Soy escritor de ciencia ficción y
de fantasía. Me gusta leer obras de ambos géneros —cuando están bien escritos—
y de tanto en tanto incluso fracaso con el tercer género de la tríada de la
ficción especulativa, el terror, lo que completa mi viaje al lado oscuro de la
literatura y el frikismo en general. Sin embargo, mentiría si no reconociese
que de todos esos géneros mi favorito, con mucha diferencia es la ciencia
ficción. ¿Qué es la ciencia ficción y cuáles son sus límites?
Si buscamos en la Wikipedia nos
encontramos con:
“[…]
Es un género especulativo que relata acontecimientos posibles desarrollados en un marco imaginario, cuya verosimilitud se fundamenta narrativamente en los campos de las
ciencias físicas, naturales y sociales. […] Esta acción puede tener lugar
en un tiempo pasado, presente o futuro, o, incluso, en tiempos alternativos
ajenos a la realidad conocida, y tener por escenario espacios físicos (reales o
imaginarios, terrestres o extraterrestres) o el espacio interno de la mente.
Los personajes son igualmente diversos: a partir del patrón natural humano,
recorre y explota modelos antropomórficos hasta desembocar en la creación de
entidades artificiales de forma humana (robot, androide, ciborg) o en criaturas
no antropomórficas. […]”
Si hacemos una búsqueda en internet
encontramos otras definiciones igual de amplias y difusas, pero, para mí, la
ciencia ficción se diferencia netamente de sus otras hermanas de ficción
especulativa en que apela directamente a la racionalidad. Toda buena obra de ciencia
ficción contiene un elemento al que me gusta llamar novum, que es la semilla del texto, el ¿qué pasaría sí…? del relato. El novum suele presentarse al principio de la obra y todo el texto se
articula sobre las consecuencias de dicho elemento. Así en Yo, robot de Asimov antes de exponer ninguna historia nos explica
la existencia de los robots y nos presenta las tres leyes, para luego poner a
prueba nuestro ingenio explicando, relato tras relato, casos en los que dichas
leyes parecen haberse roto sin que sea así realmente. En Ciudad permutación de Greg Egan, nos presenta una intrigante
especulación filosófica sobre la ‘continuidad’ de la existencia, la
persistencia tras la muerte y nos lleva de la mano hasta las conclusiones
inevitables. Otras obras de ciencia ficción presentan un escenario con un novum, pero son más exploratorias que
retadoras, como muchas de las obras de Úrsula K. Le Guin, tales como La mano izquierda de la oscuridad con
sus hermafroditas o Los desposeídos
con su descripción de una civilización anarquista.
El otro elemento que identifica la
ciencia ficción es que se basa en el conocimiento más o menos actualizado del
conocimiento científico y lo reta proponiendo un único elemento innovador, no
lo subvierte. Se plantea preguntas como: ¿y si pudiésemos hacer una máquina del
tiempo? ¿y si pudiésemos lograr que todos fuesen igual de ricos? ¿y si todos
fuésemos inmortales?, para luego mostrarnos en forma de narrativa los
resultados de esa pequeña diferencia. En La
ciudad y la ciudad, de China Miéville, todo es exactamente como nuestro
mundo, sin magia ni elementos sobrenaturales, excepto que la mitad de una
ciudad ha decidido ignorar la existencia de la otra mitad, desde hace siglos.
Como si en la Constantinopla recién tomada por los turcos, los bizantinos
hubiesen decidido ignorar la conquista, y en la actualidad existiesen
Constantinopla y Estambul a la vez, en el mismo lugar, calle junto a calle, con
personas de ambas ciudades cruzándose, sin verse ni mirarse nunca. Esa es la
clase de especulación que interpela a la mente, a la razón y que hace tan
especial a la ciencia ficción.
Siempre se han distinguido subclases
dentro del género, tales como: ciencia ficción dura contra blanda, y sobre todo
se reconoce como algo diferente el space ópera, o sea la novela de
aventuras con marco espacial. Sin embargo, últimamente, están apareciendo
muchos libros —también series y películas— que yo personalmente no puedo considerar
como ciencia ficción. Distingo dos clases a las que voy a llamar fantaciencia
y cienciasía.
La más habitual es la fantaciencia,
que consiste en escribir siguiendo las normas de la fantasía —ya sea épica,
urbana o de cualquier otra clase—, dándole importancia sobre todo a la
componente de aventura, pero usando como trasfondo tecnología muy avanzada casi
prodigiosa, a menudo perdida, en lugar de magia o poderes místicos. La fantaciencia
es literatura de fantasía, pero revestida con un hálito tecnológico —lo que
importa en la mayor parte de esas obras no es la ciencia, una especulación
sobre ella o el novum, sino los poderes que nos confiere la
tecnología. El papel de las razas no humanas de la fantasía la adoptan aquí los
robots o los ciborgs, el papel de la magia la adopta alguna clase de
nanotecnología o biotecnología muy avanzada, el papel de los dragones o
demonios lo adopta alguna clase de plaga apocalíptica o leviatanes cibernéticos
descontrolados. Los protagonistas, como en mucha literatura de fantasía, tienden
a ser jóvenes en búsqueda de su madurez, y hay, casi siempre, un enemigo
formidable a batir.
Como tal la fantaciencia no me parece
mal. Al leerla se percibe similar a novelas de fantasía épica o de los géneros
hermanos como el steampunk o el dieselpunk. Como lector de fantasía, la
disfruto, como escritor no me importa deslizarme por esa pendiente, aunque
pienso que debería sincerarse como género, porque en demasiadas ocasiones la fantaciencia
es lo que se oculta tras la etiqueta de ciencia ficción, por lo que acaba
siendo decepcionante para un lector que ande buscando el reto de un novum, y el recorrido de una
especulación científica o filosófica.
La cienciasía, sin embargo, se
me antoja detestable. Obras como El problema de los tres cuerpos de Liu Cixin, se presenta como obras de
ciencia ficción, son recomendadas por reconocidos personajes públicos e incluso
copan los premios del género —esa obra en concreto ganó el Hugo en 2015 y el
Ignotus del 2017—, pero no son ciencia ficción en absoluto.
Estas obras, aunque usan las técnicas
narrativas del género y se presentan como tal, no contienen un novum razonable, sino que fantasean con
ciencia alternativa, de forma completamente libre e incluso se podría decir que
disparatada. Estas obras comenten errores de bulto que no son fruto de una
intención especulativa sino de puro desconocimiento o simple desinterés por la
ciencia como tal. En la obra mencionada, por poner un ejemplo, se presenta en
forma de novum la existencia de una
civilización extraterrestre en un planeta que forma parte de un sistema estelar
ternario sometido a la irregularidad del mencionado problema de los tres
cuerpos. A lo largo de la novela se acaba situando dicha civilización en Alfa
Centauri, lo que es en sí mismo un disparate pues —como una investigación de
cinco minutos aclara— dicho sistema estelar no se encuentra en un estado
errático y aleatorio. Durante el resto de la novela, poco a poco de acumulan errores
cada vez más esperpénticos, hasta que se alcanza el sumun con la impresión de un computador en la superficie
de un neutrón.
No resulta difícil ver que el autor ha montado
un pastiche con elementos matemáticos y científicos que le han parecido chulos para juntarlos en un desparrame conspiranoico, y hacer así una novela de
sectas con justificación seudocientífica. Un libro que debería ir a la
estantería de los bestsellers de peor calidad junto a las historias sobre los catones,
las búsquedas del grial o de la Atlántida; y que sin embargo se ha colado en
los Hugos y los Ignotus.
La cienciasía es irrespetuosa
con la ciencia y su influjo se siente ya en las series de ciencia ficción, que
comentan errores de bulto con cosas como las escalas interplanetarias, los
tiempos de transmisión en las comunicaciones, etc. Lo peor de todo es que esta
clase de errores de bulto se pueden evitar realizando una investigación que, en
nuestro mundo interconectado, no requieren ni una hora de trabajo. Pero lo
cierto es que a los autores de cienciasía eso les da igual, porque tienen la
mente llena de seudociencia y lo único que les interesa es lo chulo que
queda poner frases como alcanzado por un frente de longitudes de onda
o interferencia cuántica binaria, tengan o no tengan esas expresiones
algún sentido.
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