El proceso que me llevó a escribir Cuentos de hierro y pólvora ha sido bastante largo. La semilla de toda esta locura se encuentra en unas partidas de rol que tuve el placer de dirigir hace más de viente años, unas partidas a las que llamamos Historias del Condado Gordiano. Mi grupo y yo llevábamos para entonces bastantes años con campañas típicas, campañas repletas de humanos de diversos tamaños, colores y tipos de orejas —aunque en el fondo todos tan iguales a cualquier humano que nos olvidábamos frecuentemente de que no lo eran. Una de esas campañas tradicionales, repletas de ruinas antiguas, trolls y dragones que como director de juego ya me cansaban.
Les propuse intentar algo diferente y ellos aceptaron. Cambiamos de época y nos imaginamos una suerte de segundo continente, un remedo de las Américas de nuestro mundo. Lo poblamos con hadas y una colonia abandonada por su metrópolis, hicimos que la magia cambiase físicamente a los hechiceros y a los sacerdotes a medida que avanzaban en su arte. Les dimos pólvora y acero para que se enfrentasen a un enemigo armado de nigromancia. Fueron partidas intensas, repletas de acción, de las que atesoro un grato recuerdo. Partidas que, por supuesto, abandoné en uno de mis muchos cajones de olvido.
Muchos años después, mientras trabajaba en el ambiente motivador de un laboratorio de Internet de las Cosas, mis conversaciones con otro miembro del equipo, Alejandro, sobre Venezuela y sus tepuis me hicieron pensar en reforjar aquellas historias. El embrión de lo que ahora es el primer volumen de Colonos de Tulgia, lo escribí de corrido durante el nanowrimo de 2015, hace ya más de cuatro años. Los cuentos fluyeron de mi cabeza como el agua que cae por el Salto del Angel. Allí estaban los colonos abandonados, las hadas, la pólvora y el acero, incluso la sugerencia de la nigromancia, pero pronto descubrí que no quería situarlos en un mundo de fantasía a cuya explicación tuviese que dedicar ni una línea de texto. Por una vez quería que los cuentos fuesen sobre todo de los personajes y sus emociones, no del escenario. Descubrí que quería que estuviesen en nuestro mundo, pero también en un mundo que no fuera nuestro, y así acabé con la extraña ucronía que son las Colonias de Tulgia, Mientra escribía tuve la sensación de que había encontrado algo diferente, algo personal y extravagante a la vez. El resultado quemaba en mis manos, me pedía publicación. Aún así seguí mi política habitual de dejarlo reposar varios años y tras una mínima revisión inicial, dejé aquellos cuentos en el cajón de fermentar.
No los saqué de allí hasta mediados del 2018, en un momento en el que mi vida laboral me parecía particularmente desesperante y mi vida personal no mucho mejor. Me bastó una lectura rápida para descubrir que efectivamente allí había algo que merecía la pena. Algunos de los cuentos incluso me hacían llorar. Así que dediqué los escasos ratos que mi vida profesional me dejaba libre a revisar todo el material, a reescribir algunos cuentos y a engarzar un poco mejor unos con otros. Entre tanto intenté averiguar qué debía hacer para que tuviesen un acabado digno, sobre todo porque sentía que merecían la pena. Así fue como acabé contactando con la gente de Lyra, y con Cecilia para la portada y los dibujos interiores. Luego llegaron los anexos, el Punto Jonbar y todos los aditamentos que creo que enriquecen el libro.
Yo ya lo he tenido en mis manos. Con un poco de suerte pronto lo tendréis en las vuestras.
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