24.9.14

El Otoño

Hoy, pasado ya el primer día de otoño del año que cumplo los años del número de portal de mi casa de la infancia, acepto el otoño.

Durante los últimos años he pasado por toda clase de crisis, desde las que me enfrentaron a que no soy lo bastante brillante como para aparecer en las enciclopedias del futuro -menos la wikipedia en la que te puedes poner tu mismo con cualquier mínima aportación que hagas al mundo- hasta el más doloroso descubrimiento de que en realidad como mucho soy el tercero en la lista de cualquier mujer.

Con el tiempo he ido descubriendo cosas que no voy a hacer. No voy a hacer un teorema matemático que lleve el nombre de Teorema de Paz. Si llego a tener claro que el Teorema de Gödel es una obviedad irrelevante -como parece- no lo veré publicado en ninguna parte. No voy a hacer un algoritmo que se instancie de la librería de análisis de dato y que sea llamado con applyPazFilter(). No voy a hacer una aportación a la física de partículas. No voy a hacer ninguna aportación significativa a la filosofía, ni siquiera a la filosofía de la ciencia, y mucho menos a la epistemología ni a la neurociencia o a la robótica. No voy a hacer un juego de ordenador que marque a generaciones futuras. Ni de rol. Ni de tablero. Con mucho dolor en mi corazón tengo que aceptar que no voy a ser un novelista famoso, ni tampoco un autor de cuentos hambriento pero afamado. Tampoco haré un relato interactivo que sea comentado y amado. De hecho he renunciado incluso a intentar que alguien lo haga apoyándole e inspirándole. Y qué decir de la política. La política está loca por completo y no mantengo ninguna esperanza en que el mundo vaya por derroteros con un mínimo de sentido.

A cada paso, con cada crisis, he ido aceptando esas negaciones de aspiraciones. A veces muy mal, con mucho dolor y desesperación. A veces suavemente, ya que en realidad 'ya lo sabía desde hace mucho'. A cada paso, con cada crisis, he ido reforzando mis esperanzas, mis deseos de inmortalidad en alguna otra habilidad mía que me parecía fuerte. Siempre evitando la desesperación y la caída completa, diciéndome: 'bueno, esto no, pero aún quedan todas estas cosas'.

Pero hoy, pasado ya el primer día de otoño, decido que ya no quedan ninguna de 'todas esas cosas'. Renuncio a mi esperanza final de inmortalidad, la genética. Definitivamente como mucho soy el tercero de la lista y por mucho o poco que haga así será siempre.

No voy a dejarme caer en la desesperación, sin embargo, porque el otoño es más bien el tiempo de caída de livianas hojas y como ellas, me dejaré resbalar en el desapego budista, abrazaré completamente el Tao, y dejaré de quejarme porque mi voluntad no puede remar contra la tormenta. Dejaré libres las velas, para que giren con el viento y empujen la embarcación con la corriente.

Hoy, instalado ya el otoño en el cielo de Madrid, dejaré que se instale en mi interior.