¿Estás
mejor?
Sí, perdona por la escena de antes.
No
hay nada que perdonar, y, hubo cosas buenas.
Sabía que…
No
sigamos por ahí. Intentemos completar tu historia. Cuánto antes terminemos
mejor, así podremos empezar a considerar otras cosas.
Eres mono cuando eres tan recatado.
Shamsia.
Estabas desnuda en Alcamisso. ¿Qué pasó después?
Pues, ante todo tenía que evitar que me
encontrasen, así que lo primero que hice fue esconderme. No conocía la ciudad y
no sabía cómo de lejos estaba del fortín de adobe que era lo único que había
visto. No sabía si la dirección más cercana por la que salir de la ciudad era
el norte o el sur. Ni siquiera tenía claro hacia dónde caía el norte o el sur.
Simplemente corrí, busqué el primer callejón que encontré y allí el lugar más
oscuro. Fue así cómo acabé en una casa abandonada que estaba en un semisótano.
Al principio lo único que me atreví fue a cerrarlo todo y a acurrucarme en la
esquina más oscura de la casa.
Pasé muchas horas allí hasta que el hambre y
el frio, me hicieron moverme. Invoque una discreta llama en uno de mis dedos y
con aquella exigua luz recorrí la casa. Fuesen quien fuesen los dueños no
abandonaron la casa por su propio deseo. Tal vez habían huido precipitadamente
por alguna razón. Tal vez eran herejes y los habían quemado como habían
intentado hacer conmigo. Tal vez habían muerto todos de alguna enfermedad. En
cualquier caso habían dejado muchas cosas atrás. Lo que fuese que los había
hecho desaparecer no asustaba a los vecinos, porque claramente habían saqueado
la casa. Solo habían dejado detrás las cosas que no le servían a nadie.
Pude encontrar un viejo candil, que encendí,
una olla de lata muy remendada, un jergón sucio, una sábana raída y dos viejos
vestidos que probablemente estaban esperando ser transformados en trapos. Me
vestí con uno de ellos, y con una vieja camisa me pude apañar un pañuelo que
cubriese mis delatores pelos rojos y rizados. Tal vez con aquello pasase algo
más desapercibida, pero no era probable, seguía teniendo mis ojos y mi piel
lechosa. Una tinaja contenía agua. No olía bien, pero es lo que estuve bebiendo
mientras estuve allí.
No había nada que comer, nada de nada. Y
aquella noche fue un adelanto del hambre que pasé en Alcamisso. Hasta que no
pasaron dos días el miedo que tenía no fue menor que el rugir de mi estómago,
como para atreverme a salir de nuevo a la calle. Había estado esperando la incursión
de los guardias de la ciudad, de los ofrecidos o de una turba de gente
enfurecida por haber matado a sus seres queridos; pero nada de aquello había
pasado. Tenía que salir y conseguir algo que comer. A la tercera noche me
decidí a salir.
El suelo estaba frío de la noche y recuerdo
aquella sensación en mis pies, con mucha claridad, no sé por qué. Tal vez
porque representaba que lo había perdido todo, incluso aquellas botas que
conseguí entregando las de mi padre. Todo no. Este colgante había sobrevivido
al fuego. Me agarré a él con fuerza y me dije que era la prueba de que no todo
lo que había vivido hasta entonces había sido para nada. La prueba de que iba a
volver a conseguirlo todo.
¿El
de turquesa de Tabar?
El mismo. Podía haberlo vendido y tener para
vivir algo de tiempo; pero, primero no quería, y segundo, una mujer sucia, con
un vestido de pordiosera y descalza, vendiendo un colgante de turquesa,
llamaría mucho la atención.
¿Y
cómo te apañaste?
Robando. Era un monstruo asesino. Robar no
agravaba mis pecados. Así que robé. Primero entre los desperdicios de las
tabernas, así que no sé si a eso se le puede llamar robar. Luego, una noche,
entré en una de ellas, y me llevé un saco entero de la despensa. Pero no me
quedé en la comida. Me conseguí unos zapatos, un chador para cubrir mi vestido.
Y poco a poco, siempre saliendo por la noche, siempre teniendo mucho cuidado,
siempre regresando a mi oscura madriguera, fui haciéndome una idea de dónde
estaba.
Era un barrio de artesanos de Alcamisso.
Había ceramistas, y trabajadores del cuero, y algún sastre; pero el barrio
estaba medio vacío. Muchas casas tenían un aspecto parecido a la que usaba para
ocultarme, abandonadas de forma precipitada, con objetos sin mucho valor en
ellas, así que decidí creer que se trataba del resultado de las purgas de la
Iglesia del Sol. No solo se habían ensañado conmigo, estaban esquilmando a la
gente. Matándolas. Así podía pensar que ellos eran los malvados, y no yo.
Empecé a envalentonarme y robé un vestido mejor, y una bota de vino. Al final
me descubrieron, pero no fueron mis víctimas. Al final me descubrió mi
competencia.
¿Tu
competencia? ¿Qué quieres decir?
Ladrones. Una noche cuando entré en mi
refugio, había tres hombres esperándome. Sin mediar palabras dos me agarraron
por los brazos y el tercero me partió la nariz de un puñetazo. Creo que aún se
me nota un poco.
Yo
no he notado nada.
Me miras con buenos ojos. Mira está un poco
torcida aquí. Pensé que me iban a dar una paliza mortal, pero no me pegaron
más. Me soltaron y el hombre del puñetazo me dijo ‘hija, en esta zona de la
ciudad no se roba nada sin mi permiso’. Luego me levantó, mientras yo sangraba
por la nariz, y mirándome a la cara me repitió ‘no sin mi permiso’. Se sentó en
uno de los taburetes de la casa y encendió una pipa. Luego se presentó como
Hakkim, y les dijo a sus matones que me sentaran. ‘No eres mala’, me dijo,
‘para ser una aficionada, pero estás robando a la gente equivocada’. Luego me
cogió por la barbilla e ignorando la sangre que le manchaba la mano añadió, ‘y
además eres mona, creo que podrías ser de utilidad en mi grupo’.
¿Te
invitó al gremio de ladrones?
Sí, y acepté, claro, que otra cosa podía
hacer. Me pusieron una capucha de tela basta y me llevaron por calles que en
cualquier caso no conocía, hasta donde tenían su propia guarida. En las
profundidades de la ciudad, ocultos de las autoridades llameantes de arriba. En
realidad mi suerte de adharif había regresado. Cuando debía refugiarme de la
autoridad me acogían los que detestaban la autoridad y me ofrecían el mejor
lugar de todos para ocultarse. El Nido de Ratas Nocturnas, que es como lo
llamaban, la guarida de Hakkim, uno de los señores del crimen de la ciudad.
Y te
hiciste ladrona.
Sí, aunque eso es muy genérico, me
entrenaron para mangui, incursora y gancho. Lo que mejor se me daba era lo de
gancho. Me ponían ropa más o menos elegante y mis rizos rojizos embelesaban a
los primos mientras les convencían de que les estaban vendiendo un salvoconduto
por todos los territorios del sultanato o una recomendación firmada de puño y
letra por el mismo profeta.
¿Cuántos
años estuviste con… en el Nido de Ratas Nocturnas?
Casi tres. Allí aprendí a disimular, a pasar
desapercibida de verdad, escalar, y ocultarme en las sombras de una ciudad, y
sobre todo a observar las oportunidades.
Toda
una experta ladrona.
Ya me vas conociendo. Soy adharif,
monstruoso ser del desierto, asesina amante del fuego, timadora y ladrona. Te
dije que no te gustaría.
No
es un buen historial, pero te viste forzada a ello y en cualquier caso no
importa lo que hagamos, sino lo que haremos. Lo que haremos es lo que somos.
Así que dime, ¿eres una ladrona? ¿Una timadora?
Dejé todo eso atrás, hace tiempo. Aunque no
fue fácil. Hakkim nos vigilaba a todos de cerca. Nos daba nuestra parte de los
trabajos, claro, pero no demasiado, y nos animaba a gastarnos lo ganado con
alegría, como decía él, ‘ignorad el futuro, hijos míos, ignorad el futuro, pues
lo más probable es que esté lleno de sogas, hogueras o manos cortadas’. Pero
él, sí que ahorraba, atesoraba. En realidad tenía miedo de que alguno de
nosotros se hiciera lo bastante listo como para abandonarlo, para montar otra
banda rival y echarlo de su territorio. También tenía miedo a envejecer y a que
su fuerza física, a la que tanto apreciaba, desapareciese.
Y,
¿durante todo aquel tiempo tu poder… no lo manifestaste, no lo usaste?
Tenía miedo. Tenía miedo de que me
descubriesen, pero tenía aún más miedo de que volviese a ocurrir lo de la
plaza, a volver a matar a mucha gente que no se lo mereciese.
Y,
¿pudiste mantenerlo bajo control?
Sí, más o menos. Algunas veces, haciendo el
amor…
¿Haciendo
el amor?
Oh, Nasree, no soy una sacerdotisa virgen.
No creerás que durante tres años estuve con esos hombres recios y descarados
absteniéndome del sexo, ¿no? No, Nasree, soy una mujer con necesidades, y
además hubiese sido incluso peligroso ser demasiado… estrecha.
Ah…
No te frustres Nasree, no han sido tantos
hombres. Otro día discutimos la cantidad. Pues algunas veces, haciendo el amor,
mis ojos se iluminaban y notaba cómo mi pelo estaba a punto de inflamarse. Pero
tuve suerte y nadie se fijó en ello.
Y
luego ya te presentaste al programa.
Oh, no, no. ¡Qué mono! Debes pensar que soy
mucho más joven. No, Nasree, aún queda bastante de mi historia por contar. Al
final me fui del Nido de Ratas, me largué de Alcamisso porque hacer de chica
exótica que hacía de gancho no era lo mío. Ya había probado lo de revisar en
viejas ruinas y quería volver a hacerlo.
Regresaste
a Al Fartha entonces.
No, en aquella ciudad me conocía demasiada
gente, y estar en el sultanato era demasiado peligroso, me marché a Al Hassim;
pero antes de que te cuente eso, quiero contarte otra historia que me pasó en
Alcamisso.
De
acuerdo, adelante.
Una noche descubrí dónde guardaba Hakkim sus
tesoros, a dónde iban a parar las ganancias que nos escatimaba a los demás.
¿Los
enterraba o algo así?
No. Estaban en tierras, no enterradas.
¿En
tierras?
Hakkim tenía una familia que nos mantenía
oculta. Un hermano con una esposa y unos lindos hijos, y les daba el dinero
ganado para que fuesen ampliando poco a poco la finca familiar. Hakkim, el
pendenciero señor de las calles y de la noche, en el fondo añoraba el entorno
de granjero en el que se había criado. Me descubrió espiándolo, así que supo
que yo sabía. Me amenazó y yo le aseguré que nunca le diría nada a ninguno de
los de la banda, a lo que él me dijo que claro que no lo haría o desaparecería
en el fondo de un pozo.
¿Tan
malo era que supiesen que invertía su dinero en tierras de labranza?
Creo que los otros jefes le habrían perdido
el respeto y no hubiese durado mucho. Probablemente no hubiésemos durado mucho
ninguno de los de la banda, así que el silencio era la mejor opción para mí.
Lo
chantajeaste.
Sólo al final y sólo para que no me siguiera
cuando me fui, pero no es esa la parte importante de esta historia.
¿No?
No, lo importante es que me di cuenta en ese
momento que yo no añoraba mi aldea, mi pasado y mis cabras. Yo no añoraba ser
pastora. Me di cuenta en ese momento que lo que añoraba era el viaje, los
peligros, aterrorizar a terroríficos trolls hasta hacerles cantar la
información que conociesen sobre misteriosas tumbas y tesoros perdidos. En ese
momento me di cuenta de que lo que había sido probablemente un capricho de la
niña pastora, vivir aventuras en lugares peligrosos, era realmente mi auténtica
naturaleza. Yo era aquella que había acompañado a los enanos. La que sobrevivía
a trampas de fuego y estaba a punto de encontrar una poderosa reliquia.
Shamsia,
¿lo que me dices, es que realmente querrías ser una de las que penetran las
ruinas de la Vieja Ciudad a rescatar parte de lo que perdimos?
Eso, me gustaría mucho.
Es
muy peligroso, Shamsia. Muchos mueren y otros muchos sufren algo peor.
Eso me han dicho, pero vosotros, cuando me
aceptéis, me entrenaréis muy bien, ¿no?
Es
muy peligroso, realmente lo es.
Viendo las tierras del hermano de Hakkim,
descubrí que el peligro me da la vida, Nasree. Lo amo más que a los hombres,
¿lo entiendes?
Sí.
Pero no te deprimas, chico, los hombres me
gustan mucho, y algunos me gustan especialmente. Ven aquí.
Shamsia,
por favor, continúa con la historia. ¿Cómo te marchaste de Alcamisso y de tu
vida de ladrona?
Pues, por una parte estaban mis deseos, y
por otra parte las autoridades de la ciudad empezaron a hacer las cosas muy
complicadas. El Profeta Yaffer dijo públicamente que los ladrones y los
timadores no sólo eran delincuentes, sino enfermedad de la sociedad a los ojos
del dios. Y todos sabían cómo trataba él la enfermedad, normalmente cortando
los miembros enfermos, tanto la parte enferma como el resto del miembro. Toda
la ciudad se dio cuenta del mensaje. Si los ciudadanos no colaboraban
activamente en frenarnos el cercenaría los barrios en donde se sospechaba que
estuviésemos. Cuando surgía un brote epidémico, Yaffer quemaba el barrio
entero, con sus habitantes dentro. Haría lo mismo con nuestros barrios. Así que
ahora los trabajos estaban paralizados, y todos temíamos que los viejos
colaboradores de los barrios humildes ahora fuesen nuestros delatores. Estaba
harta, pero no del riesgo, sino de la inactividad, así que una noche pillé a
Hakkim a solas y le dije que me iba. Primero se rio de mis intenciones, y me
dijo que si quería más parte de los botines tendría que esforzarme más. Cuando
insistí en que me iba a ir, empezó a amenazarme. Me dijo de todo y yo me limité
a decirle que no tenía miedo de un agricultor. Podría haberme salido muy mal,
mortalmente mal, pero coló. No se atrevió a detenerme, y por fin salí de la
ciudad. Volvía a ser una mujer segura de mí misma. No, en realidad, ahora era
una mujer segura y en un caballo, antes sólo era una chica que creía saber de
qué iba el mundo montada en una mula.
El
campo abierto ante ti y las heridas curadas. Heroína dispuesta a la cabalgada.
Nunca he podido ni podré curar la culpa de
lo que hice en aquella plaza, pero por lo demás, sí, estaba dispuesta. Nada más
salir de Alcamisso encontré un cruce del camino que me indicaba por dónde se
encontraba la libertad, y ahora ya sabía leer las indicaciones. El camino del
más al norte decía ‘A tierras de los nórdicos por el paso de Alil’, estaba
cubierto por pintura roja. El camino de más al sur decía ‘Salasem y los Puertos
Imperiales’. Y los tres intermedios decían: ‘Talesmel y camino de caravanas’ –que
estaba también cubierto de pintura-, ‘Al Hassim y Montañas Rojas’ y, por
supuesto, ‘Al Fartha y Valle de Trolls’. El norte me atraía, era una tierra de
cuentos, con caballeros cubiertos de reluciente acero y sacerdotes del empalado,
pero me habían explicado que en medio se levantaba ahora el reino del Negka de
los shontaros, y temía a los shontaros y su gusto por las esclavas exóticas. Al
Fartha no era una posibilidad, y la costa no era mucha mejor opción. Así que
sólo me quedaba un lugar Al Hassim.
Al
Hassim y las montañas rojas. La ciudad del hierro, del acero, la puerta del
Desierto Árido, la más próspera de las ciudades del Triángulo de la Prosperidad.
Así he escuchado que era en los tiempos
antiguos. Hierro en la ciudad roja de Al Hassim, diamantes y oro en la ciudad amarilla
de Al Kars y turquesas en la ciudad blanca de Tabar.
Por
no hablar de las infinitas praderas de sal y otras tierras de utilidad del
oasis de Al Kots.
En el fondo lo más útil es la hierra y la
sal, pero, ¿a quién impresionan frente al oro, los diamantes y las turquesas de
las otras ciudades? Tabar es hermosa, pero está atrapada bajo las damas blancas
y rodeada del desierto. Al Kars es majestuosa, noble, sus resplandecientes
cúpulas chapadas en oro ocultan el hambre de sus vegas secas, de sus rebaños
raquíticos y de sus montañas repletas de monstruosas alimañas. Es la ciudad
roja de Al Hassim la destinada a la gloria. Es una ciudad prodigiosa donde el
que desea prosperar puede hacerlo trabajando sin descanso Es una ciudad en la
hasta los que no son humanos son respetados si demuestran su valía. Los Adhá
protegen a los artesanos, sean quienes sean y su iglesia del sol, es razonable.
Me gustan los Adhá y su gente. La ciudad me trató bien.
Pero,
¿cómo llegasteis hasta ella? ¿No hay tropas en las fronteras?
Sí y no. Entre los Adhá y el Profeta no hay
ninguna simpatía, pero el Sultanato Llameante, tiene demasiadas fronteras, eso
lo aprendí durante mi estancia en Alcamisso. A su noreste la familia Kat Rabal,
lo que queda del viejo sultanato, intenta recolonizar las antiguas tierras de
los castis, las ruinas y sobre todo las costas, amenazando no sólo las aguas
del Mar de Calmathara, sino representando una vía de escape para todo aquel que
encuentre intolerable el régimen del Profeta. Al norte el Negka de los
shontaros representa un peligro constante, siempre dispuesto a cabalgar con una
infinidad de jinetes sobre las tierras fértiles. Los libertos de Tabar son una
espina en el corazón del Profeta, cuyas tropas fracasaron en devolverlos a las
cadenas. Por si fuese poco, los desertinos aún saquean los bordes del sultanato
y quién sabe si aún no quedan, entre las dunas, ejércitos del Señor de la
Noche. No, el Profeta no puede cerrar su frontera con la ciudad roja. Necesita
el hierro, de la misma forma que el señor de la ciudad necesita la comida que
llega desde el sultanato. Ambos se odian, y ambos se toleran. Los ejércitos de
unos y de otros son atacados de inmediato en territorio contrario, pero los
comerciantes cruzan constantemente la frontera sin ser molestados. Así que, en
cuanto pude, me uní a unos comerciantes. No eran muchos, pero sabían lo que se
hacían. Estaban liderados por Abdul, un hombre que llevaba en el camino desde
que era un niño y que siempre había hecho esa ruta, la que unía Alcamisso con
Al Hassim al norte de Al Fartha, y su caravana había crecido con toda clase de
gente de todas partes. Sureños perdidos en el norte al perderse la vieja ruta
que llevaba desde Kiobi hasta Verna. Desertores de todos los ejércitos.
Refugiados de todas las fronteras. Hasta un devorador, como los llamáis, hasta
un bebedor de sangre sacado de entre las ruinas de Talesmel, que le servía a
Abdul para leer la mente de aquellos con los que hacía negocio. Nadie era
rechazado en la caravana de Abdul, ni siquiera yo, la chica de pelo como las
llamas y piel como la nieve.
Parece
un sitio dónde podrías haberte quedado a vivir, ¿no? Un lugar que no rechaza lo
extraño.
¿Y volver cada poco al sultanato del
profeta? No gracias. Y aunque no fuese ese uno de los extremos del viaje yo no
estaba buscando una casa en la que vivir, y mucho menos una vida en la que se
repitiese una y otra vez el mismo viaje. Yo quería sentir el peligro,
zambullirme en aventuras como las de los cuentos. Y si no podía ser, al menos
aprender muchas más cosas, cosas nuevas.
Y,
¿encontraste aventura en Al Hassim?
No tanta como había esperado. No tanta como
deseaba, pero sí que aprendí un nuevo uso para mi poder.
¿Cuál?
Se hace tarde, ¿paramos un poco? Si quieres
podemos volver un rato más, ya por la noche.
De
acuerdo. Estoy intrigado con lo del nuevo uso.
Oh, en realidad es sencillo de adivinar,
pero luego te lo cuento. Vayamos a tomar alguna cosa.
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