Querida madre,
escribo
esta carta con la seguridad de que no te la mandaré, y como una forma de
expiación. Estoy fallando en mantener mi objetividad con Shamsia. Lo lógico
sería que renunciase de inmediato de mi papel de entrevistador, porque no sólo
me atrae muchísimo -es objetivamente una mujer muy hermosa- sino que me gusta
su carácter, su seguridad, su fuerza, características que debería tener pero
que no tengo. Sus ojos me fascinan. Su pelo rojo y rizado me sorprende tanto
que no puedo dejar de mirarlo cuando ella juega con él. Su piel blanca,
lechosa, en lugar de quitarle belleza me parece que la transforma en algo
especial, casi divino.
Si lo
pienso con serenidad, no puedo dejar de entender que ella tiene que ser una
descendiente de las habitantes de Numsia, y que éstas a su vez son
descendientes de las legendarias ninfas. Si lo pienso con serenidad, no puedo
dejar de entender que ella es una suerte de ninfa cuya belleza me está
arrebatando la razón. Si lo pienso con serenidad, debería correr a refugiarme
en uno de los monasterios de Mereake a purgar mis deseos. Pero no puedo pensar
con serenidad. Creo que me estoy enamorando. Y no es fascinación por su belleza
o por su increíble poder, es fascinación por ella.
Ella. Ella y su historia. No es que
nosotros seamos parte de una de las grandes familias, pero a mí no me ha
faltado de nada en realidad, tú te has asegurado de ello y te doy por ello las
gracias. Pero ella ha pasado de la absoluta pobreza, a transformarse en una
mujer segura y equilibrada, con algo de dinero y una pequeña colección de
objetos sorprendentes y fascinantes. La pobre es una inculta, pero no es su
culpa, nunca ha tenido la oportunidad de tener tiempo para leer las grandes
obras y entender las complejidades de la filosofía o de la ciencia. Y sin
embargo, devora las obras que le he prestado. Ávidamente, especialmente los de
poesía.
No siento que me esté portando como la polilla
que está a punto de ser consumida por su fuego. No, me siento como el grillo de
alta montaña que despierta a la luz cuando el invierno termina y la primavera
lo descongela. Ella me hace sentir. Ella me hace ver cosas que me aburrían como
cosas preciosas, únicas, sorprendentes. Y, sobre todo, ella me hace reír.
Por la Rosa Resplandeciente, quiero que
ella sea parte del resto de mi vida, quiero que me ayude a vivir intensamente y
quiero ayudarla a aprender todas esas cosas que ella se ha perdido, esas cosas
que con su poder debería conocer. Y la forma correcta de lograr eso es dejar de
ser su entrevistador, separar mi deber de mis deseos. Poner la decisión en
manos de otro, o de otra mejor, porque cuando pienso en que ella quede en manos
de otro, me sorprendo celoso. Pero no puedo. No puedo. No puedo. Deseo seguir
escuchando toda su historia. Deseo que ella venga cada mañana y llame a mi
puerta. Y deseo hacerme el difícil y que ella se ría con ello. Y deseo estar
aterrorizado porque se conozca mi interés por ella y mi debilidad. Estoy
viviendo estos días todo lo que no he vivido antes en toda mi vida.
No. No puedo mandarte esta carta madre.
Si leyeses esto te las apañarías para teleportarte de alguna forma hasta esta
ciudad, o para que un cazador me transportase hasta tu lado y me quitarías las
tonterías por las malas.
Y
madre, no quiero que se me quite esta tontería.
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