Rescato un viejo relato de hace diez años en consonancia con mi estado de ánimo actual:
Cuaderno de Forro Verde:
El Maestro Egroot Lodt'No había alcanzado el supremo conocimiento en el
arte de la magia. Ninguno antes que él había llegado si quiera a vislumbrar
lo que él comprendía a la perfección. Desde muy temprana edad sus padres,
los ricos hacendados dueños de la totalidad de la ciudad pesquera de Lodt
habían entendido que su pequeño y rollizo Egroot estaba destinado a
grandes cosas, siempre que estas se hiciesen sentado y lejos de
trabajos pesados. Así que lo enviaron a la mejor de las mejores escuelas
de magos, al Liceo Místico de las Sombras del Entendimiento en
Ciudad Lunar. Muy lejos de casa.
Egroot Lodt'No descató rápidamente entre sus compañeros. En sólo
un mes logró transformar una rana en un rumor venenoso, y
cuando todos sus otros compañeros aún estaban intentando
desentrañar el misterio del número uno, que siendo número
es indivisible en partes, el ya lograba transformar de pensamiento
y palabra una cinta de Moëbius en una cinta para el pelo;
con lo que las labores inabordables para otros, casi infinitas, él podía resolverlas con un poco de tela y un par de apaños de peluquería.
En los últimos cursos fue tomado por la tutela del más herméticos
de todos los maestros del Liceo de las Sombras del Entendimiento,
cuya materia era tan extraordinaria, tan fuera de lo común que
la mayor parte de los alumnos no sabía ni como abrir el libro de
texto, no siendo pocos de ellos incapaces siquiera de encontrarlo sin que un alumno de curso superior se lo estuviese
señalando todo el tiempo con el dedo.
De esta forma Egroot se embarcó en las más proceslosas aventuras
intelectuales. Descubrió el punto exacto del día en el que hoy
pasa a ser mañana, lo que le permitió hacerle a cada día un par
de dobladillos en los que podía dormir un poco más y bien a gusto.
Encontró el punto débil de cada cosa, incluyendo las horas más pesadas de cada día, lo que permitía golpearlas fuerte,
con decisión y pasar directamente a cosas más entretenidas.
Encontró el lugar donde iban a parar todas las puntas de los
lápices cuando desaparecían, lo que permitió fabricar una
poción de poder afilador extraordinario; que aplicada a su
propia lengua lo transformaba en un orador mordaz e
invencible. Y de esta forma, mediante su habilidad natural, acabó con gran cantidad de misterios, como a dónde van a parar todos los besos soñados,
o como puede destilarse la fuerza de la flaqueza.
Todo lo que inventaba o descubría lo iba apuntando cuidadosamente en su primer
cuaderno, un cuaderno forrado de verde, que a fuerza de ser reescrito una y otra vez con tintas de diversos
colores debía ser leído con gafas de filtros de colores.
Cuando rondaba los cuarenta años de edad disfrutaba
de gran prestigio en todo el Imperio y su cuaderno estaba
ya tan repleto que Egroot se veía forzado a escribir
con colores realmente raros, como el color del miedo
o de la felicidad. Así que se detuvo a reflexionar sobre
su vida y decidió que tan sólo le quedaba legar al mundo
una familia, en tanto en cuanto aún no había encontrado el secreto de la inmortalidad, o al menos un secreto que no implicase transformarse en un texto escrito en piedra. Pero para ello necesitaba una mujer, así que se puso manos al trabajo.
Sus primeros intentos, con la patricia Mra de la familia IaeIim'Bnz, fueron simplemente desastrosos,
consiguiendo tan sólo dañarse a sí mismo y menoscabar
considerablemente su reputación. Así que se documentó
un poco con el tema, y aún encontrándolo fascinante
no parecíale en absoluto complejo.
Lo intentó entonces con la hechicera Cit'Ndz R-Siai, que
parecía apropiada para sus propósitos y no pronto hubo empezado con lo que había aprendido, descubrió
que se equivocaba de cabo a rabo.
Costernado por tanto fracaso se retiró a su más apreciado
rincón de pensar, que se encontraba dentro de una caja
hecha con lo que queda tras arrancar todas las hojas
de un libro y quemar el lomo y las pastas, y allí permaneció
durante quince años estudiando el problemas.
Tomó plantas primero y depuró sus amoríos, extrayendo
una dulce esencia que tuvo mucho éxito pues al tomarla
disuelta en café o té, daba un aspecto primaveral.
Tomó luego animales y suprimió en ellos todos los defectos
e imperfecciones, de lo que salieron nuestros unicornios,
pegasos, así como gran variedad de hadas y duendes
de nuestros campos.
Finalmente se tomó a si mismo y se aplicó un poderoso
y estudiado hechizo que eliminaría de él todo aquello que
lo perjudicase para encontrar el Amor.
Fue un éxito rotundo; al menos nos queda su cuaderno de forro verde.
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