19.7.23

Cuentos instantáneos - Celsius 2023 - 1 El viajero

El viajero cerró de nuevo el libro de Carnot sin haber encontrado una explicación satisfactoria. No podía sacarse de la cabeza aquella caja. Para todo lo demás encontraba una explicación satisfactoria. Los carromatos sin animales de tiro descenderían de los prototipos de máquinas de vapor. Sonaban parecido. Soltaban volutas por pequeñas chimeneas de metal bajo sus cuerpos. Es cierto que el humo era casi invisible, que olía diferente y que el sonido del mecanismo interno apenas podía percibirse. Pero entendía o podía imaginar como conseguir aquellos vehículos de las bombas de agua que había ayudado a perfeccionar. Las luces sin fuego, eléctricas, le habían dicho, le habían fascinado y emocionado, pero conocía los principios que las hacían funcionar. En el fondo no se diferenciaban demasiado de la luz emitida por una barra de hierro al rojo vivo. Los habitantes, tan altos, tan robustos, tan sanos, con los dientes tan blancos y alineados, con tantas mejoras que no se podía ignorar su patente progreso. Por lo que le habían contado incluso resultaba habitual que llegasen a los ochenta o incluso a los noventa años. Sorprendente y reconfortante, pero no inexplicable. Los artículos del doctor francés ya mostraban como la medicina podría lograr tales prodigios con un poco de tiempo y dinero.

Sin embargo, la caja no encontraba forma de explicarla.

Ninguno de los habitantes le había dado la menor importancia y él mismo no se habría fijado en ella de no haberla visto en funcionamiento. Parecía un horno. Uno pequeño, ligero, elegante, sí, pero un horno. Con su puerta, su bandeja para colocar los alimentos, su… un horno, un simple horno. Y, sin embargo, aquella última noche, cuando lo invitaron a cenar, introdujeron un pan fino y redondo, una especie de torta muy grande, con carne, queso y varias salsas sobre ella en la caja y la sacaron caliente tras solo un puñado de segundos.

Desde que había vuelto no hacía más que darle vueltas. Según el libro de Carnot y del resto de los especialistas de eso que se estaba dando en llamar termodinámica, no había forma de que una torta de ese tamaño y grosor pasase de estar helada a humeante y crujiente en pocos segundos. ¡Imposible! Había echado las cuentas muchas veces y dada la tasa de transferencia calorífica de sustancias como el pan, la carne o el queso, la diferencia de temperatura entre la masa y el aire hubiese tenido que ser tan enorme —para descongelarla en tan poco tiempo— que la superficie superior o inferior hubiese acabado carbonizada.

El viajero estaba decepcionado. Había creído que los tiempos futuros serían brillantes, dominados completamente por la ciencia, alejados de supercherías y, sin embargo, lo había visto con sus propios ojos: aquellos habitantes alejados en poco más de un siglo cocinaban sus alimentos mediante poderes diabólicos que rompían las leyes de la física.

Decepcionante, aunque no podía reprochárselo a los habitantes del futuro. A fin de cuentas, ¿cómo había hecho él mismo para viajar sino trabando un pacto con el mismísimo Mefisto?

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