5.11.14

Majid. 5

Probablemente el objeto más caro de los yarimes es el arma de los varones. Por toda esta esquina desde Al Ossi hacia el oeste he visto a los varones portar una daga profusamente decorada en la cintura, normalmente delante y unida a una faja. Me han dicho que también en el borde del desierto hasta llegar a Akalime. Esta daga se llama jambia. Sin embargo, aquí en los pueblos más al oeste de esta esquina del imperio su nombre se cambia por el de ak’jambia, debido a su tamaño desproporcionado. Es tan grande que más parece una cimitarra que una daga curva y los hombres se ven forzados a portarla al cinto, a su izquierda, ya que la posición habitual de la jambia en la parte delantera sería demasiado incómoda. Aún no conozco realmente las costumbres de Yarim, pero visto el lujo de la ak’jambias, apostaría a que las familias compiten entre ellas para proporcionarle a los adolescentes, imagino que sobre todo al primogénito, la daga de mejor calidad o más decorada.

Más allá de la ak’jambia las vestimentas de los hombres yarimes es sobrio. Pantalones y camisa de la lana de sus ovejas en invierno y creo que lino para el verano, normalmente sin teñir. Una faja del color de su familia. Y no he visto más de tres colores: el negro de los Osramán, el amarillo de los Dabiles y el naranja de los Naril, siendo estos últimos los más frecuentes. Una botas de piel de cabra, que puede ser forrada o no según la época del año, y un turbante, normalmente del mismo color que la faja o si no sin teñir.

Las mujeres yarimes llevan una vestimenta algo más compleja. La base es un thobe, una túnica ancha cortada casi como un cuadro que oculta completamente las curvas femeninas –en realidad cuando extienden las manos parecen estar vistiendo una alfombra. La thobe es del color de la familia del marido, y está ricamente bordada, normalmente en colores básicos, como el negro o el blanco, excepto si la casa es muy rica o si se trata del thobe de matrimonio, que me han dicho que está bordada en hilos de plata y oro. Completa la vestimenta un recogido en forma de moño, en la parte posterior de la cabeza y un fez, del mismo color, encartonado y decorado con más bordados, en esta ocasión con motivos de animales de la región representados de forma esquemática. Nunca había visto un fez en la cabeza de una mujer hasta llegar a esta región, aunque es cierto que es algo más pequeño que los que los hombres de Dacca llevan, y está ligeramente alabeado. Aquellas mujeres que se lo pueden permitir, completan su apariencia con arracadas de plata u oro, normalmente muy grandes pero huecos y afiligranados, por lo que su peso es en realidad menor que otros pendientes.

La mujer yarime como puede verse no oculta su rostro con un burka ni un velo, como es costumbre en otras regiones de nuestro imperio; lo que para muchos representaría un grado de libertad que tan sólo sería compartida por las hechiceras de Tamana Bal Omara. Sin embargo, por lo poco que he podido ver no es tan así. El thobe dificulta en mucho las labores que no sean domésticas, e incluso dificulta estas. En la práctica la mujer yarime, sale poco de su casa y son los hombres los que hacen toda la labor en los campos o con el ganado, así como son los que hacen el comercio o viajan a otras ciudades. Eso sí, recae sobre las mujeres la pesada labor de ir a buscar el agua del Pozo y llevarla hasta su casa, aunque los únicos que sacan el agua son unos hombres de la familia Osramán a los que llaman los volcadores, y que dedicándose en exclusiva a esta actividad reciben lo que necesitan del resto de pueblo.

No hay horno común, ni tampoco ninguna clase de molino, lo que me resultó desconcertante al principio, viniendo como vengo de un lugar en dónde siempre hay un río o un arroyo caudaloso cerca y dónde todo el grano lo muele la fuerza del agua. De forma que imagino que el amase y la molienda recae también en las mujeres que lo harán en sus propias cocinas. Si es así, no he podido verlo personalmente, porque en la casa en la que resido, perteneciente a una viuda de la familia Osramán, no se me permite ni conocer la localización real de la cocina. Más o menos la mitad de la casa me está vedada, y pertenece a la señora de la casa y sus hijas. La separación es bastante evidente y está delimitada mediante puertas con celosías de madera o velos del color negro de los Osramán. No sé si esta separación entre hombres y mujeres, es algo en exclusivo de esta casa de alquiler o se trata de algo común en Yarim. Ya lo descubriré, aunque me inclino a pensar que se trata de algo particular de esta casa, que estando cerca del Pozo, es una casa bastante más grande que las que los pastores tienen dispersas por las colinas.

Mussad, el hombre por el que vine hasta aquí, vive lejos del Pozo, en una casa de pastoreo tradicional, pero sin ganado, solo, sin familia alguna o asistenta. Desde el primer día quedó claro que se dedica a la curación, pero no sólo de hombres, sino que atiende por igual a hombres o a bestias, ocupación esta -la de curandero de ovejas- muy por debajo de nuestra formación como hakines; pero en un lugar como este, en dónde casi tiene más valor una oveja o una cabra que uno de los hijos de los campesinos, no cabe duda que debe ser la ocupación más adecuada para vivir holgadamente. Lo que no puedo imaginar es que clase de motivación podría llevar a un hombre de su supuesto talento a ocultarse en estas tierras perdidas de la Vista de Dios, y sobrevivir atendiendo a partos de cabras.

Cabras hay muchas y de múltiples tipos. También ovejas. He podido distinguir ovejas martunes como las de nuestro valle, y también las más ligeras de lana pero de mayor calidad, ovejas amiyas. En cuanto a cabras, creo que no he visto más variedad en ningún otro lugar. Las hay de esas que llaman reyezuelas, por su color amarillento que asemeja al oro, -muy habituales entre los pastores del desierto norte- resistentes pero mal templadas, díscolas y tozudas. Hay esas que llaman nocturnas, de negrísimo pelaje, grandes, fuertes y de voz poderosa. De las ojiblancas o estrelladas, con su particular mezcla de color blanco y negro, incluyendo normalmente media cara de cada color. Las ojiblancas son cabras pequeñas pero muy ruidosas, que siembre van muy juntas casi como si fuesen ovejas. También he visto royas, robustas y lentas. Pero lo que más me ha impresionado son las tricornias de montaña. Las cabras de tres cuernos son en realidad medio salvajes, casi no domesticadas y, como bien sé, por las prácticas en la escuela, no se trata en realidad del mismo animal. Su dentición es muy diferente, su sangre es más azulada, de un color berenjena más que rojo, y sus órganos internos no son ni siquiera similares a los de un humano. En Yarim crían la tricornia de pelo corto, la más corriente de su especie, pero también la blancada, una tricornia de alta montaña y de pelo larguísimo basto y colgón, que parece estar completamente a sus anchas en esta primavera completamente invernal. Y finalmente, he visto incluso algunos ejemplares de la muy rara, tricornia jorobada o de cresta, a la que le sobresalen sobre un pelaje marrón muy oscuro, unos huesos que bien aparentan ser cuernos extra que le saliesen de la nuca y de la espalda, como si no tuviesen suficiente con el cuerno extra de su cabeza. En Yarim las crían todas, a veces mezcladas, parece que la carne de la tricornia, a pesar de su extraño sabor, es muy apreciada, y la piel de las blancadas tiene un uso abundante para hacer mantas y capas para el invierno. Le pregunté a un pastor yarime al poco de llegar de porqué tanta variedad de cabras, de si no había algunas variedades mejores que otras y éste me contestó que es mejor tener de todo un poco, porque uno nunca sabe cuál de las muchas desgracias ocurrirían cada año. Y luego me señaló que de no tener blancadas en su rebaño, su familia hubiese pasado aún más hambre y más frío, en circunstancias como aquellas, en las que la hierba misma de primavera no había logrado ni abrirse camino del todo ante la capa de nieve sin fundir. Tuve que darle la razón.

Yarim, como puede verse, es diversidad. Frontera. Mezcolanza algo desorganizada y caótica. Un lugar único que no quiere parecerse a nada y que en realidad se parece a demasiados sitios.

Se me ha hecho tarde y tengo que aceptar una invitación a comer de uno de los Osramán más importantes del pueblo. Más tarde o ya mañana continuaré, explicando lo poco que me falta de este lugar, la vegetación, las montañas y las cosas que me han dicho que se ocultan en ellas.

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