Y, no, no hay mujeres en esta
parte de la historia. Ni siquiera mucho después en mi única otra incursión en
la ‘escritura’ de teatro, el ajuste/adaptación de ‘Doce hombres sin piedad’. Estoy
muy orgulloso de lo que hicimos con esa película sobre el escenario y ha sido
de las pocas veces que he podido hacer lo que me dio la gana. Las dificultades
fueron enormes, con muchas bajas entre los actores, cambios constantes y con
muchas cosas en nuestra contra, incluyendo un fallo en la mesa de luces el día
de la actuación. Aun así quedamos los segundos, y ganaron premios algunos de
los actores. No podíamos ganar, no, no podíamos, con esa pedazo de ‘Sueño de
una Noche de Verano’ que hicieron los industriales y con esa mujer increíble
haciendo de Puck. Ganar no, pero para mí fue como si hubiese sido. Logramos
destacar con muchos menos recursos y con un salón de actos mucho menor, con
algo menos expansivo y exterior más centrado en la interpretación, en el juego
de personajes y la verdad, me siento muy orgulloso de lo que se hizo. Y no, no
te lo perdono Fernando, no.
Y así poco a poco hemos llegado
hasta cuando empezaron las cosas interesantes de mi vida, mi despertar con el
teatro, y toda la zozobra que supuso el comienzo del instituto. Pero mejor no
correr, porque aún me queda otro enfrentamiento con el público que tuvo su
origen en aquella época del final del colegio. Creo que corría el año 82, el
del mundial, la única vez que me interesé por el fútbol –iba con el Brasil,
porque había hecho la colección de cromos, creo que completa, y el cromo del
Brasil era como una joya que me tocó varias veces y que me sirvió para un
montón de cambios. Yo estaba saliendo del cascarón, como ya he dicho, y lo
cierto es que recuerdo aquella colección como la más vivida, en la que más
trueques y negociaciones hice. Y fue la última, mi última colección de cromos,
a no ser que contemos las cartas tipo Magic que llegarían mucho después, aunque
esas no las ‘coleccioné’. Y si no recuerdo mal aquel año pasó otra cosa –tal vez
fue algo antes, pero qué más da-, era el tiempo de los ordenadores de 8 bits y
entre el premio de una competición de ajedrez y lo que llevaba ahorrando toda
la vida –sí, sí, es un clásico, el capricornio ahorrador, ya, ya- compré un Spectrum
de 48k. El viejo gomas y ahí empecé a ser programador.