A veces me he preguntado si mis
fracasos reiterados con las mujeres no serán una especie de venganza cósmica
por aquél rechazo. Si es así espero que se me aplique la regla Wicca y
sólo me castiguen tres veces, porque encima no es la única vez que lo he hecho,
y como me castiguen muchas más veces que tres, entonces me temo que moriré
solo. Aunque mejor cuento mi segunda tontería más adelante. Volvamos a mis
relatos.
Durante la escuela recuerdo con
especial gusto las clases de lengua en las que tenía que escribir. Como no.
Pero en el fondo no es algo tan obvio, aunque en este contexto pudiese
parecerlo. Siempre se me han dado mejor las ciencias, en particular las matemáticas,
que las letras. Aun así no se me daban mal, y cuando decidí escoger ciencias,
lo que me llevaría a ser ingeniero a fin de cuentas, mis profesores de letras
se quejaron. Pero menos mal que lo hice, como ingeniero me voy apañando para
ganarme el sueldo, pero mis intentos de publicar cosas sólo me han reportado el
dinero para comprar una whopper con patatas. Ya me estoy adelantando muchísimo,
otra vez. No recuerdo casi nada de aquellas redacciones que tanto me gustaba hacer,
pero sí que recuerdo que los nuevos cuadernos de lomo de tela azul también se llenaron
de historias. En particular recuerdo un intento de escribir una historia de policías,
novela negra y todo eso. Hagamos un mínimo homenaje a aquellos personajes.
Pista de tenis
Mike cerró la puerta
descuidadamente. Quince minutos y sin embargo ella ya estaba allí. Era
odiosamente eficiente. Quince minutos, había tardado desde que le dieron el
aviso, sólo quince minutos y aun así era el último.
- Hola Sarah – le dijo,
intentando no demostrar que no tenía ni idea de cómo llegaba a las escenas del los crímenes siempre
antes que él – ¿ya sabes exactamente dónde ha sido? – la única
explicación es que tuviese un apaño con el de la central y a él siempre lo
llamasen demasiado tarde, o eso o es que los mataba ella misma.
- No, te estaba esperando – le contestó
ella.
“Ya claro, como soy tan lento”,
se lamentó Mike para sus adentros, “¿cómo lo hará?”. Sarah, apagó el cigarro
con la punta de sus pulcros zapatos de medio tacón negros más lustrosos que las
botas que llevaba Mike cuando había estado en la armada de la Reina. Eficiente,
claramente más inteligente que él, y encima siempre perfecta, con aquella
piernas largas embutidas en medias sin ninguna carrera y una falda corta sin
dejar de ser elegante. A veces la odiaba, con sus camisas de manga corta que en
lugar de ocultar sus curvas de mujer, no sabía cómo, las realzaban y su pelo
castaño con mechas recogido en una cola de caballo. Pero sólo la odiaba cuando no
sentía quería convertirla en la madre de sus hijos. Antes o después tendría que
pedir que le cambiasen el compañero, que así no podían seguir.
- Entremos – dijo ella,
afirmando, no preguntando. Ella afirmaba, tenía el control.
- Entremos – confirmó él – así que
un asesinato durante la Copa Davis.
- Eso parece – dijo ella mientras
abría la puerta de las instalaciones del parque – por suerte no ha sido ninguno
de los tenistas. El comisario nos ha pedido que no organicemos mucho escándalo,
quieren que la competición pueda continuar.
- Diablos, siempre estamos igual –
comentó Mike – a ver cómo nos apañamos para que no se llene todo esto de
periodistas.
- Probablemente no podamos
evitarlo – dijo ella sin llegar a esbozar una sonrisa, qué pocas veces la había
visto sonreír – vamos, empecemos un día más de trabajo.
“Sí”, pensó Mike, “otro asesinato
y otro día más de trabajo en el que te haré de comparsa de investigación,
Sarah. Otro día más”.
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