22.8.23

Farándula de Marta Sanz

 

Hace unos días leí Monstruas y centauras, un ensayo de esta misma autora del que había oído hablar mucho. Me decidí a leerlo después de terminar Una habitación propia de Virginia Woolf. 

Ninguno de los dos ensayos me ha llenado demasiado. Los dos comparten el ser ensayos que se ramifican, que disparan en demasiadas direcciones, me gustan más los ensayos que anuncian rápidamente una tesis concreta y luego buscan, mediante ejemplos y contraejemplos, asegurar o, al menos, justificar la tesis del autor. Son más cercanos a mi manera de pensar que la aglomeración de datos o hechos más o menos cercanos a la hipótesis central sin acabar de afinar el discurso en una afirmación concreta. La acumulación de datos, de hechos, de anécdotas, o la mera reflexión sobre las mismas, no me parece que expliquen o demuestren nada. Tal vez estoy demasiado entregado al método científico con sus etapas de observación, invención de un modelo hipotético y la búsqueda sistemática de contraejemplos que lleven a la aceptación o rechazo de dicho modelo. Otras formas de proceder, como esta de acumular datos, reflexionar de forma no sistemática sobre ellos, esperando encontrar alguna claridad, alguna explicación, alguna revelación en tal proceder, se me antojan erráticas y poco fructíferas. Además en el caso del ensayo de Virginia Woolf tengo que reconocer que tampoco sintonizo con la autora. El primer capítulo de Una habitación propia me resultó soporífero por mucho que pudiese entender su intención ilustrativa.

El caso es que después de terminar el ensayo de Marta Sanz topé con esta obra de la misma autora, me la compré en forma de audiolibro y he encontrado algo mucho más interesante. Farándula, premio Herralde de novela 2015, se vende y tiene una sinopsis (la podéis leer en el enlace), de novela pero me parece algo más rompedor, más refrescante y para mí, que me siento atraído como una polilla en esa dirección, inmensamente más atractivo que una novela. Sobre todo al principio.

La estructura de esta novela es la de un conjunto de fotografías, la de un retablo de escenas, cortísimas aunque exploradas en profundidad, de un reparto coral de actores en diversas épocas de su carrera laboral y con diversos grados de éxito. No hay en este conjunto de fotos o de películas brevísimas, un juego excesivo del artificio literario (gracias a los inexistentes dioses), un gusto artificial por la pirueta literaria, aunque sí mucha... en algunas reseñas he leído ironía, pero yo diría que se trata más bien de mala baba. Al empezar a leer me preocupó que fuese un ejemplo más, hay demasiados, de narrador iracundo, de texto cargado de rabia y frustración, de ansiedad armada de martillo pilón, pero no se trata de eso sino de boca agria y mala leche fermentada en un rico requesón amargo.

Lo mejor de todo, sobre todo al principio, es que estas escenas, simples pero labradas con bisturí de precisión sobre carne trémula, están en sucesión temporal pero no conforman realmente un devenir, no confluyen en una trama propiamente dicha. La obra se zafa del cansino corsé de presentación, nudo y desenlace, se deshilacha en relatos rotos, que suenan a presentaciones, a inicios, y demuestra que la trama en sí solo es una herramienta expresiva más y que extirpándola de un texto literario, o desmenuzándola en fragmentos deshilvanados, no tiene porqué perderse nada de la fuerza de la obra. El ejercicio de la autora en esta obra va más allá de una novela con elipsis, analepsis y/o prolepsis. Farándula se entrega más bien al abrazo del fixup, que es, actualmente, mi forma literaria favorita, pero va más allá dado que sus fragmentos ni siquiera son exactamente cuentos, es decir (gracias a los inexistentes dioses), no tienen una auténtica trama interna con sus cansinos presentación-nudo-desenlace, sino que son fotogramas estáticos en el tiempo, o, por mantenernos en la nube semántica de la obra, momentos de intenso trabajo de expresión corporal, estatuas humanas sumidas en una tormenta atemporal de sentimientos contradictorios. 

En esta obra se demuestra que volcar las fotos de una vida sobre una camas, mostrarlas juntas pero desordenadas, puede ser tan intenso y emotivo como organizar una cuidadosa exposición recopilatoria aderezada con pequeñas cartulinas explicativas y títulos cuidadosamente escogidos.

Me encanta.

En la parte mala hay, tal vez, un exceso en el uso de las listas, de la aglomeración de elementos demostrativos, figura esta que sin duda cuadra con el espíritu general de la obra y con su forma global, pero que precisamente por ello me resulta un tanto repetitivo. Adicionalmente la parte final, que rompe la separación entre obra y autora y se vuelve algo meta, algo autoficcional, me sobra, me aburre un tanto, pero es cierto que a mí lo autoficcional explícito siempre me aburre. Aunque leyendo las reseñas parece que es una de las cosas que más ha gustado. A fin de cuentas estamos en los tiempos de la autoficción.

En cualquier caso, muy muy recomendable.

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