6.4.20

Cambios confinados

No he escrito nada en este blog desde mi cumpleaños en  Diciembre. Y es que ha habido demasiados cambios y demasiada turbulencia. 

El primer cambio ha sido voluntario y casi ansiado: he dejado el trabajo corporativo que ha dominado mi vida desde que salí de la universidad. Ya eran demasiados años en el mismo sector y en la misma empresa. Estaba aburrido y cansado. Cuando llevas tiempo en el mismo sitio acabas por adivinar cuándo algo va a ir bien o cuándo va a ir mal. Terminas por saber las debilidades que la organización tiene y agota ver cuando no percibes cambios o avances nítidos en esas debilidades.

Y la ciudad no ayudaba. Nunca he sido feliz en Madrid. No soy un urbanita. No es que 'campestre' tampoco, pero Madrid me resultaba asfixiante. Nací y me crié en una ciudad grande andaluza que no es ni capital de provincia (aunque por su tamaño sería un lugar enorme en las castillas) y es en este entorno en el que me siento cómodo. Un lugar en el que el sonido que viene de la calle es el de los pájaros y cuando miro por la ventana a penas se ve un puñado de personas (ahora ninguna). En Madrid para llegar a cualquier caso siempre tardas media hora como mínimo y cuando llegas siempre te encuentras una aglomeración o una cola en la que esperar. Y mejor no hablar de la contaminación y el ruido incesante.

Además añoraba el mar. El aire seco del interior es gélido en invierno y abrasador en verano. Allá la primavera parece que durase un parpadeo: un día coges el metro en Madrid y, al pasar por la casa de campo, todo es hierba verde y amapolas, pero la siguiente semana es pasto reseco. Aquí, rodeado de agua por todas partes, el año casi parece una primavera permanente a penas interrumpido por el sueño de un otoño o un invierno de cielo gris y lloviznas. El verano es un paréntesis de playa, olas, noches de charlas y barbacoas. Sí, añoraba el mar y también el viento. En Madrid el viento parece haber sido desterrado. 

El segundo cambio lo hemos sufrido todos. El virus nos ha confinado y nos mantiene amenazados. Muchos de los planes que tenía se han quedado congelados. Quería salir a caminar cada mañana, bajar de peso, mejorar mi salud. Ahora hago bicicleta estática. Quería sacar un libro en el que he puesto mucho cariño. Ahora tendrá que esperar porque me falta algo del papeleo. Quería recuperar vieja amistadas e iniciar nuevas actividades. Ahora los saludo por videoconferencia. 

Pero no puedo quejarme, me ha pillado en casa. En casa de verdad. La 'casa' de la que habla Úrsula K. LeGuin en 'El eterno regreso a casa'. El lugar en el que eres. El lugar repleto de las fotos de cosas que ya no recuerdas que pasaron por que cuando ocurrieron eras demasiado chico. El lugar en el que están enterradas tus mascotas.

¿Y a qué me dedico ahora?

Como podéis ver en la fotito de arriba, para empezar he quitado la hierba del poquillo de tierra que tenemos en la parte de atrás de la casa. Lo he labrado, abonado e, incluso, he plantado unos rabanitos, unas zanahorias y unos ajos. 

Estoy también labrando mi basto (con be) estilo literario mientras escribo unas historias para varias convocatorias y repaso a ratos el material de mi futura novela de ciencia-ficción.


Aprovechad estos momentos que tenemos para labrar y replantar.

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