24.12.19

Hoy cumplo 49... y en el 2020 los 50.

Hoy cumplo cuarenta y nueve, o lo que es lo mismo, en este año que entra cumpliré los cincuenta. 

2020. Quién hubiera dicho que las cosas iba a ser como son ahora cuando tantas cosas iban a pasar mucho antes: el viaje en el tiempo en 2015, replicantes y coches voladores en el 2019, robots domésticos, naves espaciales, colonias en otros planetas... Por no hablar de que ya sólo faltarían nueve años para que la mayor Motoko Kusanagi ande por ahí con un cuerpo completamente artificial.

Claro que la verdad es que sí que tenemos muchas otras cosas positivas esperadas y no esperadas: fábricas y almacenes completamente automatizadas, una red global de conocimiento que no para de crecer, computación cuántica, clonación, tratamientos médicos que podrían ser personalizados, IAs capaces de pintar como pintores fallecidos o de crear fotos indistinguibles de unas reales de personas que jamás han existido, increíbles avances en biología y ciencia de los materiales.

Supongo que el mundo tiende a ser menos brillante y espectacular como lo podemos imaginar, aunque mucho menos dramático y espantoso como se muestra en nuestras pesadillas. Yo viví una infancia en la que parecía seguro que una guerra nuclear nos barrería de la historia, o que una pandemia mortal destruiría la civilización; cosas ante las que la actual fiebre 'zombie' parece un terror de opereta. Nada de eso ha ocurrido ni parece que vaya a ocurrir (sí, los zombies tampoco); así que alegrémonos por los terrores que hemos superado en lugar de lamentarnos por la gloria que no hemos alcanzando. No tendremos robots domésticos a los que saludar al entrar en casa, pero al menos tenemos cucarachas aspiradoras que sirven de entretenimiento para nuestros gatos.

En cuanto a mí, no voy a negaros que las décadas se notan y mucho, y a veces me recuerdo a mi viejo personaje del EVE, el de la cara seria que os he adjuntado arriba a la izquierda; pero cuando me pongo a escribir se me quitan todas las añoranzas, los arrepentimientos y casi que los dolores.

Repasemos un poco mi 2019. La verdad es que ha sido bastante menos productivo que el 2018, sobre todo porque este año he abandonado (espero que temporalmente), mi actividad en ficción interactiva. Supongo que el final de las Sillyberrys, me ha dejado un tanto alejado de todo eso de la literatura no lineal y exploratoria. Mis actividades (que, sinceramente me parecen pocas para todo lo que había prometido) este año han sido:
  • Reordenar este blog creando secciones con relatos, libros, información sobre ficción interactiva y sobre el nanowrimo, que creo que buena falta le hacía.
  • Escribir cuentos, incluyendo unos cuantos para varias convocatorias de antología. En algunas entré y en otras no:
  • Participar en la antología de 'Ni en un millón de años'. Donde no sólo escribí tres de los relatos, sino que ayudé a la corrección de los demás y, en general, colaboré en parte de la existencia de la antología.
  • He escrito el primer borrador de 'Virgins 61' que la verdad es que me ha gustado mucho, aunque aún no sé si saldrá una novela de verdad de ahí o no.
  • Y trabajé en 'Cuentos de Hierro y Pólvora' del mundo de los 'Colonos de Tulgia'. Quería haberos traído hoy la noticia de su publicación, pero se ha retrasado un poco por varios temas, así que tendremos que dejarlo para el año en el que cumpliré cinco décadas. Os dejo con una de las ilustraciones que va a incluir, la de la Niña Flores, de la estupenda ilustradora Cecilia G.F. A la que os recomiendo encarecidamente para cualquier trabajo que podáis necesitar.


18.11.19

Relato Rechazado - Recuerdos podados

Este relato rechazado de hoy es bastante especial. No tenía pensado participar en la convocatoria de Editorial Cerbero sobre realismo mágico por varias razones, la primera porque la mención a lo rural me echaba para atrás, pero la principal es que ahora mismo no me siento con nivel suficiente. Pero, una experiencia personal, que me dejó realmente abrumado (la parte de los árboles secándose) provocaron que el primer borrador de este relato saliese a borbotones de mi interior. El dolor que hay en este relato llevaba demasiado tiempo ahí dentro (y me seguirá acompañando el resto de mi vida), y tenía que sacármelo aunque fuese un poco.

Aún así el resultado no encajaba muy bien con la convocatoria, pero mis betas lo encontraron hermoso y emocionante; así que lo reparé todo lo que supe (siempre con lágrimas, eso sí) y busqué a una correctora para que me ayudase. Pensé que no había quedado mal pero tenía que soltarlo ya porque me estaba quemando por dentro, así que lo envié mucho antes del plazo (mala idea) para soltar esa carga.

Y esa parte funcionó. Desde que lo mandé al concurso he estado francamente mucho más aliviado. El peso nunca se me quitará del todo, pero ahora ya no ahoga tanto. Lo que no funcionó es en la convocatoria y por eso está aquí.

Releyéndolo ahora, tras este tiempo, veo que el comienzo es probablemente demasiado largo, y enrevesado, que hay demasiadas generaciones entre mezcladas, etc. Pero esto no es un relato es un peso que tengo que soltar, así que se queda como está y seguiré caminando algo más liviano.





Recuerdos podados

Hasta el más amable de los árboles puede hacerte daño si no lo tratas con respeto. Me lo enseñaron los almendros que tenía mi padre.

Todo el que lo conociese te dirá que se dedicaba a la música. Había sido un niño prodigio y la gente hacía colas kilométricas para escucharlo tocar. Mi abuelo hacía pegar carteles que lo anunciaban como El niño del Piano en todos los lugares a donde lo llevaba de gira. Mi padre, se encaramaba como podía a aquella cosa y, siempre sonriendo, les demostraba a todos que los milagros eran posibles y que uno había llegado a su ciudad. Estuvieron en todas partes. Incluso en la tele, en el canal nacional, que era el único que había por aquel entonces. Un presentador muy famoso, de prominente bigote, lo anunció con las mismas palabras que mi abuelo: «den un fuerte aplauso a este prodigio: el Niño del Piano». Y la gente aplaudía a rabiar.

Pero los aplausos siempre terminan por apagarse y el hombre adulto no conservó el mismo interés por la fama que tenían el niño prodigio o su padre. Recuerdo cómo mi abuelo contaba lo mucho que la gente admiraba a su hijo, y cuánto se quejaba de que el niño hubiera decidido ignorar sus consejos y recluirse en una vida de profesor de música en la educación secundaria. Pero es que el alma de mi padre no estaba llena de notas y acordes, sino de árboles y fango.

Mi abuelo odiaba el campo, la tierra y el barro: la vida que su padre le había hecho llevar. Odiaba su limitada formación y nunca quiso lo mismo para su hijo. Él, mi abuelo, sí que tenía espíritu de artista; aunque su talento, más que la falta de estudios a la que le echaba la culpa, era limitado y nunca le permitió ir más allá de tocar con la banda municipal. Mi pobre abuelo. Se fue a la tumba enfadado porque su hijo, el genio del piano, se había comprado un pedazo de tierra y estaba plantando árboles frutales. Pero es que mi padre sentía una auténtica conexión con las plantas. Me dijo muchas veces que las escuchaba crecer, que era su música favorita.

Yo no era más que un retaco cuando recogimos la primera cosecha de almendras y quedé fascinado. El almendro es un árbol amable. Carece de espinas y brota cada primavera cargado de flores blancas o rosadas, más preocupado por dar frutos que por dotarse de hojas. Las almendras nacen cubiertas de un revestimiento protector, suave como la piel de un melocotón, que se desprende solo cuando están maduras. Es totalmente diferente a otros árboles, como el castaño, que protegen sus frutos con una corona de espinas. Aun así, puede dañarte si no lo tratas con respeto.
Ya habrían pasado seis años desde la muerte de mi abuelo —aunque todavía se pasaba de tanto en tanto por casa para cerrar de golpe la tapa del piano en protesta por la traición de mi padre— cuando, en nuestra tercera o cuarta cosecha, se me ocurrió que si trepaba al tronco del árbol más grande podría coger las mejores almendras, esas que se quedan demasiado altas. Una vez subido al tronco, vi que más arriba había muchas más almendras gruesas, de forma que subí a ramas más y más altas, que se volvían más y más estrechas. Como podéis imaginar, una de ellas cedió y en mi intento de no abrirme la cabeza contra el suelo le hice mucho daño al árbol; incluso le quebré alguna de sus ramas más sanas. Y, en respuesta, el árbol me hirió a mí. Un tobillo torcido y cientos de arañazos me alejaron de los árboles durante bastante tiempo; y los gritos de mi madre hicieron, que, por primera vez, me apetecieran más los libros que las cabriolas.

Mi abuelo fue el que más apreció aquel cambio en mi comportamiento, y, a veces, me despertaba por las noches con melodías ligeras y nostálgicas tocadas en el piano. Sobre todo, cuando me interesaba por las matemáticas. La música está repleta de matemáticas; o tal vez es al contrario y son las matemáticas las que rebosan música, concordancias, acordes, ritmos y armonías. Antes de su muerte mi abuelo hablaba mucho de fracciones y de cómo los griegos representaron la perfección de la música gracias a ellas.

Las matemáticas se convirtieron en mi asignatura favorita desde el accidente del almendro hasta la adolescencia, momento en el que empecé a encontrarlas demasiado frías. Carentes de vida. Los números, pensaba entonces, no contenían más que puro orden, eran demasiado rígidos para la tormenta que las hormonas fraguaban en mi interior. Así que me lancé a los brazos de la impura química y de la sucia biología, en los que permanecí hasta finalizar la universidad.

Del día que nos dieron los diplomas de Exobiología Aplicada, recuerdo con especial cariño el abrazo de mi padre y el tacto de sus manos callosas de hacer música con la azada y de componer armonías con las tijeras de podar. Lo recuerdo tan bien como la pregunta que me hizo justo después: «¿Y ahora qué quieres hacer?» La maldita pregunta. Todo el mundo quería saber qué iba a hacer el hijo del Niño del Piano, el que había obtenido las mejores notas de la primera promoción de Exobiología Aplicada. ¿Y qué les podía contestar? No tenía ni idea y la responsabilidad de tal decisión me cayó encima como una losa. ¿Qué era lo quería hacer?

Ir a alguna parte del espacio, suponían todos. ¿No habían creado la carrera para eso? Desde que se había confirmado la existencia de vida fuera de la Tierra mediante las observaciones de K2-18b, la inversión en biología exo-planetaria se había disparado y todo el mundo hablaba de salir al espacio, de colonizar otros planetas. Así que todos suponían que eso era lo que yo deseaba, pero, ¿para qué? El espacio me parecía entonces tan estéril como los números y de hecho lo es. Nadie iba a poder viajar hasta K2-18b en mucho tiempo y la mayor parte de nuestro espacio cercano está muerto, perfectamente desinfectado por los rayos de alta energía del Sol. Si alguna vez va a haber vida en otro planeta será porque nosotros la habremos llevado hasta allí con mucho esfuerzo y penalidades.
Al finalizar el día me sentía realmente mareado, no sabía si por el vértigo de mi repentinamente adquirida madurez o por todo el alcohol que había ingerido para intentar olvidarla. Por suerte, el decano de Terraformación me salvó de tener que tomar las riendas de mi vida. Al viejo Shen le apasionaba el futuro de la Humanidad en otros planetas y hacía lo posible por reclutar para su equipo a los mejores de todas las facultades. Dedicar mis esfuerzos a imaginar formas futuras de acortar el tiempo para que Marte se transformase en un lugar al que la humanidad pudiese llamar hogar no era más que un juego para mí, una forma de eludir mis responsabilidades y continuar en la universidad, entretenido con cosas que nunca ocurrirían y que, desde luego, yo no intentaría llevar a cabo.
En el equipo de Shen conocí a mi futura esposa. Si esto lo estuviese redactando un escritor de novelitas románticas o un guionista de series populares seguro que empezaría describiendo su pelo negro tan oscuro como el cielo en el espacio, o sus ojos siempre vivaces, o su extraordinario color de piel que nadie puede describir sin hacer referencia a las mil razas que se habían mezclado allá en su isla caribeña de origen; pero la realidad es que lo primero que conocí fueron sus cálculos y de ellos me enamoré.

El artículo que me pasó mi jefe refutaba todo nuestro trabajo. Demostraba con fórmulas indiscutibles y con números incuestionables que cualquier terraformación requería un tiempo mínimo tan largo que obligaría a un esfuerzo continuado de siglos. Mostraba un problema que nadie más había considerado antes y que tenía que ver con la naturaleza misma de la biología terrestre. El artículo era brillante y destruía el propósito de nuestro grupo. Incluso cuestionaba la utilidad de todos los proyectos mundiales destinados a llevar a la Humanidad más allá de la Tierra. Lo revisé una docena de veces y no encontré ningún fallo ni tampoco ningún aspecto discutible. Había una belleza en aquellos números que yo pensaba que no era propia de las matemáticas. Pero, de todos modos, para mí, sus conclusiones resultaban del todo inaceptables, ya que pondrían de nuevo sobre la mesa la cuestión de qué iba a hacer con mi vida. Así que le mentí al viejo Shen y le dije que el artículo no era tan sólido como parecía, que creía poder encontrar una forma de demostrar que se equivocaba en las conclusiones.

Me costó cinco años de enorme dedicación, así como una pizca de suerte, transformar aquella mentira en verdad. La pizca de suerte fue una bacteria descubierta en Quirón: Mycobacterium Centaurea, aunque todos la llamamos Ozy por la hija de Quirón. Una criatura prodigiosa, capaz de crecer en el vacío expuesta a la radiación solar más intensa. No sabemos de dónde procede Ozy, pero desde luego no es terrestre y el estudio de sus orgánulos nos permitió modificar varios de los agentes terraformadores y acelerar muchos de sus procesos. Logramos así que la adaptación de un lugar como Marte se pudiese realizar en menos de una generación. Mi futura esposa tenía razón y ninguna biología terrestre podía conseguir una proeza así, no en un tiempo tan breve, pero cuando hicimos pública nuestra línea de agentes de terraformación Fast Flow, nadie se paró a pensar en ese detalle. Su reputación cayó en picado y acabó perdiendo su beca.

Le debo muchas cosas al viejo Shen, pero lo que más le agradezco es que le ofreciese a ella la oportunidad de venir a trabajar con nosotros. Le debo haber sido feliz con la mejor mente que he conocido y le debo una familia de ojos oscuros y piel de color inclasificable. Cuando nos casamos mi padre aún estaba bien, pero ya lo encontré algo raro. Reía y bailaba, pero a ratos mostraba una mirada nostálgica, como la de mi abuelo al final de sus días. Tal vez debería haberme dado cuenta de lo que le pasaba, pero no nos enteramos hasta un año más tarde, cuando mi madre nos llamó: «Es el mismo tumor que el de vuestro abuelo. Nos han dado unos diez meses». Para aquel cáncer no había cura, ni tampoco la hay ahora.

Diez meses es un tiempo demasiado breve cuando tu rutina consiste en ver cómo el tumor va menguando a tu padre, cómo le borra la capacidad de hablar, de recordar, o de leer la hora en su propio reloj. Ves cómo caen las hojas del calendario mientras haces llamadas y ruegas para que lo incluyan en alguno de los tratamientos experimentales. No entiendes cómo es posible que ya sea primavera u otoño mientras esperas ansioso a que te den los resultados del enésimo estudio clínico, la enésima resonancia o que te expliquen por qué la radioterapia le ha afectado la capacidad de andar.
Visitamos mucho el almendral durante aquellos diez meses porque en aquel lugar era feliz. Allí lo había encontrado cuando regresé de la capital. Miraba uno de sus árboles con la tijera de podar en la mano y me dijo: «Hijo, no sé si es el momento. Me está costando saber qué día es». Lo buscamos en Internet y vimos que sí que era momento de podar. Lloré aquella noche mientras mi esposa me abrazaba. Lloré por el dolor de mis manos no acostumbradas al trabajo pesado y lloré porque mi padre me había preguntado si era el momento de sanear los árboles doce veces durante la tarde.
Cuando ya casi no podía moverse y su sistema inmunitario se había debilitado tanto que llevarlo a la parcela suponía demasiado riesgo intenté entretenerlo en casa, con sus otras pasiones. Lo sentaba al piano y le obligaba a enseñarme lo que nunca me había interesado. «Tu abuelo estaría contento», me decía cuando yo hacía como que había aprendido algo de música. Y lo cierto era que lo estaba. Mi abuelo se paseaba todas las noches para acariciar el piano, y me visitaba cuando no podía dormir para decirme que me animase, que luego todo era más fácil, y que la muerte no importaba tanto. Pero la música ya no era el mundo de mi padre, así que cuando se acabó la última tanda de radio y de quimio, lo llevamos todas las tardes a su parcela. Lo sentábamos bien abrigado en su silla favorita y toda la familia hacía como que nos apasionaba cultivar. Hasta el abuelo se esforzaba por andar por allí con buena cara y nos explicaba los consejos de su padre, esos que había procurado olvidar. Pero mi padre seguía empeorando. «Me cuesta recordar tu nombre», me decía, «este cabrón me está podando los recuerdos». Y yo lloraba cuando él no me veía.

Una tarde simplemente se apagó. Lo encontró mi madre sentado en su silla con la boca abierta, ya sin mirar a ninguna parte, ya sin tener que esforzarse en recordar nada más. Mi madre no lloraba, solo le acariciaba la cabeza calva por la quimio y le decía que ya se había acabado, que ya no habría más dolor y que podía descansar.

Ver a todo el mundo que vino a su velatorio nos ayudó un poco. Mucha más gente de la que pensábamos aún lo recordaba y lo amaba. Lo incineramos, pero mi madre se negó a que sus cenizas acabasen esparcidas por un campo santo anónimo. Todavía las guarda en casa, sobre el piano. Le dije a mi esposa que tenía que quedarme un tiempo con mi madre, que estaba muy sola y que aún quedaba mucho papeleo por hacer, pero en realidad era yo el que necesitaba aquel tiempo. Le dije que regresase ella al trabajo, le mentí diciéndole que yo estaría bien. Hay quien asegura que cuando se muere uno de tus padres es cuando realmente alcanzas la madurez, pero yo no me sentía maduro, me sentía como un niño imprudente que se sube a ramas demasiado finas y recibe un castigo inesperado.
Como muchas otras veces, me concentré en lo que había que hacer para poder ignorar que no sabía lo que quería hacer. Me convertí en un eficiente gestor de pruebas de vida, registros de propiedad, valoraciones de mercado e impuestos. Mi madre y yo hicimos todos los papeles de la herencia, que son muchos. También deberíamos haber cuidado de los árboles y de la parcela, pero cada vez que íbamos y veíamos cómo la hierba se iba tragando todo lo que mi padre había amado nos entraba la angustia y, poco a poco, distanciamos las visitas hasta que casi dejamos de ir.

Al principio, las herramientas de mi padre, acostumbradas a trabajar día a día, lucharon por su cuenta y las encontrábamos abandonadas entre la hierba, derrotadas por carecer del apoyo de una mano firme y encallecida. La última en dejar de escapar de la casita de herramientas fue la vieja azada, la favorita de mi padre, de mango desgastado y hierro oxidado. La encontré junto a los almendros, apoyada sobre uno de los troncos, completamente exhausta. La guardé y ya no regresamos en más de un año.

Shen me había pedido que volviese. Se sentía viejo y quería que yo me hiciese cargo del departamento. Le dije varias veces que se lo ofreciese a mi esposa, que era mejor que yo, y al final, tras muchas quejas, lo hizo. Era lo correcto y lo más adecuado. Con la brillante mente de mi mujer a cargo, el equipo despegó como nunca antes y Fast Flow se transformó en la base de todo el proyecto de terraformación de Marte financiado por la Comunidad Europea.

Trabajé con ella unos meses. Había tanto que hacer. Las primeras sondas con nuestro Fast Flow ya habían llegado al planeta rojo y ella necesitaba todos los ojos y todas las mentes para vigilar lo que ocurría allí. A los gobiernos les habíamos dicho que nuestros agentes terraformadores habían pasado todas las pruebas posibles, que se propagarían como una plaga por el suelo salino de Marte y liberarían cantidades ingentes de gases; primero dióxido de carbono y luego de oxígeno. Les habíamos asegurado que no había nada de qué preocuparse, pero eso no era del todo exacto. ¿Mezclar genética terrestre con una bacteria encontrada en un centauro con una biología de procedencia desconocida? Nada sugería que pudiese haber problemas, pero nada aseguraba que no fuera a producirse algún desastre. Además, los gobiernos necesitaban algo más impresionante que enseñar a sus votantes. Un manto de bacterias parduzcas y pegajosas sobre el suelo de Marte no quedaba muy bien en las fotos. Necesitábamos algo más, algo que pareciera una planta, unos tallos verdes de esperanza. Estuve pegado a todos los informes, mirando todas las medidas, imaginando posibles mejoras durante meses, hasta que mi madre me llamó y me dijo que la parcela de mi padre estaba muy descuidada, que los árboles no tenían buen aspecto.

Y tenía razón. Lo que encontré al llegar allí me asustó y me enfadó a partes iguales. El lugar estaba irreconocible. Un manto de malas hierbas secas lo cubría todo y se elevaba casi hasta mi cintura; pero lo peor eran los almendros. Había sido un verano sin lluvias y nadie había recogido la cosecha. Las almendras estaban negras, consumidas por alguna clase de hongo. Los árboles casi no tenían hojas y las ramas nuevas se veían secas y quebradizas. Los árboles de mi padre se morían. Era casi como si él volviese a morirse de nuevo y la culpa me provocó una especie de ira irracional, enfocada contra las hierbas, contra la tierra, contra los propios árboles. ¿Cómo podían hacerme esto? No los había descuidado ni un año, ¿y ya se morían? Desplegué las mangueras. Empecé a desbrozar hierba con una hoz herrumbrosa. Y me dispuse a arrancar de los árboles lo que les quedara de cosecha sana, aunque tuviese que zarandearlos o arrancarles las ramas. Fui muy malo con ellos y me castigaron.
Tres días estuve allí, preso de una especie de locura, bajo el sol abrasador del final de agosto hasta que, con el cuerpo lleno de arañazos y las manos cubiertas de rozaduras y ampollas, me desmayé por el cansancio y el calor. Me desperté bajo el más viejo de los árboles que, justo en ese momento, dejó caer uno de sus frutos. Una almendra gorda y sana, de un perfecto color canela. La cogí entre mis dedos y la miré satisfecho. Sólo entonces me di cuenta de que tenía los dedos ensangrentados, los brazos cubiertos de postillas alargadas y lo que parecía un corte de la hoz en una de las piernas.
La naturaleza me había vencido, iba a llevarse a mi padre, a su obra y yo no podía evitarlo, no sin matarme en el intento. Aquello no era lo mío. Llamé a mi madre y le dije que no podía hacerme cargo de la parcela, que lo mejor sería vendérsela a alguien, preferiblemente a alguien que quisiera cuidar de unos almendros; y ella lo acepto mejor que yo mismo. Luego me duché en casa y me volví a la capital, con mi esposa, con una almendra gorda y sana de un perfecto color canela en el bolsillo y sabiendo qué era lo que quería hacer con mi vida. Ella no lo comprendió, al principio, cuando entré en su despacho y la puse sobre su mesa. «¿Quieren algo más?», le dije, «Vamos a darles un bosque de almendros».

Y lo hemos hecho. Me gusta sentarme aquí, bajo la cúpula verdosa del invernadero, observando las abejas que hemos traído para polinizar nuestros árboles. Son más altos y estilizados que los terrestres, y su color tampoco es igual. Tuvimos que retocar un poco los pigmentos fotosintéticos para mejorar la eficiencia bajo este cielo, pero están sanos y repletos de flores. Mi padre los adora. Anda de aquí para allá observando los brotes nuevos junto a sus nietos y sus biznietos. Me gustaría que le hubiesen traído su viejo piano hasta aquí, pero me ha dicho mi esposa que no llegará hasta dentro de tres semanas, junto con las cenizas de mi madre. Hasta el abuelo sonríe al ver la cara de su padre estampada en los cartones del Turrón de Marte que enviamos a todas las colonias. Creo que sonríe porque al bisabuelo no le gustaba el turrón.

Nos va bien y mi esposa, la caribeña de mil razas, sigue creando árboles mejores, más productivos y resistentes. Me sigue amando, creo, pues me abraza todas las tardes, a pesar de que haya veces que no consigo decirle nada. Pero lo mejor es ver a mi padre sonreír todo el tiempo. Tenerlos a los dos conmigo me hace feliz, a pesar de todo. Tan sólo me gustaría poder recordar sus nombres.

31.10.19

Antes escribo...

Ayer escribí una entrada del blog contando las novedades de las últimas semanas y mis planes siguientes. En esa entrada dije:

"[...] Hay otra pequeña colección de cuentos en los que voy a tener la suerte de participar, pero aún no quiero decir nada hasta que hagan el anuncio oficial. [...]"

Pues no ha habido que esperar. Ya está aquí. Bajo el nombre de FrankenTwitter la asombrosa Alicia Gil Pérez ha juntado un buen montón de soberbios escritores y escritoras, así como algunos más cutrecillos como yo (no todo va a ser maravilloso), y ha logrado componer una colección de cuentos cuya inspiración es puro Dadá.

Todo surgió de un twit  que te proponía que tu próximo proyecto de escritura fuese sobre un tema absurdo basado fragmentos de frases que se escogían por tu fecha de nacimiento y la primera letra de tu nombre; algo que no tendría nada de especial, uno más de todas esas locuras aleatorias que rellenan mi TL, si no fuese por la alineación arbitraria de los astros que hizo que Alicia se decidiese a encabezar el asunto y a muchos a apuntarnos.

Como amante del caos y partidario de abrazar la entropía, no puedo estar más contento que ver cómo el resultado del puro azar  construye de nuevo arte. Y si todo eso no os convence deciros que el ínclito señor de las tinieblas y de los dados Santiago Eximeno está en el ajo.

30.10.19

Se acaba octubre

Se acaba octubre y hay muchas cosas que contar. La más obvia es que en dos días empieza el NanoWrimo. Os pondría un enlace a mi página de nanowrimista, pero no encuentro forma de encontrar un enlace público, así que si queréis ver mi información de nanowrimista tendréis que buscarme como 'Johan Paz' y haceros uno de mis 'buddies'. 

Este año no voy a escribir de cara al público porque 61 Virgins me parece que es de los retos más complicados que he intentado hasta ahora, y la verdad no quiero espantaros. Si típicamente dejo reposar una nano dos años sin mirarla en un cajón antes de decidir si merece la pena reescribirla, editarla y probar suerte con ella, tras lo cual tardo un año o dos en darla por 'terminada' (o sea un total de unos cuatro o cinco años) me parece a mí que con 61 Virgins el proceso se va a eternizar.

Aunque representa mi retorno al género que me es más natural (ciencia ficción realista y cercana con algún tinte social) incluye muchos aspectos que van a ser, para mí, completamente novedosos y temas que a los que le tengo considerable respeto (por no decir miedo). Pero, diablos, el año que viene cumpliré cincuenta y ya va siendo hora con que me enfrente a temas realmente complejos.

Pero antes de zambullirme en las pupilas de la chica del gorro verde, han estado pasando cosas interesantes que merece la pena mencionar. Ya habéis podido leer en este mismo blog sobre Ni en un millón de años, un libro de relatos de ciencia ficción en el que me invitaron a participar. Por fin, puedo anunciaros que ya disponemos de versión en papel. Si alguien quiere tener un ejemplar en papel y le resulta demasiado caro, que me contacte por MD en mi cuenta de twitter y probablemente le mande uno de regalo.

Hay otra pequeña colección de cuentos en los que voy a tener la suerte de participar, pero aún no quiero decir nada hasta que hagan el anuncio oficial.

Y aún tengo otra noticia más interesante: el primer libro de los Colonos de Tulgia cumple ahora el margen de cuatro años de rigor desde que lo esbocé, y, tras todas las vueltas que le he dado, va siendo hora de publicarlo. En esta ocasión he contratado a correctores profesionales y estoy muy contento con el resultado. No creo que pueda tener Cuentos de hierro y pólvora listo para mi cumpleaños (esta Navidad), pero seguro que el año que viene (sí, ese en el que cumplo 50) lo podréis tener entre vuestras manos. 

¡Y esta vez con una portada impresionante! 

Pronto sabréis más. A los que vais a participar en el Nano: ¡mucha suerte y ánimo!

14.10.19

'Ni en un millón de años' en Amazon


Probablemente el mejor resumen de cómo se fraguó esta colección de relatos está en este blog. Y no deja de ser un libro raro cuyos escritores incluyen cosas tremebundas como 'ingenieros' o ´físicos'.

¡Horror!

Como dice Paco los ingenieros somos muy tenaces, o diciéndolo de otra forma muy cabezotas y pesados; una vez lanzada la idea de hacer un libro de relatos que nos gustase a nosotros ya no cabía ninguna otra posibilidad que hacerlo.

Y creo que no ha quedado nada mal.

Os animo a leerlo: no es muy caro y el dinero va a ser donado a ONGs, además es posible leerlo gratis por el Unlimited de Amazon. Y como siempre decimos si os agrada, ¡no os olvidéis de dejar una reseña en la entrada de Amazon o, mejor incluso, en la GoodReads!

Y si no os gusta decídnoslo también, que no hay nada que le guste más a un ingeniero que aprender de los errores y ponerse manos a la obra para arreglarlos y que lo siguiente que ocurra sea mejor.

23.9.19

Relato rechazado - Las jornadas de evaluación

Ya puedo subir mi intento de entrar en Pendejhadas:

Las jornadas de evaluación

Tener un puesto de profesora en esta institución es la realización de todos mis sueños. Una mujer, especialmente una perteneciente a una raza sospechosa como la de los djinn, no tiene muchas oportunidades de conseguir un trabajo relevante y bien remunerado. Sobre todo, uno para el que sientes que has nacido, uno que te haga sentir completa y que represente un auténtico reto. Para ser sincera,  adoro estar entre estas paredes. Adoro a los alumnos y a las clases. En ningún otro lugar del mundo se puede disfrutar de tal ambiente de chisporroteante innovación, ni del grado de libertad del que disfrutamos aquí. El evento Montes-Warwovish ha dejado a nuestra sociedad tocada y fuera de estas paredes la magia es algo que la gente teme. Fuera de la Institución todos los no-humanos somos sospechosos por defecto. Así que todo esto es un privilegio. Ser aceptada como profesora de Artes de la Alteración en este rincón protegido por el gobierno, siendo como es, mi piel más azul que el cielo de verano y mis orejas más puntiagudas que las de un elfo, es, sin duda, un regalo de los dioses.

No voy a decir que todo sea perfecto. Eso no. Las djinn somos demasiado similares a las mujeres humanas y somos, en comparación con ellas, algo más voluptuosas. Eso conlleva algunas dificultades al tratar con el profesorado, o más bien, con los hechiceros varones humanos que son la mayoría del mismo. Sé que no es del todo culpa de ellos —los humanos, en especial los varones, son sexualmente muy activos; se nota en eso que apenas hace un millón de años que se bajaron de los árboles— pero acaba por resultar cansado que no aparten nunca los ojos de tu cuerpo a pesar de que lo cubras, capa sobre capa, con prendas amplias de lana áspera. Las mujeres nosferatu del Instituto de Ciencias de Ultratumba no sufren de esos problemas. Las envidio por ello. Sinceramente, después de explicarle por quincuagésima vez a otro de tus compañeros, que sí que te cae bien, que sí que te parece un hombre inteligente e interesante, o, que te ríes de sus chistes porque son, realmente, muy buenos, pero que aun así no tienes interés en comenzar ninguna serie de experimentos de sexo interracial, ni tienes intención de perturbar nuestra decadente sociedad con un matrimonio mixto y unos hijos mitad azules y mitad rositas, acabas por desear que la modificación de la realidad a gran escala no estuviese prohibida desde el Montes-Warwovish. A los varones humanos les convendría un pequeño ajuste que afecte a sus partes más queridas. A todos ellos.

El otro aspecto que no me gusta de mi trabajo en esta institución son las jornadas de evaluación de riesgos. Entiendo la necesidad de tenerlas. A fin de cuentas, tratamos con magia, que es —casi siempre— mucho más peligrosa que la ciencia y tenemos con nosotros a los más talentosos hechiceros y hechiceras de todas las razas conocidas, tanto de entre los vivos como de entre los no-muertos; sin que por eso dejen de ser jóvenes, casi adolescentes, sujetos a las veleidades propias de su edad: amores imposibles, celos, dudas existenciales, así como toda clase de conflictos absurdos entre ellos o con el mundo. Si en alguna parte pudiese ocurrir otro evento catastrófico que pusiese en duda la continuidad de la existencia del Universo sería aquí. Para evitarlo tenemos las jornadas. Cada profesor debe revisar a sus alumnos, uno a uno, siguiendo un procedimiento claramente establecido por el gobierno, siempre atento al muhesómetro —para detectar picos de magia espontánea— y al aletómetro —para verificar la sinceridad del alumno entrevistado—, que tiene el objetivo de detectar alumnos con intención o posibilidad de provocar un desastre místico de envergadura. Es comprensible. Lo es, sin duda, pero en mi caso, que soy la profesora principal de Alteración y además una djinn de amplios poderes, las jornadas de evaluación implican una clase de contacto que intento evitar. Pero es lógico, ¿quién está mejor preparada que yo para lidiar con un ifrit potencialmente peligroso?

El que me tocaba esta mañana, antes del almuerzo, se llamaba Gaith y provenía de las tierras desérticas de Halbarab. De piel roja como el fuego de una fragua, con el pelo ensortijado que les es propio, debía tener unos setenta años, edad en la que, tanto los ifrit como los djinn, apenas se considera que comencemos a estar preparados para asumir nuestras obligaciones con la sociedad. Sus ojos eran amarillos como la arena del desierto, pero con brillos metálicos, con tonos naranjas, casi como si estuviesen hechos de ópalo. Y era tan alto y fornido —características típicas de los ifrit varones— que la túnica oficial de estudiante apenas lograba disimular lo musculado que estaban sus brazos y su pecho. Lo hice sentar frente a mí intentando disimular el profundo desagrado que siento por toda su raza y procedí con la evaluación:

—Veo que su nombre es Gaith —le dije— ¿sin apellidos?
—Los ifrit de Halbarab no los usamos —me contestó. Yo ya lo sabía, pero también sabía que la pregunta le molestaría y de esta forma podía calibrar sus reacciones al tiempo que verificaba el correcto funcionamiento de los dos aparatos de medida— allí consideramos que cada uno es un individuo independiente y único. Así que sólo se usan nombres, ni apellidos ni patronímicos ni ninguna otra clase de designación que nos clasifique.
Eso era cierto sólo ahora, tras el evento, antes los ifrit de Halbarab —como todos los demás de su raza— estaban encadenados a sus objetos de encantamiento y siempre habían sido clasificados por categorías: había habido ifrit de lámpara, de anillo y de templo. Gaith, sin embargo, era lo bastante joven como para no haber conocido aquellos tiempos. Tal vez había nacido libre.
—Está bien, Gaith de Halbarab —dije para recalcar de esta forma una ‘designación’ de esas que tanto decía odiar— veo que está en su tercer año en la Institución y que es alumno de Invocación. ¿Es correcto?
—Lo es.
—Invocación es una especialidad extraña para una persona de su raza.
Eso le molestó.
—¿Porqué todos los ifrit debemos estudiar magia elemental? —contestó— ¿Porqué un ifrit sólo está interesado en quemar cosas y provocar destrucción?
—No —dije muy calmada mientras sentía por dentro cierta satisfacción por haberlo manipulado de forma tan simple—, porque suelen ser los humanos los que muestran más interés en el arte de la invocación. 
—La invocación es la parte de la magia que más me interesa —contestó algo frustrado.
—¿Puedo preguntar la razón?
—Contiene las especialidades que creo que me pueden ser de más utilidad, para mis investigaciones académicas en el futuro.

El muhesómetro no mostraba ningún rastro de actividad mágica y el aletómetro indicaba que sus respuestas eran sinceras, pero no completas. Ocultaba algo importante.

—¿Qué especialidad en concreto cree que le será de utilidad?
—Hay varias… —contestó con clara intención de evitar el tema.
El aparato indicaba con claridad que estaba ocultando muy importante para él, así que me tocaba presionarle un poco más.
—Invocación contiene hechicería de muy diversa clase —le dije—, necesito algo más específico para completar la evaluación.
—¿Esto es realmente necesario, señorita Paw…? 
—Limítese a llamarme profesora —le corté— y claro que es necesario: es su evaluación, si no quedo satisfecha será expulsado de la Institución y puede que incluso investigado por la Comisión de Riesgos.
—Pero… —su frustración me resultaba obvia y el color amarillo intenso del aletómetro confirmaba mi impresión—, profesora, ¿no siente usted que todo esto de las evaluaciones es la forma que tienen los humanos de mantenernos controlados?
—¿Controlados? ¿A quiénes?
—A usted, a mí, a todas las criaturas de naturaleza mágica.
—Esa es precisamente la idea —le dije mientras mantenía la mirada en sus embriagadores ojos que parecían hechos de topacios— el evento demostró… 
—El maldito evento —se quejó el joven ifrit—, cualquier conversación sobre nosotros, los seres mágicos, acaba siempre en el evento Montes-Warwovish, en cómo de muestra el peligro que representamos, que representa cualquier magia que no sea adecuadamente normalizada y canalizada.
—¿No cree que deba ser así? —le pregunté. 
—¿Qué sabemos del evento, en realidad? —me contestó.
—Está todo documentado. Seguro que has tenido una asignatura de…
—Sí —me interrumpió— he tenido ya dos seminarios sobre el evento, por no hablar de las lecturas y trabajos obligatorios sobre el evento de la clase de Historia de la Magia. Créame, profesora, conozco absolutamente todo lo que se ha dicho y escrito sobre ese supuesto acontecimiento.
—¿Supuesto?
—¿Qué nos cuentan? Que el hechicero Montes, intentando aumentar el poder de su asistente encadenado Warwovish, un ifrit, provocó una ruptura de la realidad que borró nuestras restricciones encantadas de la historia, lo que, a su vez, supuestamente, provocó un espiral de caos y destrucción que casi anula toda la creación.
—Eso es lo que sabemos que pasó.
—Y lo sabemos porque…
—Así lo relata Majjima, la única superviviente de todo el evento, que logró restaurar la realidad a duras penas, aunque no pudo lograr que Montes ni Warwovish sobreviviesen.
—Y Majjima era…
—Una djinn, pero seguro que usted ya sabe todo esto. Los djinn somos buenos aliados de la humanidad desde que evolucionaron sobre este planeta. Prácticamente les enseñamos todo lo que saben de magia, y hemos procurado desde entonces que no provoquen un desastre con ella. Majjima era una amiga y colaboradora cercana del hechicero Montes, que por suerte estaba en el laboratorio cuando el evento…
—Y no le parece sospechoso, ¿profesora?
—¿Qué parte exactamente, Gaith?
—Los djinn siempre han sido los amigos de la humanidad, sin embargo, nosotros los ifrit que casi somos la misma raza…
—Señor Gaith, le recomiendo que piense bien que pretende decir…
—¿Qué diferencia hay entre nosotros, profesora? —se atrevió a preguntar— ¿Acaso no somos ambas especies de naturaleza mística, conectada cada una a un par de los elementos básicos de la naturaleza? ¿Acaso no podemos, llegado el caso, disponer de poderes de transformación casi ilimitados? Sin embargo, ustedes han sido los amigos de la humanidad y nosotros peligros que debían ser contenidos y encadenados.
—No puede compararme en serio las cualidades sanadoras del agua con la violencia que representa el fuego —le dije al tiempo que evitaba mostrar mi indignación.
—Cualquier superviviente de un maremoto o de un tornado, creo que opinaría que el agua y el aire pueden ser tan peligroso como el fuego y la lava de cualquier volcán —contestó—. Mire, profesora, aceptemos que el hechicero Montes realmente quería aumentar el poder de sus asistentes encadenados.
—¿En plural? Sólo el ifrit…
—Tal vez es cierto que tuvo éxito —continuó, ignorando mi réplica— y los liberó a los dos. ¿Provocó eso el caos de destrucción que Majjima explica en sus escritos? No podemos saberlo, si ocurrió sería en una línea temporal que la propia Majjima impidió que existiera. Pero, ¿y si no es eso lo que pasó? ¿Y si Majjima sí que manipuló el tiempo pero no para salvarnos de la destrucción sino para hacernos creer que los djinn son los amigos de la humanidad ‘desde el principio de los tiempos’ y los ifrit peligros andantes que sería mejor que estuviesen encadenados? ¿Y si lo que hizo Majjima fue asegurar su libertad y la libertad de todos los de su raza? ¿Y si fue eso lo que realmente pasó, profesora?
—Menudo disparate…
—¿Usted cree? —me preguntó con tono de sorna— Pues yo le encuentro cada vez más sentido. Y, por eso, estudio Invocación. Necesito conocer suficiente magia cronal como para ver por mí mismo el evento Montes.
—Cronal. La magia de manipular el tiempo.
—Eso es.
—Entiendo —le dije secamente— creo que con esto ya tengo material suficiente para completar su evaluación.
—No le gustan mis intenciones.
—Eso ya lo sabrá cuando reciba el informe, Gaith. Ya puede marcharse.
—Sólo busco conocer la verdad. 
—Hemos terminado, por favor, márchese.

Llegué a pensar que se revolvería contra mí; porque el muhesómetro mostraba un claro incremento de la magia elemental de fuego, pero se limitó a resoplar abatido y a marcharse. Por esta clase de cosas odio las jornadas de evaluación. Y no es la primera vez que me pasa. Ya es el décimo ifrit que mando a la Comisión de Riesgos este año; y nueve de ellos han acabado encadenados a máquinas de vapor de las que producen electricidad para la Capital. No les deseo la esclavitud, sinceramente, pero no soporto a estos malditos revisionistas de la historia.

Relato del cuarto de hora - No me va mucho el terror

Como escritor que intento ser tengo una importante limitación. Sobre todo en este país de espanto y tragedias: me aburre el género de terror. Sí, he dicho bien, me aburre. Lo repito: me aburre, me aburre y cuanto más leo del género más me aburre. Sé que es, probablemente, la pata del taburete de la literatura de género más popular en estas tierras, pero a mí me deja frío y no en el sentido adecuado, ya sabéis, de piel marmórea y rincones gélidos en cementerios habitados sólo por ánimas de tiempos pasados incapaces de alcanzar la paz. Me deja frío en el sentido malo, en el del payaso sanguinario que no tiene ni pizca de gracia, el del psicópata que pasa la vida sin que ésta le afecte lo más mínimo, embutido en un chubasquero de impasibilidad salpicado de sangre y de vísceras. Y sé que hay muchas variantes, desde monstruos inhumanos de las profundidades más insondables hasta la casquería más explícita. Pero enfrentado a los primeros sólo puedo plantearme si no da más miedo lo humano que lo inhumano, si no me parece más pavoroso el que abría la espita del gas antes de volver a casa a cenar. Y enfrentado a la más abundante colección de vísceras desparramadas ya sea por zombis descerebrados o por espíritus vengativos deseosos de transfusión, sólo siento algo de repulsión, aunque no tanta como frente a una tienda de casquería real. Sobre todo si pienso en que la hamburguesa que acabo de comer podría estar parcialmente hecha de eso.

No sé que me pasa. 

Tal vez es que no tengo miedos reales. ¿Será eso? No creo que sea tan diferente del resto de los mortales, y aunque es bien cierto que la proximidad de la quinta decena te da una cierta pátina de 'a mí qué me cuentas' para todo, no es posible que no pueda compartir el disfrute del pavor. ¿No? Algún miedo habré de tener. No sé. Algo relacionado con mi experiencia vital, algo atávico que me acojone de verdad debe estar ahí agazapado en algún relato que aún no he encontrado. 

Algo debe de atemorizarme, ¿no? ¿Qué es lo que más me asusta? Tal vez algo de enfermedades. Estar malo nunca me ha parecido agradable. Sí, por ahí debería, seguir. Pero lo peor no sería el dolor, sino perder la cabeza. Sobre todo eso de, la enfermedad esa en la que no consigues... Empieza por 'a'. Estoy casi seguro. Mierda. El rollo es que sabes lo que intentas, o sea las palabras andan ahí, pero no logras... 

Una pena que eso de que te asustes no me acabe de, o sea, que me. Joder. Eso de que dejas de estar interesado. También empieza por 'a'. Creo que lo he escrito arriba, pero no consigo leerlo. Lo he escrito muy raro. Uff.. y muy largo. En cuanto dejen de estar descolocadas las letras del teclado lo busco en eso de google.

6.9.19

Próximas convocatorias de Ficción Interactiva



Ya está convocada la ECTOCOMP de este año. Podéis apuntaros a participar usando el siguiente enlace:



La ECTO tiene una opción de participación llamada 'La Petite Mort' que es particularmente interesante si nunca habéis intentado hacer nada de ficción interactiva. Sólo tendréis que dedicar cuatro horas para poder participar, lo que no es mucho. Si queréis probar sólo tenéis que descargaros alguna de las muchas herramientas que existen para crear ficción interactiva como Squiffy, Twine o Ficdown. Con los cursos y tutoriales disponibles y esas herramientas no creo que tardéis ni un día en haber hecho vuestra primera ficción interactiva y si tenéis duda siempre podéis preguntarnos en algunos de los canales habituales:


¡Y si la experiencia os gusta o simplemente queréis saber más siempre os podéis apuntar a la Rayuela de este año! Donde encontraréis toda clase de recursos y una comunidad activa de creadores con los que podéis interactuar.

25.8.19

Relatos Rechazados: CONCLUSIONES FINALES SOBRE KRR4Z-III

Llega el turno de publicar mi segundo relato mandado para Actos de FE. En este caso en forma de falso informe técnico.




CONCLUSIONES FINALES SOBRE KRR4Z-III

Lo primero que debo decir es que no puedo estar más orgullosa con la eficacia y profesionalidad de todos los miembros del equipo. Consideramos la expedición al planeta en la tercera órbita de la estrella con denominación KRR4Z  como un éxito y ello es debido a las siguientes razones:

  1. Se ha podido confirmar el origen artificial de las señales en radiofrecuencia del grupo KRR4Z-QST desde la 45006 hasta la 76023. Incluso se ha podido reconstruir la 57831 como una señal visual codificada de forma arcaica, aunque ingeniosamente comprimida, tal y como se ha detallado en el capítulo número 15 de este informe. Sospechamos que casi todas las señales de la misma banda de la 57831 podrán ser reconstruidas como fragmentos de animación visual similares. Estamos convencidos de que en la cultura dominante de este planeta usaba masivamente visuales para comunicarse y sobre todo para entretenimiento.

  1. Como se ha podido ver en el capítulo nueve, descubrimos que dicha cultura tenía una enorme tendencia a usar una parte desproporcionada de su tiempo y de sus recursos al entretenimiento. Vamos a afirmar que nos encontremos con el primer caso de la postulada clase cuatro de culturas hedocéntricas.

  1. Sin duda este lugar es único en muchos sentidos. Las grandes ruinas que hemos encontrado no dejan lugar a dudas: la civilización de KRR4Z-III había superado ampliamente la fase industrial (aunque, aparentemente, no la fase de consumo de combustibles fósiles) antes de su caída.

  1. Aunque parezca sorprendente para un planeta tan pequeño (véase las características del mismo en el capítulo tres), hemos podido estimar el total de la población de la única especie inteligente (o al menos civilizada) en miles de millones de individuos, tal vez diez mil millones (pueden verse las razones de esta deducción en los capítulos ocho y veintidós). Eso implica una presión enorme sobre la bioesfera del planeta, presión que provocó una extinción masiva de plantas y animales. Esta extinción explica, a su vez, o, al menos, en gran parte, la reducida diversidad biológica de KRR4Z-III así como la inexistencia de cadenas tróficas largas o de ecosistemas con extensas redes de dependencia.

  1. Hemos encontrado que los habitantes de la civilización caída, llevados por la desesperación, intentaron regular la bioesfera al completo, buscando una suerte de ecología circular en su propio beneficio. Esto no está completamente demostrado (las pruebas que lo sugieren se encuentran en el Anexo C), pero estamos convencidos de que esta civilización había iniciado un camino de máximo aprovechamiento Gaia equivalente a la que completaron con éxito los Glubblalys. Se sabe, por el Teorema de Bioformación Siete, que una civilización hedocéntrica de nivel superior a uno no puede completar la minimización Gaia y, como en este caso podríamos estar hablando de una hedocéntrica muy superpoblada de nivel cuatro, la minimización de la ecología fracasó. Tal fracaso los llevaría a un colapso completo y a la desaparición de la civilización

Suena lógico y ortodoxo. Esa sería la conclusión estándard: un caso más de colapso por Teorema Siete. La galaxia está repleta de las ruinas de civilizaciones que cayeron en esta trampa. Pero este grupo de investigación está preparado para sugerir que este caso es muy diferente, creemos que el colapso se debe al Teorema Dos de la Bioformación, y que representa un devenir no encontrado hasta ahora en ninguna otra civilización caída.

Pero antes repasemos en detalle los datos más relevantes que hemos descubierto y que nos llevan a esta heterodoxa conclusión.

Tecnologías avanzadas principales de la civilización caída

En el capítulo veintiuno se han detallado todas las tecnologías industriales y post-industriales que las pruebas arqueológicas pueden confirmar. Cabe resaltar un subconjunto de ellas:

  1. Tecnologías industriales confirmadas que implican un deterioro rápido del ecosistema:
    1. Extracción de combustibles fósiles mediante inyección de líquidos a presión en el subsuelo: esta tecnología, en cualquiera de sus múltiples formas, está presente en muchas civilizaciones caídas dependientes de los combustibles fósiles. Incapaces de sostener su producción energética recurren a estas medidas desesperadas que contaminan el manto freático y provocan temblores; así como muchos otros problemas (listados en la sección 7.21).
    2. Producción masiva de plásticos no degradables: se estima que esta civilización producía anualmente tal cantidad de plásticos no degradable que en sus mares debían formarse islas de dicho material del tamaño de ciudades o incluso de países.
    3. Uso masivo de fertilizantes: en una desesperada carrera para producir el alimento necesario para su inmensa población hay pruebas claras de que explotaron todas sus fuentes de fertilizantes hasta agotarlas, haciendo un uso muy ineficiente de los mismos. Tanto que es casi seguro que las algas excedentes en lagos y ríos habrían matado a toda la vida animal de agua dulce.

  1. Tecnologías post-industriales confirmadas que implican un uso exacerbado de energía sin ningún uso práctico:
    1. Existencia de una red global de información sin restricción alguna y sin control de acceso o de contenidos. Estas redes que en principio parecen una gran ventaja para la investigación, son en realidad un problema, sobre todo en sociedades tan hedocéntricas. En estas civilizaciones devienen finalmente en redes de entretenimiento con fuerte índice de enganche y dependencia, lo que resta no sólo efectividad intelectual a la población, sino que provoca la necesidad de enormes granjas de servidores de alto consumo energético dedicados en exclusiva al mantenimiento de juegos o noticias de cotilleo sin ningún valor para la civilización.
    2. Tecnologías médicas de embellecimiento: estas tecnologías, habituales entre las civilizaciones caídas hedocéntricas, producen un desvío de recursos desde la medicina necesaria hacia la recreativa, lo que a su vez produce un efecto de competición artificial en cánones de belleza irreales, lo que provoca un incremento de las necesidades de estas tecnologías médicas innecesarias, y así en una espiral de gasto muy peligrosa.
    3. Tecnologías de deportes de riesgo: la existencia de tecnologías necesarias para deportes de riesgo improductivos como el vuelo sin máquinas, la escalada sin sistema de respiración artificial, o la inmersión en aguas peligrosas, es una de las pruebas que aportamos para afirmar que esta civilización caída es hedocéntrica de clase cuatro. No sólo era compulsivamente recreativa, sino que incluso se ponían en riesgo voluntariamente para una breve inyección de entretenimiento. Los miembros de esta sociedad incluso gastaban enormes cantidades de la energía disponible para llegar a lugares distantes y practicar estos deportes de riesgo.

  1. Tecnologías biológicas relevantes:
    1. Obtención del mapa genético: hay pruebas suficientes que demuestran que esta civilización alcanzó el nivel técnico necesario no sólo para analizar toda su propia información genética, sino el del resto de las especies del planeta. Debieron disponer por lo tanto del mapa genético completo tanto de plantas como de animales, así como del resto de los reinos presentes (véase el árbol de las especies encontradas en el capítulo veinticuatro).
    2. Clonación: no hay pruebas de que la civilización acelerase su crecimiento poblacional, y por lo tanto la catástrofe, mediante la clonación de su propia especie; sin embargo, hay pruebas concluyentes de que usaron estas técnicas con sus animales y plantas de consumo. Esto aceleró la reducción de diversidad genética y la fragilidad de los ecosistemas.
    3. Modificación genética: finalmente, hay pruebas claras de que alcanzaron a tener la capacidad de modificar muchas de las especies del planeta. Tal vez por ello pensaron en la posibilidad de una ecología circular minimizada. Esto ya los habría condenado a una trampa de tipo siete, pero como hemos anunciado creemos que los llevó a un nuevo tipo de declive, una trampa de tipo dos.

  1. Tecnologías bélicas y espaciales relevantes:
    1. Carencia de viaje espacial efectivo: es casi seguro que la civilización alcanzó algunos de los planetas más cercanos. A buen seguro llegaron hasta el satélite del planeta, en donde se han encontrado naves y artefactos que parecen contener símbolos identificativos de, al menos, dos estados-nación diferentes. Sin embargo, estas naves eran muy primitivas y carentes de la tecnología de escudos imprescindible para cualquier viaje espacial de relevancia. Los individuos que se aventurasen al espacio con tales artefactos, a buen seguro, tendrían graves problemas de salud a su regreso.
    2. Armamento nuclear de aniquilación: incluso en la actualidad hemos podido encontrar (y hemos desarmado para mayor seguridad) armamento nuclear suficiente para destruir varias veces la superficie del planeta. Si no hubiesen alcanzado el declive por otras razones es posible que se hubiesen destruido en una guerra mundial de la misma magnitud que las de los casos: KrrKT o Slalomu.
    3. Producción excesiva de armas privadas: se han encontrado restos de múltiples armas antiguas. Armas personales, como si cada ciudadano de esta civilización tuviese que defenderse a sí mismo. Algunas civilizaciones hedocéntricas son violentas o contienen un sistema social basado el absurdo concepto de propiedad privada ilimitada que las lleva a temer que lo que ‘les pertenece’ les sea robado. Tal vez sea el caso de este singular planeta.

Especies más extendidas en el planeta

Otro dato relevante para nuestras conclusiones es la peculiar distribución de algunas de las especies del planeta:

  1. La especie de mayor éxito planetario es sin duda la que hemos llamado ‘aumovuno’, de autótrofo móvil uno. Esta especie es capaz de producir su propio sustento a partir  tan sólo de luz solar, agua y una mínima provisión de minerales que chupando o lamiendo las piedras adecuadas. Esta especie se encuentra en todos los ecosistemas de la superficie planetaria, desde zonas áridas, hasta árticas, pasando por los grandes bosques del ecuador.
  2. En segundo lugar, se encuentra otra especie autótrofa, a la que hemos denominado, ‘auinuno’, de autótrofo inmóvil uno. Esta especie se encuentra por todas partes. Hierba de fácil reproducción que genera un número excesivo de semillas de un enorme valor nutritivo. Su eficiencia en la generación de calorías alimenticias, así como la limpieza de casi todos sus defectos genéticos, nos hace sospechar de que se trata de la última planta creada por la civilización caída para su sustento. Auinuno es actualmente la base de una gran cantidad de cadenas tróficas, y el sustento de la mayor parte de los animales no autótrofos del planeta.
  3. Otro animal destacable es el ‘marmovuno’, de animal marítimo móvil uno. El marmovuno domina en gran parte de los mares del planeta. Como el aumovuno es autótrofo, pero puede alimentarse de otros animales si la luz es escasa, incluso puede alimentarse de otros marmovuno en caso necesario. Vive una cantidad muy considerable de tiempo sin que deje de crecer en ningún momento, por lo que hay marmovuno de todos los tamaños, desde el más pequeño al más colosal. En algunas partes el marmovuno constituye el ecosistema completo. Debido al Teorema Cero de la Bioformación, el marmovuno no puede ser natural, ya que constituye el único componente de alguno de los ecosistemas del planeta. Las anormalidades de varias partes de su genoma confirman su origen artificial.

Elementos claves adicionales para nuestras conclusiones

La conclusión que vamos a presentar, sabemos que controvertida por novedosa, se sustenta además en algunos aspectos sorprendentes que incrementan nuestra confianza de que este planeta es algo único:

  1. Carencia de rastros de aniquilación por conflicto final: en una civilización tan armada como la estudiada, la crisis final de recursos suele desembocar en un conflicto de tipo apocalipsis. Considerando al armamento nuclear encontrado, aún activo, lo normal hubiese sido que encontráramos un planeta devastado por completo, con extensas zonas aún afectadas por envenenamiento radiactivo. No sólo no hay pruebas de uso parcial del armamento nuclear, sino que ni siquiera parece haber habido una guerra mundial final de tipo convencional. No hay zonas urbanas ampliamente bombardeadas, ni monumento a los caídos, ni extensos cementerios. Esto fue lo primero que nos puso sobre la pista.
  2. Presencia de grandes jaurías de animales de compañía: en el capítulo trece se puede ver cómo varios de los animales más exitosos son pequeños depredadores que fueron antes del colapso animales de compañía de los miembros de la civilización caída. Al principio pensamos que se trataba de muchas especies diferentes pero el análisis genético demostró que se trataba de sólo una especie y que la diversidad morfológica entre ellos era producto de la domesticación y de la selección artificial. ¿Cómo es posible que los animales de compañía hubiesen sobrevivido a los conflictos finales del colapso? En casi todos los casos registrados los animales de compañía habían pasado a ser ganado y aprovechados por su carne cuando el colapso comenzó. Sin embargo, en este planeta, han sobrevivido y proliferado.
  3. Carencia de intentos de emigración final: en muchos casos, como el ya mencionado Slalomu, cuando la civilización se ve abocada a su final se hacen intentos desesperados por colonizar otros planetas del sistema solar. Intentos condenados, por supuesto, pero cuyas colonias resultantes (destruidas o abandonadas) pueden encontrarse en los planetas más cercanos. A veces, cuando la criogenización es viable, se encuentran cápsulas con individuos preservados, o aún más frecuentemente un reservorio de semillas y de embriones. No existe en este planeta ninguna de estas formas de intento de preservación.
  4. Carencia de pruebas de un suicidio colectivo final: en algunos casos la civilización, una vez deducido que el colapso es inevitable, y llevada por la culpa realiza un acto final de contrición y arrepentimiento en forma de un suicidio ritual colectivo. Típicamente hace lo posible por permitir que la naturaleza siga su curso tras ellos y acaban con su vida. Esto podría ser consistente con las otras circunstancias de ese caso, pero no con su alto hedocentrismo. Además, habitualmente, la civilización prepara para estos casos tumbas enormes rituales, o sistemas de grabación de mensajes para la posteridad. Nada de todo eso se ha encontrado durante esta expedición.

Conclusión final

¿Qué le ocurrió entonces a la civilización de KRR4Z-III? Llegado a este punto podemos apuntar una conclusión revolucionaria (en los apéndices se pueden encontrar todas las pruebas necesarias): los habitantes de KRR4Z-III se transformaron en los aumovuno y retornaron a un estadio primitivo de existencia.

Los aumovuno tienen una similitud morfológica enorme con los habitantes civilizados del planeta, tanta que originalmente pensamos que eran parientes evolutivos cercanos. Parientes que, por su proximidad morfológica, habrían sido excluidos de la domesticación y transformación en ganado por parte de la civilización. Pero esto no podía ser correcto por varias razones: la similitud era extrema, no resultaba concebible que los aumovuno y los habitantes desaparecidos hubiesen compartido casi toda la historia evolutiva para adquirir de forma natural la autotrofía en fases finales. Y el Teorema Dos establece que los animales autótrofos no pueden constituir civilización por carencia de interés en mejorar su producción alimenticia y falta de presión evolutiva, por lo que los habitantes de nuestra civilización no podían ser autótrofos. Los aumovuno tenían que ser artificiales, pero, ¿por qué crear unos animales autótrofos tan semejantes a ellos mismos?

El descubrimiento de los auinuno y, sobre todo, los marmovuno nos dio la clave. Los habitantes de KRR4Z-III mediante técnicas de ingeniería genética se habían embarcado en un proyecto de simplificación de la biosfera capaz de soportar su ingente y aún creciente población. Seguramente el primer paso fue la creación del sustento ideal, capaz de crecer casi cualquier parte, el auinuno. Pero dada la magnitud de los océanos del planeta crear una versión marina era una necesidad. Ahí entraron los marmovuno. Crearon seres autótrofos capaces de rellenar incluso los ecosistemas muertos, exhaustos largo tiempo atrás,

Pero, ¿por qué quedarse ahí? Si los marmovuno funcionan (y lo hacen muy bien), ¿por qué no modificarse a ellos mismos y proporcionarse autotrofía? Nosotros sabemos por qué no debieron hacerlo: por el Teorema Dos, pero ellos desconocían los Teoremas de la Bioformación. Estamos convencidos de que crearon una plaga vírica que los transformó en seres autótrofos. Seres que ya sólo necesitarían luz, agua y algo de minerales: los aumovuno.

El cambio ocurrió probablemente en una generación, y muy poco después el Teorema Dos (que ahora sabemos que se aplica no sólo al surgimiento de una civilización, sino, como vemos, a su mantenimiento) entró en acción. Las nuevas generaciones ya no requerían esforzase para obtener su sustento. Un buen vaso de agua limpia y un rato al sol mientras respiraban profundamente era suficiente para estar sanos y pletóricos de energía. ¿Para qué iban a preocuparse por nada? Si añadimos además la naturaleza hedocéntrica intensa de la especie, es probable que se abandonasen las ciudades (que requieren una considerable organización para su mantenimiento) en no más de dos generaciones. ¿Cuánto tardarían en abandonar el resto de los aspectos de la civilización? Un ser autótrofo casi no necesita del resto de sus congéneres para vivir. De hecho, ni siquiera necesita del cuidado de sus padres demasiado tiempo. Creemos que la degeneración se fue extendiendo cada vez más hasta el abandono completo de las actividades civilizadas, e incluso del habla.

Los habitantes de KRR4Z-III no fueron exterminados, ni murieron de forma espantosa, simplemente alcanzaron un destino más agradable para una especie hedocéntrica de clase cuatro; dejaron de ser esforzados individuos civilizados para encontrar una forma feliz de existencia inconsciente. Ahora son un animal más de su planeta, capaces de sobrevivir casi sin esfuerzo, interesado tan sólo en el juego y el placer.

Petición de recursos de exploración

Creemos que, aunque controvertidas, estas conclusiones no son rebatibles. Estamos dispuestos a demostrar que cualquier crítica que se haga a ellas es errónea, los habitantes de KRR4Z-III eran hedocéntricos de clase cuatro y su propia naturaleza los llevó a evolucionar en un animal feliz carente de necesidades que exijan la existencia de una civilización avanzada; y que, por lo tanto, son una prueba de una nueva aplicación del Teorema Dos de la Bioformación. El teorema debe reformularse, como hemos demostrado: los seres autótrofos no sólo no pueden generar de forma natural una civilización, tampoco pueden sostener una ya preexistente.

Entendemos que este cambio de paradigma deberá ser discutido, pero no podemos dejar de aprovechar estos descubrimientos para hacer una petición de recursos. Este equipo considera demostrado el hedocentrismo de clase cuatro y cree poder demostrar la existencia del hedocentrismo de clase cinco.

Solicitamos que le expedición se alargue y se nos permita resituarnos en un sistema a tan sólo 15 años luz de aquí. El sistema denominado (por la civilización caída) como Sol, en su tercer planeta (llamado por ellos Tierra), contuvo una civilización avanzada post-industrial de seres llamados ‘humanos’ que estamos convencidos que son hedocéntricos de clase cinco.

Si tan sólo nos permitiesen un estudio de campo de no más de dos décadas, creo que podremos demostrar que los humanos se han recluido en un sistema de entretenimiento permanente huyendo de la percepción del desastre ecológico que han provocado.

21.8.19

Relatos Rechazados: El punto dieciocho

Esta vez os traigo el relato rechazado que envié para la convocatoria sobre el 'Fin del Mundo' de Papenfuss:

El punto dieciocho


El fin del mundo fue, fundamentalmente, un asunto administrativo. Pasó un martes. La decisión la tomó una comisión secundaria que se reunía cada lustro alterno, preferiblemente los martes trece después del almuerzo. La sesión iba bastante cargada de asuntos y, como empezaba a hacerse algo tarde, el presidente de la comisión —que, por lo general, era bastante escrupuloso en todo pero que se ponía de mal humor si lo obligaban a cenar después de las nueve— intentó que el fin del mundo se aprobase sin discutir el tema. Total, no era más que el punto número dieciocho del orden del día y no le interesaba a casi nadie. Pero la representante de los Puros se quejó formalmente y no hubo más remedio que revisar uno a uno los pros y los contras de acabar con la Tierra.

Lo primero que se sacó a colación —no podía ser de otra forma— fue todo aquello de que el planeta había sido la Cuna de la Humanidad. Sin duda no existía en ninguna parte otro lugar de nacimiento del ser humano. Pero se trataba de un argumento ya muy gastado, que se llevaba usando para justificar las subvenciones y los costes de mantenimiento del planeta como mínimo un millón de años. Vale, sí, de allí habían salido todos ellos, ¿y qué? Ahora había tantos humanos en tantos lugares que su origen no parecía muy importante. Además, con el tiempo, se habían diversificado tanto —de forma natural pero mayoritariamente de forma artificial— que ninguno de los comisionados entendía que importancia podría tener el sitio exacto en el que el primer animalucho tuvo la mala fortuna de nacer con la combinación genética que habían dado en llamar ‘humano’. Por no hablar de que nadie sabía ya cuál, de las muchas posibles candidatas, era la secuencia de ADN ‘original’ de un humano. Si es que alguna vez había habido una única secuencia original.

Después se estuvo discutiendo sobre la memoria histórica, y la posible necesidad de preservar las antiguas ruinas que aún existieran en el planeta. Aquello arrancó hasta carcajadas de algunos comisionados. Aquellas cosas no serían más que polvo y óxido. ¿No había ido la gente abandonado el planeta por arcaico? ¿No se había marchado la humanidad a las estrellas porque todas aquellas ciudades, ríos o continentes ya estaban más que demodé? El planeta no daba para más. No había nada que hacer allí. Ni una buena guerra nuclear y la posterior reconstrucción hubiesen sido suficiente para mitigar el aburrimiento y la apatía. ¡Había habido cinco apocalipsis atómicos ya! Y la gente estaba más que harta del todo ese rollo de los mutantes y el canibalismo.

Se habló, por supuesto, del tema ecológico. Era cierto que no se había encontrado ninguna otra estrella con un planeta en el que se hubiese desarrollado vida orgánica compleja. A algunos comisionados aquello les pareció importante, pero la representante de Memory Cell, les recordó a todos que cada minúsculo organismo de la Tierra había sido analizado, preservado y llevado a no menos de cien mundos más. Su facción se había encargado de ello. Nada se podía perder aunque se diese por concluida la vida útil del planeta. Además, al representante de los transhumanos aquello de dar importancia a la vida orgánica compleja le pareció hasta ofensivo.

Incluso hubo un comisionado —no diremos aquí su nombre para no ponerlo en ridículo— que llegó a sugerir que se considerase la posibilidad de que se tratase de un mundo sagrado. Que alguna clase de deidad o demiurgo lo hubiese escogido por alguna razón desconocida, de entre millones de mundos posibles, para plantar allí la semilla de la vida compleja y de la humanidad. Como cabría esperar su intervención se vio contestada con toda clase de burlas y chanzas, la mayor parte de las cuáles se referían a cómo exactamente el tal demiurgo habría plantado la ‘semilla’ y sobre si no había alguna otra letrina cósmica cercana abierta.

En definitiva, y considerados todos los pros y contras, la comisión decidió dar su visto bueno al fin del mundo. Luego hubo una sesión de fotos y unos vinos.

20.8.19

Relatos rechazados: Una píldora

Este relato fue enviado a la convocatoria de Actos de FE de Editorial Cerbero, y como todos los RR que voy a ir publicando no fue aceptado.

En este caso se trata de una conversación a dos, sin ninguna clase de acotación, que incluso estuve tentado de darle la forma de diálogo teatral.



Una píldora

—Pasa.
—Lo siento, es que el funicular estaba roto y no he...
—Tranquilo, no tiene importancia. Justo ahora el canal ocho estaba hablando de un corte de electricidad en el Valle y supuse que te habría afectado.
—Ya van cuatro veces este mes. Voy a tener que conseguirme una bici, pero tendría que ser una con motor y no me dan los dioxis ahora mismo, la verdad.
—He puesto la cena en la otra habitación. Sí, por ahí, pasa. En esta región falla demasiado el suministro eléctrico. Lo de hoy habrá sido por la escasez de viento. Aquí dependéis demasiado de los molinos; aunque supongo que es lo lógico en tierra de montañas...
—Vaya, ¡todo tiene una pinta genial y huele que alimenta! ¿Qué es esto?
—Es un maffé, aprendí a hacerlo cuando estuve entre los bambara.
—¿Los bambara?
—Sí, viven en África, al sur del desierto, pero sus ciudades están junto a un gran río, el lugar es realmente bonito. El maffé es uno de sus platos típicos, aunque a este le he dado mi toque personal. ¿No quieres colgar el abrigo en el perchero? Déjamelo.
—¿Estas fotos son de allí?
—No, eso es Madagascar, el Bosque de Piedra.
—Madagascar… ¿eso es una isla?
—Sí, al otro lado de África.
—El postre que he preparado es de por allí, koba. Es aquello, mira.
—Qué cosa más rara.
—Sabe mejor de lo que parece, confía en mí.
—Tendré que hacerlo, no he comido en todo el día.
—Has hecho bien, esta cena va a ser muy especial.
—Así que especial, ¿eh? Menuda casa tienes y la vista es brutal.
—Es alquilada. Pertenece al Consejo.
—Ya, como casi todas, ¿quién puede pagar los dioxis de una casa en propiedad?
—Yo lo hago sobre todo por evitar el papeleo. Conseguir los certificados ecológicos es casi un trabajo a tiempo completo. Además, cambio constantemente de domicilio.
—¿Entonces has estado en muchos sitios?
—Como te dije en el bar, viajo mucho, por mi profesión. Cada foto de esa pared es de un sitio diferente.
—¿Cada una? ¡Qué montonazo!
—Soy de las que hacen el trabajo meticulosamente, y creo que para eso tienes que estar en la región. Aunque no es algo que compartan la mayor parte de mis compañeros de profesión. ¿Quieres empezar con unos mezze?
—¿Es humus?
—Este sí, esto es labneh de soja, esto es paté de aceitunas negras y en ese plato hay unos falafels y unas sarmas.
—¿Todo esto lo has hecho tú? ¿Eres una chef internacional o algo así?
—Oh, no, no, esto de cocinar es una afición. Soy analista de crímenes.
—¿Eres una poli?
—No exactamente. Los pocos polis que quedan trabajan todos para el Consejo, y casi todo el tiempo lo dedican a infracciones menores. Cuando hay algo de mayor alcance y más complicado recurren a nosotros, los analistas de crímenes. Hay un sistema mundial, una especie de registro, al que los polis mandan casos que no pueden resolver para que la gente como yo intente ayudarles.
—¿Y os pagan por eso? ¿Por jugar a detectives?
—Según la antigüedad, importancia y complejidad del caso, pero, sí, obtengo buenos aquos y dioxis por resolver algunos casos.
—Este humus está muy bueno. Me da a mí que hoy no vas a tener que lavar los platos. Oye, creo que no me he traído píldora. No tendrás una de sobra, ¿no?
—¿La tomas antes de comer?
—Sí, no sé. Es algo en lo que insistía siempre mi madre.
—No te preocupes, tengo muchas, mira, las he puesto aquí, bajo este tahín.
—¡Qué variedad! Pues sí que debes ganarte bien la vida con eso de los detectives.
—Hago lo que puedo. Te recomiendo esta, es japonesa, de factorías plácidas marinas, con más vitaminas y complementos que las normales, y encima sabe mejor.
—Lleva como un dragón pintado.
—Es un kirin. Los japoneses son así. Muchas de sus píldoras tienen caritas monas o un kirin.
—Te pillo esta que dices. No sé qué es un kirin, pero parece un dragón y eso mola.
—Buena elección. Luego le dices a tu madre que te has tomado una píldora japonesa con un dragón.
—Está muerta. Murió en el conflicto de la Gran Sequía.
—Vaya, lo siento.
—Yo era un criajo, casi no la recuerdo, y a mi padre tampoco lo conocí. Creo que era un donante anónimo, aunque vete a saber. Igual era un juerguista como su hijo.
—¿Quieres una cerveza? Tengo de varias partes del mundo.
—Una lata grande está bien, no hace falta que sea de importación ni nada de eso.
—Voy a ver si tengo una lata de cerveza bien grande, espera…
—Pues sí que tienes fotos de lugares diferentes.
—Unos cuantos.
—Imagino que esto será China. Hay un montón de edificios y motos chulas, ¿no?
—Pues es Ho Chi Minh, en realidad. Toma, ¿esta es lo bastante grande?
—Servirá para un rato.
—Yo tomaré vino, si no te importa.
—Dale al veneno que quieras, nena.
—Pues eso es Ho Chi Minh. Ese caso fue muy aburrido en realidad. Desvío fraudulento de dioxis, corrupción en una corporación local. Me mandaron el caso precisamente porque el policía que lo llevaba no sabía quién podía estar implicado y prefirió que continuase alguien externo. Todo trabajo de cruzar números y poco más; pero el lugar me pareció fascinante, y es una de las veces que mejor he comido en mi vida.
—¿Cruzar números? Pero entonces, ¿a qué es lo que te dedicas, tía?
—Jaja… ya he dicho que analista de crímenes.
—¿Y eso va de cruzar números?
—Más veces de las que creerías. La mayor parte de los crímenes tienen que ver con falsear cuotas de dioxis o de aquos, engrosar fraudulentamente cuentas corporativas y esa clase de cosas. Pero eso es la parte aburrida de mi trabajo. He acumulado una librería gigante de rutinas de detección de fraudes y corruptelas políticas. Mucha gente está dispuesta a meter la mano en las arcas del Consejo, pero, en su mayor parte, no suelen ser muy imaginativos ni muy hábiles al ocultar sus rastros. Cuando me toca un trabajo de esos es un rollo. Ajustar parámetros, asaltar algunas bases de datos y esperar dormitando frente al ordenador.
—No sé qué es un parámetro, pero lo de asaltar bases de datos suena excitante. ¿Qué es esto?
—Son momos, aprendí hacerlos en Gangtok, en la Tierra de los Picos en Nepal. He de confesarte que allí aún usan queso para hacerlos, pero yo uso tofu, claro, aunque la pasta de pimientos picantes es de un viejo tarro de allí.
—¿Queso? ¿Eso que se saca de las vacas? Qué asco, ¿no?
—Intento no juzgar las costumbres de allá donde voy. El mundo aún tiene muchos rincones que no son puramente veganos.
—Se me revuelve el estómago sólo de pensarlo. Conseguir queso requerirá tener vacas sometidas, ¿no? No mola tener animales sometidos.
—No exactamente, allí tienen una especie de factoría plácida para la leche. Los animales andan sueltos por las laderas de las montañas y ellos recolectan leche de los yaks sólo cuando tienen terneros.
—Eso es de parásitos. ¿Y el Consejo permite eso?
—La tierra en Nepal es muy pobre para muchos cultivos, y el uso de la leche es una tradición. Los monjes tibetanos, para que te hagas una idea, hacen dibujos sagrados con mantequilla coloreada. Así que el Consejo, por motivos culturales…
—No jodas, ¿hacen dibujos con comida?
—Jejeje… sí, con tsampa, que es mantequilla de yak.
—Nadie debería malgastar comida ni por movidas sagradas ni por nada. Aunque esto de los momos está para comérselos a puñados, ¡coño, sí que sabes cocinar! Yo no paso de freír unas salchichas de seitán.
—Me alegro de que lo disfrutes. Da gusto verte comer.
—Está bueno. ¿Tienes más latas?
—¿Nos sentamos?
—Vale. Como tú quieras, yo como muchas veces de pie.
—Yo prefiero disfrutar de la comida con tranquilidad. Voy a sacar el plato principal, que lo tengo en el horno y así ya lo tenemos todo en la mesa. Un momento.
—Uhm… cojonudo el mezze este.
—Pues aquí tenemos el plato principal, una especialidad griega.
—¿Eso es una musaka?
—Sí, ¿te gusta?
—¡Coño, claro! Pero has hecho demasiada comida.
—Igual me he pasado, pero quería que fuese una cena especial. Dame el plato, que te sirva una buena porción.
—Pues sí que es buena. Voy a necesitar más cerveza.
—Hay de sobra.
—Uhm… ¡Ostia, cómo sabe! ¡De puta madre, tía! Pero, ¿qué le pones para que sepa así?
—Es una receta muy especial que aprendí a hacer cuando estuve por las islas griegas. Luego tal vez te cuente qué le pongo.
—Qué buena está esta mierda. Creo que al final repetiré y todo. ¿Entonces andas por el mundo pillando a tramposos y estafadores?
—Si no tengo suerte, sí. Pero prefiero los asesinos, y si son asesinos en serie mejor.
—¡Asesinos! ¿Aún hay de esos?
—Sí, aún quedan. No es que haya muchos asesinatos; entre las mejoras de educación y lo que nos hace la píldora casi nadie tiene un arrebato de violencia, pero los asesinos en serie son otra cosa.
—¿Lo que nos hace la píldora? Eso son rollos conspiranoicos, tía. La píldora sólo son complementos. B12, sobre todo.
—No, no creas. He estado en unas cuantas factorías plácidas, por trabajo, y las píldoras llevan bastantes más cosas.
—¿En serio?
—No es raro en realidad, si lo piensas. Tras la Catástrofe, cuando nuestros antepasados fundaron el Consejo Mundial y nos volvimos vegetarianos, había millones de personas afectadas por pérdidas personales, y muchos más millones a los que les costaba aceptar todos los cambios; añadir un poco de ansiolítico a la formulación de la píldora se hizo una necesidad y ahí se ha quedado.
—¿Nos drogan?
—Sí. Pero en realidad lo que ponen en la píldora tiene menos efecto que lo que te has tomado esta noche.
—Jaja, no te pases. Casi no he empezado con las cervezas. Así que asesinos en serie, ¿eh?
—Sí. Es mi especialidad. Actualmente recorro el planeta para resolver crímenes truculentos que la mitad de los policías no quieren ni aceptar que existen. Y lo pagan muy bien.
—Ya se ve, ya se ve. No lo digas más veces, señora tengo una casa en la cima de una montaña.
—Perdona. En realidad, lo hago porque es un reto. Algunos son tipos listos y cuidadosos, aunque no tan meticulosos como yo, por eso acabo pillándolos. ¿Te pongo un poco más de musaka?
—Luego, tal vez; hay cosas que aún no he probado. Además, me lo estoy comiendo yo todo. Va a parecer que soy un camarero muerto de hambre.
—Tranquilo que no lo pareces. Se te ve estupendo.
—Nah, un poquillo de gimnasio todos los días y poco más. Así que eres una detective que persigue a asesinos en serie. ¿Alguno chungo de verdad o sólo pirados?
—Oh, sí. Te voy a contar la historia del primero que atrapé; el que hizo que me diese a conocer en el mundillo, el que me ayudó a que ahora me gane bien la vida persiguiéndolos. ¿Recuerdas mi colgante?
—Cómo olvidarlo…
—Mi clavo de la suerte. En realidad, era una prueba de aquel caso. La prueba que me dio la clave para atraparlo.
—El clavo chungo de la chica del pelo azul.
—Eso es, mi clavo chungo. Como el caso que te voy a contar. Ocurrió cuando aún vivía en mi país de nacimiento. Tal vez eres demasiado joven para recordarlo, pero el caso llenó los canales de noticias de toda Europa, y, supongo, que también llegaría hasta aquí.
—En las Rocosas estamos un poco aislados de todo, y no nos interesamos demasiado por lo que pasa en otros lugares. No te extrañe que no lo conozca.
—Pero esto fue muy sonado. Uno de los primeros asesinos en serie de después de la famosa Fase 3. Se pensaba que la Fase 3 traería finalmente la tranquilidad al mundo, y los políticos andaban diciendo por la tele que con ella ya nunca más se conocería el hambre, ni la injusticia y que eso llevaría a la desaparición de la delincuencia y de la violencia.
—Yo era un niñato cuando la Fase 3, ¿eso no fue antes de la Gran Sequía?
—Sí, la Fase 3 fue un fracaso en más de un sentido y el caso del clavo fue como un presagio de todo lo que pasó luego. Yo acababa de abandonar el sendero marcado y me había hecho analista de crímenes sin apoyo oficial, ni familiar ni nada.
—Yo nunca he estado en el sendero.
—¿No hay en las Rocosas?
—Sí, pero los huérfanos dependemos del oficial de asistencia que nos asignen y la mía se limitaba a quedarse con mi asignación estatal. Era una capulla gritona que pasaba totalmente de mí. No se preocupó de nada, y menos de mi educación, y como yo no soy muy de estudiar…
—No conseguiste las becas del sendero.
—No aprobé ni los exámenes más básicos, la verdad. Voy a echar una meada, y en seguida vuelvo.
—¿Vas a querer otra lata?
—Claro.
—Pues voy a preparártela. Y, por cierto, no te perdiste nada. El sendero es una forma más que tiene el Consejo de controlarnos, como los derechos de maternidad, el cómputo vital de créditos de agua o lo que le echan a la Píldora.
—Pensaba que era algo que molaba, de gente lista y eso.
—Sólo tiene sentido si no quieres pensar, si te da igual lo que quieres hacer en tu vida o si tienes aspiraciones políticas. El sendero se parece demasiado a una carrera de funcionario del Consejo, pero aún más constreñida. Estando en él no tomas ninguna decisión, de hecho, ni siquiera escoges tu dieta. No ya el veganismo estricto, que eso es común para todos los dependientes, es que te mandan la comida a casa, un menú que diseñan cuidadosamente según tu perfil genético y las pruebas médicas que te hacen cada dos semanas.
—¡Qué pedazo de baño tienes! Eso sí que es un reciclador de orina y no la mierda que tenemos en mi edificio.
—Gracias.
—Pues si los del sendero tienen hasta la comida controlada, ¿qué pasa con la cerveza?
—Ni olerla.
—¡Menos mal que lo suspendí todo! ¡Brindemos por los imbéciles que siguen el sendero y no saben lo que se pierden!
—¡Eso! Así, sonriente, eres realmente impresionante.
—Gracias, nena, tú te ves genial con esta luz. Me encanta tu pelo y la ropa que llevas ahora mismo no deja mucho que adivinar.
—Vas algo caliente, ¿eh?
—Como la cosa picante del Nepal que has preparado..
—Termino de contarte la historia del clavo.
—Ok, dale.
—Como he dicho, me había apartado del sendero y era pobre como una marciana. Para que te hagas una idea: solo me lavaba con las toallitas húmedas y, una vez usadas, las volvía a guardar en el cajón sellado del frigorífico para que no se secasen.
—Jeje… eso lo he tenido que hacer alguna vez. Uff… No quiero ni acordarme. Es lo peor, andar corto de aquos, lo peor.
—Sí, qué tiempos. Ahora podría llenar una bañera entera solo para nosotros.
—Ya he visto que tienes una bañera ahí. ¿De verdad puedes llenarla?
—Sí.
—Ya estás tardando en llenarla. Nunca me lo he montado en una bañera.
—Jajaja… tal vez más tarde. ¿Hace cuánto que no tomas un baño?
—¿Un baño? ¿En una bañera? En la vida he tenido tantos aquos juntos, no me jodas.
—Pues esta noche, cuando termine la historia, es posible que alguien te desnude.
—¿Y no podemos saltarnos la historia?
—Cada cosa a su tiempo. ¿No quieres pasarte al vino? Es más adecuado para la bañera.
—Bueno, si es lo que te gusta ponme una copa.
—Un momento que saque el tapón. ¿Alguna vez has visto uno de corcho?
—La verdad es que ni sé qué es eso.
—Ahora son raros, desde que el descortezado se considera una recolección no plácida, pero siendo camarero…
—Es un trabajo temporal, ya te lo dije en el bar. Pronto conseguiré trabajar en los holos, ya lo verás. Dale a la historia del clavo, que ya se me está haciendo larga.
—El clavo, sí. Pues andaba yo malviviendo del análisis de infracciones de tráfico, que es lo único que te ofrecen cuando comienzas, y entonces llegó el llamamiento general.
—Que es…
—Normalmente los analistas independientes nos registramos en una bolsa de servicios del Consejo. Hay muchas profesiones que tienen un sistema parecido, supongo que lo sabes. La bolsa sirve para que cuando un policía necesita soporte en algo, o, para ser sinceros, cuando anda vago y aún le queda presupuesto, pide uno de nosotros de la bolsa. Entonces te llega un trabajo y tienes que hacerlo, porque si lo rechazas te retiran la licencia. Pero, a veces, surge algo muy importante, o más frecuentemente algo muy molesto para los políticos, y entonces se hace un ‘llamamiento general’. Se abre un trabajo para todos, para cualquiera que quiera intentarlo. Eso sí, no te pagan nada si no resuelves el asunto, así que es algo arriesgado. De hecho, no pagan más que al primero que resuelve el trabajo, los demás han trabajado para nada. Pero una vez que te apuntas al ‘llamamiento’ puedes rechazar el resto de trabajos que te llegan, aunque yo no lo hice porque, simplemente, necesitaba los dioxis para comer y los aquos para beber.
—Vale.
—Pues el llamamiento que llegó fue por una serie de cadáveres que se habían encontrado en la antigua Alemania. Solo que no eran cadáveres, sino fragmentos, huesos sueltos en su mayor parte. Todo empezó cuando un analista local logró montar los huesos, ya sabes, como si fueran un puzle, y descubrió que eran de cuatro mujeres desaparecidas diferentes. Los huesos habían aparecido desperdigados por todo el territorio alemán, en desorden. Algunos estaban más frescos que otros, y no había relación cronológica con las desapariciones.
—Raro, ¿no?
—Sí, mucho, los políticos no consiguieron ocultar algo tan truculento a los cronistas, y cuando la historia saltó a los canales de sucesos con el nombre de ‘Atila el Descuartizador’ incluyendo fotos de los huesos en bolsas, no tuvieron más remedio que crear el llamamiento. ¿Un poco más de humus?
—No, ¿postre? Pero sigue con lo del descuartizador.
—Vale, lo voy cortando.
—Descuartizando.
—¿Cómo?
—Que sí, que descuartices el postre. Chiste chungo.
—Ah, vale. Toma, tu pedazo descuartizado.
—Uhm… sangriento, como a mí me gusta.
—Jaja… no eres el único.
—Tía, este postre también está de muerte. Es simple pero te ha quedado muy bien. ¿Te vienes a cocinar conmigo en el bar? Seguro que se llenaba todas las noches.
—La verdad, me encantaría cocinar contigo.
—Uhm… joder, qué bueno. Sigue con la historia y ponme un poco más de vino.
—Mejor te pongo un poco de éste, es español, Pedro Ximénez, va mejor con los postres.
—¡La ostia, pero si esto sabe a pasas!
—Sí, creo que se hace con pasas o algo así.
—Buah… ya no me voy de esta casa.
—¿Y vas a quedarte a dormir en la bañera?
—Ya encontraremos un hueco. Sigue con la historia, anda.
—Pues al principio el llamamiento no les salió muy bien a los políticos, porque a medida que los datos de algunos analistas se fueron filtrando a los medios, el pánico se fue extendiendo por Europa. Una analista en Londres, por ejemplo, demostró que había marcas en todos los huesos que eran consistentes con cuchillos… y dientes.
—¿Qué?
—Efectivamente, era un caníbal.
—¡Coño! ¡qué asco!, ¿no? Comer carne de animales debe ser asqueroso, de personas ya ni te digo. Puagh… Así que había un alemán caníbal matando a chicas por las calles de Berlín.
—No sólo. Las chicas desaparecidas eran de todas partes del país, así que los políticos tenían entre manos a un asesino antropófago que podía estar en cualquier parte del centro de Europa. Un monstruo capaz de atacar a cualquier chica solitaria. Puedes imaginar, el caso pasó a ser centro de la actualidad y los créditos por resolver el caso subieron enormemente, sobre todo los aquos. Así que decidí dejar todo lo demás y centrarme en ‘Atila el Caníbal’. ¿Nos movemos al sofá o quieres comer más?
—¿Al sofá? Vale.
—Guardo la musaka y estoy contigo.
—Puff. Este sofá es demasiado cómodo, no me culpes si me duermo a mitad de tu historia.
—Vale. Déjame un poco más de hueco y toma tu vasito de Pedro. La cosa es que la mayor parte de los analistas se centraron en intentar deducir los movimientos del asesino, en reconstruirlos a partir de las desapariciones y la datación de los huesos. Pero yo estaba más interesada en las razones de aquellos crímenes. Quería entender a ‘Atila’. Pensaba que, si descubría porqué había decidido comerse a aquellas mujeres, no me sería difícil adelantarme a él, localizarlo y arrestarlo. El plus si se le entregaba directamente a la policía era desorbitado. Un sueño de piscinas de agua en las que nadar.
—Como la que vamos a usar en cuanto termines de contarme cómo te hiciste millonaria salvando a esas alemanas de que alguien las hiciese salchichas muy poco veganas.
—Sólo es una bañera, ni estoy muy segura de que quepamos los dos. Pues, como la recompensa era tan enorme, pedí un préstamo para poder tirar de más recursos e incluso hacer algún viaje. Lo primero que hice con los dioxis fue solicitar una reconstrucción detallada del aspecto físico de las víctimas. Las cabezas no habían aparecido y la poli creía que era porque las había guardado como trofeos.
—Caníbal y coleccionista de cabezas.
—Los asesinos en serie suelen guardar trofeos. Pero yo no creía que fuesen trofeos, pensaba que había algo más. Las mujeres devoradas se parecían físicamente. Una altura similar, peso similar, tono de piel parecido, pechos, pezones, manos… pero sus caras eran diferentes, claro. Así que llegué a la conclusión de que ‘Atila’ sólo cazaba a mujeres muy parecidas en el cuerpo unas a otras; seguramente las decapitaba y apartaba la cabeza para tener la sensación de que se comía una y otra vez a la misma mujer.
—¿La misma mujer?
—Sí, la misma. Pensé que ‘Atila’ debió comerse a alguien, tal vez alguien importante para él, y ahora repetía una y otra vez el ritual de seguir devorando a la misma persona, por alguna maníaca razón. Así que me puse a buscar a esa mujer original. Debía de ser una conocida, incluso alguien importante conocida para él; de forma que, si encontraba a la mujer original, lo encontraría a él.
—Suena bien.
—Sí, pero al principio no parecía funcionar. Gastando más recursos logré conseguir una lista de mujeres desaparecidas con los parámetros físicos adecuados, pero no sabía cuánto tiempo atrás tenía que mirar. Sospechaba que lo de Alemania no sería el comienzo, que habría habido casos antes, y así era, pero, ¿cuándo y por dónde buscar? Demasiadas posibilidades. Temía estar en un callejón sin salida. Había casos de desapariciones que encajaban por todas partes del mundo, casos de muchos años atrás, e incluso casos con huesos que contenían marcas parecidas a las marcas encontradas en Alemania. Casi todas esas mujeres estaban clasificadas como víctimas de ataques de animales.
—¿De animales?
—Ahora que los bosques vuelven a estar donde deberían estar, hay predadores regresando al lugar que les corresponde.
—¿Tigres y esas cosas?
—En Asia tigres, sí. En algunas partes del mundo los ataques de animales no son tan raros.
—Una vez me contaron en el bar de un tipo al que le atacó un os… uah… perdona el bostezo, creo que he comido demasiado, y me está dando bajona.
—Tranquilo, si quieres puedes quedarte a dormir.
—¿A dormir? Pensé que tenía asegurado unos juegos en la bañera.
—Si aguantas la historia entera sin dormirte, me lo pienso.
—Dale, venga, rapidito.
—Jeje… las cosas rápidas no acaban bien. La verdad es que había demasiados rastros posibles. Me pasé días revisando casos viejos de todo el mundo. Haciendo llamadas, intercambiando e-mails con polis nada interesados en colaborar… Puedes imaginarte. Y entonces se me ocurrió. ¿Y si lo de ocultar las cabezas no servía sólo para que las víctimas se pareciesen a la mujer original? ¿Y si no podía dejar que encontrasen la cabeza porque había algo demasiado obvio que lo incriminase?
—¿El clavo?
—Eso es. Busqué entre las muertes más antiguas, filtrando sólo aquellas en las que se hubiese encontrado la cabeza con algo extraño o violento en ellas, y allí estaba esperándome. Sheila Moreno, nacida en Tampa, territorio inundado de Florida, fallecida durante el huracán Clemence en los territorios pantanosos asociados a una factoría plácida que aún funcionaba. Según el informe, muerte por ahogamiento y posteriormente devorada por animales. Pero en un rincón del informe del forense indicaba que la cabeza se había encontrado separada y con un clavo inserto en la base de la nuca.
—Y nadie había pensado...
—No. Durante el huracán Clemence habían muerto decenas de miles de personas, Sheila era una más. Puedes imaginártelo. Le dedicarían poco tiempo y archivarían corriendo el caso como muerte por desastre natural. Sin embargo, la nota del forense sobre el clavo estaba ahí, así que intenté llamarlo, localizarlo de alguna forma, pero había muerto años antes.  Estaba convencido de que Sheila era la primera, pero necesitaba pruebas, una historia, algo por lo que seguir; así que gasté un montón de dioxis y volé a Florida.
—¿Cómo es?
—Debió ser bonita, pero ahora es casi todo terreno inundado. Lo que queda son básicamente pantanos, manglares llenos de alimañas. Lo único que pude ver fueron ruinas y reservas de animales con sus correspondientes factorías plácidas. Pero fue el viaje más productivo de mi vida. En el nuevo aeropuerto flotante de Miami me estaba esperando con unas bicicletas la hija del forense, que fue muy amable y me permitió ver todo lo que su padre había guardado del caso tras su jubilación. No estaban los restos de Sheila, claro, pero sí el clavo, este mismo viejo clavo oxidado.
—Qué chulo el clavo. Cuando te vi en el bar con el clavo entre los dedos, me dije: «eso sí que es una mujer peligrosa».
—Lo tomaré como un cumplido. La cosa es que la hija dejó que me lo quedase. Nadie más que su padre y yo nos habíamos interesado por la muerte de aquella pobre chica. El difunto forense había hecho una gran parte del trabajo por mí. Era como si me hubiese tocado la lotería, ¿sabes? Ahí estaba todo lo que necesitaba saber de Sheila, de su pasado, de su familia, así como todo lo que un forense podía averiguar de un cadáver. El clavo era de una pistola de clavos, una pequeña y funcional.
—No sé qué es.. uau... eso, perdona.
—Igual deberías echarte. Te veo con cara de mucho sueño.
—Sí, pero la historia mola, sigue.
—Es normal que no hayas visto nunca una pistola de clavos. En estos años nos hemos vuelto aún más intransigentes con cualquier cosa que represente violencia, y una pistola de clavos, aunque se pueda usar para otras cosas, no deja de ser un arma. Están prohibidas. Y, la verdad, no me extrañaría que los clavos también, ahora se usa pegamento para todo, ¿no?
—Para colgar un cuadro y eso, claro, ¿no?
—Pues eso. La cosa es que el viejo forense sabía que ella había muerto asesinada, alguien le había disparado en la nuca con una pistola de clavos, probablemente una de las que se usaban en la misma factoría plácida en la que Sheila trabajaba. Además, el forense había determinado que, antes de morir, Sheila había sufrido graves fracturas en piernas y costillas. Él imaginaba que su asesino la había secuestrado, torturado salvajemente, probablemente violado y, finalmente, la había matado con la pistola de clavos, para acabar arrojándola a las alimañas.
—Qué bárbaridad...
—El anciano nunca supo determinar quién lo había hecho. Pero la cosa no encajaba. Yo estaba convencido de que había sido ‘Atila’. Que la había matado con la pistola y que se la había comido, al menos en parte, antes de arrojar los restos a las alimañas del manglar. ¿Quién era ‘Atila’ y por qué Sheila había sido su primera víctima? El forense creía que tenía que ser alguien del equipo en el que trabajaba Sheila.
—¿En la factoría plácida?
—No exactamente, Sheila era una recolectora.
—¿Qué es eso?
—Verás, las factorías plácidas no son un sitio muy bonito. No son instalaciones pulcras y cromadas de las que salen las píldoras en bonitas cajas. No. La mayor parte del proceso requiere muchísimas bacterias, así como tanques de fermentación de los que salen olores espantosos y... requiere animales muertos.
—Pero de forma natural, ¿no? Por eso se llaman plácidas, ¿no?
—Sí, y ahí entran los recolectores. Los recolectores son los que recorren las reservas de animales y recogen la carroña que necesita la factoría. Los recolectores son como los extintos buitres, que recorren los ecosistemas preservados, consiguen los restos que las factorías necesitan, pero siempre asegurándose de mantener un equilibrio, de no retirar ni dejar demasiada biomasa de esos ecosistemas. Sheila era una recolectora de la factoría plácida al norte de Tampa. Su grupo aún vive en los manglares y, según las teorías del viejo, ‘Atila’ debió ser uno de ellos.
—Qué chungo que te mate alguien del curro, para comerte, encima.
—Intenté conseguir esa lista, pero no estaba disponible en los bancos de datos oficiales. Así que me fui hasta la factoría a preguntar allí. Me costó bastantes días conseguir que me atendieran y el resultado fue decepcionante. El responsable de la factoría, un tal señor Peterson, me explicó que los recolectores trabajan por cupo, no son oficiales del Consejo, ni trabajadores de la fábrica. Peterson no tenía ningún control sobre quiénes son o habían sido. Además, me advirtió que durante el huracán murieron muchos de ellos, y que nunca me contarían nada, que no contaban sus cosas a gente externa. ¿Necesitas algo? Te veo…
—No… sólo es sueño. No sé qué me pasa hoy, normalmente aguanto hasta las mil, sigue
—Otro habría dejado el asunto, entregado los datos a la poli y rogado por que le pagasen algo, pero yo quería la recompensa y soy obstinada, paciente y meticulosa, así que se me ocurrió una idea. Me creé una identidad falsa, me enteré de por dónde solían estar los recolectores, y conseguí ropa que diese el pego. Todo para infiltrarme entre ellos. Me costó más de un mes, pero encontré el grupo de Sheila. Lo que fue sólo el principio. Me costó otro mes hacer que me apreciaran lo suficiente como para hablarme de cuando el huracán y de Sheila. Gente ruda, estos recolectores de los manglares. Tenían que serlo. En esas aguas la biomasa es abundante, pero está muy ligada al ecosistema, y hay muchos superdepredadores, como los caimanes, así que apenas hay hueco para conseguir la biomasa que la factoría necesita, al menos de forma… correcta. Para complicarlo aún más, eran realmente independientes, así que debían conseguir la comida recolectando en el manglar, sin huertas. Una vida complicada.
—¿Y qué hacían?
—Trampa. En caso necesario, los recolectores pueden equilibrar el escosistema matando algunos superdepredadores, y en el manglar sobraban los caimanes; o eso decían. Así que casi todas las semanas iban de cacería de caimanes.
—Puagh.
— Y se los comían.
—Repuagh. ¿Y tuviste que hacerlo, comerte a un lagarto?
—Sí, tenía que ganarme la confianza de aquella gente. Así que, sí, por primera vez en mi vida, comí carne, y al final te acostumbras, no creas.
—No creo que yo pudiese acostumbrarme. ¡Qué asco! Si no me jodiese estropearte el cuarto de baño de lujo que tienes iría a vomitar… pero creo que mejor voy a dormitar.
—¿Te abro la cama del sofá?
—No, aquí estoy bien, ¿no nos podríamos sentar más juntos?
—Está bien.
—Hueles bien.
—Huelo a especias de haber estado cocinando.
—Pues huelen genial. Sigue con la historia de los comecaimanes.
—Una noche, mientras ayudaba a Bob, el líder del grupo, a asar un caimán, pude hablar de la muerte de Sheila. Bob me explicó que una parte del grupo se vio sorprendido por el huracán y que la culpa fue de una mala decisión suya. Tres habían muerto: Sheila, una mujer mayor llamada Beatrice y un hombre joven llamado Czesław. A Beatrice la encontraron en el mar, hasta allí la habían arrastrado las aguas. De Sheila sólo encontraron restos que habían dejado los caimanes y de Czesław ni eso. Un poco más tarde, con un vaso de la cerveza que ellos mismos fermentaban, me confesó que lo lamentaba sobre todo por la parejita, que Sheila y el medio polaco tenían todo un futuro juntos y que en su vida no había visto a dos más enamorados. Y entonces, de pronto, encajaron todas las piezas y pude ver lo que había pasado bajo el huracán.
—No entiendo, ¿dices que esos dos se amaban? Dios, qué sueño...
—Sí. Czesław y Sheila se amaban. El huracán se les vino encima por culpa de una orden estúpida de Bob. Creo que Sheila acabó muy malherida, tal vez un árbol se le cayó encima o algo parecido, y él, ‘Atila’, para intentar ponerla a salvo la llevó a la cueva donde luego encontraron su cabeza. Una muy mala idea. He visto la cueva y con la subida de agua que provocaría Clemence… se quedaron encerrados, ¿entiendes? Clemence duró días, muchos días. Aquella fue la más salvaje tormenta que ha azotado Florida en la historia y pasó sobre el territorio varias veces, en un movimiento pendular.
—Joder...
—Imagínatelo. Czesław pasó días casi en la oscuridad, probablemente con Sheila agonizando con enormes dolores, gimiendo sin parar, con fiebres... No pudo soportarlo más o quizás no quiso que ella tuviese que soportarlo más y la mató con lo más compasivo que tenía a mano, su pistola de clavos. Pero la tormenta continuó, y él seguía encerrado en aquella cueva, en la oscuridad, destrozado por lo que acababa de hacer, consumido por la culpa y muriéndose de hambre. Entonces algo se rompió en su mente. Se volvió loco por el ruido de la tormenta, el hambre… o vete a saber y empezó a comérsela, a ella, a su amada.
—Qué bes… bestia…
—Ahora sabía quién era ‘Atila’, su nombre original y su apellido. No fue muy difícil encontrar varias fotos suyas de los archivos sociales. Me establecí en Tampa. Alquilé una habitación de las más baratas, pero con el mayor ancho de banda que pude encontrar, y usando lo que me quedaba del préstamo me puse a reconstruir la vida posterior de Czesław. Fue un trabajo arduo, pero ya yo sabía quién era él. Czesław resultó ser bastante listo. Después de comerse a alguien nunca se quedaba en el mismo lugar. Buscaba otro lugar, tan lejano como fuese posible, donde pudiese encontrar otro trabajo relacionado con la vigilancia de reservas o bosques. A veces hacía de cuidador en algún zoo abierto. Incluso estuvo en Asia en el único circo con animales que existe. Un tipo escurridizo. Pero aun así lo encontré. Era listo, pero no meticuloso, no como yo; demasiado frecuentemente usaba su nombre o su apellido para registrarse en los sitios donde vivía, para los permisos de alquiler e incluso a veces salía en fotos locales.
—…
—Lo localicé en Italia, de vigilante de un lugar increíble llamado Parco dei Mostri, el Parque de los Monstruos. Un bosque medio abandonado, repleto de grandes estatuas de animales y dioses imposibles. Capturarlo allí era casi poético, una suerte de final de película. Y tenía que capturarlo, ya no sólo por el dinero, sino porque necesitaba hacerlo. Pero casi había agotado mi saldo por completo, imposible pagarme un vuelo hasta allí. No podía dejarlo pasar, así que me fui a la oficina de un banco local americano, con todas las pruebas y le expliqué todo al director. Me concedió un segundo crédito, eso sí, a un interés brutal, pero a aquellas alturas me daba igual, con lo que había subido la recompensa iba a tener de sobra para pagar todos los préstamos del mundo. Me conseguí una pistola de verdad, del mercado negro, y volé a Italia.
—…
—Roncas un poco, ¿sabes? Qué pena, te has dormido antes de la mejor parte. No vas a enterarte de que cuando llegué allí él ya había cazado a otra recolectora. La más parecida a Sheila de todas. Estaba fileteándola con cierto deleite cuando lo enfrenté, incluso tenía una parte de las nalgas ya asándose en una parrilla. Lo encañoné y le exigí que se rindiese. Pero él se rió y me soltó una perorata. Una charla sobre que somos una plaga para el mundo, una carga, y que por mucho que intentemos mejorar siempre lo seremos. Se justificó diciendo que ahora él era un recolector de humanos, y que él iba a lograr que el ecosistema del planeta se equilibrase, que había demasiados de nosotros. Le dije que no me mintiese, que si de verdad esas fuesen sus razones no cazaría sólo a mujeres parecidas a Sheila. Al escuchar ese nombre se volvió loco. Furibundo. Se lanzó hacia mí con el cuchillo. Y aunque yo no soy muy buena con las armas, aquella bala le entró por la frente y le salió por la nuca.
—…
—Sí, así es. La recompensa también me la daban con él muerto, siempre que hubiese pruebas suficientes de que era ‘Atila’ y yo tenía más que de sobra.
—…
—Pero para mí el caso no estaba acabado. Me gusta hacer las cosas bien, con meticulosidad, y la verdad es que aún no entendía del todo su obsesión por comerse a Sheila una y otra vez.
—…
—Eso es, la carne ya estaba en la parrilla y olía bien. Así que, sí, me la serví y la probé, ya sabes, por ponerme en su lugar. Y…. ¿sabes?, desde entonces ya no tomo la píldora. No la necesito. Además, nunca sabes qué le pueden haber añadido, ¿no te parece?
—…
—La verdad es que tú también hueles muy bien. Creo que esta va a ser una cena fabulosa.