15.5.23

Felices marcianos

Hubo un periodo, cuando tenía entre once y quince años, durante el que me leí los supuestos clasicazos del género: Un mundo feliz, 1984, Crónicas marcianas, El fin de la eternidad, Farenheit 451... De eso hace ya como cuarenta años. Había dejado atrás mi época de leer a Julio Verne (porque ya me los había leído todos y era, como sigo siendo, de poco releer). También había leído a Poe, del que solo me había interesado el Pozo y el Péndulo, anticipando mi temprano desencuentro con la literatura de terror y, más o menos en la misma época, leí Siddhartha, el Lobo estepario y completé mi primer abandono de La montaña mágica.

Recuerdo que me impactaron mucho 1984 (que fue la primera de ese grupo que leí), Un mundo feliz y El fin de la eternidad. De Crónicas marcianas me quedaron pocos recuerdos: una vaga sensación de un mundo americano de carreteras y granjas, la idea de que sí que se trataba de ciencia ficción, pero no tan interesante como las otras novelas y eso sí, el recuerdo nítido de las imágenes que me despertó entonces el primero de los cuentos (el de la pareja marciana, en la que un marido celoso mata a los terrestres con los que su mujer sueña). He vuelto muchas veces a ese primer cuento y me recreado en él, así como al cuento llamado 'El marciano', que gusta mucho a las escuelas y talleres de escritura, aunque a mí siempre me ha parecido un tanto soso y evidente.

Son cuarenta años a fin de cuentas, y en ese tiempo que no es casi toda mi vida, pero sí 4/5 partes, los recuerdos de esas lecturas se han ido mezclando con las versiones televisadas o cinematográficas que a su vez se han entretejido con las obras secundarias del mundo audiovisual que se han inspirado o apoyado en ellas. De Crónicas marcianas creo que tengo más recuerdos de la serie de televisión de los ochenta, que de la lectura inicial. De un mundo feliz ni siquiera estoy seguro de si recuerdo la serie o la película de esa época, que además en mi mente se amalgama con los recuerdos de la Fuga de Logan (del 77).

En las últimas semanas, después de un empacho de miles de páginas de Sanderson, he querido rescatar algunos de estos viejos clásicos y me he empapado de un Mundo feliz primero y luego de Crónicas marcianas.

La obra de Huxley es la más antigua de las dos (1932), y sin embargo es la que se siente más fresca, innovadora y acertada. Ambas tienen un tratamiento de las mujeres que dan vergüenza ajena, eso sí: un patriarcado clarísimo y rancio, que tampoco es que me sorprenda, que que ahora en los años veinte del siglo XXI queda más patente y casposo que nunca. Me ha sorprendido la interesante estructura de la obra, que coquetea todo el tiempo con ser un fixup, ya que los capítulos son bastante diferentes entre ellos, casi no parecen parte de la misma obra y en más de una ocasión podría usarse como relatos independientes y autoconclusivos. Cada uno de ellos sirve para mostrar un aspecto de la sociedad que el libro nos describe y sus consecuencias. La verdad es que a pesar de que muchas cosas han envejecido mal (el libro tiene 90 años), otras se sienten muy modernas y acertadas.

La obra de Bradbury, sin embargo, me ha decepcionado bastante. Borges hablaba del estremecimiento que le provocaban estos cuentos. El propio autor decía que este fixup no encajaba bien en la ciencia ficción. Huxley le dijo que era un poeta y que Crónicas marcianas lo demostraba. Todos tenían razón. Este conjunto hilado de supuestos cuentos de la colonización de Marte es poético, hermoso, especialmente lírico en los interludios (que me parecen la mejor parte del libro). Mirados como la obra de ciencia ficción que mi yo de doce años creyó leer, los cuentos son ridículos, un sin sentido científico, y diría que es cienciasía, si no fuese porque en realidad Bradbury no se apoya tanto en el tecnobable hueco y solo en ocasiones se deja llevar por la tentación cienciasíaca de recrearse en secuencia de palabras absurdas por su sonoridad pseudocientífica.

No se puede disculpar al autor por la antigüedad de la obra. Fue publicada en 1950, y por mucho que estuviese en la literatura pulp esta visión de un Marte habitado con canales de agua y aire medio respirable, la realidad ya estaba disponible en artículos científicos de principios del siglo XX. Nadie podía defender un Marte con aire ligero pero respirable, un mundo con vida compatible con nuestra biología, canales llenos de agua y mucho menos colinas azules. Creo que simplemente Bradbury no estaba muy interesado en la realidad marciana.

El libro es muy muy de los USA. Un trasunto de la idea del la conquista del oeste, los pioneros y el desplazamiento de los indígenas, pero con cohetes espaciales (que se describen casi como coches utilitarios al alcance de cualquiera que pertenezca a la clase media, lo que es de un sonrojante pero comprensible retrofuturismo optimista de los cincuenta). No hay en estos cuentos ningún novum que yo pueda tomar en serio o interesante, y se trata más bien de cuentos sicológicos, personales, hermosos y humanos, que sirven como reflejo y reflexión de las cosas que pasaban en la realidad contemporánea del autor. Se habla de cómo los colonos destrozan a los marcianos y a una cultura que se describe como milenaria y superior, aunque, como solo podría ser un señor de los USA, puestos a hacer un paralelismo con la conquista de América recurre a Pizarro en lugar de a ellos mismos (a pesar de que en Sudamérica el porcentaje de mestizos es del 70%, alcanzando el 90% en el caso de la procedencia nativa de las mitocondrias, mientras que en norteamérica la población indígena es del 1% y la de blancos no mezclados de más del 60%). Como en el caso del moderno Hail Mary, que he comentado recientemente, es fácil encontrarse con ejemplos en el libro de señores montando o desmontado cosas con sus propias manos, capaces de transformar un cohete de viaje interplanetario en un ultratípico restaurante de carretera que ofrece hotdogs. También es bastante americano el relato que menos me interesa, el de los dos sacerdotes.

Tal y como el propio autor dice este fixup no es ciencia ficción. Tampoco es fantaciencia, ni ópera espacial, ni nada cercano. Son cuentos fantásticos, que ni siquiera me atrevo a calificar de fantasía (el género tal y como se entiende actualmente), muy pegados a la época en el que fueron escritos y que tanto podrían estar situados en un Marte incorrecto e improbable de nuestra época (como están), como en el Alderaan de una galaxia muy muy lejana de un tiempo remoto, en el antiguo continente sumergido de Mu, o en el lado oscuro de la luna de un planeta gaseoso de 61 Virginis. El escenario es una excusa y en la actualidad probablemente serían publicados como fantasía, situados en alguna época remota antes del imperio acadio e incluidos en el catálogo de literatura general de una gran editorial de ámbito genérico. No me parecen muy diferentes a Olvidado rey Gudú, aunque esta obra de Matute me parece superior en calidad.

Sin embargo, Crónicas marcianas es referido constantemente al hablar de ciencia ficción (yo mismo lo he hecho guiado por mi recuerdo erróneo de mis tierna adolescencia), y en muchos casos referenciado como una obra muy importante en el género. Bueno, pues yo ya no lo haré más. Crónicas marcianas me parece una obra hermosa, interesante, sobre todo desde el punto de vista histórico (pues me parece muy significativa de su época), pero desde luego no se trata de ciencia ficción. 

No hay novum, no hay reflexión, no tiene inclinación ensayística ni intelectual.

 

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