Bienvenida
señorita Adharif. Ha organizado usted todo un escándalo.
Me alegro.
No me ponga a
prueba, señorita Adharif, no me ponga a prueba. Creo que no entiende bien lo
que la dirección del Liceo le ha concedido. El artefacto que vamos a usar es
muy raro y antiguo. Hay poquísimos en todo el continente y este en particular
tiene una considerable importancia histórica, es la única construida
personalmente por Zuleima Ibn Allah.
Lo que entiendo es que la dirección entiende,
como yo, que profanaste mis memorias sin permiso y que eso es inaceptable. Así
que no me pongas a prueba a mí, señor Imdahane. Esa… cosa, ¿te permitirá ver lo
que recuerdo con el detalle que necesitas pero sin forzarme, ni obligarme a
regresar a esos momentos?
La Diadema del
Pensamiento Compartido, en concreto la primera que construyó la insigne
Zuleima, permite como indica su nombre compartir los pensamientos y gracias a
mi conexión con Qadir, podré revisar vuestros recuerdos con todo el detalle que
sea necesario.
Como de… íntima es esa… compartición de
pensamientos.
Bastante
íntima. ¿Os inquieta eso?
Tal vez te tendría que preocupar a ti. He
vivido algunas cosas bastante desagradables y no me gustaría que ensucies esas
ropas tan finas que llevas siempre, ni que se desperdicie esa comida tan
agradable que veo que comes.
No os
preocupéis por eso. Los Imdahane, estamos hechos a ver toda suerte de cosas.
La verdad, se me hace difícil de creer.
No importa lo
que creáis o no creáis. Y ya basta. Aquí sois vos la que viene a responder
preguntas. No perdáis de vista que sois vos la que pedís un favor al Liceo y no
al revés. Y no es favor pequeño el favorecimiento.
Está bien. ¿Qué quieres saber ahora?
Aún no me
habéis contado todo lo que necesitaba saber del despertar de vuestro poder.
¿Qué más necesitas saber?
En la anterior
sesión me dijisteis que ayudasteis a vuestra aldea contra los incursores pero
que aun así os expulsaron.
Sí.
Detalles por
favor.
¿Con… esa cosa?
Aún no.
Simplemente dadme los detalles. Ya determinaré cuándo necesito verlo con mis
propios ojos.
No recuerdo bien hasta dónde te conté.
Hasta que os desmayasteis.
Sí… cuando me desperté el fuego aún ardía,
pero Kareem había huido. Recuerdo que me acerqué hasta el cadáver del desertino
y lo miré incrédula, aunque no mucho, porque vomité lo poco que había tomado
por la mañana. Fue la primera vez que vi un cuerpo destrozado por mi poder.
Habéis matado
a muchos hombres.
Sí.
No os ha
temblado si quiera la voz.
Siempre ha sido por necesidad, en situación
de vida o muerte.
Lo veremos.
Sí, lo veréis. No creo que os guste, pero lo
veréis.
Seguid
contando.
Cuando terminé de devolverlo todo y aclaré
mi cabeza, ya no se escuchaba la campana en la aldea, pero se escuchaban a lo
lejos los sonidos del combate. Gritos, golpes, flechas, esa clase de cosas. No
sabía cómo había pasado… no tenía ni idea de qué es lo que había hecho, ni si
podía repetirlo, pero tenía que hacer algo, así que me encaminé a la aldea. Ni
siquiera me di cuenta del aspecto que tenía.
¿Aspecto?
Sí, el fuego que había salido de mí, me
había dejado negra la faz, y el pelo de punta y chamuscado. Parecía una figura
negra, tal vez salida de algún infierno.
Entiendo.
Cuando me acerqué hasta el muro de la aldea…
¿Cómo eran las
defensas en realidad?
Llamarlas defensas es decir demasiado. Las
casas se habían construido unas junto a las otras, sin dejar ventanas por la
parte exterior y sin permitir fácil acceso desde los techos. La plaza central
de la aldea era en sí misma un punto de resistencia y desde ella se elevaba la
torre de vigilancia. Los desertinos habían venido en aquella ocasión a por
sirvientes para sus cuevas del desierto.
Esclavos
queréis decir.
Ellos no los llaman así. Los llaman
sirvientes y ‘hombres nuevos’. Creen que aquellos que sean capaces de soportar
la vida en el desierto pueden aprender a ser como ellos. Creen que pueden
convencerlos a vivir como ellos viven.
¿Entre insectos?
¿Cómo alimañas?
Todos pensábamos que era un destino peor que
la muerte, pero con el tiempo aprendí que las cosas no son siempre como
parecen. Un día te contaré lo mucho que he descubierto de los desertinos y cómo
son en realidad.
Entonces
quería tomar todos los prisioneros posibles.
Así es, toda la aldea si hubiese sido
posible. Pero eran demasiados pocos en realidad, con el tiempo he llegado a
pensar que el líder de aquella incursión no la había pensado demasiado bien.
Pero, claro, yo sólo era una cría y el grupo me parecía temible. Todos aquellos
insectos gigantes, los propios desertinos con sus armaduras de quitina, que les
dan un aspecto aterrador. Puedes imaginar.
He visto
ilustraciones de un guerrero desertino.
Si me aceptas en el Liceo tal vez deberías
venir conmigo en un viaje para ver las cosas como son realmente, y no como las
dibujan los escribas.
Seguid
contando.
Como decía, querían tomar la aldea y
llevarse a todos los posibles como sirvientes, pero su jefe no lo había pensado
demasiado bien. Probablemente hubiese obtenido una gran cantidad de prisioneros
acechándonos durante la noche, con discreción, tomando uno a uno a los
pastores, pero en lugar de eso concentró su asalto en el punto más bajo del
muro exterior de la aldea. Ya habían perdido tres monturas, y cuatro hombres,
pero aun así la gente de mi aldea tenía problemas. El ácido de los escarabajos
gigantes humeaba sobre las azoteas y cinco saqueados se habían hecho fuertes en
lo alto del muro.
¿Y qué
hizo?
Al principio, mirar. Hubiese deseado hacerlos arder como
al explorador que luchaba con Kareem, pero no sabía cómo. Me sentía furiosa,
pero sobre todo fatigada, mucho más tarde descubrí que eso es algo normal.
La magia cansa
el cuerpo, y una espontánea como la suya habitualmente es agotadora. ¿Puede
usted invocar el fuego a voluntad y tantas veces como desee al día?
No siempre que quiero. Y no tantas veces
como desee, pero sí que tantas veces como pueda necesitar. Ahora, quiero decir,
al principio me dejaba exhausta.
Interesante.
Continúe con la historia.
Estaba furiosa. Asustada. Confusa. Quería
que Kareem siguiese vivo, de forma absurda pensaba que estaría dentro de la
aldea, de alguna forma refugiado con los demás, aunque no tuviese sentido; así
que en realidad lo que quería era entrar.
¿Por dónde los
desertinos estaban atacando?
O por donde fuese, no estaba pensando en
absoluto. Así que simplemente corrí hacia el lado del muro en el que estaban
peleando mientras que cogía piedras del suelo.
¿Y no le
dispararon?
Sí. No estaba pensando. Antes de que llegase
a tirarles ni una piedra un mazo arrojadizo me golpeó en plena frente. Caí al
suelo casi inconsciente. Me dolía tanto que pensé que me habían matado, que ya
estaba muerta, pero eso incrementó mi furia. No se cómo estaba de pie y
señalando con mi mano derecha al saqueador que me había lanzado el mazo.
¿Es usted
diestra?
No, soy zurda, pero por alguna razón mi
magia es más poderosa en la mano derecha.
Eso en
realidad es frecuente, al menos entre hechiceros espontáneos.
¿Por qué?
No está muy
claro aún, creemos que la mano principal está de alguna forma con la mente
racional y la otra con la mente más emocional. Algunos archimagos piensan que
en los espontáneos como usted, toda la magia fluye a través de las emociones.
En mi caso las emociones tienen mucho que
ver. No puedo invocar fuego, ni moldearlo sin sentir algo que de alguna forma
sea intenso.
Ya cambiaremos
eso, no se preocupe.
¿Tengo posibilidades de ingresar en el Liceo
entonces?
No adelantemos
acontecimientos. Dígame, qué pasó después, una vez que señaló al asaltante con
su mano derecha.
Estalló en llamas.
Eh… ¿sin que
saltase un arco de fuego desde sus manos?, ¿directamente sobre el desertino?, ¿quiere
decir combustión a distancia?, ¿a qué distancia?
No sabría decirle exactamente, unos veinte
codos o algo así.
Vaya, estoy
impresionado.
Ahora si mi vida corre peligro puedo lograr
lo mismo a bastante más distancia.
¿En serio? ¿A
cuánta distancia?
No lo sé, nunca he puesto a prueba mi
límite.
Tendremos que
pedirle a Hadamari que lo compruebe.
Oh, no, vamos… eso es un incordio.
Lo siento
señorita Adharif, pero es necesario. Cuénteme detalles de la combustión a
distancia.
¿Qué quiere que le cuente? Yo los señalo y
ellos arden.
Necesito los
detalles. Todos los detalles que pueda darme.
No sé, simplemente arden.
Tendremos que
usar la diadema entonces.
Oh, venga… está bien, está bien. Ellos arden
por todas partes.
¿Desde dentro
hacia fuera?
¿Cómo?
Sí, desde
dentro hacia fuera, ya sabe, el fuego se origina en su interior, y acaba
saliendo por la boca o los ojos.
Oh, no… qué desagradable, ¿no? ¿Algunos
espontáneos hacen eso?
Muy pocos, y
normalmente son incontrolables. Lo normal es que acaben estallando ellos
mismos, de pronto, sin más.
Uff… pues en mi caso simplemente toda su
ropa, y a veces el pelo, estalla en llamas a la vez y eso fue lo que le hice al
desertino.
Y, ¿cómo
reaccionaron los demás?
Desde luego no como yo hubiese podido
imaginar, si es que hubiese podido pensar más allá de mi ira. La lucha cesó de
inmediato. Los defensores de mi aldea estaban pálidos de terror, pero los
desertinos sólo estaban sorprendidos. El jefe de ellos descabalgó de su hormiga
e hincándose de rodillas me miró y me dijo ‘adharif’. Luego se levantó y gritó
a los suyos ‘adharif, adharif’ y estos parecían contentos a pesar de que
acababa de matar a uno de los suyos.
Claro, es
lógico.
Ya. Lo aprendí mucho después, pero entonces
simplemente no entendía lo que pasaba. Todos se bajaron del muro y los
defensores estaban tan atemorizados por toda la escena que ni siquiera aprovecharon
para atacarles. Casi ningún desertino se atrevió más que a saludarme y a decir en
voz baja ‘adharif’, pero algunos besaban mis manos y uno incluso me abrazó
mientras lloraba y repetía una y otra vez ‘adharif, adharif’. Luego el jefe de
todos ellos dijo una larga parrafada que nadie entendió y se marcharon por
donde habían venido. Ni siquiera recogieron a sus muertos.
Nunca recogen
a sus muertos.
¿En serio? He estado con los desertinos
muchas veces después y no son incivilizados, no como creemos.
Tal vez, pero
en cualquier caso todos los libros dicen que no recogen a sus muertos.
Extraño, tendré que preguntarles alguna vez
porqué.
Esperemos que
no tenga usted la oportunidad en un futuro próximo.
Hay algunos viviendo en la ciudad.
No puede ser.
Sí, visten como nosotros, bueno, o como
ustedes, y hablan ossín como todos los demás pero se les nota en el acento, y
sobre todo en su peculiar forma de caminar, casi como si aún intentaran moverse
en sigilo. He visto varios en la ciudad. Supongo que son emigrantes buscando una
vida mejor.
Nunca lo
hubiese dicho.
En realidad nunca los has visto en su estado
natural, ahí fuera en el desierto, con sus monturas o en sus madrigueras
subterráneas.
No, pero he
leído mucho sobre el asunto. Incluso he repasado los libros más importantes
para preparar la entrevista con usted.
No es lo mismo. Ya te llevaré a verlos.
Oh, espero que
no.
El mundo da muchas vueltas, y tienes cara de
futuro aventurero, veremos a los desertinos juntos.
No creo señorita.
Estoy convencida. Mi especialidad puede que
sea el fuego, pero a veces tengo una idea clara de las cosas que están por
venir.
¿Otro talento
mágico?
Tal vez, pero creo que sólo es que sé ver a
través de los ojos de la gente, y tú tienes el ansia de aventura grabado en tus
ojos.
No creo que mi
madre estuviese de acuerdo. Entonces, volviendo al tema, la llamaron ‘tormenta
del desierto’, uno de los nombres de las hechiceras de Numsia, también
conocidas como las Videntes, o las mujeres de Ojos Rojos, por los desertinos.
Es más bien ‘fuego del desierto’ o ‘rayo que
cae sobre el desierto’, pero sí, me llamaron ‘adharif’, y aunque al principio
odié la palabra al final me la quedé como apellido.
¿Por qué
decidió quitarse el apellido de su padre?
Una cuestión de trabajo, sobre todo, Adharif
suena más poderoso y amenazador. A parte, el apellido de mi padre era Bal
Nodul, ‘el que se inclina ante Nodul’, que es un apellido de lo más habitual en
la aldea. Y, la verdad, acabé odiando aquella aldea.
La expulsaron
por ser un genio del desierto, ¿no?
Sí.
Cuéntemelo.
Cuando los desertinos se marcharon. Los
supervivientes salieron por el pasaje oculto que llevaba hasta la plaza
central. Ninguno se acercó hasta mí, sólo me miraban desde lejos. Incluso la
viuda Meryem. Nadie decía nada, sólo me miraban como el que mira a un leproso,
y, entonces llegó Kareem. Estaba mal herido. Se plantó a unos pocos codos de
mí. Cogió una piedra y me la arrojó. No sé si me dolió más la piedra o el que
me la hubiese arrojado. Recogió otra pero no me la tiró, se giró a los demás y
con la piedra bien en alto les dijo: ‘ya lo ha hecho dos veces hoy, es una hija
del fuego, una genio, un monstruo de las arenas, uno de los dioses impíos de
los desertinos, hay que matarla, hay que matarla ahora’.
Debió ser….
Quería morirme. Quería que me apedreasen
todos hasta la muerte, porque Kareem tenía razón, era la única explicación. Mi
padre, el cabrero raro que se internaba en el desierto, debía haberme robado de
la cuna de una genio, probablemente no era mi padre, y si lo era había hecho lo
impensable, procrear con un monstruo de las arenas. Me dejé caer sobre las
piedras a la espera de que me matasen. Sin ira, sólo con tal tristeza que no
podía pensar en otra cosa que no fuese morir.
Los aldeanos
son unos incultos, incapaces de distinguir los mitos de la realidad, lo
diabólico de la hechicería. No me extraña que reaccionaran así, en aquel
entonces la guerra con los desertinos estaba reciente.
En Tabar aún estaba activa. No sé si alguna
vez ha llegado a cesar.
Me refería a
la Gran Guerra, antes de que todo empezase, cuando cayó Al Jorat y…
Los aldeanos no entienden de guerras grandes
o pequeñas, sólo saben que son atacados por invasores y que nadie los protege.
Entiendo. ¿Qué
impidió que la matasen?
Fue Jinan. El padre de Kareem.
¿El padre?
Sí. No dijo nada en realidad, simplemente se
separó de los demás, hizo que su hijo se callase y le bajó la mano con la que
sostenía la piedra. Luego se acercó hasta donde yo estaba, me levantó del suelo
y me dijo al oído, ‘Márchate de la aldea, Shamsia, márchate. No mires a atrás,
no vuelvas siquiera a tu choza, porque si no estarás muerta. Márchate Shamsia,
y vive’.
Y eso hizo.
Eso hice. Me puse a caminar tambaleante por
nuestro desierto de piedras y hierbas secas, sin nada más que un traje viejo y
remendado con piel de cabra. Sin comida, sin agua y sin ganado. Simplemente me
puse a caminar sin atreverme a mirar hacia los que dejaba atrás, sin atreverme
a pensar en lo que dejaba atrás.
Al menos
sobrevivió.
Casi todo de mí. Una chica Bal Nodul murió
allí aquel día, una con el pelo chamuscado y las manos calientes como si las
hubiese metido entre brasas.
Es suficiente
por hoy. Márchese a descansar y gracias por venir.
Gracias. Es realmente duro volver a aquellos
momentos. Gracias por no usar ni siquiera la diadema, me alegro que no me
fuerce a compartir la intimidad de esos momentos tan tristes para mí. Me sentí amenazada
y desnuda cuando el otro día…
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