Derrapando
Durante la Semana Santa los
coches en mi pueblo suenan como si estuviesen en una serie americana. Pueblo
no, ciudad. En esas fechas los coches de mi ciudad parecen estar derrapando
como si un par de polis duros, pero de buen corazón, estuviesen tiroteando a
unos gánsteres desalmados de esos que reparten nuevas drogas de diseño a los
chavales de institutos. Mi hermana siempre me mira con mala cara cuando digo
pueblo, en lugar de ciudad. Me cuesta acordarme. Llevo tanto tiempo en una gran
ciudad en la que todo el mundo tiene un pueblo al que regresar, que me cuesta
pensar que no vengo de uno. “Gánsteres”. Qué mal suena, como a tripas. He
dejado que el corrector me cambie la palabra, pero la frase parece pedir a
gritos “gangsters” con toda su impropiedad y su correspondiente subrayado rojo
ondulado. Hay muchas cosas que necesitan estar ahí, con su correspondiente
subrayado rojo ondulado.
Evidentemente los coches no van
por ahí derrapando, pero durante estos días lo parecen. Últimamente es algo que
me pasa mucho: me parece que estoy derrapando, pero en realidad sólo son las
fechas. O tal vez sea sólo la cera que me han ido dando, o la que he ido
recibiendo, sin pretenderlo, sin buscarlo, sólo pasando por ahí. Como los
coches de mi pueblo. Pueblo no, ciudad. No es una ciudad bonita, ni
particularmente especial, con sus casas viejas y peculiares, sus paredes
blancas normalitas; pero me gusta. Me gusta haber nacido por aquí, con su mar y
ese pasado con el que realmente no tengo que ver, pero que me ayuda a superar
cuando ando derrapando.
Como he dicho vivo fuera de aquí,
demasiado lejos del mar, en una gran ciudad. No, en una enorme. Una de esas
ciudades en dónde puedes cruzarte a diario con la mujer de tu vida y no volver
a verla nunca más. Una de esas ciudades en las que debido a que no hace falta
el coche para nada se montan todo el tiempo atascos que duran horas. Una de
esas ciudades en las que tienes disponible toda clase de actos culturales a los
que nunca puedes ir. Una de esas ciudades en las que todas las posibilidades
están disponibles y es posible alcanzar el sueño de no ser nadie, excepto un
ciudadano completamente anónimo, un número más en las estadísticas.
Estoy mintiendo. No vivo allí. No
vivo en esa enorme ciudad, ni siquiera ahora que según los calendarios ya llevo
más tiempo en ella que en mi pueblo de origen. Pueblo no, ciudad. No vivo en la
ciudad con oportunidades para alcanzar cualquier objetivo excepto nadar en el
mar. Trabajo allí y dejo que el tiempo pase, sin traspasarme demasiado,
esperando los ratos en los que vivo realmente. Es cuando regreso a mi pueblo al
lado del mar. Pueblo no, ciudad. Cuando regreso al lugar en el que se hornearon
las ánforas que ahora son colina de Roma, cuando vivo realmente. No se trata de
morriña.
1 comentario:
Eso mismo digo yo. Una serie muy interesante la que propones.
Publicar un comentario