El último
El primero apenas abarcó un
parpadeo. Cruce repentino. Azul enorme sobre blanco. Rumores de verde. Anillo de
mar. Poco más. Una sonrisa entrevista y vista. Tal vez. Ni siquiera es seguro
que contase como el primero. Ni pelo. Ni rostro. Ni labios. Ni cuello. Desde
luego nada de brazos, u hombros, o talle. Mucho menos piernas o zapatos. Mencionar
vestidos, pantalones o camisas nos llevaría a la falacia más artera. El primero
no pasó de fugaz punto fijo de azul sobre blanco que cruzó por un instante la
incomodidad y se quedó suspendido, clavado, mientras se transformaba en volutas
de improbable presencia.
El segundo se compone de píxeles
buscados. El mismo azul, el mismo blanco, pero encontrados en la palma de la
mano de él. Scroll arriba, scroll abajo. Click. Click. Dos dedos separados.
Retroceso. Respiración y negación con la cabeza. Con la de él, no con la de
ella, que es de píxeles planos. No puede negar o, más probable, rechazar. Aún
no, al menos. Suspiros de café de terraza. App abierta de nuevo. Scroll arriba,
scroll abajo. Click. Click. Click. Negación. Sorbo. Remover el azúcar.
Negación. Suspiro. Dos dedos separados. Sí. Centro de azul sobre blanco.
El tercero se mantuvo remoto. En
la distancia. Hay tiempo para pelo, rostro, labios, cuello, incluso para
brazos, hombros, talle, incluso para vestido negro y sonrisas. El tercero se
mantiene rinconero. El azul enorme sobre blanco se mantiene, pero navega sobre
simpatía, frescura, aparente sinceridad. Se balancea sobre alegría y bromas. El
tercero da gusto verlo.
El cuarto es tan fugaz como el
primero. Entre libros abandonados. El azul se gira e incluso le acompaña en
blanco y mira mientras cruza. No hay tiempo para sonrisas, aproximaciones o
rechazos. El tiempo se va acabando.
El quinto llega inesperado. No ha
surgido de píxeles, ni se ha planeado. Esta vez el azul casi no se mira, oculto
tras el cabello rizado de noche y de día, tal vez de día sobre noche, o más
bien de tímido amanecer entreverado. Esta vez el azul no se mira, se procura evitar
tras una pátina de negro sobre blanco, porque el tiempo ya está finalizado,
porque el tiempo es una barrera y un candado.
El sexto se agita entre la
aleatoria elección del tiempo y la terraza, y la escogida selección de silla y
perspectiva. Se quiere, pero se evita descubrir azul, blanco, cabello, hombros.
Se quiere, pero se evita descubrir si todo eso se acompaña de aún mejor talle,
brazos, piernas o calzados. El tiempo sabe que se acaba. El tiempo se humedece
y salpica la expresión de lo improbable en forma de las primeras gotas de todas
las jornadas. El tiempo se agota, se agobia y reclama un consuelo en forma de
paraguas.
El último… El último aún no ha
llegado.