29.10.23

¿Por qué suelo hacer el nanowrimo?

Llevo muchos años participando en el nanowrimo, sobre todo por mi salud mental. No todos los años he logrado escribir los 50000 palabras, aunque sí muchos: nueve de las once veces; un 80% de éxito que no está nada mal.

Hay muchos grupos de apoyo para animarte a completar el reto y también unos cuantos profesores de escritura que os darán consejos. También se hacen quedadas para escribir juntos o para empezar el nanowrimo, sobre todo en las grandes ciudades. Buscadlos: es interesante probar al menos una vez.

¿Por qué he dicho que por mi salud mental? Porque me resulta liberador. La escritura es, sobre todo, reescritura. Tras la idea inicial, el estallido de creatividad de arrojar la primera versión en blanco sobre negro (o negro sobre blanco según sean tus preferencias), llega la interminable tarea de pulir, cortar, rellenar, reconsiderar, pulir, cortar, rellenar, reconsiderar, pulir, cortar... mientras vuelves al mismo texto una y otra vez. A veces incluso en etapas diferentes separadas por meses de mantener el horror encerrado en un cajón. 

A algunos escritores este trabajo de revisarlo todo línea a línea, de perseguir la palabra exacta, de suprimir cada rebaba infame compuesta por adjetivos y adverbios innecesarios, por verbos huecos y perífrasis descuidadamente abandonadas en mitad del escrito, les resulta no solo aceptable, sino placentero. Les relaja saber que la historia ya está ahí, torpemente contada, pero construida y ahora solo les queda moldearla, alisarla, y disfrutan del sonido del torno y del tacto de una arcilla de letras más lisa en cada vuelta. No es mi caso. Me espanta esa realidad de que con cada regreso al texto siempre encontraré algo mejorable, que con cada corrección realizada con un suave toque de las yemas sobre el barro dejaré una impronta de huella dactilar innecesaria y a veces una grieta indeseada trazada mis torpes uñas.

A cambio el dejarse atrapar por el flujo, el abandonarse al ritmo propio del texto, el zambullirse en la mente de los personajes y sorprenderse al verlos evolucionar, cambiar e incluso crecer, mientras se escapan a menudo de mi control, me permite escapar de mi propia cabeza, alejarme de mis miedos e inseguridades y vivir sin vivir, pensar sin pensamiento como pide el budismo zen.

Podría conseguir el mismo resultado con sesiones de escritura más cortas, menos intensas, a lo largo de todo el año. Transformarlo en rutina (cosa que intento pero en la que suelo fracasar a lo largo del año). En realidad podría lograrlo corriendo, o haciendo meditación, o yoga; o cualquier otra actividad que se pueda hacer solo con el cuerpo, desconectado la mente, pero lo cierto es que la gimnasia diaria de abandono del nanowrimo, y el hecho de que a lo largo del mes se va conformando de la nada una historia, algo parecido a una novela corta, añade ese puntito de orgullo por la labor realizada, que acaba por pintarme la sonrisa en la boca y me da el empuje final para enfrentarme a mi cumpleaños, al fin de año y a la necesaria recapitulación de éxitos y fracasos.

Sé que para muchas personas esta terapia no les funciona. Sobre todo para aquellos para los que la escritura del primer borrador es una labor ardua, tediosa e incluso dolorosa; para aquellas personas que mientras escriben mantienen en todo momento el control, tropiezan con su propia racionalidad a cada paso y están deseando llegar a la etapa de corrección y pulido. Esos escritores probablemente sufran demasiado con este maratón.

Si no lo habéis probado, lo recomiendo. Si lo lográis como mínimo tendréis la satisfacción de demostraros que podéis escribir un montón de palabras en no mucho tiempo y además tendréis una semilla sobre la que trabajar. Por que es importante tener eso claro: del nanowrimo no se sale con una novela, con mucha suerte se sale con un primer borrador, sobre el que habrá que trabajar y mucho. En mi caso, además, suelo arrojar estos borradores al fondo de la carpeta del disco duro y espero seis meses, un año, a veces dos, antes de volver a leerlo antes de decidir si merece la pena rescatarlo y darle una forma más aceptable.

Animaos a probar.


26.10.23

Esos libros de los que merece la pena hablar

He dicho muchas veces que soy un escritor de fantasía y ciencia ficción, y por el número de mini reseñas que suelo subir a este blog queda claro que soy un lector de los mismos géneros, pero también queda claro que no soy un booksgramer o como quiera que se llame. No soy un reseñador, ni un articulista. Si lo fuese mis reseñas serían mucho más detalladas, bonitas y entretenidas. La verdad es que no tengo vocación ni de periodista, ni de blogero. Por otra parte, hay muchos libros de los que siempre hablo cuando surge la conversación y sobre los que no he hecho nunca un artículo. Va siendo hora.

Esta lista de libros tiene que ver, más que con mis gustos personales, con aquellos libros que de alguna manera me han ido marcando como escritor. Además, voy a intentar no hablar de ningún libro ultra conocido que para eso ya hay mil artículos que podéis encontrar por la red. Ah, y solo hablaré de ciencia ficción.

Veamos unos cuantos:

Ciudad permutación:

Ciudad permutación es un libro de Greg Egan, publicado en 1994, y ganador del Premio John W. Campbell Memorial. El libro me parece un ejemplo casi perfecto de ciencia ficción de novum no tecnológico ni científico, ya que el núcleo del libro es una idea filosófica que en realidad la he visto en boca de muchas personas, aunque con formas ligeramente diferentes: la idea de que la consciencia es una continuidad y que como tal es impensable que pueda simplemente interrumpirse. Una de las personas a la que la escuché defender esta postura (para mi sorpresa) fue mi querida Ana María Matute, que en uno de estos programas pseudointelectuales que había antiguamente en la tele e interrogada por la vida después de la muerte, dijo que evidentemente algo debía de existir más allá de la vida, ya que algo tan ‘sustancial’ como la consciencia no podía simplemente desaparecer sin más. El razonamiento es una falacia, claro, y la propia sustancialidad de la consciencia es más que discutible (yo no creo en ella, igual que no creo en el libre albedrío o en el alma), pero Greg Egan logra montar un discurso muy bien articulado en torno a esa idea, introduce además mi tema preferido (el de la identidad) y lo transforma en un novum sobre el que montar una novela excelente que explora las conclusiones de esa aproximación filosófica y sus límites.

Un libro muy recomendable.

El crisol del tiempo:

Resulta muy difícil encontrar aliens que verdaderamente lo parezcan. Los de K. LeGuin, por poner un ejemplo de autora que no podemos considerar sospechosa de ser descuidada, son todos humanos. Asimov tiene algunos ejemplos de los que no voy a hablar porque son sobradamente conocidos, pero son pocos. La mayor parte de sus libros están protagonizados por humanos y los que no por robots que intentan serlo. Incluso K. Dick, que a menudo recorre en sus obras concepto tan raros que podríamos achacarlos a influencias lisérgicas, casi siempre usa humanos como protagonistas. Tan solo recuerdo el extraño mutante de ‘El hombre oro’ como ejemplo de rareza inhumana central. Incluso un autor como Andy Weir, que tiende a ser muy estricto en lo científico, al recurrir a un visitante alien en su Proyecto Hail Mary, nos pinta a un ser que morfológicamente no es en absoluto humano y que, sin embargo, una vez superado la barrera de comunicación parece uno bastante afable. Por eso recorrer la historia de una civilización de plantas móviles, capaces de automodificarse mediante injertos, a lo largo de una historia de pesadilla me parece una experiencia que es mejor no perderse. John Brunner, ganador de un Hugo, aunque no por esta obra, nos trae una delicia en forma de obra de ciencia ficción que en realidad no podemos considerar de novum, sino más bien de esa categoría de obras que recorren mundos posibles, creíbles, y nos ayudan a distanciarnos de las presunciones que hacemos sobre el nuestro.

La señora de los laberintos:

Este libro de Karl Schroeder es en realidad varios libros. Aunque está redactado como una novela con un hilo único, en realidad toca tantos palos, en tantos escenarios diferentes y en tantas fases sucesivas que bien podría haber sido un fixup. El libro se publicó en 2014 y creo que no ganó ninguno de los premios del género, aunque su autor sí lo hizo con la secuela de este escenario (que escribió antes). En realidad, La señora de los laberintos funciona casi como precuela del libro anterior Ventus. Hay tantas cosas incluidas en este libro que nos muestra un futuro remoto en los que los humanos siguen existiendo y viven tan bien como quieren (pero que ya no son los actores relevantes de la historia, tras haber cedido ese lugar a los transhumanos y a algunas IAs), que ni siquiera voy a intentar listarlas todas, pero sí mencionar un par de ellas.

La primera reflexión que propone el autor es si la humanidad cuando alcance un nivel de desarrollo tecnológico que le permita hacer cualquier cosa (en el libro una suerte de poderes parecidos a los del Planeta prohibido, mediante la convivencia constante con nanobots omnipresentes), evolucionará a algo nuevo o preferirá retrotraerse a escenarios tecnológicos más simples y comprensibles.

La segunda versa sobre si no resultará evidente nuestra falta de originalidad y de unicidad cuando la población humana supere con creces los millones de billones. Esta segunda reflexión me parece increíblemente bien mostrada.

El libro tal vez peca de ambición porque hay demasiadas reflexiones y propuestas amalgamadas a lo largo de sus hojas, pero aún así es un libro muy recomendable.

La velocidad de la oscuridad:

Elizabeth Moon ganó el Nébula del 2004 con esta deliciosa novela que fundamentalmente habla del autismo. Conforma así una novela de ciencia ficción descriptiva, llevándonos de la mano a hasta intentar asomarnos a una mente humana no normativa, a sus deseos y sus razonamientos. Ya solo por esa parte descriptiva merece la pena no perderse este libro, pero es que hacia el final de la obra la autora introduce un novum que se articula hacia el tema de la identidad y de la continuidad del yo. Temas que como ya he dicho muchas veces son mis favoritos.

Sin duda esta es otra obra que harías bien en leer.

Y creo que por hoy ya he hablado suficiente. Como podéis ver hay muchas obras que merecen la pena fuera de los autores más conocidos y clásicos, muchas de las cuales ni siquiera han ganado un premio de prestigio y que merecen mucho la pena leer. Aún estoy buscando obras que me impacten de forma similar entre las escritas por españoles, novelas que me dejen pensando o que sacudan sustancialmente mis ideas. La que más se ha acercado a lograrlo ha sido Jinetes de la tormenta, de Javier Castañeda de la Torre; un autor, por cierto, que he tenido la suerte de conocerlo en persona mucho después de leer su obra.

En otro artículo hablaremos de otras obras que me han resultado muy interesante, tal vez de lo escrito en lengua española o tal vez de autores mucho más conocidos como China Melville, o Paolo Bacigalupi.

25.10.23

Tras una estela de iones imaginados


Soy un escritor de fantasía y de ciencia ficción. O al menos eso digo habitualmente. Incluso voy más allá de decirlo, hago como que es verdad: escribo cuentos y novelas cortas de fantasía, los envío a antologías y convocatorias abiertas, llego, por mantener este simulacro, a ganar o quedar finalista de algunas de esas convocatorias. No es mala mascarada, pero en el fondo de mi corazón solo hay pistones, válvulas de vacío y chisporroteo eléctrico.

Ya he explicado en un artículo anterior, que una de las películas que más me impactó siendo pequeño (la película es del 72, dos años tendría cuando la rodaron, aunque la vi mucho después seguramente a principio de los ochenta) fue Naves misteriosas (Silent Running). Este tipo de historias, personales, con pocos personajes, con toques de mensaje político (ecologista en este caso), capacidad de autosacrificio y una pizca de sensación de eternidad siguen siendo el núcleo duro de mis preferencias. Cuando escribo a menudo me encuentro explorando estos mismos caminos.

Sin embargo, cabe preguntarse porqué explorar estos temas, que tendrían perfectamente cabida en obras de literatura contemporánea, realista o como queráis llamarla, mediante el artificio de la exploración de posibles futuros de la ciencia ficción. Seguramente si recorriese los mismos temas utilizando personas de mediana edad que trabajasen en oficinas y viviesen en ciudades más o menos grandes mi público sería más amplio.

Tal vez lo haga en algún momento, no se puede negar ninguna posibilidad a esta vida que, sin cambiarnos nunca del todo, cambia cada pocos años; pero lo cierto es que la atracción de lo imaginado, de lo posible, aunque no real, de la prospección del horizonte, es demasiado fuerte en mi corazón de ingeniero retirado como para no zambullirme en lo imaginario.

Mi formación lectora en la adolescencia pasó por los caminos habituales: Verne, Tolkien, Ende; se decantó por las sendas de la ciencia ficción: Asimov, Clarke, Heinlein; para acabar consolidándose en mis autores favoritos: K. LeGuin y Pohl. Mi formación audiovisual además de las tópicas Star Wars y Star Trek, pasó por cosas tan raras como la película antes mencionada y la serie Espacio 1999, la Fuga de Logan, Galáctica (la serie original) e incluso la de marionetas Thunderbirds.

He leído muchas más cosas, claro (podéis buscar mi goodreads para echar un vistazo), incluyendo todo Borges, Cortázar o Rulfo, así como las infinitas series de fantasía habituales (Dragonlance y resto de obras de sus autores, La rueda del tiempo o Canción de fuego y hielo), pero mi rincón de disfrute particular está dentro de una nave de los Heechees o en las gélidas llanuras de Gueden. 

No es algo que haya buscado o escogido racionalmente. Conservo en algunos cajones mis primera obras, comics mal escritos y peor dibujados, de cuando era un crío de escuela y ya estaban llenas de naves espaciales, trajes de astronautas y recónditos asteroides.

Como ya he dicho en un artículo anterior de este mismo blog creo que las literaturas de género (sobre todo las tres que habitualmente se agrupan) comparten el gusto de lo imaginario, de la exploración de lo posible frente la aburrida recreación de lo cotidiano, pero en oposición de lo que se puede leer en algunos cursos o escuelas de escritura, no valoro estos géneros no realistas como alegorías del nuestro, como herramienta que permitan resaltar con mayor fuerza un aspecto de nuestra realidad sobre el que desee hablar. Creo que las historias que se hilvanan con estos géneros tienen valor por sí mismas. De hecho, la escritura alegórica o simbólica me interesa más bien poco. Me parece innecesario, si no se está sometido al escrutinio de una censura institucional, usar esos artificios de codificación. Así que no, no creo que un dragón oculto en una caverna remota, dormitando hambriento sobre un lecho de monedas tenga que ser necesariamente un símil de nuestro devorador sistema capitalista, es más me parece una pérdida de tiempo dar una vuelta tan gigantesca para hablar de los problemas de nuestra sociedad.

La literatura de lo posible tiene la capacidad de mostrarnos alternativas al mundo que vivimos, mostrarnos como un koan zen lo absurdo de nuestras presunciones, ponernos boca abajo y hacer que se caigan de los bolsillos las piedras de nuestros prejuicios y de la cabeza el sombrero de nuestras creencias más arraigadas. Como dije en el ya mencionado artículo de los tres géneros hermanos, es precisamente la ciencia ficción la que tiene como objetivo explorar las consecuencias de un cambio en nuestra realidad, del novum a menudo presentado en el mismo comienzo de la obra y por lo tanto es el género que más me interesa, el que tiene más capacidad, a mi modo de ver, de llevarnos por caminos que no recorremos en nuestro día a día.

Aunque me considero un mero aprendiz, intento seguir ese recorrido y lo hago incluso cuando escribo cuentos o novelas que tengo que clasificar como de fantasía.  Trato estos relatos como mundos divergentes al nuestro por muy pocos elementos raíz y exploro hasta dónde me llevan las consecuencias de este único (o casi único cambio). Así en Cuentos de hierro y pólvora recorro un mundo fantástico dándole forma de colección de cuentos ucrónicos de jonbar fantástico, algo similar a lo que hace P. Djèlí Clark en sus obras (lo hice sin haber leído a este autor y varios años antes de la publicación de El señor de los Djinn). En Aportación personal, y bajo la apariencia de una space opera de corte policial, exploro los temas del control de la opinión pública y el efecto de las inteligencias artificiales generadoras de contenido tendrán en el futuro. Tema, este último, que vuelve a estar presente junto a otros, en el relato que me publicó Supersonic: Maestro de marionetas. El tema de las consecuencias que va a tener el advenimiento próximo de los oráculos de inteligencia artificial vuelve a estar presente en mi obra Virginis 61, mezclado con la Gran Renuncia y la confrontación de transhumanismo frente a dataísmo.

Me gustaría dominar el tercer género hermano, el terror. Me gustaría dominarlo por lo que tiene de poderosa púa para pulsar las cuerdas emocionales, por la fuerza descriptiva de sus textos y la homogeneidad estética, casi poética que sus autores logran en sus obras. No creo que lo logre nunca porque estoy muy alejado de esa pulsión estética, me gusta demasiado la exploración del contenido, del tema, del reto intelectual que conlleva la buena ciencia ficción.

Y, sí, como dije al principio del artículo mi corazón esta lleno de chisporroteo eléctrico y el clink-clank, del servo hidráulico. Soy un friki de lo mecánico y de las naves espaciales. Cuando en una película una nave alza el vuelo con la elegancia imposible del impulsor gravítico, se eleva desde el suelo con la gracilidad de un globo aerostático, ya se ha ganado los latidos de mi bomba circulatoria.

Así que puede decirse que soy un escritor de ciencia ficción que a ratos simula que escribe fantasía cuando se siente lírico y, probablemente, será siempre así. Presentar en forma de narración vívida el enfrentamiento entre varios conceptos, varias visiones y sus repercusiones de materializarse en la realidad me parece la forma más inteligible y hermosa de especular sobre el mundo.


23.10.23

De lobos y dioses: los licateos de Marina Tena

 

Hacía ya tiempo que quería leer algo de Marina Tena Tena, y durante la última Hispacón en Zaragoza me decidí por esta obra editada por Fandom Books. Siendo sincero me costó entender más de la mitad del libro qué es lo que estaba leyendo, no porque la historia sea difícil de entender ni porque esté mal escrita (que no es el caso), sino porque simplemente no acababa de encajar las piezas. 

En la web de la editorial aparece bajo la categoría de Fantasía. En las presentaciones que he visto este año de este libro, también lo presentaban como tal. Sin embargo, lo cierto es que rápidamente te das cuenta de que no encaja exactamente en esa categoría. El género Fantasía actual se centra habitualmente en la maravilla, en el asombro, en hacer que se te abra la boca al contemplar las torres blancas de Góndor, las interminables estepas de hierba alta y venenosa de lejanos y misteriosos parajes del sur remoto, o las olas gigantes y tormentosas de los recónditos mares ocultos del bajomundo. De la mano de la fantasía actual sueles recorrer extensos mundos de horizontes lejanos, hasta llegar a las olvidadas ruinas de ciudades largamente abandonadas donde habitaron los poderosos miembros de razas mágicas desaparecidas. En este libro, sin embargo, el mundo es pequeño, muy pequeño, casi podríamos decir que doméstico, de aldea rural. Aunque hay un viaje de jóvenes, una montaña a la que llegar, unas cavernas que ocultan secretos, bosques donde habitan los miembros ferales de la especie de los protagonistas, todo se siente como cotidiano, cercano, a la vuelta de la esquina.

Pero al mismo tiempo los dioses están constantemente presentes, interfieren en el discurrir de la historia de forma frecuente y definitiva, transformándose en el motor y/o el punto de inflexión de muchos momentos de la trama. Lo hacen además siguiendo un comportamiento algo irracional y arbitrario, como podrían hacer los temperamentales dioses griegos. Esto me hizo pensar en ese género que te dicen siempre en los cursos de escritura que ya no existe: la epopeya. Hay algo de epopeya moderna en este libro, lo que hizo que inicialmente me interesara (me dije: ¿uhm, es posible hacer una epopeya moderna? ¿tiene sentido? ¿no era un género destinado al consumo de las élites guerreras del mundo antiguo? ¿cómo se podría trasladar eso a lo que somos la mayoría: consumidores de casi ninguna importancia real en el mundo pero educados para creerse importantes? Jeje), pero no se trata de eso.

No fue hasta casi el final y tras revisar algunas entrevistas grabadas que le habían hecho a Marina que me di cuenta de qué tenía realmente entre manos (también se explica someramente en los agradecimientos del propio libro que están al final). Este libro es la materialización en modo de novela de la experiencia de una jugadora de rol, concretamente de Mundo de Tinieblas. Me había despistado porque no había leído nunca una novelización de alguien educado en los sistemas de roleo de la época del dominio, casi dictatura, de los juegos de rol narrativos

En realidad crear una novela a partir de una campaña jugada o simplemente a partir de la impronta dejada por los años jugados no es nuevo ni raro. Yo mismo al enfrentarme a las Crónicas de la Dragolance hace ya cuarenta años, me di cuenta de que no eran novelas como las que había leído hasta ese momento, que habría algo de registro, de recuerdo en ellas (aún no sabía de qué porque todavía no había encontrado la caja roja de D&D en ese momento), y de hecho le dije a mi hermana que esta clase de historias la podíamos escribir nosotros (y empezamos a hacerlo a cuatro manos; tal vez alguna vez lo rescate del fondo del cajón y le de nueva forma).

De lobos y dioses es, aparentemente, la transformación en novela de las experiencias de Marina en el complejo trasfondo de Mundo de Tineblas, lo que cuadra con la edad que tiene. Lo que pasa y la escala en la que pasa encaja a la perfección a la experiencia vivida en sesiones de rol. No sé si en sesiones de tablero llenas de dados de diez, o de esas otras en vivo que llegué a ver (ya como viejo veterano de mesa sorprendido por la vitalidad juvenil) en las calles madrileñas de los finales noventa.

Si viviste aquella época y disfrutabas rugiéndole a ventrues o toreadores, te recomiendo este libro; para los que no hayáis llevado nunca en el bolsillo un puñado de dados de diez caras, tan solo deciros que lo intentéis. Merece la pena.

12.10.23

Una conferencia y dos novelas de Ian McEwan

 

Una amalgama no es lo mismo que una aleación. O, tal vez depende del contexto. Si busco en la RAE dice:

amalgama

Del b. lat. amalgama.

1. f. Unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta.

2. f. Quím. Aleación de mercurio con otro u otros metales, como oro, plata, etc., generalmente sólida o casi líquida.

¿Entonces una aleación de mercurio sí es una amalgama? En la wikipedia hay más detalles aún:

El término amalgama puede referirse, en esta enciclopedia:

* en la gramática, es una forma coloquial o metafórica de referirse a cualquier mezcla, ya sea de cosas o de personas (por ejemplo, una coalición o un mestizaje).

* en la química, es la mezcla homogénea de dos o más metales, aunque en la mayor parte de los casos se denomina aleación (ejemplo típico de la disolución de un sólido en sólido), especialmente cuando uno de los metales es el elemento mercurio (en condiciones normales, en estado líquido).

y unos cuantos usos más... Yo siempre había imaginado la amalgama como una mezcla de cosas, a menudo contradictorios (primera acepción), que en general resultaba mal ligada, frágil, incluso quebradizo. Mientras que en mi cabeza una aleación era una mezcla de productos que generan un material más útil, superior, más resistente (como el bronce o el acero).

Me acerqué a este autor porque me topé con una conferencia o mini-ensayo titulado El espacio de la imaginación. Al leer este ensayo me sentí no solo muy identificado, sino interesado. Sobre todo su idea (sacada de Orwell), de que la buena literatura tiene que aposentarse en el detalle cotidiano de la vida diaria. Os recomiendo leer o escuchar este mini-ensayo. 

Conmovido por esta conferencia me puse a revisar la obra del autor y escogí (claro), Máquinas como yo, que parecía tratar de IA y que, con un poco de suerte, sería una obra de ciencia ficción. Nada más empezar me encontré, aparentemente, con una ucronía en la que el punto Jonbar, surgía en la decisión de Alan Turing de no suicidarse. Wow. No había más remedio que leerla entera con ese planteamiento.

Lamentablemente no se trata de una ucronía en realidad. Para empezar esa única modificación en el devenir de la historia no parece suficiente (por genial que consideremos a Turing) para generar un adelanto de casi un siglo en el desarrollo del objeto diferencial principal de la obra (un humanoide artificial que, aparentemente, es una AGI). Estamos todavía a bastantes décadas de distancia de tal logro (por prometedores y listos que parezcan los nuevos chat bots, o los LLMs, si preferís) y una única persona no puede abarcar el enorme conjunto de campos tecnológicos necesarios para adelantar en cien años (o más) un avance tal. Un humanoide dotado de AGI no solo requiere una mejora sofisticada de la ciencia cognitiva o computacional (algo que puedo aceptar que Turing hubiese impulsado), sino que quiere increíbles mejoras en miniaturización de electrónica, baterías, sensores, visión artificial, motores, ciencia de los materiales, etc. 

El autor intenta justificar todo ese cambio a través de una suerte de novum central muy acertado: la resolución por parte de Turing del problema de P vs NP. Personalmente sospecho que P vs NP es indemostrable, pero me parece que aportar por su solución como novum de una novela de ciencia ficción de corte social es un enorme acierto. El problema es que esta novela no es una novela de ciencia ficción, como lo entiendo yo, es decir, no parte del novum (en este caso la resolución del P vs NP) y va mostrando la consecuencias de tal mejora o descubrimiento. Tampoco es una ucronía pura, en lugar de centrarse en un punto Jonbar (un Alan Turing vivo y activo), para desarrollar sus consecuencias, usa muchos puntos Jonbar diferentes (Alan Turing vivo, unos Beatles que no se separan, una guerra de las Malvinas que pierden los ingleses y un montón más), para seleccionar una Inglaterra pasada alternativa, como si se tratase de una obra de retrofuturismo, un país imaginable que el autor decide usar como escenario de su novela más como un escenario que le apetece usar que como una especulación en tono de ciencia ficción a partir de elementos diferenciales.

Esta arbitrariedad para mí debilita mucho la obra. La transforma en una amalgama endeble, en lugar de la aleación que entiendo que sugiere Orwell en el ensayo que da pie al ensayo de Ian McEwan. En lugar de canalizar el tema y el novum a través de lo cotidiano, esta obra crea un escenario de elecciones arbitrarias para mostrar una alegoría que se debilita, una historia que probablemente estaría mejor contada en forma de novela realista. En lugar de tener una obra especulativa más o menos rigurosa, nos encontramos con un escenario difícilmente creíble que funciona como alegoría de la situación del Reino Unido de nuestros días, y, para mí, una potencial obra de ciencia ficción interesante (aunque muchos de los temas con los que ensaya el autor ya había sido visitado mucho antes por otros autores), en una reflexión totalmente anglocéntrica que no me puede interesar menos.

Como me gusta darle varias oportunidades a todos los autores, me he leído después Ámsterdam, del mismo autor. Esta novela no pretende ser de ciencia ficción y se nota que el autor está mucho más cómodo, se maneja estupendamente con las herramientas que decide usar y acaba siendo una lectura bastante recomendable, excepto el final que no me ha gustado nada: me ha parecido forzado y artificioso. 

Eso sí, de nuevo es una novela totalmente anglocéntrica.

5.10.23

Rebelión roja de Lucía G. Sobrado y Cristina Prieto Solano

Cristina Prieto (Nana Literaria) tiene presencia habitual en Instagram que ahora que he huido de la red social del plutócrata es mi red social más habitual. Así que tenía ganas de leer algo suyo. Escogí esta novela porque por la clasificación de la editorial (cuyas portadas siempre me hacen pensar en romántica) y tipografía escogida en la portada pensé que al menos se trataría de space opera (aunque sin perder la esperanza de encontrarme con una obra de ciencia ficción; tal vez no de novum, pero...).

Bastante pronto resulta evidente que la obra no solo no es una obra cienciaficcionaria en el sentido de especulación a través de novum, sino que tampoco se sostiene demasiado como ópera espacial: no hay casi ninguna mención a los retardos de comunicaciones, ni a las diferencias de gravedad entre la Tierra y Marte (ni cuando la terrícola va a Marte ni cuando el marciano pasa un tiempo en la tierra). 

Se sitúa la acción en un futuro en una fecha indeterminada de naturaleza distópica bastante convencional, con una tierra agotada, contaminada de forma exagerada, con cielos pardos dónde cae ceniza y órbitas repletas de chatarra espacial. O sea, un futuro que parece sacado de la película Wall-E, un mad max urbano, las metrópolis de juez Dredd o la serie de mangas Alita Ángel de Combate. Sin embargo en esta situación tan extrema y desesperada (como en otras muchas ocasiones se recurre como prueba de la gravedad de las circunstancias a una carencia exacerbada del agua) la protagonista (a penas una adolescente), dispone de una nave interplanetaria para comerciar entre los dos planetas. Un particular, con una nave remendada, una piloto que no llega a los veinte años con apenas agua para lavarse, cruza los más de 200 millones de kilómetros entre un planeta y otro varias veces al año para ganar algo de dinero como para sobrevivir ella misma y ¿alimentar a su familia?

Esto... Solo para despegar de la Tierra te hace falta una cantidad ingente de recursos, combustible, propelentes, aire respirable, etc... no es un proyecto barato y mucho menos para un particular. Podemos imaginar escenarios de futuros alejados o de distancia media en el tiempo, en donde se haya generalizado el uso de un ascensor espacial, o alguna clase de catapulta electromagnética, como para hacer de los viajes espaciales un asunto barato. Incluso podríamos imaginar un escenario distópico en los que la sociedad terrestre haya colapsado por completo y haya dejado atrás infraestructuras abandonadas pero aún funcionales, de forma que nuestra protagonista tenga la suerte de vivir justo a la sombra del ascensor espacial o de las catapultas de riel; podemos imaginar así una joven casi adolescente que se presta en misiones suicidas para ser literalmente lanzada al espacio y conducir viejas y poco fiables cápsulas cuyo funcionamiento casi nadie entiende (me viene a la memoria el maravilloso Pórtico de Pohl, que en el fondo no está tan alejado de todo este escenario); podríamos imaginar todo eso como explicación, pero lo cierto es que las autoras no cuentan nada que nos haga pensar en todo eso. Hablan de combustible y de pilas de energía. Nada más.

Lo mejor es asumir cuanto antes de que no estamos ante una obra de ciencia ficción más allá de la parte formal de que hay naves y parte de la acción ocurre en Marte en un supuesto futuro. ¿Qué nos queda entonces? Nos queda una peripecia de dos jóvenes que se ven arrojados a una revuelta colonial marciana y que se sienten atraídos el uno por el otro aunque sean, supuestamente, muy diferentes. O sea, un peli de acción del tipo 'Total recall' y una novela romántica.

He de reconocer que me costó bastante avanzar por los primeros capítulos hasta darme cuenta de que mi problema estaba en los dos narradores: dos primeras de presente pero que no son de acción, sino que a ratos parecen terceras de pasado reflexivos, con comentarios sobre sentimientos y demás. Me he descargado varios fragmentos de novelas románticas de las más vendidas en Amazon y me he encontrado con el mismo tipo de narrador. A mí me chirría, pero entiendo que es habitual en el género. Una vez superada la disonancia con los narradores, la novela se lee bien, aunque se me ha hecho algo larga y la verdad es que la historia no me ha interesado. 

Pero no soy lector de romántica, así que no me atrevo a calificar esta novela.

Me interesa más la extrañeza de encontrarme con un mundo fuertemente distópico (en la Tierra descrita no podría cultivarse, habría millones de muertos de hambre, guerras constantes a lo mad max, etc...) al tiempo que las autoras me cuentan una historia de protagonistas jovencísimos que incluso disponen de una nave interplanetaria y capacidad de actuar de manera más o menos directa en la Historia con H mayúscula. Algo que he encontrado en otras obras de autores de más o menos la misma edad (me viene a la memoria Isla de Eva Duncan (1990) o Último tren a la Tierra de Irene Robles (1992) y que me produce un contraste extremo al enfrentarlo en mi mente con obras como la mencionada Pórtico de Pohl (1919) o La parábola del sembrador de Butler (1947). Como Gen X que se crio con los horrores distópicos de películas de los sesenta y setenta (cosas como Naves Misteriosas), que a su vez nacieron de las novelillas postatómicas y de mutantes de los cincuenta, la idea de que el mundo pueda descender a ese nivel de degradación y al tiempo haya espacio para el 'emprendimiento personal' me resulta imposible de creer.