamente.
La temperatura parece ser un indicador del tiempo de enfermedad.
-
Todos pierden color en la piel.
-
Hay una reducción en las lágrimas, y los ojos
aparecen ligeramente resecos.
-
La velocidad de avance de la enfermedad parece
la misma para adultos y niños.
-
El enfermo con los síntomas más avanzados es
Saira Dabiles, sin embargo su enfermedad se inició al segundo día y no al
primero. Nada explica de momento la velocidad de avance de la enfermedad en
este enfermo.
-
Todos permanecen semi-inconscientes, admiten
bebida y comida, pero no son capaces de responder a las preguntas que se les
hacen.
Esto es lo que sabemos hasta ahora, que no es
mucho. Djamila muestra síntomas semejantes a los demás, para mi desgracia.
Por si la enfermedad fuese poco, se han encontrado
otros perros deformados en el campo, atacando y matando a muchas de las cabras
y ovejas. No sabemos si estas deformidades son otra maldición o la misma
enfermedad que afecta a los humanos. Yo creo que es algo diferente, porque los
perros se han deformado a una increíble velocidad. Parece cosa de magia, no,
más bien una maldición, imagino que con el mismo origen que el invierno de todo
el año pasado y que tan sólo ha tenido un breve paréntesis en este gozoso
verano tan repentinamente finalizado.
Los hombres se han organizado para localizar y
matar a estos perros deformados, pero la dispersión de la población de Yarim
está dificultando mucho proteger a la gente. Se está hablando de traer a todos
cerca del Pozo. Es lógico, pero me preocupa mucho juntar a la gente justo dónde
estamos juntando a los enfermos. Tal vez habría que llevar a los enfermos a
otra parte, pero no se me ocurre dónde, necesitamos un edificio en donde
podamos poner los braseros, arroparlos bien. ¿Dónde si no aquí? Tengo que
pensar en ello.
Día Séptimo del mes de las Hojas del año
208
Notas de la epidemia en Yarim:
-
Diecisiete enfermos. Seis varones. Seis mujeres.
El resto niños de ambos sexos.
-
Uno de los enfermos, Nadiya Rabal, ha empezado a
mejorar, recuperando el color y aumentando su temperatura.
-
El resto está cada vez más blancos y su
temperatura sigue bajando.
-
Saira Dabiles es la que peor se encuentra. Su
temperatura nos parece cercana al colapso, al menos en el caso de una
hipotermia normal.
Djamila no mejora. Massud está probando con varias
infusiones que suben la temperatura, incluso si la temperatura fuese normal. No
ha funcionado. Con Saira estamos aplicando además de una de las infusiones, la
más intensa, unas friegas destinadas al incremento de la circulación sanguínea.
Estamos haciendo doce horas de turnos cada uno,
necesitaríamos a algún médico más, o empezaremos a estar demasiado cansados.
Día Octavo del mes de las Hojas del año
208
Notas de la epidemia en Yarim:
-
Dieciesiete enfermos. Seis varones. Cinco
mujeres. El resto niños de ambos sexos.
-
Nadiya Rabal, ha sanado de forma espontánea y
muy repentina. Sobre el mediodía de hoy recuperó repentinamente el color y tras
volver a la consciencia se quejó del excesivo calor de la mezquita. Massud está
revisando su caso para buscar qué ha podido favorecer su curación.
-
La progresión de la enfermedad en los demás, no
admite muchas esperanzas, excepto en el caso del niño Radiq Osramán, cuya
temperatura es demasiado baja pero que se ha estabilizado.
-
Saira Dabiles, empieza a mostrar síntomas adicionales.
Su piel en determinadas partes no sólo está fría y pálida, además muestra un
aspecto escamoso, pero no exactamente reseco. Irritado, pero sin rojez.
Djamila no mejora nada. Le he rogado a Massud que
le demos las friegas, pero se ha negado dado que no ha ayudado en nada a Saira.
Me ha recordado que Nadiya ha sanado sin que le diésemos esas friegas. Ha
aceptado, eso sí, que le dé a ella justo la infusión que estábamos usando con
Nadiya, por si acaso es la razón de la curación.
He tenido una agria discusión con Abdul. Han
empezado a juntar a toda la población en el núcleo de población del Pozo y unas
pocas casas cercanas. Hacinar la población, sería más adecuado. Es por los
perros. Hay muchos perros ovejeros en Yarim y parece que uno de cada cuatro se
ha deformado transformándose en monstruos. Y ahora vagan juntos como una jauría
monstruosa. Y claro la gente no se viene sin su ganado, así que vamos a tener a
todo el mundo amontonada con miles de ovejas y de cabras todo alrededor, y con
los enfermos justo sobre todos, en la mezquita.
Es inaceptable, pero para ellos es inaceptable
seguir perdiendo ganado a manos de estos perros del invierno. Y no sólo ganado,
en una de las casas más alejadas, los perros han matado a toda una familia.
Todos muertos, hasta los niños. Massud ha mediado entre los dos. Al final hemos
hablado de llevar a los enfermos lejos, con nosotros dos y un grupo de hombres
para protegerles de la jauría. ¿Pero dónde? La respuesta no me ha gustado nada,
pero Massud tiene razón es que la única válida.
Dado que están muriéndose aparentemente de frío,
colocar una tienda del desierto en un prado lejos del Pozo no es una buena
opción, necesitamos paredes de piedra, un lugar dónde podamos poner estufas y
braseros, pero alejados de la población general. La respuesta es el Valle de
las Ruinas. El templo de la diosa vaca es ideal, ya que su casa sagrada, la
cámara interior, es lo bastante amplia y está tallada en la montaña. Pero es un
viaje de un día completo, hacia las montañas, tal vez perdamos a algún enfermo
por el camino.
Temo tanto por Djamila.
Día Noveno del mes de las Hojas del año
208
No acabo de entender qué es lo que ha pasado. De
verdad que no lo entiendo. Suhail, un chico de Yarim estaba dándole unas
friegas a Saira con un aceite nuevo, un nuevo tratamiento que había preparado
Massud, cuando me ha llamado muy preocupado. Me ha dicho que estaba peor, y me
ha señalado la pierna que estaba frotando. Yo, no sé muy bien lo que estaba
pasando, era como si la pierna se estuviera cubriendo de hielo. He tocado la
frente de Saira y estaba tan fría que dolía. Sin embargo aún respiraba, y su
corazón latía enloquecido. Le he gritado que le pusiera más mantas y que
acercase los braseros. Corrí un a ver si Massud estaba en alguna parte visible
desde la puerta de la mezquita, pero no estaba en ninguna parte, y entonces he
escuchado un grito apagado de Suhail. Cuando he mirado el cuerpo de Saira se
estaba… disolviendo. No puedo expresarlo de otra manera. Cuando que querido
levantar la manta, un viento antinatural se ha levantado y lo que parecían los
restos de Saira se han levantado en el aire, como un torbellino, un torbellino
de nieve. Nos hemos echado al suelo intentando protegernos de la ventisca sin
entender lo que estaba pasando. La nieve ha seguido dando vueltas en el aire,
hasta que de pronto se ha detenido, y de lo que parecía un montón de nieve se
ha formado de nuevo el cuerpo de la mujer que acabábamos de ver desaparecer.
Allí estaba de nuevo, Saira, pero hecha de pura nieve. Tanto Suhail como yo nos
hemos quedado en el sitio, sin saber qué hacer. Ella parecía sin embargo
tranquila, casi contenta, pero sobre todo segura. Ha empezado a caminar, o al
menos algo parecido a caminar, entre los enfermos casi como si estuviese
buscando. Se ha agachado y tocando a uno de los niños lo ha transformado en
algo aterrador. Una monstruosidad flaca, blanca, con terribles colmillos y
zarpas que ha empezado a seguirla como si fuese un perro. Luego ha caminado
directamente hacia mí, y con una voz sensual que no parecía humana, me ha
dicho: ‘oh, el dulce e inocente doctorcito de Balidram, por qué no me das uno
de esos besos que tanto le gustan a Djamila’. Si no llega a ser por Suhail, que
le ha arrojado un brasero, no sé qué hubiese pasado. Eso, lo que sea en lo que
parece que se ha transformado Saira ha chillado al contacto de las brasas y se
ha transformado en un torbellino de nieve, que ha acabado saliendo por una de
las ventanas superiores. ¿Y el niño perro? Juro por Dios, que no sé cómo, pero
ha desaparecido en un parpadeo.
Cuando los otros hombres y Massud han llegado a la
mezquita, me han encontrado en shock, en el mismo punto en el que estaba.
Esto no es una enfermedad, no, esto es cosa de
demonios.
Día Décimo del mes de las Hojas del año
208
Hoy han empezado a trasladar a los enfermos hacia
el Valle de las ruinas. Hay quince. Nadie ha vuelto a ver a Saira, ni al niño
transformado. Yo hoy, no he hecho casi nada. Estoy confuso y asustado. No lo
entiendo. ¿Le pasará lo mismo a Djamila? Cuando faltan diez días para la fecha
en el que tendrían que habernos casados, ella está blanca, gélida, y tal vez
pueda transformarse en un monstruo.
Día Undécimo del mes de las Hojas del año
208
De mala gana y aún sumido en el miedo, he subido
junto a mi yaciente prometida, en un carro hasta el Valle de las Ruinas. Yo
mismo la he colocado en cerca de uno de los braseros. Está tan blanca. Luego he
salido y me he sentado justo frente de la vieja estatua de la diosa vaca y le
he rogado en silencio.
Si ella se muere no sé qué voy a hacer.
Las visiones han vuelto y son terribles, claro,
cómo si no. Mi cabeza es un torbellino de miedos y confusión. Miro a los
enfermos, incluso a ella, y me parecen hechos de nieve, de hielo, a veces de
cosas peores.
En el traslado uno de los niños ha muerto. Mejor
muerto que transformado en esa especie de perro monstruoso que vimos en la
mezquita. Aunque a veces llego a pensar si realmente era así o fue una de mis
visiones.
En fin, esta es la situación:
-
Catorce enfermos. Seis varones. Cinco mujeres.
El resto niños de ambos sexos.
-
Uno de los varones, Sa’d Naril, tiene un color
un poco más natural. Tal vez se sane, aunque si ocurre no será por lo que
estamos haciendo. Las infusiones, las friegas, las inhalaciones que usamos, no
parecen tener ningún efecto en ellos.
-
Lo demás, pues igual o peor.
Día Duodécimo del mes de las Hojas del año
208
Situación:
-
Catorce enfermos. Seis varones. Cinco mujeres.
El resto niños de ambos sexos.
-
Sa’d no acaba de mejorar.
-
Una de las mujeres, Munira Reaf, empieza a tener
otros síntomas. Algunas partes de su cuerpo se están acrecentando, de forma
grotesca y asimétrica, pero no es que se le estén hinchando por líquidos o
inflamación. Por muy improbable que parezca, parece estar aumentando su
musculatura. Visto lo visto con Saira, Massud ha decidido situar varios hombres
con lanzas y sus ak’jambias dentro del recinto de la diosa.
-
Lo demás está igual o peor.
He apartado lo que he podido Djamila de donde está
Munira. Mis pesadillas van a peor. Llegan noticias aún más preocupantes desde
el pueblo. Algunos hombres han visto a una mujer hecha de nieve, a la que
seguía la jauría de perros helados y un extraño niño. El mundo se ha vuelto
loco.
Día Décimo tercero del mes de las Hojas
del año 208
Situación:
-
Doce enfermos. Cinco varones. Cinco mujeres. Un
niño y una niña.
-
Sa’d se ha curado por si mismo, esa es la única
interpretación posible. De pronto su color ha cambiado y se ha levantado
preguntando que dónde estaba y que porqué hacía tanto calor. Es tan frustrante
no saber por qué algunos se curan sin más.
-
Munira, sin embargo, ahora parece un luchador,
un mercenario de tantos músculos que le han salido.
-
Me temo que muchos de los otros enfermos
empiezan a presentar unos síntomas parecidos a los de Munira.
-
Los niños no muestran la musculación adicional.
Massud está como loco buscando algo que pueda
servir, pero la musculación adicional le tiene ya complemente perdido. Me he
pasado buena parte de la tarde sentado al lado de Djamila. Ya no siento ni
pena, creo que estoy superado por la situación. Mi hermosa Djamila, tan fría,
tan blanca. Ahora su hombro derecho parece el de un leñador.
No sé qué hacer, creo que en el fondo ya he muerto
y aún no me he enterado.
Día Décimo cuarto del mes de las Hojas del
año 208
Estaba haciendo la ronda de la noche, bueno, no,
estaba sentado junto a ella simplemente por estar junto a ella, cuando Munira
se ha levantado. Parecía un hombre muy musculado. Muy musculado. Ni siquiera un
guerrero o un leñador tienen tanto músculo. Nos ha mirado sin mirarnos. Creo
que ni siquiera me he asustado. Sólo he mirado la transformación que amenaza a
Djamila sin pensar en nada, como si no me estuviese pasando a mí. Si no
hubiesen estado los hombres armados allí mismo, esa cosa que antes había sido
Munira podría haber hecho cualquier cosa con el resto de los enfermos.
Uno de ellos ha reaccionado de inmediato y le ha
clavado una lanza por la espalda tan profundamente que la punta ha asomado bajo
su esternón. Es una herida mortal. Probablemente le ha destrozado el hígado y
el estómago. Ella sin embargo ha mirado con incredulidad la punta de la lanza
agarrado la lanza por detrás y a pesar de que el hombre seguía empujando se la
ha sacado sin dificultad. Luego la ha dejado caer, y los demás, todos esos
hombres robustos de campo, degolladores de cabras, acostumbrados a la sangre y
que se dicen unos a otros tan valientes, sólo han acertado a sostener la lanza
frente a ellos.
Ella ha gritado con una voz que no era humana, ni
animal, no sé qué era, pero no era de este mundo, y corriendo hasta el fondo de
la sala, simplemente ha desaparecido en la pared. En la pared. En la pared de
roca sólida. Simplemente ha caminado hasta la pared y luego ha desaparecido
dentro de la pared, como si no estuviese allí.
Me ha dado por reír, por lo absurdo de la
situación. Una mujer enferma se levanta, recibe e ignora un lanzazo, y luego
cruza la pared como si no estuviese allí. Creo que los hombres del pueblo
piensan que me he vuelto loco. Creo que tienen razón.
Día Décimo quinto del mes de las Hojas del
año 208
Hoy hemos perdido a los dos niños. Ambos han
empezado a transformarse. Les han salido garras, y colmillos, pero estaban
deformes, asimétricas y por alguna razón no han soportado el cambio. Han
muerto.
Todos los demás siguen cambiando, aunque más
lentamente que Saira y que Munira. Massud está como loco probando toda clase de
cosas.
Parece que ayer hubo un ataque de los perros
liderados por Saira a una de las casas donde la gente se ha refugiado, no muy lejos
del Pozo. Fue una masacre. Murieron
bastantes perros, pero no Saira ni el niño transformado, y hubo al menos doce
muertos por parte de los defensores. Según me cuenta Munira estaba con ellos.
Está claro que el mal que los transforma pretende
matarnos a todos. ¿Podré enfrentarme a Djamila cuando sea ella la que se
transforme? No creo. No creo que pueda enfrentarme a nada ahora mismo. Vivo
como si todo esto no fuese real, esperando que no sea real, rogando porque todo
esto sea una alucinación más, producto de mi tratamiento, producto de la
ensalada de alma. Sólo que sé que no es así, ya que hace días que no pruebo el
cactus.
Día Décimo sexto del mes de las Hojas del
año 208
Hoy he encontrado a Massud conteniendo el llanto
fuera, frente al templo del dios de la muerte. Cuando le he tocado el hombro,
se ha girado y me ha dicho que no hay solución, no una que él pueda encontrar.
Tiene razón. Hoy hemos perdido a uno de los
hombres. Se ha transformado exactamente igual que Munira. Ni lo hemos
combatido, sólo lo hemos hecho huir y lo ha hecho, de nuevo desaparecido por el
muro. Y luego más tarde, una de las mujeres, ha muerto como los niños, al
fallar su transformación.
Tiene razón. No tenemos ninguna solución. Los que
no cambien a monstruos, morirán en el proceso.
Tiene Djamila, morirá o cambiará. Y no sé qué haré
cuando eso pase.
Un día que no importa en un año aún menos
importante
Supongo que habría que acabar este libro que dejé
sin su final. Acabarlo y luego entregarlo al fuego.
Perdimos algunos de los otros enfermos y la transformación
de Djamila empezó a ser clara e irreversible.
Y un día, tras despertarme, me di cuenta de que el ambiente estaba
enrarecido. No me refiero a que hiciese más frío ni nada parecido, sino que los
que estaban arriba, en el campamento de los leñadores, se comportaban raro.
Entré en el recinto sagrado de la diosa vaca y no había nadie. Ni guardias, ni
enfermos, nadie.
¿Dónde estaba ella? Creo que fue más la perplejidad
que el miedo, y claramente fue más el abatimiento que la rabia, lo que me
embargó. Sin embargo, cuando uno de los hombres del pueblo, me dijo desde
atrás: ‘No están aquí’. Una furia ciega me embargó y creo que llegué a
agarrarle de la camisa mientras gritaba como loco: ‘¿dónde?, ¿dónde están?’.
Él dejó que le pegase y se limitó a contestarme: ‘doctor,
usted sabe dónde están’. Y sí, que lo sabía, pero no quería saberlo, porque
saberlo implicaba lo aterrador y lo imposible. Pero había partes de mi mente
que no sabían ni saben de cosas aterradoras ni imposibles, partes de mi mente
que llevaron al resto cruzando el valle, bajando por el estrecho pasillo
fangoso hasta las tinieblas.
Ellos estaban allí y los enfermos estaban muertos.
Vestían máscaras, máscaras grotescas de animales, máscaras negras de madera y
cuerno de cabra. Todos menos Azfal, porque Azfal no necesitaba máscaras, Azfal
llevaba sus propios cuernos. Había sangre desparramada por el suelo, cubriendo
los huesos, y el pecho abierto de los enfermos no dejaba lugar a dudas, les
habían arrancado el corazón. A todos ellos. Azfal los sostenía, en un cuenco,
en un cuenco viejo e impío, un cuenco tan viejo e impío como el lugar en el que
estábamos.
Massud se quitó la máscara y dijo que me estaban
esperando. Eché mano del ak’jambia. Deseaba matarle, por mentirme, por ser un
brujo, un sectario sanginario y asesino, un animal. Deseaba matarle por haberme
hecho creer que era un amigo, un maestro. Pero, no llevaba mi espada. No la
llevaba.
Me abalancé contra él, y lo empujé hasta la pared
del templo. No escuché desenvainar ninguna espada, ninguna daga a mis espaldas,
como si no les importase que le matase. Entonces pensé que porqué les iba a
importar si acababan de sacrificar a su propia gente a un demonio. Y de pronto
me di cuenta de que estaba solo, sin armas, que ellos eran al menos cinco
hombres, brujos probablemente, y que había un demonio en la sala. Yo estaba
muerto ya. Y todos los enfermos también, y las fuerzas me abandonaron.
Massud me dijo que entendía mi rabia pero que era
lo mejor, que ellos ya estaban muertos, que lo sabía, muertos o algo peor,
transformados en monstruos. Yo acerté a gritarles que ellos también eran
monstruos, servidores de la sombra, siervos de un demonio. Lo dije mientras
señalaba a aquella cosa que se hacía pasar por juglar.
Massud me volvió a decir que no, que no eran
monstruos. Que sí, que no eran como los demás. Que creían en un dios diferente,
uno que los llevaba a pelear por su propio destino, uno que no les exigía
sumisión completa, que daba según se pagaba. Un dios con el que se podía
negociar, un dios que permitía la libertad.
Yo les hablé confusamente de la sangre, de los
muertos, de los sacrificios humanos. Y él me dijo que su dios sólo pedía lo que
uno estaba dispuesto a pagar, y que sólo concedía según lo que se pagaba. Que
era natural y que era más justo que la supuesta justicia de las leyes y la que
los gobernantes escribían en roca. Que el pueblo entero estaba en peligro, y
que estos pocos sacrificios podrían salvar muchas vidas, que el auténtico
enemigo era el dios del invierno, ese que con sus perros deformados ya había
matado a muchos más de los que ellos habían tomado como sacrificio. Y entonces
lo dijo, dijo que aún podía conseguirse algo más. Mi curación.
Retrocedí asustado de lo que esas palabras
anunciaban, y tropecé al retroceder, desde el suelo le escuché contar la
auténtica historia. Me contó que mi mal no era una enfermedad, sino una
maldición. Me contó que mi antepasado mató al dragón allá arriba en mi valle
con traición, amparado en la confianza de su señor y en la noche. Me contó que
el dragón era un sacerdote de su propia religión y que con su último aliento
maldijo a mi antepasado y a todos sus descendientes varones a una vida corta y
de dolor indescriptible. Me dijo que no había cura, ni podía haberla, pues una
maldición no se cura con hierbas. Que sólo un dios puede cambiar lo que otro
dios ha hecho.
Balbuceé que entonces cómo pudo sanar su hijo,
Chizia, que si eso era también una mentira. Y entonces me dijo que para su
condenación eterna no, no era una mentira, pero que su dios paga según lo que
se le ofrece, y que él y Chizia, su hijo habían ofrecido una vida por otra
vida. Aunque su hijo se había arrepentido y había tenido el valor de devolver
el regalo que se le había hecho. Llegué a preguntar que qué vida era la que habían
entregado, pero los ojos del viejo ya estaban contestando a esa pregunta. Ya
estaban contestando una respuesta que me dejó vacío el corazón.
Cuando me levanté, vi que Djamila, doliente y
deformada pero aún viva, estaba atada en un altar, bajo la estatua negra del
dios cabra. Su pecho desnudo estaba blanco como la nieve, e incluso sus pezones
eran de color azul. No quedaba mucho para que se transformase en uno de
aquellas mujeres musculosas.
Abdul se había quitado la máscara y estaba junto a
ella. Extendió su mano mostrando una jambia ensangrentada y me dijo que ella
era mi curación. Que yo la amaba y ella me amaba, así que era un precio
suficiente, y que ella misma lo hubiese querido, que lo habría pedido de haber
podido hablar.
Massud me miraba. Abdul me miraba. El monstruoso
Azfal me miraba. Y yo conocía ahora todos sus secretos.
Me acerqué hasta Abdul, tomé la jambia de su mano,
y me curé.
Los dioses, que son muchos me perdonen, me curé.
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