Ya ha llegado el final del 2018.
Un año en el que he perdido a mi padre por un cáncer cerebral que se lo llevó en pocos meses. Un cáncer que me mostró lo frágil que es nuestra mente. Un poco más de presión en alguna parte de la corteza cerebral y los recuerdos se desvanecen, junto con la capacidad de leer, de entender la hora o incluso la capacidad de usar palabras. No había imaginado lo duro que es algo tan simple como enseñar a tu padre a usar su propio reloj despertador cada pocos días.
Un año que me ha demostrado lo minúsculo que somos y cómo podemos pasar de ser algo, una persona llena de pasiones y miedos a nada en un instante. La muerte es un cambio tan fundamental que asusta y devasta. Es fácil entender porqué se crea el mito del alma, o el de los fantasma. Es fácil comprender que una historia tan absurda como Ciudad Permutación tenga sentido para alguien. Nunca olvidaré como escuché en la televisión a Ana María Matute rechazar fervientemente que no haya nada tras la muerte. Ella no podía aceptar que la mente, que es tan rica y compleja, simplemente se desvanezca en nada. El mismo razonamiento que en la novela mencionada antes. Pero, ay, es justo esa la realidad de lo que somos, pura evanescencia que se cree importante en un Universo ciego y azaroso.
Un año que me demostró lo mucho que puedo fallar. Lo mal que puedo llevar las circunstancias y lo débil que soy ante las dificultades. Lo mucho que me queda por aprender y madurar con mis casi cincuenta.
Acabo el año con afónico y con los bronquios algo afectados, lo que entiendo que es adecuado para un año tan malo. Y sí, he creado muchas cosillas durante este año, ya lo he contado. Pero es el momento de hacer autocrítica: queda claro que puedo escribir incluso en malas circunstancias y que puedo escribir rápido. Lo del #iftober fue una maravillosa locura, pero lo que hice realmente no fue un verdadero reto para mí, ya sé que puedo escribir rápido, incluso interactiva. La verdadera pregunta es si puedo escribir de verdad bien. Algo que de verdad deje una marca en alguien.
Así que mi propósito para este año 2019 es seguir, levantarme como un fénix y continuar intentando hacer al menos una cosa que os emocione y os deje temblando. Mi propósito será crear una única cosa ya sea literatura lineal o interactiva que sea realmente buena, algo que se quede ahí y me haga algo menos evanescente.
(Os he dejado arriba mi fénix favorito, Rachel Summers de Marvel,
la versión de Romita Jr., tal vez su momento más alto y más bajo.
La propia definición del fénix)
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