27.11.23

Varias lecturas

Recientemente he terminado tres libros muy diferentes pero que prefiero comentar juntos para dedicar un poco más de tiempo al final del nanowrimo.

Empecemos por Las diez mil puertas de Enero. Para ser totalmente sinceros, jamás hubiese comprado un libro con esta portada. Se ha puesto de moda este tipo de portadas como de inspiración en el siglo XIX, a veces incluso con los dorados que tenían en esa época. Estéticamente están como en el polo opuesto de mis gustos, que se acercan mucho más al minimalismo que a esta nostalgia del barroquismo industrial de Alfons Mucha. A nivel de idea el retorno al XIX literario o incluso el gusto por el Barroco como idea, me espanta. Finalmente la querencia por el objeto frente al personaje, a la flor o el miriñaque, que es habitual también en este tipo de portadas también me hace huir. Finalmente muchas de estas portadas me hacen pensar en la policromía abusiva que durante años han sido habitual en el mercado anglosajón frente a la habitual simplicidad y sobriedad tradicional del mercado hispano, lo que también me toca las narices.

La cosa es que David Mancera me mostró varios cuentos de Alix E. Harrow que no solo funcionaban muy bien, sino que me llegaron y acabé comprando este libro que es el que me pareció más interesante de los que encontré de la autora. He tardado mucho en terminarlo pero por motivos puramente prácticos, concretos, del formato en el que lo he estado leyendo (un kindle que he llevado muy poco conmigo) no por la obra en sí.

La obra me ha gustado mucho, aunque al principio la idea de leerme una historia de lo que parecía la enésima niña rica con perro me espantó un poco. Lo mejor de todo es encontrarme con una obra de fantasía que sí que parece entender que la magia no tiene porqué parecer ciencia, que no es necesario montarse una suerte de hechicería reglada (que acaba siendo incoherente) a los Sanderson. Este libro contiene auténtica magia que se siente como tal. No os la perdáis.

La estructura no me ha acabado de convencer, sobre todo al final, en la que la historia parece terminar más por agotamiento que por auténtica resolución y cuyo final me ha dejado un poco frío, por lo demás es un libro que recomiendo leer.


No había leído nada de Muñoz Molina hasta ahora, aunque había oído hablar mucho de él. Este es mi primer intento y la verdad es que, por mucho que es un libro al que no se le puede poner ni un pero a nivel de técnica literaria, no me ha interesado nada. 

Me ha recordado mucho a los de Javier Marías, supongo que porque el protagonista principal es el p*** Barrio de Salamanca, perdón, quiero decir un p*** de m*****, perdón, quiero decir esa clase social madrileña que dice que ser clase media pero que desde el punto de vista de la mayoría del país son ricachones favorecidos y al tiempo casposos, esa clase social, que tan bien representan las gobernantes madrileñas comenzando por la Espe de antaño y terminando por la ayusil española de bien actual; esa clase social, que piensa que Egpaña es Madriz, porque los madriles son el p*** Barrio de Salamanca y lo único que importa de Egpaña; esa clase social que hace que muchos en el resto del país suframos cuando tenemos que trabajar en aquellas oficinas llenas de p***s de m*****, niños de según que papá, que se han criado en no se qué colegios privados o privados pero pagados por todos gracias a las ya mencionadas gobernantes madrileñas y han jugado ar furbito los unos con los otros y no con esos inmigrantes que llenan los colegios públicos de verdad, esos pijos que se han criado en las calles de Madriz que importan y no en esas que hacen de Madrid una ciudad extranjera, como llega a decir el autor. Esa clase social que hace que en muchas partes se piense que los madrileños son unos siesos y que hace que muchos en España estemos deseando salirnos del país con tal de apartarse de tan casposa capital.

Lo dicho. El libro mezcla dos historias en la cual una no sé que pinta y la otra es una historia de amor cobarde de un niño pijo que se enamora de una pelirroja poco creíble (pelirrojas de ojos azul grisáceo hay pocas), que parece funcionar más como fantasía que como personaje real. Una excusa para hablar de la época, la clase y una de las obsesiones de esa clase social que he observado en persona y que no deja de sorprenderme: todo lo de USA es mejor. Lo que es completamente falso: he tratado con muchos americanos en mi vida laboral, americanos educados en las mejores universidad y a parte de un desorbitado y absurdo orgullo personal y nacional no tienen nada que debamos envidiarles, ni formación ni profesionalidad ni nada. La verdad no entiendo que alguien de Úbeda se dedique a hablar de los señoritos del Barrio de Salamanca que ya tienen sus propios escritores y no son precisamente una clase social que necesite más defensores.

Por resumir: la escritura bien, a ratos muy bien; la historia no me interesa, no me ha dicho nada; los personajes, ya he dicho bastante. 

Compré esta antología porque durante el 42 hubo una Shirleycon, una mañana dedicada exclusivamente a esta autora y durante una de las conferencias una de las autoras invitadas habló con tal fervor del relato titulado La muela, que no me quedaba otra que leerlo, a pesar de que lo poco que había leído de la autora (sobre todo las mil veces que he leído La lotería que aparece todo el tiempo como ejemplo en cursos y libros), me había dejado indiferente.

Con esta colección me ha vuelto a pasar lo mismo. En general el terror, o la literatura de lo inquietante, no me suele llegar y en concreto el cuento central de esta antología, la ya mencionada La lotería, me interesa más por las desaforadas reacciones que produjo (y parece que produce) que por el relato en sí. Pero mejor revisemos los cuentos uno a uno y luego volvamos a lo que parece unirlos, así como la razón para mi indiferencia ante ellos.

El primero es El amante demoníaco, en el que una mujer sale a buscar al hombre con el que dice que se va a casar, o que le ha dicho que se va a casar con ella, pero no lo encuentra en ninguna parte. Todo el cuento está narrado en un tono surrealista, un poco como de realismo mágico, y al poco de empezar a leer parece que es sobre todo una especie de alegoría sobre los hombres que se aprovechan de las mujeres, que les prometen cosas sin cumplirlas, que se acuestan con ellas y huyen. No sé dónde está lo inquietante de esta historia a no ser que te asuste la idea de que haya hombres que prometen hasta que meten. Tal vez en los cincuenta esa idea pudiese dar miedo, no sé.

El segundo es La bruja: de nuevo con el mismo tono surrealista, una historia que parece ir del espanto que produce en una madre el que su hijo pueda crecer y transformarse en un hombre que se comporte de manera misógina, que pueda llegar a ser cruel con las mujeres, machista y demás. Me ocurre lo mismo que con el anterior, me tengo que preguntar si no hay que ser muy inocente como para que tal posibilidad pueda resultar inquietante.

El tercero, Después de usted, mi querido Alphonse, parece tratar más o menos de lo mismo, de una madre asustada porque su hijo masculino está creciendo y parece estar desarrollando capacidad para la brutalidad. En este caso no hay machismo ni misógina en concreto, sino tan solo tendencia al salvajismo sin más. Como en las ocasiones anteriores tienes que tener una intensa fe en que el mundo es ordenado y amable, para que tal posibilidad sea inquietante.

El cuarto, Charles, vuelve a incidir en la misma idea: un niño entra en la escuela y resulta que se despierta en él la vena del abusón de colegio, y no solo eso, sino que engaña a su familia hablando de lo que hace el abusón del colegio como si fuese otro.

El quinto, Siete tipos de ambigüedad, de nuevo, en tono un poco surrealista, nos muestra un ejemplo de alguien que se porta bien con otra persona y la otra persona cuando tiene una mínima oportunidad es malvado con él, por un egoísmo que ni siquiera proviene una necesidad real, un egoísmo que es casi gratuito.

El sexto, La muela, me parece el más interesante del libro, aunque sea un relato puramente alegórico, simbólico incluso. Una mujer que se ha casado con un hombre al que no quiere, dice ir a otra ciudad a que le saquen una muela. En realidad mediante alegorías la autora está narrando un proceso en el que una esposa está abandonando a su marido o se está divorciando de él y acaba con otro hombre, aunque tampoco parece que se esté uniendo a él por que lo desee realmente, sino más bien porque las cosas para las mujeres son así en esa época. Como he dicho es un relato interesante, aunque no entiendo la necesidad de usar el lenguaje metafórico, ni andar hablando de la muela o el dentista para algo que es la historia de una mujer que desea ser ella misma sin nadie a su lado y que llevada por ese deseo huye de un marido al que no ama para caer en brazos de un amante que tampoco parece significar nada para ella.

El séptimo, La lotería, es sobradamente conocido y si no lo habéis leído buscadlo y leedlo pues es ultrafamoso.

Como he dicho en todos los casos, y particularmente en el último cuento, el más comentado, la inquietud procede, aparentemente, de enfrentarse al horror de que el mundo no es amable, estable y/o confiable. Esa idea no me produce inquietud sino aburrimiento. Claro que el mundo es no confiable. Claro que a ratos es espantoso e injusto. Claro. Y no solo eso, al universo no le importamos nada, mañana una tormenta solar puede apagar toda nuestra red eléctrica, puede caer un meteorito o Yellowstone puede iniciar su erupción provocando la caída de la civilización. Que un niño resulte ser un abusón o un machista redomado, traicione la confianza de sus padres o se transforme en un abusador de niñas, es detestable pero tan habitual que no me produce inquietud. Cuando leo La lotería se que estoy leyendo ficción, mi mente se pone en modo lector de ciencia ficción y veo un grupo social con un ritual antropológico salvaje, pero que no me espanta. Las mujeres autoquemadas a lo bonzo de Mariana Enríquez me parecen más inquietantes, puede que no las vea tan alejadas de la realidad.

La única conclusión a la que llego es que Shirley Jackson no es una autora para mí, aunque su prosa es cuidadosa y lo bastante plana como para que pudiese ser de mi gusto.

22.11.23

Unas reflexiones sobre tres afirmaciones literarias que me encuentro a menudo

 

Hay tres afirmaciones que me encuentro a menudo en cursos de escritura, conferencias, videos sobre cómo escribir mejores cuentos o mejores novelas. Tres afirmaciones que no veo que nadie ponga en duda. Tres afirmaciones que incluso se usan como excusas para llegar a otras conclusiones sobre el arte literario. Tres afirmaciones con las que no estoy nada de acuerdo y va siendo hora de hablar un poco sobre ellas.

Probablemente no debería. Probablemente gente mejor formada e informada que yo podrían venir a discutir mis reflexiones al respecto. Probablemente lo que diga sobre estas tres afirmaciones hará que varias personas que conozco y muchas que desconozco me miren un poco peor de lo que ya me miran, pero la verdad es que no quiero seguir aceptando estas tres afirmaciones sin, al menos, quejarme un poco.

Las tres afirmaciones de las que hablo son:
  1. La literatura no realista ya sea de fantasía, terror o ciencia ficción es una herramienta alegórica para hablar de nuestro mundo cotidiano.
  2. Todo está escrito, intentar buscar historias nuevas es una pérdida de tiempo.
  3. Ya lo dijo Arthur C. Clarke «Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia».
Las tres afirmaciones me parecen limitadas, una parte solo de una complejidad mucho mayor y también una escusa para no escribir teniendo el pensamiento crítico a mano, para escribir sin esforzase demasiado en pensar sobre lo que se está escribiendo.

Empecemos por la última.


He llegado a escuchar cómo se recurría a esa cita cuando se hablaba de una explicación muy poco justificada de alguna novela junto con lo de «Lo hizo un mago». Esta afirmación, por muy efectista que sea, por bien que explique la sensación de incredulidad a la que nos enfrentamos ante una tecnología que nunca hubiésemos soñados que podría llegar a hacerse realidad, analizada de cerca se queda en un lema publicitario. La magia, los milagros, los prodigios, son por definición eventos no explicables mediante ninguna teoría consistente con el resto del conocimiento que tenemos del mundo. Habitualmente son producto de la voluntad de algo o alguien, de un hechicero, de una entidad sobrenatural, de un ángel o un dios. Se saltan 'las normas' para lograr algo fuera del curso común de la naturaleza. 

La tecnología es justo lo contrario: utiliza las normas, las reglas de funcionamiento de la naturaleza para lograr un efecto útil, agradable y deseable para la comunidad que la hace aparecer. La tecnología existe gracias al funcionamiento del mundo no a pesar de él. Los supuestos eventos paranormales se consideran por lo general no repetibles, no verificables, no se pueden sujetar a experimentación porque son... magia. Excepciones de la norma. Mientras que la tecnología una vez creada o encontrada podrá ser usada una y otra vez, con los mismos resultados. Es contrastable, verificable, repetible.

Incluso en el caso de tecnologías avanzadísimas, encontradas por legos a partir de restos de una civilización perdida para siempre, si es una tecnología usable: un arma, una impresora de comida, un generador de energía, un aparato de sanación milagrosa, cualquier cosa imaginable, su funcionamiento será analizable, pues se podrá repetir su uso muchas veces, y por lo tanto el método científico podrá buscarle explicación a su existencia paradójica. De hecho así es como hacemos ciencia. La primera vez que alguien encontró magnetita se dio de bruces con algo inexplicable, mágico, pero tras contrastar que sus 'poderes' podían usarse de forma repetida, empezamos a determinar el detalle de su funcionamiento y así hasta llegar a las leyes de Maxwell.

La magia y la tecnología, con suficiente tiempo, siempre son distinguibles y usar el lema efectista de Clarke para no pensar mucho en tu tecnología del futuro o incluso en tu magia sistemática (repetible y explicable por la naturaleza de tu mundo) al escribir es de vagos. Si quieres incluir magia de verdad haz que sea dependiente de la voluntad de algo o alguien, así será verdaderamente un milagro.


La idea de que todas las historias posibles han sido escritas ya, suele invocarse para descartar la búsqueda de ideas originales y ahondar en la importancia de la forma de nuestros relatos, poemas o novelas. Se dicen cosas como la originalidad no importa, lo que importa es la calidad con la que escribes tus historias. También se suele decir en este mismo sentido cosas como que las ideas no importan una mierda, que las ideas son gratis, que lo que importa es el resultado final, el conjunto con todos sus detalles pulidos en su forma poética.

Esta formulación en concreto me molesta sobre manera. Muchos cuentos de K. Dick tienen un acabado más bien pobre y, sin embargo, presentan ideas que me fascinaron. Muchos cuentos de Bradbury tienen una forma poética excelsa y cuidada y, sin embargo, me aburren hasta el vómito por su machacona insistencia en sus mismas obsesiones personales y su visión más bien poco imaginativa del universo. Así que cuando escucho lo de que 'la idea no importa, lo que importa es el acabado' o lo de 'lo importante es la forma, el fondo es lo de menos' me dan ganas de gritar:

¡¡HABLA POR TÍ!!

A mí si que me importan las ideas, el fondo y la originalidad de la historia que los autores traen a mi mesa de lectura. Es más la idea de que todo está ya más que escrito me parece una falacia. ¿Cómo podría haberse escrito 20000 leguas de viaje submarino antes de que se descubriese que la electricidad podía generar movimiento? Me podéis decir que es una historia de venganza, de megalomanía, de lo que queráis pero lo que a mí me flipó siendo adolescente es que era una historia de un submarino eléctrico alimentado por luz solar. ¿Cómo escribir la vuelta al mundo en ochenta días antes de que se inventasen los ferrocarriles? ¿Me vais a decir que se trata de una aventura sin más? ¿Vamos a ignorar que el autor está hablando de que el mundo se ha hecho muy pequeño ya en su época y que va a hacer aún más? ¿Que la globalización ya ha llegado, con los trenes, con los telegramas, con la opinión pública mundial y la pax británica? ¿Podemos imaginar a alguien escribiendo Her hace un par de siglos? ¿Uno sin mecánica cuántica? ¿Farenheit 451 antes del mass media? ¿Ciudad permutación antes del advenimiento de la computación personal? ¿Ciberpunk antes de las multinacionales globalizadas o internet?

A mí me cuesta, la verdad, pero estoy seguro que habrá más de uno que podrá encontrar ejemplos clásicos de griegos, romanos o chinos, en los que aborden historias que se puedan asemejar con todos los ejemplos anteriores. Si generalizas lo suficiente, si ignoras los detalles, si reduces todas las historias a las pasiones más básicas y primitivas de la humanidad, entonces sí, claro. Todo se ha escrito, porque, de momento, seguimos siendo humanos, los mismos antropoides hedonistas y pajilleros de siempre... ¿o no? ¿No somos acaso ciborgs armados con acceso al conocimiento universal en nuestros bolsillos? ¿No somos acaso una colmena de hormigas sincronizadas mediante tweets y reels que comparten convulsiones mundiales a velocidades de cientos de megas por segundo?

Si te pones a generalizar buscando la unicidad el patrón común de todas las historias acabas con algo le pasó a alguien, lo que, por cierto, me parece una restricción excesiva para hablar de literatura, muchos poemas (y algunos cuentos de Bradbury) no encajan con esa limitación, y al tiempo es un patrón tan vago que no deja de ser algo cercano a una tautología. 

A mí no me gustan la generalizaciones (nunca) y sobre todo no las compro si no tienen función práctica demostrable y contrastable. Es decir solo me interesa una categorización cuando me parece útil, en el sentido de 'toda novela negra debe tener estos elementos para que funcione', aunque habitualmente estas generalizaciones suelen demostrarse también arbitrarias. Al menos te pueden servir si no eres un experto en el tema como plantilla inicial.

El mundo es complejo, caótico y está en constante cambio. La literatura que se hace en cada época es una expresión artística de esa época, así que para mí las historias son igualmente mutables, complejas y cambiantes. No acepto que estemos condenados a repetir o solo mejorar las que ya se han escrito antes.

La literatura de género fantástico es alegórica

La idea de que los relatos no realistas sirven para transmitir de forma más eficiente una idea de nuestro mundo mediante herramientas alegóricas, de símil, de metáfora, es algo que me encuentro a menudo en los cursos de escritura. En tales cursos analizan cuentos, normalmente cuentos muy buenos, clásicos, y empiezan a desgranar el conjunto de imágenes incluidas en el cuento y a explicar su auténtico significado. Te dicen que tal o cual personaje se marcha en barco o en tren porque el viaje representa la vida, el transcurrir del tiempo, o tal o cual otra cosa. Esta visión, sobre todo transmitida durante los cursos, para formar futuros escritores me parece limitante.

Un escritor (no solo fantástico), puede introducir significados mediante la simbología, codificando significados, ocultándolos como si estuviese evitando la censura. Por ejemplo en uno de mis cuentos empiezo con:

Hoy el viejo pescador no ha preparado los cebos. Los gusanos, por una vez, se retuercen dentro 
del cubo, perezosos. El palangre permanece enrollado con sus múltiples y amenazantes anzuelos 
sobre su soporte de madera. La barca flota cabeceando sobre las olas, confusa porque no la han 
sacado al mar. Los remos permanecen apoyados sobre el lateral de la cabaña, atónitos y 
envarados, extrañando el agua. Hoy el viejo pescador no ha atendido sus tareas. En lugar de eso 
ha permitido que el sol se le adelante en el día, trepe a lo más alto y lo juzgue desde arriba. 
    No le importa. 
Sentado frente a su caseta, levantada con restos de naufragios, se dedica a quitarle el 
óxido a su viejo arpón de cazar ballenas. Usa una lija de afilar que pensaba que ya no tenía. La 
aplica meticulosamente sobre el metal del arpón, sacando fino polvo rojizo, oscuro como la 
sangre, generando indomables chispas de fuego, que amenazan con prender la hierba seca, con 
iniciar un fuego que el viejo pescador sabe que no podría detener, que, tal vez, no querría 
detener. La madera del mango está vieja, seca, agrietada, como su propia piel, pero no tiene 
forma de repararla, ninguna pintura con que pintarla y tampoco tiene tiempo para intentarlo. 
No queda tiempo. 
    Lo sabe bien.

Y la historia continua hablando de cómo prepara su arpón para enfrentarse al pueblo que viene por la playa dispuesto a matar a la joven amante del pescador: una sirena. El arpón se transforma a lo largo del cuento en un trasunto del miembro viril envejecido del marinero, de un arpón renovado y rejuvenecido por su joven amante. Es un símbolo que se hace evidente en el cuento cuando se señala su existencia, pero que ni siquiera cuando lo escribí lo incluí a propósito, simplemente se deslizó desde mi inconsciente.

En otro cuento una pareja descubre una especie de animal monstruoso que tiene piernecitas, hablan sobre si perdonarlo o no, y se trasluce que en el fondo la pareja  no ha logrado tener hijos y el hombre querría tenerlos. Se trata de un relato alegórico no muy explícito.

También se puede hacer un relato muy explícitamente alegórico: en uno de mis relatos un hombre defiende el derecho a la vida de una serie de inmigrantes del futuro que vienen huyendo de la catástrofe en la que se convertido su mundo. Y dice cosas como:

Esa es la auténtica verdad: los inmigrantes temporales son humanos como cualquiera de nosotros, gente que ha tenido que huir del desastre de su tiempo —un desastre en el que, debemos reconocerlo de una vez, tenemos mucho que ver con nuestro modo de vida descuidado y derrochador—, y que vienen a nuestro siglo en busca de una oportunidad, no para robarnos, ni para conquistarnos. No tienen en mente apoderarse de nuestros gobiernos con su tecnología más avanzada, ni exterminarnos con sus peligrosos patógenos. Son refugiados de un mundo imposible de vivir y solo quieren que les demos una oportunidad.

Evidentemente el relato está hablando de nuestro actual problema migratorio.

Pero también es posible utilizar mecanismos fantásticos, especulativos, imaginarios, para hacer relatos ilustrativos. Relatos en los que simplemente llevamos atravesando un mundo que no es el nuestro al lector hasta darle en las narices con una idea que es posible que no haya pensado, algo que nos parece importante, puede que novedosa, y que simplemente no tenga traslación a nuestro mundo como tal. Se pueden crear estos relatos como advertencia, como reflexión, como reclamo de atención de posibles futuros que se nos hacen insoportables. Y en estas historias no tiene porqué haber una transposición entre elementos del mundo imaginario y el mundo en el que vivimos. No tiene porqué haber una alegoría directa. El mensaje puede pertenecer al mundo imaginado (y con suerte nunca alcanzado). 

¿Cuál es la alegoría de Solaris o de La carretera o de Lo que se espera de nosotros de Ted Chiang?

El mecanismo simbólico, alegórico, el símil, creo que puede ser central en un relato de lo imaginario o no. Puede ser parte de la poética del relato, o simplemente no estar presente. Un relato de lo imaginario puede vivir fuera de nuestro mundo y aún así transmitirnos un mensaje, por ejemplo filosófico, importante. Puede funcionar como koan zen.



19.11.23

Los festivales literarios a los que he ido este año

Este año quería ir por primera vez a algunos de los festivales de literatura de género de los muchos que hay a lo largo y ancho del país. Tenía claro que quería ir a la Hispacón que se celebraba en Zaragoza, que para eso soy miembro de Pórtico desde hace ya bastante. También tenía bastante claro que quería darme una vuelta por el Celsius 232 al que mi amigo David va todos los años. En este caso mi idea era seleccionar un par de días del evento e ir allí solo ese tiempo, pero un defecto que he descubierto que tienen todos estos eventos es que el programa no se hace público hasta muy poco tiempo antes de que arranquen y, al mismo tiempo, el alojamiento resulta imposible de encontrar si se espera hasta el último momento. Total que me resultaba imposible determinar qué días iban a ser más o menos interesantes, así que finalmente opté por ir todos. Lo mismo me pasó en la Hispacón. Un dineral, sinceramente, sobre todo contando con que intento no viajar en avión siempre que es posible (que contamina demasiado) y llegar hasta Avilés en tren desde Cádiz exigió que pasase una noche en Madrid a la ida y a la vuelta. Ya abiertas las compuertas del despilfarro, he acabado el año pasando casi todos los días que duró el 42 en Barcelona.

Lugar

De los tres eventos el lugar más agradable, más proclive a los paseos y a las charlas con cerveza o café, es sin duda el Celsius 232. Avilés es una ciudad pequeña, húmeda, verde, que se puede caminar de extremo a extremo sin dificultad y al que como mucho le falta una playa en la que pasar alguna tarde o mañana. Tenéis restaurantes de todo tipo, en los que daros una panzada de comer, incluso si estáis intentando evitarlo como yo lo estaba. El evento se desarrolla en el mismo centro de la ciudad y no es complicado encontrar un alojamiento relativamente cercano.

La Zaragoza de la Hispacón me gustó mucho. Hacía años que no pasaba por allí, y los ratos libres que me dejó el encuentro, pude aprovecharlos para visitar no solo los monumentos típicos (basílica y demás), sino también los yacimientos romanos que están muy bien organizados, así como para dar largos paseos junto al Ebro. La zona de picoteo del Tubo, también resulta agradable para para comer y para pasar el rato.

El 42 me pareció en este sentido el más flojo. El lugar en el que se celebra está bastante apartado del centro de Barcelona y solo la primera mañana tuve la oportunidad de ir caminando para ver la Sagrada Familia y el Parque Güell. Además en Barcelona hay que pagar (y no barato), para verlo todo. Lo de sentarse para comer o tomar unas cervezas es más complicado que en los otros dos eventos, e incluso la cantina del lugar en el que se desarrolla estaba a menudo demasiado lleno. Finalmente las salas en donde se desarrollan las conferencias y presentaciones tienen una estructura de fábrica, con columnas de hierro que a menudo dificultan la visión.

Organización

Las tres organizaciones estuvieron a la altura. Las tres tenían programas en papel con las charlas o presentaciones según día y hora. En el de Hispacón no tenían las salas en las que ocurrían las charlas, así que no servía de mucho. En el Celsius lo tenían bien organizado con una aplicación que te descargabas en el móvil. En el 42 aunque el programa tenía horarios, días y salas (en catalán eso sí), alguna vez la sala cambió y tuve que irme corriendo al nuevo destino.

Cuartos de baño y demás bien. La zona de las editoriales en el Celsius es la más organizada (con stands separador por editorial), la de la Hispacón el espacio reservado un tanto estrecho, la verdad, y finalmente en el caso del 42, me pareció un poco más flojo.

Los eventos extra más chulos en el Celsius con la ventaja de que tienen un parque enorme donde poder hacerlos. La parte de partidas y demás, estaba mejor organizado en la Hispacón, en el Celsius no me enteré de cómo iba la cosa, mientras que en la Hispacón tenían aplicación y todo para apuntarse a las partidas. En el 42 no había nada de eso.

El mejor firmódromo el del Celsius.

Contenido

La parte que me parece más interesante (a mí, si vas a buscar firmas o beber cervezas con conocidos ya es otra cosa) son las charlas. En ese sentido la Hispacón me pareció el mejor por goleada. Hubo varias charlas que me parecieron interesantes y había muchas menos presentaciones de libros. La mayor parte de las charlas en el Celsius son presentaciones de obras o de escritores. A pesar de que tienen una carpa exclusivamente dedicada a las presentaciones de novedades editoriales, lo cierto es que en el resto de las salas muchas de las 'charlas' eran en realidad presentaciones. Esto me pasó también en el 42 y de hecho allí, en Barcelona, esto me frustró más, no sé si porque ya iba un poco harto de presentaciones de las otras dos o porque muchas de las charlas tenían títulos falsos interesantes, que luego se ignoraban. Por ejemplo la charla de steampunk del 42 se llamaba EL NUEVO BOOM DEL STEAMPUNK: ¿UTÓPICO, DISTÓPICO O UCRÓNICO? tema que me pareció interesante, ya que considero al Steampunk como retrofuturismo y por lo tanto ninguna de las tres cosas, o, como mucho, la última. Durante la charla se habló mucho de Steampunk, pero no se tocó en realidad el tema y sí que se presentaron (incluso con resumen de obra) de los libros de los autores invitados.

A cambio en el 42 hubo unas cuantas charlas muy interesantes, como la inaugural o la de literatura árabe.

En resumen

El Celsius es un buen lugar para ir a conocer autores, obras nuevas o conseguir firmas, además tendrás la oportunidad de conocer Avilés si no has estado nunca. 

La Hispacón de este año ha estado bien, pero cada año va a un sitio diferente, así que irá variando.

El 42 tiene una vocación más seria, las charlas son aparentemente de más enjundia, pero lo cierto es que se dedica demasiado tiempo a presentación de autores y obras.

¿Y el año que viene?

Yo el año que viene solo voy a ir a la Hispacón, que se va a celebrar a un paso de mi casa. El Celsius está bien, pero me pilla muy a trasmano y es demasiado largo. Similarmente me ocurre con el 42. 

Creo que en el futuro me seguiré pasando por las Hispacones y cada cierto número de años me acercaré algunos días del Celius, aunque, si siguen sin publicar con tiempo los programas, resultará imposible.

15.11.23

El libro de las metamorfosis de Anna Starobinets

 

Compré esta antología de relatos (no, no es un fixup) mientras esperaba a que empezase la Shirleycon, una actividad muy específica dentro del Festival 42 (que comentaré en una próxima entrada de este blog). De no haber sido por esas circunstancias no me hubiese hecho con un libro repletos de relatos de lo que han llamado las editoriales la reina del terror ruso. Si algo he asentado definitivamente durante este año tras bastantes intentos es que el terror no es para mí.

La sorpresa es que estos relatos son muy buenos. No. Eso se queda muy corto. La mayor parte de estos relatos son magistrales y no son de terror. Si me viese obligado a clasificarlos en conjunto bajo una etiqueta tendría que decir que son relatos fantásticos (como los que escribía Borges o Cortázar), pero no de género. Sin embargo, si soy totalmente sincero, lo que me pide el cuerpo es decir que muchos de estos relatos son de ciencia ficción, que son excelente cuentos especulativos que apelan tanto a la razón como al sentimiento.

En casi todos los relatos de terror se nota el fango del estilo tétrico, el chorreo de pus gótico, o la ira, no ya contenida, sino podrida. En la mayor parte de relatos de terror hay un gusto por lo puramente estético, por la pose, como si fuesen artistas del cosplay oscuro o como si perteneciesen a la misma tribu urbana a la que le flipan los encajes negros y el maquillaje reducidos a la paleta de una película de los años veinte que ocurre durante una noche sin luna.

Ahora mismo estoy audioleyendo Dientes rojos y a pesar de que reconozco que hay partes muy bien escritas, el tono de realismo sucio que se decanta por el terror más darky ya me tiene hasta las narices. El estilo a lo novela de terror, resulta tan evidente desde el primer capítulo, que me cansa. Me saca de la historia.

Estos cuentos rusos ultramodernos me parecen todo lo contrario. 

El primer cuento, la glándula de Ícaro, es un maravilloso cuento fantástico que no podemos encuadrar exactamente en la ciencia ficción (no existe la mencionada glándula y además es evidente que se trata de una alegoría), pero que puede mirar cara a cara a los mejores cuentos fantásticos de Borges e incluso Cortázar y no desentonarían en una antología de Ted Chiang. Juega además con los textos multimedia, los foros, las consultas a internet, etc... Muy muy recomendable.

Siti, el segundo cuento, es otro estupendo cuento fantástico, uno no especulativo, sino descriptivo. Una maravillosa crítica a las grandes ciudades occidentales, imagino que sobre todo a Nueva York, pero podrías encuadrarlo perfectamente en Londres. Aquí la autora juega a montar una alegoría perfecta aunque alucinada de las experiencias en esas ciudades/países.

El lazarillo es el cuento que menos me interesó, probablemente porque es el que más juega a ser un relato de terror.

El parásito es un cuento especulativo maravilloso, que si quieres verlo como un relato de terror lo puedes disfrutar así y si quieres verlo como ciencia ficción especulativa oscura también.

La frontera es un cuento de ciencia ficción genial, no quiero desvelar nada, pero es sobre viajes en el tiempo y a la vez habla de la muerte.

Delicados pastos es tan bueno que debería tener capítulo propio de Black Mirror.

Y la novela corta final, Spoki, me cansa por la misma razón que me cansan las novelas cortas de Ted Chiang, por su longitud. 

A mí esta autora no me parece una autora de terror, por mucho que sus relatos sean oscuros y chungos, ni siquiera me parece una autora de new weird, me parece una excelente autora de ciencia ficción visceral y despiadada. De hecho en la wikipedia aparece como escritora de ciencia ficción, no de terror.

No os la perdáis.

5.11.23

Relectura de Fahrenheit 451 y una zambullida a varios cuentos más de Bradbury.

Bradbury no es precisamente uno de mis autores favoritos. Si pienso en él como autor de ciencia ficción me parece muy flojo. Sus historias de cohetes y astronautas hay que leerlas siempre como alegorías del país en el que nació, creció y vivió. Da igual que nos diga que sus protagonistas son colonos recién llegados a otro planeta, exploradores intrépidos en las profundidades estelares a bordo de cohetes de plata (casi siempre los describe así) vestidos con uniformes decorados profusamente con bronce (frecuentemente describe ese metal en particular) o milenarios aliens de piel verde y cabellera de cristal, si los miras con un mínimo de ojo crítico son todos americanos del medio oeste viviendo en los años cuarenta o cincuenta. En la mayoría de los casos sus novums son simples, obvios a ratos, y parece interesarle más la poética de la prosa o el impacto sicológico de la situación en sus protagonistas que la reflexión intelectual sobre los conceptos que plantea. Esta insistencia en mostrarnos historias que no son más que reflexiones sobre su propio tiempo, de su propio contexto, me hace pensar que en el fondo Bradbury estaba un poco ciego a la inmensa variedad que nos ofrece el universo en el que vivimos, la fascinante extensión del auténtico espacio, la miríada de maravillas y espantos que ocultan las leyes cosmológicas sin que tengamos que recurrir a la fantasía o la magia. Tal vez ni siquiera le interesaba ver estas posibilidades. Cuentos como Calidoscopio o La larga lluvia son tan absurdos a nivel científico, tan descuidados, que podemos situar al autor sin dudarlo en la senda de la cienciasía. Pero volveremos a ello más tarde.

En libro que acabo de empezar a leer esta mañana La escritura como un cuchillo, una suerte de diálogo sobre literatura entre Annie Ernaux y Frédéric-Yves Jeannet, este segundo dice de la primera en el prólogo:

Me gustan sus frases sin metáforas, sin efectos, dotadas de sílex afilados que cortan hasta dejar en carne viva, hasta desollar [...]

Aunque resulte paradójico usar este lenguaje poético, casi alegórico, para hablar de la prosa sin ornamentos de Ernaux, estoy completamente de acuerdo. En particular en la novela cortísima El lugar, la prosa plana, directa, de la autora me conmueve profundamente, mucho más que obras mucho más elaboradas y recargadas. Mucho más que cualquier obra de terror que haya leído hasta el momento y infinitamente más que la prosa de Bradbury. Solo por ese prodigio de hacerte zozobrar sin recurrir a artificios la francesa merecía el nobel. El autor americano, a menudo, me parece que está en las antípodas de ese logro.

Había leído Fahrenheit 451 en un libro encuadernado en rústica, puede que de esos con tapas azules de Orbis, a mediados de los ochenta, es decir hace ya cuarenta años y tenía un buen recuerdo del libro. Es cierto que fue de los primero de género que leí, si descontamos a Verne. Ese mismo verano llegarían Los propios dioses, El fin de la eternidad y 1984. Curiosamente tardé bastante más en leer las novelas de robots o de la fundación de Asimov, y aún más en leer Un mundo feliz, que, sin embargo, es la más antigua de todas estas y al tiempo la más acertada y moderna, la que me parece más importante. Hace poco encontré en una tienda una nueva edición de Columna de fuego, escrita una obra de teatro de Bradbury y pensé que antes de meterme en la lectura de algo así sería mejor releer mi primer contacto con el autor.

La relectura me ha decepcionado bastante. Bradbury inicia el libro sobre los bomberos guardianes de la comodidad intelectual de sus ciudadanos, con un paisaje poético sobre la acción de quemar libros y es una buena elección porque el libro está repleto de momentos poéticos similares. Se percibe en toda la novela ciertos puntos de ruptura, una especie de falta de continuidad, casi como si el autor huyese de los recitativos por la ansiedad de llegar cuanto ante a las arias, a los momentos de lirismo más alto. Así la evolución del protagonista me parece abrupta en su principio, poco justificada. Luego he descubierto, leyendo los comentarios del propio autor, que la novela está compuesta por la unión de tres o cuatro cuentos independientes. Las costuras siguen ahí, se pueden tocar y es una pena, porque la historia en sí es de las mejoras que le he leído, de las más imaginativas y especulativas. Esta edición de la novela, viene acompañada por prologo, epílogo y varios cuentos más, que... son de terror.

Tras terminar la relectura decidí darle una oportunidad más al autor con otra colección de cuentos, en este caso El hombre ilustrado, una antología que intenta inicialmente enhebrarse mediante el cuento final, pero que abandona demasiado pronto tal intento. Además los cuentos poco tienen que ver unos con otros por lo que no acaban de conformar un fixup como Crónicas marcianas. La mayor parte de estos cuentos, aunque hablen de astronautas, cohetes o marcianos (algunos parecen descartes del fixup que acabo de mencionar), son en realidad relatos de terror, cuyo único interés residen en la poética del autor y la potencial inquietud que pueden despertar (como en La larga lluvia, Ninguna noche o mañana en particular, Marionetas S.A o Calidoscopio). A penas un par de cuentos contienen un novum que podamos llamar tal y tampoco lo exploran demasiado.

Un par de ellos contienen elementos muy anticientíficos. En Calidoscopio, un conjunto de astronautas sufren un accidente y son expulsados de su nave al vacío interestelar y aparentemente son arrastrados en diversas direcciones del sistema solar. Tal y como está descrito el relato no tiene ni pies ni cabeza. Es difícil imaginar cómo no morirían antes de caer sobre la Luna, Marte o los planetas exteriores, como no podrían quedarse sin oxígeno mucho antes de tener que preocuparse por otros problemas. Tal y como está escrito parece que el autor no tuviese mucha idea de la inmensidad del sistema solar, y el hecho de que un objeto (persona en este caso) arrojado a mitad de un viaje interplanetario en una dirección arbitraria en lugar de dirigirse a un cuerpo determinado del sistema solar podría simplemente perderse en el vacío interestelar para siempre. En La larga lluvia, otros supervivientes de un accidente, se mueven por un Venus selvático y lluvioso, más propio de los relatos fantásticos de aventuras de Burroughs, que de la realidad de Venus (incluso de la conocida en la época de escritura del relato). Además de eso describe un mundo lluvioso y selvático de color blanco de crecimiento ultra rápido, y cuya lluvia constante no solo enloquece a los astronauta sino que literalmente los acaba disolviendo. Si no leemos el relato como una alegoría, como alguna clase de relato de terror sicológico, no se sostiene nada de él. Suponiendo un mundo perpetuamente cubierto de nubes, las plantas locales tendrían que intentar aprovechar al máximo la luz que les llegase y desde luego no serían blancas, sino más bien negras. El hecho de imaginarlas blancas es una pista de la carencia de curiosidad científica del autor que se ha quedado con la idea de que nuestras plantas verdes, que tienen a evitar el gasto en clorofila hasta que están iluminadas el tiempo suficiente, en lugar de razonar sobre cómo evolucionarían los autótrofos locales en una región constantemente en penumbra. Además si las describes como plantas que se desarrollan a increíble velocidad, no pueden ser blancas (color que implica que no están absorbiendo casi nada de la radiación) sino todo lo contrario. Por otra parte si crecen tan rápido deberían consumir rápidamente todo el dióxido de carbono disponible, enriquecer enormemente la presencia de oxígeno y favorecer (a pesar de la lluvia) los incendios constantes. Por otra parte si llueve constantemente y todo está en penumbra, ¿cómo se reponen las nubes que tiene el planeta? ¿Cómo se calienta la superficie del mar para que se evapore el agua?

La verdad no creo que el autor dedicase ni un segundo a plantearse estas preguntas. Simplemente le interesaba las consecuencias sicológicas de la experiencia de un monzón permanente, aunque incluso en eso se muestra poco imaginativo y dotado de una visión demasiado local: en Mawsynram llueve durante días durante el monzón y la gente ni de vuelve loca ni se le derriten las orejas.

Me cuesta considerar a Bradbury un autor de ciencia ficción, como le dijo Huxley cuando hablaron de Crónicas marcianas es fundamentalmente un poeta, uno al que le gusta dibujar sus líricas con cohetes de plata y salamandras de bronce. 
 

3.11.23

Cuento vs novela vs fixup y una novela que puedes saltarte

 


En el video Julio Cortázar, que sin dudarlo ni un segundo es mi escritor favorito de todos los tiempos, habla de la diferencia que él cree que separa la novela del cuento. Dice que el cuento para él es una esfera, una obra acotada en torno a un centro, en el que nada está fuera de esa esfera ni a distancias arbitrarias de ese centro, mientras que la novela es un árbol que se ramifica y ramifica, subdividiéndose tantas veces como sea necesario. Mi interpretación de esas palabras sería que el cuento no solo cuenta una única circunstancia, evento o anécdota más o menos centrado en un momento del tiempo, sino que además versa son un único tema y se desvía muy poco de él; mientras que una novela es más bien una visión poliédrica, caleidoscópica sobre un tema que se recorre a través de todos los puntos de vista relevantes, incluso aquellos contradictorios entre sí, sobre todo desde los que se contraponen, y desde los temas próximos en la nube semántica, en lugar desde solo el opinión del autor. El cuento va al grano, mientras que la novela se recrea en la periferia de lo que quiere contar.  Esta diferencia me parece tan clara y relevante que para mí supera cualquier consideración de longitud. Creo, sinceramente, que se pueden escribir novelas de cinco mil palabras (puedes ver un intento por mi parte en el añadido Lana llega a Loytas de la actual edición de Aportación personal) y cuentos de doscientas páginas (esto probablemente resultaría algo cansino, por lo excesivamente centrado de mantener el mismo tema, tiempo y punto de vista durante tal longitud). Para mí La metamorfosis de Kafka tiene más forma de cuento que de novela corta, por poner un ejemplo.

La tradición popular usaba el cuento como herramienta de comunicación social, de transmisión de conocimientos y advertencias, porque es corto, fácil de recordar y legar a los descendientes. Incluso las obras de más longitud antiguas, desde las epopeyas griegas o romanas, hasta las obras de 'caballería' medievales son frecuentemente una amalgama de cuentos sucesivos que circundan los mismos temas y personajes: es decir un fixup. La aparición de la novela realmente crea un modo de narrar más intelectual, sosegado, y que contiene en sí misma la negación del mensaje principal, ofreciendo al lector la capacidad de llegar a sus propias conclusiones (las novelas que no lo hacen, que machaconamente insisten en un único punto de vista acaban sintiéndose como panfletos políticos y su lectura resulta mucho más pobre).

Me parece que los tiempos han cambiado. Estamos sometidos a un bombardeo constante de ofertas culturales, de actividades alternativas absorbentes y por un ritmo de vida y de trabajo que no deja mucho espacio para el disfrute lento, pausado, de la orquesta atonal y ruidosa que es una novela; por ello estoy convencido de que el siglo XXI es el momento de retornar al cuento, y, sobre todo, a la forma que permite, a la vez, disfrutar de píldoras cortas, memorables y digeribles con facilidad en los huecos que nos deja la vida, y la visión múltiple, enriquecedora, de la novela: el fixup. Hay fixup maravillosos que he leído en los últimos tiempos como Gente que ríe de Laura Chivite, o novelas que tienen una forma muy cercanas al fixup, como Farándula de Marta Sanz. La primera es en puridad un fixup con un único centro (una persona y su vida), con cuentos que cada uno tiene valor narrativo y formal por sí mismo, pero que en conjunto conforman una visión global múltiple. La segunda es una especie de novela, pero en la que los capítulos se elevan con la fuerza de cuentos individuales, con estructuras formales variables. Ambas me parecieron muy interesantes de leer.

Lo último que he leído, BocaBesada de Juan del Val, sin embargo, me parece que fracasa en el intento de recorrer esta dirección. Capítulos cortísimos que buscan la lectura ágil y trepidante, muchos de ellos con una forma interior que ansían demostrar de forma explícita la multiplicidad de la visión de una novela mediante el artefacto literario de contraponer el blanco y el negro, el positivo y el negativo, un punto de vista con el contrario, mediante la narración de dos momentos, acciones, circunstancia, que son las mismas y a la vez sus opuestas. Algunos de esos momentos me han parecido espectaculares (por ejemplo, hay un capítulo en la que una madre y un hijo están hablando/pensando en sexo, recorriendo su circunstancia y sus esperanzas o miedos vitales respecto al tema, compartiéndolas sin hablar en absoluto de ellas, sin comunicarse entre ellos); sin embargo, otros me han parecidos repetitivos, redundantes, reiterativos como la enumeración de adjetivos que acabo de hacer. La misma cosa contada varias veces sin a penas diferencia entre ocasión y ocasión. El resultado, sobre todo comparándolo con Farándula, queda muy pobre. Dónde en el premio Herralde la ruptura de la trama en forma de casi cuentos, lo viví con atención y pasión, en este libro lo viví con aburrimiento.  He leído algunas reseñas de esta novela en el que se quejaban de que lo habían terminado y aún no sabían de qué iba. Me parece normal. El único tema que se repite a lo largo de las diversas tramas (hay muchas en el libro) y capítulos (todos cortos) es una especie de sexo travieso o canalla aunque ligero, que además es muy falocéntrico, incluso cuando hablan de él la mujeres.

Si la novela tuviese un núcleo sobre el que se articulase, aunque fuesen reflexiones sobre el sexo falocéntrico, me habría interesado más, pero lo cierto es que algunas tramas (las más interesantes por otra parte) se alejan mucho de ese tema. Si el narrador fuese más neutral y no esa voz un tanto creída, de un cinismo barato, que mira a los personajes por encima del hombro, demasiado parecida al personaje que el autor interpreta en la televisión, podría creerme que la novela es una foto de la sociedad actual (una foto un poco demasiado centrada en los pijos madrileños que me resultan tan insoportables). Si el autor hubiese mantenido el artificio del ying y el yang a lo largo de toda la obra, capítulo a capítulo, demostrando su capacidad de mantenerlo durante tantas páginas, hubiese aplaudido su capacidad artesana. Si el autor se hubiese centrado en las historias más humanas, podría haber sintonizado un poco con la obra. 

Tal y como está debo decir que considero esta obra como algo que podéis saltaros.