7.11.14

Majid. 7

Día Quinto del mes de las Flores del año 208

Hoy sólo he hecho una cosa. Intentar hablar con Massud. He desayunado ligero en casa de la viuda, me he puesto las botas más cómodas que tengo y me he marchado a buscar su casa. Los caminos están húmedos y al rato de caminar aún duelen como la nieve en el invierno de mi valle; pero en realidad la casa no está tan lejos. Es vieja, no demasiado cuidada, y en los pastos que la rodean aún se pueden ver cardos secos y ahora renegridos del año anterior. Justo delante de la puerta principal de la casa un manzano medio seco aún se defiende junto a los tocones de dos ya difuntos. Una parra que no ha echado ni hojas domina el porche, y en buenos tiempos debe ser un agradable refugio sombrío de verano. La leñera está claramente mermada, y sale humo de la parte posterior.

Le he dado la vuelta a la casa, para encontrarme a Massud allí, fumando en pipa mientras ordena hierbas seca y hornea lo que parece un pan demasiado negro. Él me ha mirado largamente y tras resoplar ha seguido con lo suyo. Ya hablamos el primer día y me dijo que me perdiera, así que no le digo nada, me siento sobre uno de los muretes de piedra y espero.

Massud me ha ignorado toda la mañana, entrando y saliendo de la casa. Le he visto completar unos tarros con una mezcla de hierbas que me resultan familiares pero no conocidas. Le he visto aventar mantas y un par de capas de piel. Ha hecho la colada él mismo, en un pequeño lavadero junto al horno usando una tinaja con agua, probablemente del Pozo. Luego ha entrado en la casa y no ha salido hasta bien entrada la tarde. Desde el interior ha salido un olor intenso a cúrcuma, así que sospecho que ha comido algo muy especiado y lo cierto es que el hambre casi me ha hecho desistir del intento, pero he perseverado.

Cuando ha salido por la tarde armado de una horca me ha dicho de nuevo que me pierda, que me largue. Lo he seguido, ha estado removiendo unos montones de paja, que no sé para qué quiere ya que no tiene ganado, y ha apartado las partes que estaban más estropeadas por la humedad. Tras regresar a la casa me he vuelto a sentar en el murete y él se ha preparado un té con una planta que desconozco. Se ha estado tomando taza tras taza de té hasta que ha caído la noche. No ha apartado los ojos de mí en todo el tiempo, ni yo de los suyos, pero no hemos dicho nada de nada.

Tras desaparecer el sol tras las montañas, se ha levantado, ha recogido la tetera y la taza y me ha dicho que si no me marchaba pronto iba a caer enfermo, que el frío es muy traicionero en el invierno de Yarim. Yo le he contestado que no me movería, que es primavera. Se ha encogido de hombros y ha desaparecido. No ha tardado mucho en desaparecer la luz dentro de la casa. Al final he estado cogiendo frío en la noche para nada.

Al menos la luna ya está a mitad de su esplendor y en estas colinas en las que no se elevan casi humos de ciudad, parece iluminar mucho más que en Balidram. A su luz he regresado hasta mi cama.


Día Sexto del mes de las Flores del año 208

Hoy he vuelto a la casa de Massud. Esta vez la viuda ha tenido la habilidad, para mi sorpresa, de llevarme algo de comida caliente hasta el muro en el que estado esperando todo el día. Por lo demás no ha habido ningún cambio.

Massud sigue negándose a siquiera hablar conmigo. No sé qué le pasó para que acabase aquí, pero me queda claro que debió ser algo relacionado con nuestra profesión, porque el primer día que nos vimos su actitud cambió completamente al conocer mi apellido y mi profesión. Soy el hakin Majid Ibn Kamaj, le dije y ahí se acabó. Su cara cambió completamente de expresión y me dijo que me perdiese. Y así hasta ahora.

Hoy me ha costado menos que ayer encontrar el camino hasta el Pozo, aunque me he marchado aún algo más tarde. En esta región las nubes que nos mantienen en este invierno antinatural, no son tan espesas como en Balidram y ya es el segundo día que respetan la luna.



Día Séptimo del mes de las Flores del año 208

Esta mañana la viuda me ha rogado que no regresara a la casa de Massud. Luego ha intentado sacarme qué es lo que deseo de él y yo le he contado la historia que he decidido contar para no levantar la atención sobre mi enfermedad, ni sobre la excepcionalidad de la maestría de Massud. Les he dicho que mi difunto padre pagó mis estudios de hakin, pero que como yo era un estudiante no demasiado bueno, le pagó a Massud una considerable cantidad para que me diese clases. Les he dicho que Massud se marchó sin avisar, sin dejar rastro tras de sí, y sin darme las clases que me adeudaba.

La mujer no se escandalizó como yo esperaba por la historia de Massud no pagando sus deudas,  pero si se extrañó que alguien como yo, cuyas ropas eran de calidad –y yo que pensaba que ya estaban lo bastante desgastadas por el viaje para que más bien pareciesen harapos- necesitase el dinero. Así que le contesté lo que había pensado, que no quería el dinero de él, sino que honrase la palabra dada a mi difunto padre y me diese las clases debidas. Ella me preguntó que si estaba muy interesado en partos, que es lo que ella consideraba que era la especialidad de Massud. Aquello de los partos me pilló un poco por sorpresa y casi hace que abandonase la coartada, pero le contesté ufano que fuese lo que fuese lo que supiese tendría que enseñármelo para que mi orgullo y el espíritu de mi padre quedasen en paz. Ella entendió eso, pero me dijo que no podía estar hoy llevándome comida tan lejos, así que mandaría a una de sus hijas.

Mis avances con Massud han sido nulos hoy también. La chica ha resultado llamarse Djamila, ser despierta y agradable. Debe tener unos diecisiete, e imagino que el dinero que pago por mi hospedaje ayudará a pagar su ajuar. No es demasiado alta, pero es esbelta, tal vez de un cuello algo corto para ser hermosa. Sus ojos son del color del dátil  y parecen estar en constante movimiento. Lleva un thoba del color de su familia, con un fez muy bien ajustado al recogido de su pelo, y unas botitas de piel de cabra vuelta que aunque parecían muy fuera de lugar daban al conjunto un aspecto más dinámico, como más aventurero.

Estaba claro que llevaba día deseando hablar conmigo y me preguntó toda clase de cosas. Me costó un poco no salirme de la historia que me había inventado durante la conversación.  Djamila, no ha salido de Yarim en toda su vida y está claro que le atraen las historias de mi valle y de Balidram, no porque sean mías, sino porque para ella son tierras distantes, exóticas llenas de aventuras posibles. A ratos parece muy inteligente y despierta, a ratos, sin embargo, parece demasiado inocente y parece querer entenderlo todo en términos de aquí; es decir, en términos de pastores y cabras.

No he conseguido que imagine cómo es realmente un elefante, para ella es impensable imaginar un animal más grande que una mula, y mucho menos uno armado con dos poderosos colmillos de marfil. Tengo que buscar entre mis libros alguna ilustración de un elefante para que pueda hacerse una mejor idea.

Me apenó un poco que tuviese que marcharse, pero no me apartaré de aquí hasta que Massud se digne a hablar conmigo. Hoy de nuevo, todo lo que he sacado de él ha sido un aviso para que me marchase antes de que se me cayese la nariz del frío que estaba haciendo. Yo le he contestado que los Kamaj tenemos una buena nariz, grande y fuerte. Y eso, al menos, es verdad, no viviremos mucho pero a nariz no nos gana nadie.



Día Octavo del mes de las Flores del año 208

Sigo sin ninguna clase de avance en el tema de lograr que Massud, hable conmigo, y sin pasar ni de esa línea no tengo ninguna oportunidad de averiguar cómo pudo curar mi mal. Djamila ha pasado dos veces por aquí hoy. Una para traerme el almuerzo y otra para traerme unos dulces de dátiles y miel a la hora de la merienda. Hemos estado hablando de los otros animales que conozco o que he visto en mi viaje. Le han parecido increíbles y aterradores los grandes saurios carnívoros que los nobles de Adala montan; pero no menos los leones que en las praderas de Dacca aún son comunes, pero que son completamente desconocidos aquí, en el borde del desierto central.

Durante la merienda se ha interesado por los khines, pero me temo que en esta ocasión la he dejado un tanto decepcionada. Aunque le he contado todo lo que sé de los habitantes del sur y de sus caravanas, en realidad no sé casi nada de los conquistadores de Akalime. Ella pensaba que se trataría de alguna clase de hombres gigantes, como dice que le parecen los hibernios que ha visto, o si no, los imaginaba como semibestias, capaces de volar, lanzar fuego por la boca como un dragón o envenenar como una víbora con sus armas. No he sabido explicarle que algunas de esas cosas son en realidad verdad, o algo parecido, pero le he dejado bien claro que son hombres, como nosotros, de aspecto diferente, pero en esencia lo mismo, y que por lo general son más bajos y menos fuertes que muchos de nosotros los ossines.

Ella no entendía cómo habían podido derrotar entonces a tantos soldados ossines, e incluso destruir una ciudad califal y tomar a dos de las más importantes, Tamana y Akalime. Yo, por salir por alguna parte, empecé a hablar de que ambas ciudades estaban dominadas por la sombra, por el mal y que por eso habrían caído, por voluntad de Dios; pero lo cierto es que no me lo creía, porque sé bien que Dios no suele intervenir en la guerra, y porque la idea de Dios en este mundo que parece abandonado por Él, cada vez se me antoja más vaga e irrisoria. Ella no se daba por satisfecha por esa explicación y quería saber muchos más del armamento de los khines, de su forma de combatir, de sus estrategias; y yo no sabía nada de todo eso.

Hoy no he esperado fuera en el muro, cuando se ha ido a dormir he esperado justo junto a la puerta, por refugiarme un poco del frío y por dejarle bien a las claras que no pienso marcharme de aquí sin la información que necesito y deseo. Eso ha hecho que abriese la puerta, sí, pero sólo para darme una capa de piel de blancada y decirme que me abrigase con ella.  La he despreciado delante de él, para que vea clara mi convicción, pero él se ha limitado a encogerse de hombros y a volverse al interior de la casa.

Allí se ha quedado en el suelo, cuando me he vuelto para el Pozo, ojalá se le ensucie completamente y sin remedio.

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