22.7.23

Cuentos instantáneos - Celsius 2023 - 5 El último

 

El último

El primero apenas abarcó un parpadeo. Cruce repentino. Azul enorme sobre blanco. Rumores de verde. Anillo de mar. Poco más. Una sonrisa entrevista y vista. Tal vez. Ni siquiera es seguro que contase como el primero. Ni pelo. Ni rostro. Ni labios. Ni cuello. Desde luego nada de brazos, u hombros, o talle. Mucho menos piernas o zapatos. Mencionar vestidos, pantalones o camisas nos llevaría a la falacia más artera. El primero no pasó de fugaz punto fijo de azul sobre blanco que cruzó por un instante la incomodidad y se quedó suspendido, clavado, mientras se transformaba en volutas de improbable presencia.

El segundo se compone de píxeles buscados. El mismo azul, el mismo blanco, pero encontrados en la palma de la mano de él. Scroll arriba, scroll abajo. Click. Click. Dos dedos separados. Retroceso. Respiración y negación con la cabeza. Con la de él, no con la de ella, que es de píxeles planos. No puede negar o, más probable, rechazar. Aún no, al menos. Suspiros de café de terraza. App abierta de nuevo. Scroll arriba, scroll abajo. Click. Click. Click. Negación. Sorbo. Remover el azúcar. Negación. Suspiro. Dos dedos separados. Sí. Centro de azul sobre blanco.

El tercero se mantuvo remoto. En la distancia. Hay tiempo para pelo, rostro, labios, cuello, incluso para brazos, hombros, talle, incluso para vestido negro y sonrisas. El tercero se mantiene rinconero. El azul enorme sobre blanco se mantiene, pero navega sobre simpatía, frescura, aparente sinceridad. Se balancea sobre alegría y bromas. El tercero da gusto verlo.

El cuarto es tan fugaz como el primero. Entre libros abandonados. El azul se gira e incluso le acompaña en blanco y mira mientras cruza. No hay tiempo para sonrisas, aproximaciones o rechazos. El tiempo se va acabando.

El quinto llega inesperado. No ha surgido de píxeles, ni se ha planeado. Esta vez el azul casi no se mira, oculto tras el cabello rizado de noche y de día, tal vez de día sobre noche, o más bien de tímido amanecer entreverado. Esta vez el azul no se mira, se procura evitar tras una pátina de negro sobre blanco, porque el tiempo ya está finalizado, porque el tiempo es una barrera y un candado.

El sexto se agita entre la aleatoria elección del tiempo y la terraza, y la escogida selección de silla y perspectiva. Se quiere, pero se evita descubrir azul, blanco, cabello, hombros. Se quiere, pero se evita descubrir si todo eso se acompaña de aún mejor talle, brazos, piernas o calzados. El tiempo sabe que se acaba. El tiempo se humedece y salpica la expresión de lo improbable en forma de las primeras gotas de todas las jornadas. El tiempo se agota, se agobia y reclama un consuelo en forma de paraguas.

El último… El último aún no ha llegado.

21.7.23

Cuentos instantáneos - Celsius 2023 - 4 Las cuatro vueltas

 

Las cuatro vueltas

Su nombre oficial es Fortacumbre de Bradbergh. Nadie la llama así. Los residentes la llaman La ciudad de las cuatro vueltas. La explicación que más frecuentemente dan a los visitantes, como era yo la primera vez, se refiere a los cuatro niveles de murallas que la protegen. Primero los muros de la ciudadela, claro, donde se apartan del resto del mundo los monjes del sol y del viento. Luego los que separan a los aprendices y servidores, iniciados en la fe, aunque aún no ungidos, del resto de población. La tercera muralla, la más impresionante, brilla en cada amanecer con la blancura de la imposible piedra traída por nosotros, los bergianos, desde las remotas canteras de Fortacumbre Karrys y Cumbrosa Sobrepico. La cuarta sería, en esta explicación, la medio derruida, grisácea y entregada a la maleza, vieja muralla que habrían levantado los talikos contra nosotros antes del dominio del imperio sobrecumbrano, antes de Barren el Conquistador e incluso antes de que todo comercio o guerra dependiese de los barcobujas y el control monacal de los vientos. En esta explicación las cuatro vueltas, serían las que, supuestamente, un visitante debería dar en torno a la ciudad, manteniendo su mano sobre cada una de las cuatro murallas. Ritual este que debería traerle suerte, fortuna en los negocios y un viaje plácido, con viento en cola, hasta su siguiente destino.

Se trata de una broma de los residentes, pues la ciudad es inexpugnable por uno de sus lados, en un cortado que une las tres primeras murallas y corta la cuarta. Las cuatro vueltas a las murallas no pueden ejecutarse, a no ser que el visitante lo intentase en barcabuja o en una cometa personal.

Cuando, enfadados, los visitantes se quejan de que el ritual es irrealizable, los residentes lo reconocen sonrientes y dan lo que yo he dado en llamar la explicación histórica. Cuentan entonces que Barren el Conquistador, encontró inconquistable la ciudad, pues la vieja muralla, en sus tiempos era la construcción militar más prodigiosa y admirable y que antes de darse por vencido, hizo a sus ejércitos marchar cuatro veces en torno a las murallas, cantando y rogando al poderoso Sol y éste obró el milagro de hacer caer los muros.

La mayoría no preguntan más y lo dan por válido. Los que volvemos aquí más de una vez, descubrimos que los detalles del supuesto milagro no encajan demasiado con la realidad del estado de la muralla vieja, y más pronto que tarde descubrimos que los ejércitos del Conquistador ya estaban equipados de barcobujas antes de llegar aquí, por lo que las murallas antiguas no podrían haberlos detenido.

Si insisten entonces te cuentan la poética teoría de los cuatro retornos. La mayor parte de los habitantes de la ciudad son comerciantes o aeronautas pues no hay mucho en lo que trabajar en Fortacumbre de Bradbergh, más allá de reponer el ligeraire de las naves o enrolarse en una de ellas. Por ello dice esta teoría que todos los habitantes de la ciudad antes o después se marchan de ella y solo vuelven en cuatro ocasiones: cuando se casan, cuando muere su padre, cuando muere su madre y cuando mueren ellos mismos. Las cuatro vueltas que darían nombre a la ciudad.

No es mala explicación, pero evidentemente cualquier habitante, ya sea taliko o bergiano, de esta ciudad pasa por ella muchas más veces. Raro es el navío, grande o pequeño, que haga la ruta de la seda de araña que no deba parar aquí para reponer el ligeraire, con el que crean los monjes, para realizar reparaciones, o reponer tripulación. Esta fortecumbre, enclavada en el centro mismo de los macizos centrales, es el único puerto seguro en muchas jornadas.

Si les presionas suficientemente, o si les invitas a suficientes bebidas, los residentes, sobre todo los talikos, te darán nuevas explicaciones, cada una más extravagante que la anterior. Algunos de hablarán de vientos, otros de los ríos que se precipitan ladera abajo, muchos hablarán de dragones o hidras o hipogrifos o mantícoras. Ninguna de estas explicaciones tiene ningún sentido.

Yo sé porqué esta es la ciudad de las cuatro vueltas: la primera fue cuando te giraste en plena calle y pude ver tus ojos negros de talika cubierto por el velo oscuro de tu tribu, la segunda cuando regresé y ya estabas casada, la tercera cuando supe de tu pronta viudedad y volví a la ciudad para descubrir que te habías marchado enrolándote en una barcobuja, la cuarta ocurrirá cuando tu navío regrese y me encuentres esperándote en el puntal del amarradero.

20.7.23

Cuentos instantáneos - Celsius 2023 - 3 Autor de éxito en Deneb IV

 Autor de éxito en Deneb IV

P.J.I: ¡Bienvenidos! Una jornada más nos reunimos en este espacio para presentarles a uno de los creadores narrativos más importantes del momento, el inestimable Alexander Bourné Torres-Salgado, que como todos bien sabrán es el primer y único humano que ha sido un éxito de subscripción y venta en formato empaquetado de contenidos narrativos entre nuestros vecinos de grupo local los denebonitas. Todo un logro transcultural y transespecífico. El primero y único éxito de ventas humano entre nuestros aliados silicoides. Buenas… no sé si tardes allí donde reside y bienvenido, señor Torres-Salgado.

T.S: Aquí creo que son más bien noches, P., aunque en Aurora, la ciudad de Mercurio siempre tenemos una suerte de amanecer permanente tras las cúpulas.

P.J.I: Cierto, que reside usted en Aurora la prodigiosa ciudad mercúrica sobre raíles, siempre en movimiento.

T.S: Sí, así es. La ciudad del amanecer, la llamaban cuando me trasladé. Aunque para serle totalmente sincero, P., a mí me sigue pareciendo más prodigioso esto de la comunicación instantánea a larga distancia.

P.J.I: Una cosa más que le debemos a los denebonitas. Supongo que tiene razón, señor Torres-Sa…

T.S: Déjelo en Sasha. No soy una persona tan importante.

P.J.I: Oh, por favor, claro que es usted importante, llamarle Sasha…

T.S: Insisto.

P.J.I: De acuerdo, Sasha entonces. Cuéntenos, Sasha, para nuestros copensadores más despistados, ¿qué clase de contenido creas y fascina a nuestros aliados silicoideos?

T.S: Terror, fundamentalmente.

P.J.I: ¿Terror?

T.S: Sí. Son recreaciones multisensoriales criadas en bancos de pensamiento cuántico a partir de semillas que yo mismo insemino, normalmente folclore antiguo, aderezado con mis propias pesadillas personales.

P.J.I: Por lo que veo nada extraño.

T.S: Así es. Tecnología habitual. Aunque los denebonitas tienen predilección por un tipo de historias en concreto.

P.J.I: ¿Podría explicarme cuáles?

T.S: Fundamentalmente posesiones demoníacas.

P.J.I: ¿En serio?

T.S: Sí, totalmente. Incluyendo las voces en lenguas muertas, las cabezas que se mueven en ángulos imposibles y vómitos. Si hay muertes sangrientas las piden más.

P.J.I: Interesante.

T.S: También me compran las experiencias basadas en viejas historias de zombies, cuanto más gore mejor.

P.J.I: Fascinante, ¿y sabe por qué?

T.S: Ni idea, si le soy sincero.

P.J.I: Nadie más ha tenido éxito vendiendo contenido sensorial a los denebonitas, ¿cómo se le ocurrió probar con esta clase de contenido… tan… fantasioso?

T.S: Bueno, fue cosa de mi editor, para serle sincero.

P.J.I: Y no sabe la razón por la que le compran…

T.S: Ni la más remota idea.

P.J.I: Sasha, conozco al embajador de Deneb aquí en Orión. Es un buen amigo, ¿le importa si lo añadimos a la corriente de pensamiento y…

T.S: No, claro que no me importa, únalo.

P.J.I: Su mente silicoidea tardará un poco en…

T.S: Sí, sí, soy consciente.

P.J.I: Gracias. Por favor esperen.


P.J.I: Ya estamos de vuelta. He conseguido que, de manera excepcional, XGRRGX.T, embajador de Deneb en Orión…

X: De Deneb IV. No representamos a ninguno de los otros planetas del sistema. Esta corriente de pensamiento orgánico… Creo que nunca acabaré de comprenderla del todo.

P.J.I: Señor embajador, no hay ninguna otra forma de vida en el sistema Deneb, así que…

X: Que sepamos. No hay otra forma de vida en nuestro sistema, que sepamos. Así que tan solo soy el embajador de Deneb IV. No puedo hablar por el resto de los planetas.

P.J.I: Como quiera.

X: Gracias. Me sentiría incómodo si no estuviese claro.

P.J.I: Señor embajador, estamos hoy conectados a la mente del señor Torres-Salgado. ¿Lo conoce?

X: ¡Desde luego! Sus contenidos son impresionantes. Todos conocemos al señor Torres y Salgado en Deneb IV.

P.J.I: Sí. Ha tenido mucho éxito entre ustedes.

X: Sí, sí. Es lógico. Es un éxito muy merecido.

P.J.I: Yo y el resto de nuestros copensantes nos preguntamos porqué el contenido del señor Torres en particular ha sido un éxito y otros narradores no lo han logrado.

X: ¿Narradores?

P.J.I: Sí.

X: No le entiendo.

P.J.I: Pues… creo que está claro, ¿no? Usted mismo me ha contado que ha disfrutado de sus creaciones.

X: ¿Cómo? No, no. Desconozco completamente todo eso de las creaciones narrativas del señor Torres y Salgado. Yo, como el resto de los míos, lo admiramos como documentalista anatómico. Sus sensorizaciones sobre el cuerpo humano y su funcionamiento son fascinantes. Exquisitamente detalladas. No puedo dejar de empaparme de sus detalladas vivisecciones.


19.7.23

Cuentos instantáneos - Celsius 2023 - 2 Las palomas

De todas las que he conocido, es decir, de las pocas que quedamos, no tengo dudas de que ella es la que más odia a las palomas. Siempre que las vemos de lejos o, más que verlas, oigamos un remoto ulular, ella tuerce el gesto y no puede evitar mascullar entre dientes. Puedo entender que no sean un ejemplo de limpieza, aunque, ¿algo o alguien lo es hoy en día? Puedo entender que su aparición repentina, y a menudo ruidosa, nos provoque a todos un vuelco en el corazón. Sobre todo, cuando exploramos los almacenes subterráneos de las grandes superficies. No por ellas sino porque el alboroto que traen puede convertirse en tragedia si atraen a uno de los viejos centinelas, con sus garras y sus bigotes o a un aullador con su mirada hambrienta. Puedo entender que a menudo nos roban las migajas que quedan aquí y allá. Sí, puedo entender todo eso, pero el mundo se ha vuelto complicado para todos.

La abundancia que vivimos en el pasado ha desaparecido desde que la hecatombe acaeció. No podemos cambiar eso. No podemos remediarlo. Tenemos que adaptarnos. Aguantarnos. Aceptar que nada volverá a ser como antes. Que los tiempos dorados ya no volverán, seguir con lo nuestro sin reprocharle a ellas, a las palomas, nuestra desgracia.

¿Acaso ellas nos echan la culpa a nosotras de la desaparición de los humanos? No, ¿verdad? Pues tampoco deberíamos hacerlo las ratas.

Cuentos instantáneos - Celsius 2023 - 1 El viajero

El viajero cerró de nuevo el libro de Carnot sin haber encontrado una explicación satisfactoria. No podía sacarse de la cabeza aquella caja. Para todo lo demás encontraba una explicación satisfactoria. Los carromatos sin animales de tiro descenderían de los prototipos de máquinas de vapor. Sonaban parecido. Soltaban volutas por pequeñas chimeneas de metal bajo sus cuerpos. Es cierto que el humo era casi invisible, que olía diferente y que el sonido del mecanismo interno apenas podía percibirse. Pero entendía o podía imaginar como conseguir aquellos vehículos de las bombas de agua que había ayudado a perfeccionar. Las luces sin fuego, eléctricas, le habían dicho, le habían fascinado y emocionado, pero conocía los principios que las hacían funcionar. En el fondo no se diferenciaban demasiado de la luz emitida por una barra de hierro al rojo vivo. Los habitantes, tan altos, tan robustos, tan sanos, con los dientes tan blancos y alineados, con tantas mejoras que no se podía ignorar su patente progreso. Por lo que le habían contado incluso resultaba habitual que llegasen a los ochenta o incluso a los noventa años. Sorprendente y reconfortante, pero no inexplicable. Los artículos del doctor francés ya mostraban como la medicina podría lograr tales prodigios con un poco de tiempo y dinero.

Sin embargo, la caja no encontraba forma de explicarla.

Ninguno de los habitantes le había dado la menor importancia y él mismo no se habría fijado en ella de no haberla visto en funcionamiento. Parecía un horno. Uno pequeño, ligero, elegante, sí, pero un horno. Con su puerta, su bandeja para colocar los alimentos, su… un horno, un simple horno. Y, sin embargo, aquella última noche, cuando lo invitaron a cenar, introdujeron un pan fino y redondo, una especie de torta muy grande, con carne, queso y varias salsas sobre ella en la caja y la sacaron caliente tras solo un puñado de segundos.

Desde que había vuelto no hacía más que darle vueltas. Según el libro de Carnot y del resto de los especialistas de eso que se estaba dando en llamar termodinámica, no había forma de que una torta de ese tamaño y grosor pasase de estar helada a humeante y crujiente en pocos segundos. ¡Imposible! Había echado las cuentas muchas veces y dada la tasa de transferencia calorífica de sustancias como el pan, la carne o el queso, la diferencia de temperatura entre la masa y el aire hubiese tenido que ser tan enorme —para descongelarla en tan poco tiempo— que la superficie superior o inferior hubiese acabado carbonizada.

El viajero estaba decepcionado. Había creído que los tiempos futuros serían brillantes, dominados completamente por la ciencia, alejados de supercherías y, sin embargo, lo había visto con sus propios ojos: aquellos habitantes alejados en poco más de un siglo cocinaban sus alimentos mediante poderes diabólicos que rompían las leyes de la física.

Decepcionante, aunque no podía reprochárselo a los habitantes del futuro. A fin de cuentas, ¿cómo había hecho él mismo para viajar sino trabando un pacto con el mismísimo Mefisto?