24.12.20

El año cincuenta


Hoy cumplo los cincuenta años, así que va tocando el habitual repaso anual de resultados. ¿Qué he hecho este año a parte de cumplir cincuenta años?

Lo más importante que he hecho, sin duda alguna, es dejar el trabajo de ingeniero. Me dieron la oportunidad de dejar el puesto que tenía en mi empresa a cambio de una indemnización considerable y cogí la oportunidad. Desde marzo estoy de vuelta en San Fernando, disfrutando de una paz que incluye escribir varias horas a diario y cultivar mis propias hortalizas. Hay algo mágico en recoger los huevos de tus gallinas o hacer un arroz de verduras usando el ajo, las habichuelas y las zanahorias que tu mismo has plantado, regado y cuidado. ¡Y saben mejor! También hay algo mágico en lo de sentarse cada mañana (después de un desayuno preparado con tus propias manos y disfrutado relajadamente, sin prisas) a poner en palabras una historia que nunca antes ha existido, a darle vida a unos personajes que tan solo existían en mi cabeza.

Supongo que lo segundo a resaltar sería que, por fin, este año he autopublicado Cuentos de Hierro y Pólvora, la primera entrega del universo de los Colonos de Tulgia. Le tengo especial cariño a este mundo y a estos personajes. Tanto a los que aparecen en estos cuentos como a Héctor el Inquisidor, que ha surgido como el reflejo interactivo de las Viejas Tierras de Sisebuto Sáez, Suyán Flores o Jenere Ágeva de Castro. El proceso de preparar esta primera entrega de Tulgia ha sido complejo. No solo he tenido que buscar a los profesionales que me han ayudado a darle forma con las correcciones, maquetaciones e ilustraciones, sino que he tenido que obligarme a imaginar con cuidado y detalle, muchos aspectos de aquel mundo que eran poco más que nieblas informes en mi mente. Ahora tras los cuentos hay todo un elaborado conjunto de historias, desde el punto Jonbar escogido, hasta la genealogía de cada personaje, así como la línea histórica detallada de esa dimensión paralela. Todo lo cual, por supuesto, no está en los cuentos, pero que espero que disfrutéis, ahora que aquellos relatos frutos del nanowrimo de 2015, tras cinco años, son un libro de verdad con sus tapas y sus ilustraciones internas.

Hay una segunda noticia editorial con relatos míos en su interior. Bubok nos ha escogido como parte de sus proyectos de publicación, y, muy recientemente, ha puesto en línea una nueva versión de Ni en un millón de años. Nos han hecho una revisión interesante de los cuentos así como una nueva maquetación que, sinceramente, creo que ha quedado francamente bien. Ahora los mensajes que reciben mis tripulantes del Agni Kalpa se ven bien chulos y resaltados. Esta gente de Bubok se ha portado bien con nosotros y ha soportado nuestras indecisiones sobre la portada (no ha quedado mal con el careto de Elisa, ¿no?). Además se han currado bastante la distribución, y ahora, además de poder encontrarlo en la página de Bubok, podéis encontrarlo en Amazon o en la Casa del libro. Creo que incluso se va a poder encontrar en alguna librerías, pero no tengo el detalle de en cuáles o cuándo. ¡Los que no tuvieseis la versión previa espero que disfrutéis con esta renovada versión! Es muy recomendable. Son un buen montón de cuentos de ciencia ficción de autores con los que estoy teniendo la suerte de compartir muchas tardes de charlas y reflexiones. Tal vez muy pronto os traigamos más noticias interesantes desde este frente.

He escrito muchas más cosas durante este año sobre todo para diversas convocatorias. Hagamos un repaso. Lo primero que escribí fueron 'Aguas verdes', un relato para la convocatoria de Bajo las aguas de Dorna. No gustó lo bastante. No me extraña, tenía bastantes defectos. Tal vez salga en otra antología una nueva versión en la que estoy trabajando el año que viene. Eso sí mi amigo David lleva un excelente relato en ella, ¡no dudéis en echarle un vistazo! Después escribí 'Juntos en el fuego' para la buena gente de la PAE y en esta ocasión quedé finalista. Los estupendos libros que me han mandado de premio ya están en mis estanterías. Para el visiones mandé 'Lo normal', una historia sobre lo que consideramos inaceptable y cómo lo tratamos, en tono de cyberpunk ligero o ciencia ficción social de futuro cercano.

Para ediciones el Transbordador escribí 'Puerta de caracol', que, sinceramente, me parece la cosa más bonita que he escrito este año. Una novelette que transcurre a finales del siglo XXI, pero que podría transcurrir ahora mismo o en un pasado no muy lejano. Me gusta tanto que aunque no fue seleccionada ya la he mandado a otra convocatoria y si no queda seleccionada seguiré intentándolo una y otra vez. Es una obra que creo que merece aparecer en alguna parte aunque sea poca cosa.

Para el Domingo Santos escribí un relato gamberro titulado 'Echo de menos las medianoches'. Para el de Mitopoiesis mandé una versión revisada de 'La rendición de Innana'. He mandado cuentos a varias convocatorias más, así como microrelatos y una novelette más a otra convocatoria que no voy a decir título ni tema ya que aún no han salido los resultados.

Y como estoy así de loco no solo estoy apuntado al taller de Alicia y al master de escritura narrativa del Hotel Kafka, sino que encima me metí en un reto de nanowrimo este año y en él he escrito otra novelette más: 'Un informe sobre María'. Ahora mismo la estoy revisando con los betas, así como con el maravilloso Noa que siempre recomendaré para lo que sea que necesitéis de lectura, revisión o corrección. ¡No dudéis en contratarlo! 

Entre una cosa y otra estoy escribiendo entre dos y tres cuentos semanales, y para colmo de males hasta me estoy atreviendo a escupir poemas que Planseldom seguro que encontraría desastrosos. 

Me falta explicar porqué Layna está en la foto de cabecera. Sí es Layna, sí. Por fin he sacado del cajón sus cuentos y les estoy dando forma. No tiene mala pinta, creo que a finales del 2021 tendré una versión aceptable que ella podría considerar dignos de ser leídos. Si ella leyese algo, claro. Con suerte en el 2022 tal vez tengáis con vosotros relatos de la cyborg más borde y sus camaradas, relatos nuevos y, espero, que más fundidos y destripantes.

23.12.20

Cinco décadas y cinco lustros (5)

 

Para cuando empezó esta última década, pensaba que había encontrado un nuevo equilibrio. Me había acostumbrado a caminar al menos una hora, cada vez lo hacía más rápido y todos los viernes me cruzaba Madrid desde el trabajo hasta mi casa: unos veinticuatro kilómetros. Ya ni siquiera tenía que pararme a descansar después de hacerlo. Cruzaba la ciudad y tras una ducha rápida salía a hacer la compra de la semana. Empecé a hacer planes a más largo plazo, en los que estaban incluidos esos viajes que nunca había hecho (aún estás pendiente Santorini, ya veré las laderas de Atlantis, ya las veré) y me permití hacerme ilusiones con nuevas personas. Incluso llegué a quedar con las viejas ilusiones del pasado para bromear de las cicatrices que el amor había dejado.

La empresa y la oficina seguía en plena reconversión, pero, al menos, estaba tirando líneas de código de nuevo (lo que siempre me ha ayudado, crear me da la vida, ya sea una novela, un juego o un programa corporativo) y trabajando en temas de innovación con gente que merecía la pena. Hicimos un proyecto que me pareció importante para la compañía (que, por supuesto, cerraron sin contemplaciones) y luego creamos el germen de una herramienta que no me pareció tan interesante, pero que se ha quedado ahí, y sigue dando servicio a una parte de la empresa después de diez años. A lo largo de mi carrera profesional he estado en la semilla de varias de esas herramientas y algunas se han quedado ya como parte de la compañía. Me satisface pensar que varias de ellas siguen funcionando y ayudando tras cinco lustros.

La cosa se torció primero en la parte personal. Cabía esperar. En aquellos momento estaba bastante ilusionado con una antigua amiga. Nos llevábamos (creía yo), cada vez mejor, la conversación fluía y pensé que esta vez... Me pareció que aquello podía funcionar. Cuando me enteré de que había roto con su pareja (una relación de muchos años que parecía bastante fuerte), la llamé y estuvimos hablando bastante. Yo estaba en ese momento en Cádiz, así que no pude hacer por verla, y para cuando llegué a Madrid descubrí que había dejado su relación anterior, sí, pero que ya se había unido a otra persona. Me sentó bastante mal y empecé a comer. Intenté controlar el peso manteniendo el esfuerzo físico, incrementándolo, pero lo que logré fue joderme la rodilla primero y luego los tobillos.

El trabajo volvió a cambiar y aunque tuve un pequeño periodo de brillantez (sospecho que mi cima en la compañía), ni dos años más tardes la compañía se volvió a revolver y en esta ocasión todo apuntaba ya hacia el final de la única empresa en la que he querido estar. La cosa no pintaba nada bien y la báscula me devolvía cifras cada vez más aterradoras.

Me salvó la escritura. A finales de la década anterior ya me había apuntado al Nanowrimo del 2009 para forzarme a terminar una vieja historia que me interesaba particularmente (Mundo de Cenizas) y desde entonces esta cita anual con la creación desaforada me ha ido dando la vida.


Muchos de estos libros, en particular los del desierto nevado, no creo que vean nunca la luz, pero han servido para que, poco a poco, me acostumbre a un ritmo continuado y firme de escribir, para que lime las asperezas de mi prosa y descubra lo que me gusta o sé escribir.

El periodo del 2014 al 2016 ha sido mi último periodo de felicidad. En esos tiempos volví a un laboratorio de innovación, de la mano de un jefe-amigo, un tipo excepcional y rodeado del olor al estaño de soldadura. Un tiempo genial con una gente maravillosa, creativa y currante a más no poder. Creamos muchas cosas nuevas e interesantes en ese tiempo, y por supuesto para finales del 2016 la compañía ya lo había chapado. Al menos de ese tiempo he sacado Cuentos de Hierro y Pólvora, lo mejor que he publicado, creo, hasta el momento. Desde entonces todo ha ido a peor hasta el principio de este año. 

Me he estado arrastrando este último lustro, esperando a que algo cambiase y sintiéndome muy atrapado.  No todo fue malo, estuvieron las Sillyberrys, pero me supo a poco a muy poco, y ni siquiera la comunidad de ficción interactiva parecía ni remotamente interesada en ellas.

Hace dos años murió mi padre por un cáncer cerebral que se lo llevó en pocos meses, y eso me dio una perspectiva nueva de todo. Empecé a echar cuentas y en cuanto la compañía me dio la oportunidad de marcharme a cambio de una considerable compensación, acepté sin pensarlo más.

He dejado atrás Madrid, mis fracasos amorosos, mis horas eternas de oficina, la frustración de sentirme de poca utilidad en este último lustro y ahora estoy de vuelta a mi ciudad de nacimiento. Escucho el silencio por la ventana. Siento de nuevo la amigable fiereza del Levante en mi cara. Siembro hortalizas en el patio de atrás. Hago repostería. Y, sobre todo, escribo. Todos los días, más de tres horas, y por fin siento que podría estar haciendo esto durante el resto de vida. 

Los cinco lustros que quedan.



22.12.20

Cinco décadas y cinco lustros (4)

Hice esta foto a pocos meses de que ocurriese el 11-S. Estuve arriba del todo de una de las torres e incluso compré en una tienda de allí una camisa de tela vaquera que aún está en mi armario. Como muchos turistas me tumbé en el suelo con la cámara para tomar inmortalizar mi visitan sin imaginar que no mucho después estarían ardiendo por un atentado.

Habíamos ido en modo ultra-barato (cuatro por habitación, en cama realmente estrechas de dos en dos) y con el dinero justo en el bolsillo. Moló mucho, sobre todo la vista nocturna de la ciudad, la misa gospell y la inolvidable sensación de no estar en una ciudad de humanos, sino de gigantes. La vista de Central Park con los rascacielos sobresaliendo como si en lugar de estar en un parque de una ciudad estuviésemos en un estrecho valle rodeado de acantilados, nunca saldrá de mi cabeza.

Pero siendo sinceros no fui para ver la ciudad, fui porque iba una mujer menuda, de piernas bellas y faldas cortas, que me traía loco desde el primer instante que la vi. Una mujer que ya me había rechazado y que estaba con otra persona. Sí, soy bastante imbécil para estas cosas, sobre todo hace veinte años. 

Esta década, la cuarta, no fue muy buena; pero fue fundamental en mi vida. Me pasé la década trabajando demasiado, enamorándome de forma no correspondida como un poseso en serie, y acabé la década con una crisis de los cuarenta de campeonato, una calvicie repentina y toda clase de problemas médicos (sobrepeso brutal, alta tensión, dermatitis galopante, etc...). La verdad es que fue una década de currar como un gilipollas y una constante duda sobre lo que era y lo que quería. Sentía que todos mis planes habían fracasados, que me quedaría solo para el resto de mi vida y que todo lo que hacía, por mucho que alcanzase éxitos profesionales, no servía para nada.

Pero las crisis tienen cosas buenas. Las dudas y la sensación de vacío me hicieron volver a la ficción interactiva: me volqué de nuevo en la comunidad, escribí Casi Muerto e intenté crear muchísimas librerías, extensiones, ejemplos, para ver si la comunidad despegaba (no lo hizo, claro). Monté un concurso que me decepcionó un poco, pero que al menos sirvió como mi primer contacto con el maestro Santiago Eximeno

Por otra parte el dolor del nuevo amor no correspondido, me hizo volver a escribir literatura. Con la absurda ilusión de interesar al torbellino de piernas bonitas, me dio por escribir cuentos improvisados a todo el grupo y el que a muchos de ellos les gustase (ella no mostró ni el más mínimo interés), me hizo pensar en tratar de escribir algo más largo. Así fue como nació Anexo Personal. Recuperando un personaje no jugador de una partida de rol y su contexto, monté una historia a caballo entre ciencia ficción y el space opera, sobre una oficial militar, demasiado joven para el cargo que le han asignado, que hace de jefe de policía en una colonia humana de frontera. Una colonia con una ocupación principal realmente peculiar: las carreras de naves monoplaza gravíticas.

Lo cierto es que le eché muchas horas y mucho cuidado. Cuando la terminé intenté llevarla a varios concursos que me gustaban y no logré ningún éxito. Aquello me desanimó un poco, pero la semilla ya estaba plantada. Ya no podía dejar de escribir alguna cosa cada año, hubo varios intentos de fantasía épica y acabé escribiendo Ríos de Rhyan que es una historia de cyberpunk suave y el núcleo del libro de los Cuentos Fluidos. Por aquel entonces la autopublicación en Amazon estaba arrancando y me dio por ahí. Ríos de Rhyan acabó publicado en Amazon con una maquetación pobre y una corrección que merece una revisita. A todo hay que aprender.

Esos diez años fueron un penduleo constante. Entrando y saliendo del modo workalcoholic una y otra vez. Teniendo recaídas una y otra vez en las rodillas de la mujer del traje amarillo. Viendo a la gente a mi alrededor cambiar, hacer familias, casarse, buscarse un proyecto personal, mientras que yo me sentía descabezado, con éxito profesional, sí, pero sin interés en lo que hacía, y me iba 'escondiendo' en viejos proyectos de una naturaleza o de otra según me iba cansando o frustrando con los otros proyectos.

Hubo algunas cosas creativas interesante, como Layna o Hierba tras el cristal; cosas que no acabaron de cristalizar en libros ni en ninguna otra clase de producto del que me sintiese realmente orgulloso. La última parte de la trilogía del Anillo, por ejemplo, fue algo que me consumió mucho tiempo, esfuerzo y ánimo pero que quedó a medio camino y su repercusión en el mundillo de la ficción interactiva fue más bien pequeño. De nuevo intenté hacer extensiones que cayeron en saco roto y en general la vida me parecía cada vez más absurda.

Para colmo de males, las últimas piezas que me quedaban de seguridad, el trabajo y el roleo, se tambalearon cuando me acercaba a los cuarenta. Las partidas se complicaron y la empresa entró en esas fechas en un periodo de reconversión que doy al traste con todo lo que había ido asegurando poco a poco con los años. Nos llevaron al norte, aún más lejos de mi casa, y cuando acababa esta década la revisión médica me puso en el brete de mejorar de vida o morir joven. 

Al menos acabé la década con un triunfo auténtico: a base de andar y dieta logré mejorar bastante mi salud, así como bajar treinta kilos en pocos años. Eso fue lo mejor que logré en esta década, aunque, por supuesto, lo dilapidé nada más empezar la siguiente.






Cinco décadas y cinco lustros (3)

 

Mi tercera década (los años noventa) fue un periodo 'dividido', dual, partido entre la cara y la cruz. Para empezar el primer lustro y el segundo fueron muy diferentes. En segundo lugar todo el tiempo sentí que me encontraba separado de mi lugar natural y que sólo vivía a ratos (cuando bajaba a Cádiz), siendo mi estancia en Madrid más bien una obligación, un castigo. Finalmente fueron los años de dos enamoramientos, los más importantes de mi vida, cada uno en un lado de mi vida, cada uno en una ciudad, ambos igual de fracasados.

Al principio de la década me mudé de San Fernando, Cádiz, a Madrid, para estudiar la carrera. Había decidido hacer Telecomunicaciones más que nada por presión social. Mi cabeza estaba llena en ese momento de informática y mi corazón suplicaba por hacer matemáticas, pero en aquel entonces la carrera de teleco estaba de moda y todo el mundo pensaba que allí estaba el futuro, la pastuza, la vida buena, así que cuando saqué la media más alta de la provincia en la selectividad, todo el mundo, hasta los viejos conocidos que me encontraba por la calle, me animaba a hacer una ingeniería. Mi vida hubiese sido muy diferente si no hubiese cedido y hubiese optado por matemáticas. Algunas veces pienso que hubiese sido mejor, no lo sé. Sin duda estaba más cerca de lo que de verdad deseaba.

Sacar los primeros años de carrera fue complicado, pero lo peor eran los fines de semana, en los que me encontraba muy fuera de lugar y bastante solo. Llené mi vida con varias cosas. Primero estaba todo el asunto de las aventuras conversacionales: tras participar en el concurso de microhobby con relativo éxito, me volqué en el asociacionismo, tuve una intensísima correspondencia y creé un parser

En segundo lugar iba mucho al cine, llegando a aficionarme al circuito de versión original en aquellos años. Fueron los años en los que descubrí mis películas favoritas tales como Azul o Before the rain

En tercer lugar me aficioné a mirar en tiendas de libros de segunda mano, mercadillos de libros viejos y cosas similares. En esas visitas fue cuando hice mi colección de libros de ciencia ficción. Así descubrí muchos autores como Clarke, Heinlen, Bear, K. LeGuin, Herbert y sobre todo Frederick Pohl. El primer libro que cayó en mis manos de Pohl fue Pórtico (el de la imagen de cabecera) y me fascinó. Como este libro había ganado 'los premios', fue el que inició mi costumbre de revisar los que ganaban cada año tales premios y comprar muchos de ellos. Mis gustos han ido cambiando y ahora soy más de Úrsula que de Frederik, pero tengo que agradecerle a Pohl que orientase mi lectura hacia este género.

En cuarto lugar la década se inició con el rol. En el 89 llevé a San Fernando la caja roja de D&D y el éxito fue fulgurante. En los siguientes años cada visita a mi ciudad era una excusa para encerrarme con amigos, conocidos y hasta desconocidos para echar o dirigir una partida. He sido y seguiré siendo feliz improvisando partidas, viendo a los jugadores disfrutar, reír o sufrir.

A mitad de la carrera (superada la parte difícil, ya terminando tercero), tuve una profunda crisis de identidad. Cuando las asignaturas empezaron a ser 'de ingeniero' de verdad, me di cuenta lo muy poco que me interesaban las antenas o las impedancias, y estuve a punto de mandarlo todo a la mierda, buscar mi cambio a matemáticas o, al menos, a informática. No lo hice porque estaba desesperadamente enamorado de una mujer que no me correspondía y apartarme de ella completamente me resultó intolerable. Seguramente debí hacerlo. Aquella época fue confusa, dividido entre dos lugares, dos personas, dos vidas... y sufriendo con Kimagure Orange Road para redondear la cosa. Me salvó un poco retomar el teatro. Acabé siendo socio fundador de No es culpa nuestra.

El segundo lustro se inició perdiendo ambas mujeres, tanto la de Madrid, como la de Cádiz. Seguramente nunca hubo correspondencia hacia mí por parte de ninguna de las dos. Casi prefiero quedarme con la vida. Una de ellas escogió a otra persona y la otra escogió quedarse con nadie. Yo me volqué en el curro, y comenzó mi descenso a las jornadas inacabables entre líneas de código y olor a estaño de soldadura.

En esta segunda parte de la década, casi perdí toda mi capacidad creativa, a excepción del rol, que se quedó ahí para rescatarme de la vida de ingeniero, aunque fuese solo dos veces al año, en las vacaciones, que desde entonces me parecieron muy cortas. Incluso en mi capacidad de creación interactiva estuve como muerto hasta el año 2000. Bueno, no del todo, hice algunas cosas interesantes en el mundo de juegos masivos y de tablero, pero eso mejor lo cuento en otra ocasión.

La década, sicológicamente, se acabó con dos cosas: un nuevo amor que entró como un relámpago con un vestidito muy corto amarillo y la entrada del euro en el 2002. Recuero haberme levantado ese 1 de Enero muy temprano para ir hasta un cajero y sacar los primeros euros que circularon en San Fernando. Fui feliz entonces con la esperanza de una Europa Unida en mi bolsillo.

Cinco décadas y cinco lustros (2)

 

Al principio de mi segunda década (ya en los ochenta) pusieron Galáctica Estrella de combate en la tele. No sé si fue así, pero la recuerdo como un 'evento de verano'. Algo que duró muy poco tiempo, pero que también me dejó marcado. Durante años tuve a los cylons metidos en la cabeza y aparecen también en muchos otros cuadernos o dibujos esquemáticos del principio de esta época. Más frikismo espacial.

Esta segunda época estuvo dominada por la tensión entre las ciencias y las letras. Por una parte en casa estábamos suscritos a Círculos de Lectores, lo que obligaba a mis padres a comprar algunos libros periódicamente. A través de esa vía entraron en casa un montón de libros de literatura juvenil (tipo Los Cinco), pero también los libros de Ende, de Tolkien y finalmente las primeras series de fantasía épica rolera del tipo Dragonlance.

De todos aquellos libros el que más me impresionó fue Momo. Es un libro mágico, incluso más que La historia interminable. Aunque esta segunda fue un éxito universal de la que se hizo película (horrorosa a mi modo de ver) y a pesar de que mi edición es maravillosa (con el auryn en la portada, el doble coloreado, etc...) no me parece algo tan personal, tan orgánico, tan simple como la historia de la niña, la tortuga y el barrendero. Lo recomiendo siempre que surge la oportunidad, especialmente si alguien está pensando en un regalo para niños. Es uno de esos libros que hay que leer.

En esa misma época me leí El Hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion. Recuerdo que cuando leí las obras de Tolkien las bebí con pasión, pero me gustaron más el primero y el último, que la obra central. Me gusta el tono de cuento infantil de El Hobbit y me flipa muchísimo el inmenso trasfondo que muestra el último. Frikismo de worldbuilder.

También fue la época en la que leí a Poe, casi todo Asimov, y muchas otras obras más serias. Resaltan en mi memoria dos libros: El señor de las moscas y Siddharta. Del primero me atrajo enormemente no solo la reflexión sino también la abundancia de diálogos, lo que adelanta mi pasión actual por los diálogos. El segundo coincidió con mi última etapa de reflexión espiritual: toda esa búsqueda interior que había empezado en la década anterior y que finalizó en esta con una confirmación de mi ateísmo.

Pero no solo leía historias y novelas. Ya entonces empezó mi noviazgo con la ciencia. Esta década incluyó la lectura de mucha física, incluyendo el Feyman bilingüe. Recuerdo que aquel libro me resultaba bastante más claro que lo que me explicaban los profesores en clase y también recuerdo mi perplejidad ante la física cuántica. Hubo noches de insomnio frente al desagrado que me producía la interpretación de Copenhage. La parte de la onda-corpúsculo y todo lo que entendía de De Broglie, me parecía claro, incluso hermoso, sin embargo, lo imaginado de Bohr, sobre todo lo referente a la intervención de un ente consciente me resultaba intolerable. No puedo olvidar la felicidad que me embargó cuando, leyendo una revista de divulgación científica en la biblioteca (creo que un Investigación y Ciencia), me topé con la interpretación de Everett. ¡Aquello lo hacía encajar todo y sin exigir que los humanos sean nada especial! Mi oposición al antropocentrismo era radical entonces y ahora lo es aún más. Finalmente opté por tomar el bachillerato de ciencias y eso ha determinado mi vida desde entonces.

Mi confianza en la ciencia, así como mi ateísmo practicante, el rechazo que siento ante la idea de la existencia de dios, o de cualquier cosa mística, desde la astrología hasta el alma o el libre albedrío, determina mucho de lo que soy y de lo que escribo.

En esta época empecé a hacer teatro. Todo empezó en EGB por un rollo de empollón de gafas de culo de vaso. Estábamos en el gimnasio (mis odiadas clases de atletismo) y dijeron que querían voluntarios para unas clases de teatro, y como era un empollón bien mandado dije que sí. Me pasé muchas, muchas, horas ensayando, tomando clases de expresión corporal, de canto y hasta de danza; así como representando recitales de poesía y obras en barriadas o colegios de San Fernando. Se lo recomiendo a todo el mundo. Mi mínima formación teatral, el enfrentarse a mis miedos, al público, cambió completamente mi vida. Lo que te hacen en teatro, cuando se hace bien, te hace crecer como persona. 

En aquellos tiempos hubo algunas películas (espaciales, claro) que me influyeron decisivamente, como Atmósfera cero. Cabe destacar una peli que vi durante un viaje de verano, en un cine de pueblo, uno de reposiciones: Naves misteriosas. Es una peli antigua, de los setenta, pero yo no la vi hasta aquel verano de los ochenta. Esta peli, por alguna razón, me impactó muy profundamente y aún ocupa mi mente casi cuarenta años después. Por supuesto vi las mismas que todos los demás: Cazafantasmas, Regreso al futuro, etc... pero Naves misteriosas es la que más me define.

Me falta explicar algunas cosas: ya en EGB empecé a escribir más en serio. Durante el viaje de fin de curso a Lisboa empecé a rellenar un cuadernito con cuentos de terror que escribía a ratos y que me granjeó cierta popularidad entre las chicas, cuando los leí delante de todos. En ese mismo cuaderno empecé a escribir la historia de Ganki, mi primer intento de hacer una novela, que resultó ser una extraña mezcla de fantasía épica oriental con restos tecnológicos post-apocalípticos. Tengo una carpeta repleta de mapas, worldbuilding y versiones manuscritas y mecanografiadas de este intento de novela.

Fueron estos escritos los que me llevaron a hacer un juego que apuntaba a lo que luego descubriría que eran los juegos de rol. Al mismo tiempo con el dinero que había ido ahorrando y con algunos premios de ajedrez me compré yo mismo un Spectrum de los primeros y comencé a programar.

Al final de la década, recién llegado a Madrid, empecé (en colaboración con mi hermana) la segunda novela, de nuevo fantasía épica, pero en este caso más tradicional, con elfos, enanos, etc. Allí, al final del primer año de universidad, topé con la caja roja de D&D, la de Dalmau.


Cuando traje, en el verano, esta caja a mi casa en San Fernando, Cádiz. Todo cambió.




Cinco décadas y cinco lustros (1)

 

No recuerdo mucho de mi primera década de vida, aunque podemos afirmar que ya por entonces era bastante friki. Mi madre dice que, ya a muy temprana edad, me gustaba una serie con 'naves' y rollo espacial: Thunderbirds. Yo no tengo ningún recuerdo de ella, pero algo debe haber de todo eso porque tenemos en casa un álbum de la serie con todos los cromos pegados. He estado buscando en qué época se emitió en España (o se reemitió) y no he logrado encontrarlo. Es imposible que la hubiese visto en la época de su emisión inglesa porque no había nacido.

Sí que tengo recuerdos de Espacio 1999 (aunque en mi cabeza era algo como Luna 1999), una serie que por lo que he podido encontrar se emitió aquí a mediado de los setenta. Es posible que no tuviese ni siete años cuando la emitieron y aún así se quedó muy marcada en mi memoria. La imagen de la base lunar (la que he puesto en la imagen de cabecera) está nítida en mis recuerdos, aunque en blanco y negro. Por alguna razón aquellos personajes y en particular Maya, la síquica, tienen un lugar persistente en mi memoria.

No mucho después parece que empezaron a emitir Mazinger Z, del que también tengo recuerdos nítidos. Claro que este frikismo es mucho más común que el de aficionado de Espacio 1999 o Thunderbirds. Recuerdo haber jugado con mi hermana al rollo de 'puños fuera' y esas locuras de la primera serie de mechas que tuvo éxito por estos lares. No creo que casi nadie haya olvidado al robot gigante con cejas rojas en el pecho o al barón Ashler. Mis cuadernos de dibujo infantiles que se han conservado están llenos de mechas que son puro calco de este.

Y es que, ya en aquella época, me 'autoeditaba'. Como podéis ver en la foto de debajo llegué a hacer tres cuadernillos cosidos a mano con mis locuras e incluso con un logo y un nombre de editorial (Editorial Flecha).


Dentro hay mapas estelares y esquemas detallados de naves o bases estelares. También ha descripciones de plantas y animales alienígenas, lenguas inventadas y alfabetos. Se ve que por aquel entonces lo del worldbuilding ya me gustaba. En la portada del cuaderno rojo hay una pegatina de 1978, así que ese cuaderno debe ser de cuando tenía ocho años.

Otro recuerdo muy vívido de aquella época es la Guerra de las Galaxias. Creo que la vimos con toda la familia muy tarde un día de otoño o de invierno, que salimos de noche del cine e iba bastante flipado con todo aquello cuando salí. Lo que no estoy del todo seguro es si es un recuerdo de esta primera década. Aunque la peli es del 77, no sé cuando la pusieron en los cines de España y no creo que fuésemos al poco de estrenarla. De todas formas en mi memoria me veo bastante canijo, así que probablemente si que es adecuado añadirla a esta década. Fuese el año que fuese, queda claro que las aventuras de Skywalker y sobre todo de Han Solo y Chebacca, también son una influencia clara en mi imaginario infantil.

Por lo demás recuerdo vagamente haber jugado en la parcela (el campo) de mi padre, la bici de ruedas blancas y gordas, haber jugado muy mal al fútbol muy brevemente (hablo de días), ser una especie de niño resabido que prefería la compañía de los adultos a la de otros niños y, claro, los problemas de salud. Recuerdo las vacunas para la alergia el polvo, los zapatos para arreglarme los pies planos y los hierros de Forrest Gump para enderezarme las piernas. Demasiadas visitas a los médicos que me dejaron una sensación de desasosiego e intranquilidad que me sigue bloqueando a veces cuando me toca ir a ver algún doctor.

La mejor parte de mi infancia eran los viajes veraniegos que mis padres hacían. Pillaban parte del dinero que habían ahorrado ese año, lo metían en la guantera y salíamos a la aventura. Sin tener alojamiento ni destino prefijado. Así es como he conocido la mayor parte de las provincias de España, siguiendo a mis padres en un coche sin cinturones de seguridad ni aire acondicionado, durmiendo en hostales baratos de carretera.

En cuanto a lecturas sé que me marcaron sobre todo los libros de Verne, sobre todo aquellos en los que aparecía el Nautilus y el capitán Nemo, que me los leí varias veces.

Lo que queda claro es que ya por aquel entonces adoraba el rollo espacial, la ciencia ficción (o al menos la space opera) y leer. Ya en aquellos años sentía enorme fascinación por los libros, por los atlas y por los lugares distantes.






17.12.20

Cinco décadas y cinco lustros (0)

 

Estoy a pocos días de cumplir cinco décadas. Por si no te salen las cuentas sí, nací en el setenta, concretamente en la nochebuena de 1970. Así que sí, soy generación X, esa franja de edad que no sale en las guerras entre boomers y millenials, y de la que ya no se habla mucho, aunque hubo libros, pelis y de todo. Aunque soy un X un tanto lamentable: ni tengo hijos Z, ni me embarga la nostalgia de los 80 ni la de los 90, ni nada de nada de lo que se supone que caracteriza a los de mi generación.

Cinco décadas. Se dice pronto. Son muchas cosas vividas y al tiempo demasiado pocas. Entre cobardías, momentos inadecuados, fracasos y otras zancadillas, el tiempo parece acortarse y siempre te queda la sensación que se podías haber hecho suficiente, o al menos, más. Mucho más. Si te pones a pensar detalladamente todo lo que no has aprovechado o las decisiones incorrectas que tomaste te salen demasiadas cosas. Una montaña de ellas. Por suerte, soy bastante desmemoriado, y no solo no tengo nostalgia de décadas concretas, sino que en general siempre ando pensando en el futuro mucho más que en el pasado. Gracias a ellos todas esas oportunidades perdidas no me lastran tanto como podrían.

También han sido cinco lustros de trabajar como ingeniero. Me gusta que quede tan redondo. Cumplo cinco décadas, he trabajado muchas horas en cosas que ya no me importan durante cinco lustros, y teniendo en cuenta mis antecedentes familiares tendré suerte si me quedan de vida otros cinco lustros. 555. No sé si tiene algún significado kabalístico. Busquemos en internet, ahora que podemos. Cuando empecé a currar no teníamos google. A ver... en una de las webs me encuentro con una especie de youtuber de la numerología esotérica que me dice que el 555 es un mensaje de los ángeles, sobre un cambio, sobre un momento importante de mejora si se le dedica la suficiente atención y dedicación. ¡Mola! En otra web, una de esas de memes veo que creen que significa ¡grandes cambios! En otra dice lo mismo: que el cinco es la libertad, el cambio y la creatividad. 

¡Qué positivo todo! Si creyera en estas cosas molaría, ¿eh? No creo en ellas, pero cuando salen lecturas positivas siempre se pueden usar para reforzar lo ya que habías decidido, ¿no os parece? En mi caso ya escogí que fuese un momento de cambio: dejé mi trabajo de oficina en Marzo y desde entonces no he hecho otra cosa que escribir. Me gusta, me paso todas las mañanas al teclado, disfrutándolas y pienso que sería una buena opción para pasar los siguientes cinco lustros. 

Pero antes de encarar mi cincuenta cumpleaños y luego el nuevo año (2 + 0 + 2 + 1, ¡anda! ¡otro cinco!), creo que es buen momento para pensar un poco en el pasado. Tengo la intención de escribir un breve artículo con cada una de mis cinco décadas. Cinco artículos sobre lo que recuerdo de ella, (poco, que soy un desmemoriado), y sobre todo contaros las cosas que me marcaron, aparentemente, y que conforman el sustrato de lo que voy a poder escribir estos cinco lustros que me quedan.

Mañana empezaré con la primera.