4.11.13

Shamsia 6

Bienvenida señorita Adharif. Ha organizado usted todo un escándalo.

Me alegro.

No me ponga a prueba, señorita Adharif, no me ponga a prueba. Creo que no entiende bien lo que la dirección del Liceo le ha concedido. El artefacto que vamos a usar es muy raro y antiguo. Hay poquísimos en todo el continente y este en particular tiene una considerable importancia histórica, es la única construida personalmente por Zuleima Ibn Allah.

Lo que entiendo es que la dirección entiende, como yo, que profanaste mis memorias sin permiso y que eso es inaceptable. Así que no me pongas a prueba a mí, señor Imdahane. Esa… cosa, ¿te permitirá ver lo que recuerdo con el detalle que necesitas pero sin forzarme, ni obligarme a regresar a esos momentos?

La Diadema del Pensamiento Compartido, en concreto la primera que construyó la insigne Zuleima, permite como indica su nombre compartir los pensamientos y gracias a mi conexión con Qadir, podré revisar vuestros recuerdos con todo el detalle que sea necesario.

Como de… íntima es esa… compartición de pensamientos.

Bastante íntima. ¿Os inquieta eso?

Tal vez te tendría que preocupar a ti. He vivido algunas cosas bastante desagradables y no me gustaría que ensucies esas ropas tan finas que llevas siempre, ni que se desperdicie esa comida tan agradable que veo que comes.

No os preocupéis por eso. Los Imdahane, estamos hechos a ver toda suerte de cosas.

La verdad, se me hace difícil de creer.

No importa lo que creáis o no creáis. Y ya basta. Aquí sois vos la que viene a responder preguntas. No perdáis de vista que sois vos la que pedís un favor al Liceo y no al revés. Y no es favor pequeño el favorecimiento.

Está bien. ¿Qué quieres saber ahora?

Aún no me habéis contado todo lo que necesitaba saber del despertar de vuestro poder.

¿Qué más necesitas saber?

En la anterior sesión me dijisteis que ayudasteis a vuestra aldea contra los incursores pero que aun así os expulsaron.

Sí.

Detalles por favor.

¿Con… esa cosa?

Aún no. Simplemente dadme los detalles. Ya determinaré cuándo necesito verlo con mis propios ojos.

No recuerdo bien hasta dónde te conté.

Hasta que os desmayasteis.

Sí… cuando me desperté el fuego aún ardía, pero Kareem había huido. Recuerdo que me acerqué hasta el cadáver del desertino y lo miré incrédula, aunque no mucho, porque vomité lo poco que había tomado por la mañana. Fue la primera vez que vi un cuerpo destrozado por mi poder.

Habéis matado a muchos hombres.

Sí.

No os ha temblado si quiera la voz.

Siempre ha sido por necesidad, en situación de vida o muerte.

Lo veremos.

Sí, lo veréis. No creo que os guste, pero lo veréis.

Seguid contando.

Cuando terminé de devolverlo todo y aclaré mi cabeza, ya no se escuchaba la campana en la aldea, pero se escuchaban a lo lejos los sonidos del combate. Gritos, golpes, flechas, esa clase de cosas. No sabía cómo había pasado… no tenía ni idea de qué es lo que había hecho, ni si podía repetirlo, pero tenía que hacer algo, así que me encaminé a la aldea. Ni siquiera me di cuenta del aspecto que tenía.

¿Aspecto?

Sí, el fuego que había salido de mí, me había dejado negra la faz, y el pelo de punta y chamuscado. Parecía una figura negra, tal vez salida de algún infierno.

Entiendo.

Cuando me acerqué hasta el muro de la aldea…

¿Cómo eran las defensas en realidad?

Llamarlas defensas es decir demasiado. Las casas se habían construido unas junto a las otras, sin dejar ventanas por la parte exterior y sin permitir fácil acceso desde los techos. La plaza central de la aldea era en sí misma un punto de resistencia y desde ella se elevaba la torre de vigilancia. Los desertinos habían venido en aquella ocasión a por sirvientes para sus cuevas del desierto.

Esclavos queréis decir.

Ellos no los llaman así. Los llaman sirvientes y ‘hombres nuevos’. Creen que aquellos que sean capaces de soportar la vida en el desierto pueden aprender a ser como ellos. Creen que pueden convencerlos a vivir como ellos viven.

¿Entre insectos? ¿Cómo alimañas?

Todos pensábamos que era un destino peor que la muerte, pero con el tiempo aprendí que las cosas no son siempre como parecen. Un día te contaré lo mucho que he descubierto de los desertinos y cómo son en realidad.

Entonces quería tomar todos los prisioneros posibles.

Así es, toda la aldea si hubiese sido posible. Pero eran demasiados pocos en realidad, con el tiempo he llegado a pensar que el líder de aquella incursión no la había pensado demasiado bien. Pero, claro, yo sólo era una cría y el grupo me parecía temible. Todos aquellos insectos gigantes, los propios desertinos con sus armaduras de quitina, que les dan un aspecto aterrador. Puedes imaginar.

He visto ilustraciones de un guerrero desertino.

Si me aceptas en el Liceo tal vez deberías venir conmigo en un viaje para ver las cosas como son realmente, y no como las dibujan los escribas.

Seguid contando.


Como decía, querían tomar la aldea y llevarse a todos los posibles como sirvientes, pero su jefe no lo había pensado demasiado bien. Probablemente hubiese obtenido una gran cantidad de prisioneros acechándonos durante la noche, con discreción, tomando uno a uno a los pastores, pero en lugar de eso concentró su asalto en el punto más bajo del muro exterior de la aldea. Ya habían perdido tres monturas, y cuatro hombres, pero aun así la gente de mi aldea tenía problemas. El ácido de los escarabajos gigantes humeaba sobre las azoteas y cinco saqueados se habían hecho fuertes en lo alto del muro.

¿Y qué hizo?

Al principio, mirar. Hubiese deseado hacerlos arder como al explorador que luchaba con Kareem, pero no sabía cómo. Me sentía furiosa, pero sobre todo fatigada, mucho más tarde descubrí que eso es algo normal.

La magia cansa el cuerpo, y una espontánea como la suya habitualmente es agotadora. ¿Puede usted invocar el fuego a voluntad y tantas veces como desee al día?

No siempre que quiero. Y no tantas veces como desee, pero sí que tantas veces como pueda necesitar. Ahora, quiero decir, al principio me dejaba exhausta.

Interesante. Continúe con la historia.

Estaba furiosa. Asustada. Confusa. Quería que Kareem siguiese vivo, de forma absurda pensaba que estaría dentro de la aldea, de alguna forma refugiado con los demás, aunque no tuviese sentido; así que en realidad lo que quería era entrar.

¿Por dónde los desertinos estaban atacando?

O por donde fuese, no estaba pensando en absoluto. Así que simplemente corrí hacia el lado del muro en el que estaban peleando mientras que cogía piedras del suelo.

¿Y no le dispararon?

Sí. No estaba pensando. Antes de que llegase a tirarles ni una piedra un mazo arrojadizo me golpeó en plena frente. Caí al suelo casi inconsciente. Me dolía tanto que pensé que me habían matado, que ya estaba muerta, pero eso incrementó mi furia. No se cómo estaba de pie y señalando con mi mano derecha al saqueador que me había lanzado el mazo.

¿Es usted diestra?

No, soy zurda, pero por alguna razón mi magia es más poderosa en la mano derecha.

Eso en realidad es frecuente, al menos entre hechiceros espontáneos.

¿Por qué?

No está muy claro aún, creemos que la mano principal está de alguna forma con la mente racional y la otra con la mente más emocional. Algunos archimagos piensan que en los espontáneos como usted, toda la magia fluye a través de las emociones.

En mi caso las emociones tienen mucho que ver. No puedo invocar fuego, ni moldearlo sin sentir algo que de alguna forma sea intenso.

Ya cambiaremos eso, no se preocupe.

¿Tengo posibilidades de ingresar en el Liceo entonces?

No adelantemos acontecimientos. Dígame, qué pasó después, una vez que señaló al asaltante con su mano derecha.

Estalló en llamas.

Eh… ¿sin que saltase un arco de fuego desde sus manos?, ¿directamente sobre el desertino?, ¿quiere decir combustión a distancia?, ¿a qué distancia?

No sabría decirle exactamente, unos veinte codos o algo así.

Vaya, estoy impresionado.

Ahora si mi vida corre peligro puedo lograr lo mismo a bastante más distancia.

¿En serio? ¿A cuánta distancia?

No lo sé, nunca he puesto a prueba mi límite.

Tendremos que pedirle a Hadamari que lo compruebe.

Oh, no, vamos… eso es un incordio.

Lo siento señorita Adharif, pero es necesario. Cuénteme detalles de la combustión a distancia.

¿Qué quiere que le cuente? Yo los señalo y ellos arden.

Necesito los detalles. Todos los detalles que pueda darme.

No sé, simplemente arden.

Tendremos que usar la diadema entonces.

Oh, venga… está bien, está bien. Ellos arden por todas partes.

¿Desde dentro hacia fuera?

¿Cómo?

Sí, desde dentro hacia fuera, ya sabe, el fuego se origina en su interior, y acaba saliendo por la boca o los ojos.

Oh, no… qué desagradable, ¿no? ¿Algunos espontáneos hacen eso?

Muy pocos, y normalmente son incontrolables. Lo normal es que acaben estallando ellos mismos, de pronto, sin más.

Uff… pues en mi caso simplemente toda su ropa, y a veces el pelo, estalla en llamas a la vez y eso fue lo que le hice al desertino.

Y, ¿cómo reaccionaron los demás?

Desde luego no como yo hubiese podido imaginar, si es que hubiese podido pensar más allá de mi ira. La lucha cesó de inmediato. Los defensores de mi aldea estaban pálidos de terror, pero los desertinos sólo estaban sorprendidos. El jefe de ellos descabalgó de su hormiga e hincándose de rodillas me miró y me dijo ‘adharif’. Luego se levantó y gritó a los suyos ‘adharif, adharif’ y estos parecían contentos a pesar de que acababa de matar a uno de los suyos.

Claro, es lógico.

Ya. Lo aprendí mucho después, pero entonces simplemente no entendía lo que pasaba. Todos se bajaron del muro y los defensores estaban tan atemorizados por toda la escena que ni siquiera aprovecharon para atacarles. Casi ningún desertino se atrevió más que a saludarme y a decir en voz baja ‘adharif’, pero algunos besaban mis manos y uno incluso me abrazó mientras lloraba y repetía una y otra vez ‘adharif, adharif’. Luego el jefe de todos ellos dijo una larga parrafada que nadie entendió y se marcharon por donde habían venido. Ni siquiera recogieron a sus muertos.

Nunca recogen a sus muertos.

¿En serio? He estado con los desertinos muchas veces después y no son incivilizados, no como creemos.

Tal vez, pero en cualquier caso todos los libros dicen que no recogen a sus muertos.

Extraño, tendré que preguntarles alguna vez porqué.

Esperemos que no tenga usted la oportunidad en un futuro próximo.

Hay algunos viviendo en la ciudad.

No puede ser.

Sí, visten como nosotros, bueno, o como ustedes, y hablan ossín como todos los demás pero se les nota en el acento, y sobre todo en su peculiar forma de caminar, casi como si aún intentaran moverse en sigilo. He visto varios en la ciudad. Supongo que son emigrantes buscando una vida mejor.

Nunca lo hubiese dicho.

En realidad nunca los has visto en su estado natural, ahí fuera en el desierto, con sus monturas o en sus madrigueras subterráneas.

No, pero he leído mucho sobre el asunto. Incluso he repasado los libros más importantes para preparar la entrevista con usted.

No es lo mismo. Ya te llevaré a verlos.

Oh, espero que no.

El mundo da muchas vueltas, y tienes cara de futuro aventurero, veremos a los desertinos juntos.

No creo señorita.

Estoy convencida. Mi especialidad puede que sea el fuego, pero a veces tengo una idea clara de las cosas que están por venir.

¿Otro talento mágico?

Tal vez, pero creo que sólo es que sé ver a través de los ojos de la gente, y tú tienes el ansia de aventura grabado en tus ojos.

No creo que mi madre estuviese de acuerdo. Entonces, volviendo al tema, la llamaron ‘tormenta del desierto’, uno de los nombres de las hechiceras de Numsia, también conocidas como las Videntes, o las mujeres de Ojos Rojos, por los desertinos.

Es más bien ‘fuego del desierto’ o ‘rayo que cae sobre el desierto’, pero sí, me llamaron ‘adharif’, y aunque al principio odié la palabra al final me la quedé como apellido.

¿Por qué decidió quitarse el apellido de su padre?

Una cuestión de trabajo, sobre todo, Adharif suena más poderoso y amenazador. A parte, el apellido de mi padre era Bal Nodul, ‘el que se inclina ante Nodul’, que es un apellido de lo más habitual en la aldea. Y, la verdad, acabé odiando aquella aldea.

La expulsaron por ser un genio del desierto, ¿no?

Sí.

Cuéntemelo.

Cuando los desertinos se marcharon. Los supervivientes salieron por el pasaje oculto que llevaba hasta la plaza central. Ninguno se acercó hasta mí, sólo me miraban desde lejos. Incluso la viuda Meryem. Nadie decía nada, sólo me miraban como el que mira a un leproso, y, entonces llegó Kareem. Estaba mal herido. Se plantó a unos pocos codos de mí. Cogió una piedra y me la arrojó. No sé si me dolió más la piedra o el que me la hubiese arrojado. Recogió otra pero no me la tiró, se giró a los demás y con la piedra bien en alto les dijo: ‘ya lo ha hecho dos veces hoy, es una hija del fuego, una genio, un monstruo de las arenas, uno de los dioses impíos de los desertinos, hay que matarla, hay que matarla ahora’.

Debió ser….

Quería morirme. Quería que me apedreasen todos hasta la muerte, porque Kareem tenía razón, era la única explicación. Mi padre, el cabrero raro que se internaba en el desierto, debía haberme robado de la cuna de una genio, probablemente no era mi padre, y si lo era había hecho lo impensable, procrear con un monstruo de las arenas. Me dejé caer sobre las piedras a la espera de que me matasen. Sin ira, sólo con tal tristeza que no podía pensar en otra cosa que no fuese morir.

Los aldeanos son unos incultos, incapaces de distinguir los mitos de la realidad, lo diabólico de la hechicería. No me extraña que reaccionaran así, en aquel entonces la guerra con los desertinos estaba reciente.

En Tabar aún estaba activa. No sé si alguna vez ha llegado a cesar.

Me refería a la Gran Guerra, antes de que todo empezase, cuando cayó Al Jorat y…

Los aldeanos no entienden de guerras grandes o pequeñas, sólo saben que son atacados por invasores y que nadie los protege.

Entiendo. ¿Qué impidió que la matasen?

Fue Jinan. El padre de Kareem.

¿El padre?

Sí. No dijo nada en realidad, simplemente se separó de los demás, hizo que su hijo se callase y le bajó la mano con la que sostenía la piedra. Luego se acercó hasta donde yo estaba, me levantó del suelo y me dijo al oído, ‘Márchate de la aldea, Shamsia, márchate. No mires a atrás, no vuelvas siquiera a tu choza, porque si no estarás muerta. Márchate Shamsia, y vive’.

Y eso hizo.

Eso hice. Me puse a caminar tambaleante por nuestro desierto de piedras y hierbas secas, sin nada más que un traje viejo y remendado con piel de cabra. Sin comida, sin agua y sin ganado. Simplemente me puse a caminar sin atreverme a mirar hacia los que dejaba atrás, sin atreverme a pensar en lo que dejaba atrás.

Al menos sobrevivió.

Casi todo de mí. Una chica Bal Nodul murió allí aquel día, una con el pelo chamuscado y las manos calientes como si las hubiese metido entre brasas.

Es suficiente por hoy. Márchese a descansar y gracias por venir.

Gracias. Es realmente duro volver a aquellos momentos. Gracias por no usar ni siquiera la diadema, me alegro que no me fuerce a compartir la intimidad de esos momentos tan tristes para mí. Me sentí amenazada y desnuda cuando el otro día…

No me agradezca a mí. Es el Liceo el que le ha concedido el privilegio de mantener algo de intimidad. Vaya a descansar, vamos, mañana le esperará un día muy largo.


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