29.10.23
¿Por qué suelo hacer el nanowrimo?
26.10.23
Esos libros de los que merece la pena hablar
He dicho muchas veces que soy un escritor de fantasía y ciencia ficción, y por el número de mini reseñas que suelo subir a este blog queda claro que soy un lector de los mismos géneros, pero también queda claro que no soy un booksgramer o como quiera que se llame. No soy un reseñador, ni un articulista. Si lo fuese mis reseñas serían mucho más detalladas, bonitas y entretenidas. La verdad es que no tengo vocación ni de periodista, ni de blogero. Por otra parte, hay muchos libros de los que siempre hablo cuando surge la conversación y sobre los que no he hecho nunca un artículo. Va siendo hora.
Esta lista de libros tiene que
ver, más que con mis gustos personales, con aquellos libros que de alguna
manera me han ido marcando como escritor. Además, voy a intentar no hablar de
ningún libro ultra conocido que para eso ya hay mil artículos que podéis
encontrar por la red. Ah, y solo hablaré de ciencia ficción.
Veamos unos cuantos:
Ciudad permutación:
Ciudad permutación es un libro de
Greg Egan, publicado en 1994, y ganador del Premio John W. Campbell Memorial.
El libro me parece un ejemplo casi perfecto de ciencia ficción de novum no
tecnológico ni científico, ya que el núcleo del libro es una idea filosófica
que en realidad la he visto en boca de muchas personas, aunque con formas
ligeramente diferentes: la idea de que la consciencia es una continuidad y que
como tal es impensable que pueda simplemente interrumpirse. Una de las personas
a la que la escuché defender esta postura (para mi sorpresa) fue mi querida Ana
María Matute, que en uno de estos programas pseudointelectuales que había
antiguamente en la tele e interrogada por la vida después de la muerte, dijo
que evidentemente algo debía de existir más allá de la vida, ya que algo tan ‘sustancial’
como la consciencia no podía simplemente desaparecer sin más. El razonamiento
es una falacia, claro, y la propia sustancialidad de la consciencia es más que discutible
(yo no creo en ella, igual que no creo en el libre albedrío o en el alma), pero
Greg Egan logra montar un discurso muy bien articulado en torno a esa idea,
introduce además mi tema preferido (el de la identidad) y lo transforma en un novum
sobre el que montar una novela excelente que explora las conclusiones de esa aproximación
filosófica y sus límites.
Un libro muy recomendable.
El crisol del tiempo:
Resulta muy difícil encontrar
aliens que verdaderamente lo parezcan. Los de K. LeGuin, por poner un ejemplo
de autora que no podemos considerar sospechosa de ser descuidada, son todos
humanos. Asimov tiene algunos ejemplos de los que no voy a hablar porque son
sobradamente conocidos, pero son pocos. La mayor parte de sus libros están
protagonizados por humanos y los que no por robots que intentan serlo. Incluso
K. Dick, que a menudo recorre en sus obras concepto tan raros que podríamos
achacarlos a influencias lisérgicas, casi siempre usa humanos como protagonistas.
Tan solo recuerdo el extraño mutante de ‘El hombre oro’ como ejemplo de rareza
inhumana central. Incluso un autor como Andy Weir, que tiende a ser muy
estricto en lo científico, al recurrir a un visitante alien en su Proyecto Hail
Mary, nos pinta a un ser que morfológicamente no es en absoluto humano y que,
sin embargo, una vez superado la barrera de comunicación parece uno bastante
afable. Por eso recorrer la historia de una civilización de plantas móviles, capaces
de automodificarse mediante injertos, a lo largo de una historia de pesadilla me
parece una experiencia que es mejor no perderse. John Brunner, ganador de un Hugo,
aunque no por esta obra, nos trae una delicia en forma de obra de ciencia
ficción que en realidad no podemos considerar de novum, sino más bien de esa
categoría de obras que recorren mundos posibles, creíbles, y nos ayudan a
distanciarnos de las presunciones que hacemos sobre el nuestro.
La señora de los laberintos:
Este libro de Karl Schroeder es
en realidad varios libros. Aunque está redactado como una novela con un hilo
único, en realidad toca tantos palos, en tantos escenarios diferentes y en tantas
fases sucesivas que bien podría haber sido un fixup. El libro se publicó en
2014 y creo que no ganó ninguno de los premios del género, aunque su autor sí
lo hizo con la secuela de este escenario (que escribió antes). En realidad, La
señora de los laberintos funciona casi como precuela del libro anterior Ventus.
Hay tantas cosas incluidas en este libro que nos muestra un futuro remoto en
los que los humanos siguen existiendo y viven tan bien como quieren (pero que
ya no son los actores relevantes de la historia, tras haber cedido ese lugar a
los transhumanos y a algunas IAs), que ni siquiera voy a intentar listarlas todas,
pero sí mencionar un par de ellas.
La primera reflexión que propone
el autor es si la humanidad cuando alcance un nivel de desarrollo tecnológico
que le permita hacer cualquier cosa (en el libro una suerte de poderes parecidos
a los del Planeta prohibido, mediante la convivencia constante con nanobots omnipresentes),
evolucionará a algo nuevo o preferirá retrotraerse a escenarios tecnológicos
más simples y comprensibles.
La segunda versa sobre si no
resultará evidente nuestra falta de originalidad y de unicidad cuando la
población humana supere con creces los millones de billones. Esta segunda
reflexión me parece increíblemente bien mostrada.
El libro tal vez peca de ambición
porque hay demasiadas reflexiones y propuestas amalgamadas a lo largo de sus hojas,
pero aún así es un libro muy recomendable.
La velocidad de la oscuridad:
Elizabeth Moon ganó el Nébula del
2004 con esta deliciosa novela que fundamentalmente habla del autismo. Conforma
así una novela de ciencia ficción descriptiva, llevándonos de la mano a hasta
intentar asomarnos a una mente humana no normativa, a sus deseos y sus
razonamientos. Ya solo por esa parte descriptiva merece la pena no perderse
este libro, pero es que hacia el final de la obra la autora introduce un novum
que se articula hacia el tema de la identidad y de la continuidad del yo. Temas
que como ya he dicho muchas veces son mis favoritos.
Sin duda esta es otra obra que
harías bien en leer.
Y creo que por hoy ya he hablado
suficiente. Como podéis ver hay muchas obras que merecen la pena fuera de los autores
más conocidos y clásicos, muchas de las cuales ni siquiera han ganado un premio
de prestigio y que merecen mucho la pena leer. Aún estoy buscando obras que me
impacten de forma similar entre las escritas por españoles, novelas que me
dejen pensando o que sacudan sustancialmente mis ideas. La que más se ha
acercado a lograrlo ha sido Jinetes de la tormenta, de Javier Castañeda de la
Torre; un autor, por cierto, que he tenido la suerte de conocerlo en persona mucho
después de leer su obra.
En otro artículo hablaremos de
otras obras que me han resultado muy interesante, tal vez de lo escrito en
lengua española o tal vez de autores mucho más conocidos como China Melville, o
Paolo Bacigalupi.
25.10.23
Tras una estela de iones imaginados
Soy un escritor de fantasía y de ciencia ficción. O al menos eso digo habitualmente. Incluso voy más allá de decirlo, hago como que es verdad: escribo cuentos y novelas cortas de fantasía, los envío a antologías y convocatorias abiertas, llego, por mantener este simulacro, a ganar o quedar finalista de algunas de esas convocatorias. No es mala mascarada, pero en el fondo de mi corazón solo hay pistones, válvulas de vacío y chisporroteo eléctrico.
Ya he explicado en un artículo anterior, que una de las películas que más me impactó siendo pequeño (la película es del 72, dos años tendría cuando la rodaron, aunque la vi mucho después seguramente a principio de los ochenta) fue Naves misteriosas (Silent Running). Este tipo de historias, personales, con pocos personajes, con toques de mensaje político (ecologista en este caso), capacidad de autosacrificio y una pizca de sensación de eternidad siguen siendo el núcleo duro de mis preferencias. Cuando escribo a menudo me encuentro explorando estos mismos caminos.
Sin embargo, cabe preguntarse porqué explorar estos temas, que tendrían perfectamente cabida en obras de literatura contemporánea, realista o como queráis llamarla, mediante el artificio de la exploración de posibles futuros de la ciencia ficción. Seguramente si recorriese los mismos temas utilizando personas de mediana edad que trabajasen en oficinas y viviesen en ciudades más o menos grandes mi público sería más amplio.
Tal vez lo haga en algún momento, no se puede negar ninguna posibilidad a esta vida que, sin cambiarnos nunca del todo, cambia cada pocos años; pero lo cierto es que la atracción de lo imaginado, de lo posible, aunque no real, de la prospección del horizonte, es demasiado fuerte en mi corazón de ingeniero retirado como para no zambullirme en lo imaginario.
Mi formación lectora en la adolescencia pasó por los caminos habituales: Verne, Tolkien, Ende; se decantó por las sendas de la ciencia ficción: Asimov, Clarke, Heinlein; para acabar consolidándose en mis autores favoritos: K. LeGuin y Pohl. Mi formación audiovisual además de las tópicas Star Wars y Star Trek, pasó por cosas tan raras como la película antes mencionada y la serie Espacio 1999, la Fuga de Logan, Galáctica (la serie original) e incluso la de marionetas Thunderbirds.
He leído muchas más cosas, claro (podéis buscar mi goodreads para echar un vistazo), incluyendo todo Borges, Cortázar o Rulfo, así como las infinitas series de fantasía habituales (Dragonlance y resto de obras de sus autores, La rueda del tiempo o Canción de fuego y hielo), pero mi rincón de disfrute particular está dentro de una nave de los Heechees o en las gélidas llanuras de Gueden.
No es algo que haya buscado o escogido racionalmente. Conservo en algunos cajones mis primera obras, comics mal escritos y peor dibujados, de cuando era un crío de escuela y ya estaban llenas de naves espaciales, trajes de astronautas y recónditos asteroides.
Como ya he dicho en un artículo anterior de este mismo blog creo que las literaturas de género (sobre todo las tres que habitualmente se agrupan) comparten el gusto de lo imaginario, de la exploración de lo posible frente la aburrida recreación de lo cotidiano, pero en oposición de lo que se puede leer en algunos cursos o escuelas de escritura, no valoro estos géneros no realistas como alegorías del nuestro, como herramienta que permitan resaltar con mayor fuerza un aspecto de nuestra realidad sobre el que desee hablar. Creo que las historias que se hilvanan con estos géneros tienen valor por sí mismas. De hecho, la escritura alegórica o simbólica me interesa más bien poco. Me parece innecesario, si no se está sometido al escrutinio de una censura institucional, usar esos artificios de codificación. Así que no, no creo que un dragón oculto en una caverna remota, dormitando hambriento sobre un lecho de monedas tenga que ser necesariamente un símil de nuestro devorador sistema capitalista, es más me parece una pérdida de tiempo dar una vuelta tan gigantesca para hablar de los problemas de nuestra sociedad.
La literatura de lo posible tiene la capacidad de mostrarnos alternativas al mundo que vivimos, mostrarnos como un koan zen lo absurdo de nuestras presunciones, ponernos boca abajo y hacer que se caigan de los bolsillos las piedras de nuestros prejuicios y de la cabeza el sombrero de nuestras creencias más arraigadas. Como dije en el ya mencionado artículo de los tres géneros hermanos, es precisamente la ciencia ficción la que tiene como objetivo explorar las consecuencias de un cambio en nuestra realidad, del novum a menudo presentado en el mismo comienzo de la obra y por lo tanto es el género que más me interesa, el que tiene más capacidad, a mi modo de ver, de llevarnos por caminos que no recorremos en nuestro día a día.
Aunque me considero un mero aprendiz, intento seguir ese recorrido y lo hago incluso cuando escribo cuentos o novelas que tengo que clasificar como de fantasía. Trato estos relatos como mundos divergentes al nuestro por muy pocos elementos raíz y exploro hasta dónde me llevan las consecuencias de este único (o casi único cambio). Así en Cuentos de hierro y pólvora recorro un mundo fantástico dándole forma de colección de cuentos ucrónicos de jonbar fantástico, algo similar a lo que hace P. Djèlí Clark en sus obras (lo hice sin haber leído a este autor y varios años antes de la publicación de El señor de los Djinn). En Aportación personal, y bajo la apariencia de una space opera de corte policial, exploro los temas del control de la opinión pública y el efecto de las inteligencias artificiales generadoras de contenido tendrán en el futuro. Tema, este último, que vuelve a estar presente junto a otros, en el relato que me publicó Supersonic: Maestro de marionetas. El tema de las consecuencias que va a tener el advenimiento próximo de los oráculos de inteligencia artificial vuelve a estar presente en mi obra Virginis 61, mezclado con la Gran Renuncia y la confrontación de transhumanismo frente a dataísmo.
Me gustaría dominar el tercer género hermano, el terror. Me gustaría dominarlo por lo que tiene de poderosa púa para pulsar las cuerdas emocionales, por la fuerza descriptiva de sus textos y la homogeneidad estética, casi poética que sus autores logran en sus obras. No creo que lo logre nunca porque estoy muy alejado de esa pulsión estética, me gusta demasiado la exploración del contenido, del tema, del reto intelectual que conlleva la buena ciencia ficción.
Y, sí, como dije al principio del artículo mi corazón esta lleno de chisporroteo eléctrico y el clink-clank, del servo hidráulico. Soy un friki de lo mecánico y de las naves espaciales. Cuando en una película una nave alza el vuelo con la elegancia imposible del impulsor gravítico, se eleva desde el suelo con la gracilidad de un globo aerostático, ya se ha ganado los latidos de mi bomba circulatoria.
Así que puede decirse que soy un escritor de ciencia ficción que a ratos simula que escribe fantasía cuando se siente lírico y, probablemente, será siempre así. Presentar en forma de narración vívida el enfrentamiento entre varios conceptos, varias visiones y sus repercusiones de materializarse en la realidad me parece la forma más inteligible y hermosa de especular sobre el mundo.
23.10.23
De lobos y dioses: los licateos de Marina Tena
12.10.23
Una conferencia y dos novelas de Ian McEwan
amalgama
Del b. lat. amalgama.
1. f. Unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta.
2. f. Quím. Aleación de mercurio con otro u otros metales, como oro, plata, etc., generalmente sólida o casi líquida.
¿Entonces una aleación de mercurio sí es una amalgama? En la wikipedia hay más detalles aún:
El término amalgama puede referirse, en esta enciclopedia:
* en la gramática, es una forma coloquial o metafórica de referirse a cualquier mezcla, ya sea de cosas o de personas (por ejemplo, una coalición o un mestizaje).
* en la química, es la mezcla homogénea de dos o más metales, aunque en la mayor parte de los casos se denomina aleación (ejemplo típico de la disolución de un sólido en sólido), especialmente cuando uno de los metales es el elemento mercurio (en condiciones normales, en estado líquido).
y unos cuantos usos más... Yo siempre había imaginado la amalgama como una mezcla de cosas, a menudo contradictorios (primera acepción), que en general resultaba mal ligada, frágil, incluso quebradizo. Mientras que en mi cabeza una aleación era una mezcla de productos que generan un material más útil, superior, más resistente (como el bronce o el acero).
Me acerqué a este autor porque me topé con una conferencia o mini-ensayo titulado El espacio de la imaginación. Al leer este ensayo me sentí no solo muy identificado, sino interesado. Sobre todo su idea (sacada de Orwell), de que la buena literatura tiene que aposentarse en el detalle cotidiano de la vida diaria. Os recomiendo leer o escuchar este mini-ensayo.
Conmovido por esta conferencia me puse a revisar la obra del autor y escogí (claro), Máquinas como yo, que parecía tratar de IA y que, con un poco de suerte, sería una obra de ciencia ficción. Nada más empezar me encontré, aparentemente, con una ucronía en la que el punto Jonbar, surgía en la decisión de Alan Turing de no suicidarse. Wow. No había más remedio que leerla entera con ese planteamiento.
Lamentablemente no se trata de una ucronía en realidad. Para empezar esa única modificación en el devenir de la historia no parece suficiente (por genial que consideremos a Turing) para generar un adelanto de casi un siglo en el desarrollo del objeto diferencial principal de la obra (un humanoide artificial que, aparentemente, es una AGI). Estamos todavía a bastantes décadas de distancia de tal logro (por prometedores y listos que parezcan los nuevos chat bots, o los LLMs, si preferís) y una única persona no puede abarcar el enorme conjunto de campos tecnológicos necesarios para adelantar en cien años (o más) un avance tal. Un humanoide dotado de AGI no solo requiere una mejora sofisticada de la ciencia cognitiva o computacional (algo que puedo aceptar que Turing hubiese impulsado), sino que quiere increíbles mejoras en miniaturización de electrónica, baterías, sensores, visión artificial, motores, ciencia de los materiales, etc.
El autor intenta justificar todo ese cambio a través de una suerte de novum central muy acertado: la resolución por parte de Turing del problema de P vs NP. Personalmente sospecho que P vs NP es indemostrable, pero me parece que aportar por su solución como novum de una novela de ciencia ficción de corte social es un enorme acierto. El problema es que esta novela no es una novela de ciencia ficción, como lo entiendo yo, es decir, no parte del novum (en este caso la resolución del P vs NP) y va mostrando la consecuencias de tal mejora o descubrimiento. Tampoco es una ucronía pura, en lugar de centrarse en un punto Jonbar (un Alan Turing vivo y activo), para desarrollar sus consecuencias, usa muchos puntos Jonbar diferentes (Alan Turing vivo, unos Beatles que no se separan, una guerra de las Malvinas que pierden los ingleses y un montón más), para seleccionar una Inglaterra pasada alternativa, como si se tratase de una obra de retrofuturismo, un país imaginable que el autor decide usar como escenario de su novela más como un escenario que le apetece usar que como una especulación en tono de ciencia ficción a partir de elementos diferenciales.
Esta arbitrariedad para mí debilita mucho la obra. La transforma en una amalgama endeble, en lugar de la aleación que entiendo que sugiere Orwell en el ensayo que da pie al ensayo de Ian McEwan. En lugar de canalizar el tema y el novum a través de lo cotidiano, esta obra crea un escenario de elecciones arbitrarias para mostrar una alegoría que se debilita, una historia que probablemente estaría mejor contada en forma de novela realista. En lugar de tener una obra especulativa más o menos rigurosa, nos encontramos con un escenario difícilmente creíble que funciona como alegoría de la situación del Reino Unido de nuestros días, y, para mí, una potencial obra de ciencia ficción interesante (aunque muchos de los temas con los que ensaya el autor ya había sido visitado mucho antes por otros autores), en una reflexión totalmente anglocéntrica que no me puede interesar menos.
Como me gusta darle varias oportunidades a todos los autores, me he leído después Ámsterdam, del mismo autor. Esta novela no pretende ser de ciencia ficción y se nota que el autor está mucho más cómodo, se maneja estupendamente con las herramientas que decide usar y acaba siendo una lectura bastante recomendable, excepto el final que no me ha gustado nada: me ha parecido forzado y artificioso.
Eso sí, de nuevo es una novela totalmente anglocéntrica.