Mi tercera década (los años noventa) fue un periodo 'dividido', dual, partido entre la cara y la cruz. Para empezar el primer lustro y el segundo fueron muy diferentes. En segundo lugar todo el tiempo sentí que me encontraba separado de mi lugar natural y que sólo vivía a ratos (cuando bajaba a Cádiz), siendo mi estancia en Madrid más bien una obligación, un castigo. Finalmente fueron los años de dos enamoramientos, los más importantes de mi vida, cada uno en un lado de mi vida, cada uno en una ciudad, ambos igual de fracasados.
Al principio de la década me mudé de San Fernando, Cádiz, a Madrid, para estudiar la carrera. Había decidido hacer Telecomunicaciones más que nada por presión social. Mi cabeza estaba llena en ese momento de informática y mi corazón suplicaba por hacer matemáticas, pero en aquel entonces la carrera de teleco estaba de moda y todo el mundo pensaba que allí estaba el futuro, la pastuza, la vida buena, así que cuando saqué la media más alta de la provincia en la selectividad, todo el mundo, hasta los viejos conocidos que me encontraba por la calle, me animaba a hacer una ingeniería. Mi vida hubiese sido muy diferente si no hubiese cedido y hubiese optado por matemáticas. Algunas veces pienso que hubiese sido mejor, no lo sé. Sin duda estaba más cerca de lo que de verdad deseaba.
Sacar los primeros años de carrera fue complicado, pero lo peor eran los fines de semana, en los que me encontraba muy fuera de lugar y bastante solo. Llené mi vida con varias cosas. Primero estaba todo el asunto de las aventuras conversacionales: tras participar en el concurso de microhobby con relativo éxito, me volqué en el asociacionismo, tuve una intensísima correspondencia y creé un parser.
En segundo lugar iba mucho al cine, llegando a aficionarme al circuito de versión original en aquellos años. Fueron los años en los que descubrí mis películas favoritas tales como Azul o Before the rain.
En tercer lugar me aficioné a mirar en tiendas de libros de segunda mano, mercadillos de libros viejos y cosas similares. En esas visitas fue cuando hice mi colección de libros de ciencia ficción. Así descubrí muchos autores como Clarke, Heinlen, Bear, K. LeGuin, Herbert y sobre todo Frederick Pohl. El primer libro que cayó en mis manos de Pohl fue Pórtico (el de la imagen de cabecera) y me fascinó. Como este libro había ganado 'los premios', fue el que inició mi costumbre de revisar los que ganaban cada año tales premios y comprar muchos de ellos. Mis gustos han ido cambiando y ahora soy más de Úrsula que de Frederik, pero tengo que agradecerle a Pohl que orientase mi lectura hacia este género.
En cuarto lugar la década se inició con el rol. En el 89 llevé a San Fernando la caja roja de D&D y el éxito fue fulgurante. En los siguientes años cada visita a mi ciudad era una excusa para encerrarme con amigos, conocidos y hasta desconocidos para echar o dirigir una partida. He sido y seguiré siendo feliz improvisando partidas, viendo a los jugadores disfrutar, reír o sufrir.
A mitad de la carrera (superada la parte difícil, ya terminando tercero), tuve una profunda crisis de identidad. Cuando las asignaturas empezaron a ser 'de ingeniero' de verdad, me di cuenta lo muy poco que me interesaban las antenas o las impedancias, y estuve a punto de mandarlo todo a la mierda, buscar mi cambio a matemáticas o, al menos, a informática. No lo hice porque estaba desesperadamente enamorado de una mujer que no me correspondía y apartarme de ella completamente me resultó intolerable. Seguramente debí hacerlo. Aquella época fue confusa, dividido entre dos lugares, dos personas, dos vidas... y sufriendo con Kimagure Orange Road para redondear la cosa. Me salvó un poco retomar el teatro. Acabé siendo socio fundador de No es culpa nuestra.
El segundo lustro se inició perdiendo ambas mujeres, tanto la de Madrid, como la de Cádiz. Seguramente nunca hubo correspondencia hacia mí por parte de ninguna de las dos. Casi prefiero quedarme con la vida. Una de ellas escogió a otra persona y la otra escogió quedarse con nadie. Yo me volqué en el curro, y comenzó mi descenso a las jornadas inacabables entre líneas de código y olor a estaño de soldadura.
En esta segunda parte de la década, casi perdí toda mi capacidad creativa, a excepción del rol, que se quedó ahí para rescatarme de la vida de ingeniero, aunque fuese solo dos veces al año, en las vacaciones, que desde entonces me parecieron muy cortas. Incluso en mi capacidad de creación interactiva estuve como muerto hasta el año 2000. Bueno, no del todo, hice algunas cosas interesantes en el mundo de juegos masivos y de tablero, pero eso mejor lo cuento en otra ocasión.
La década, sicológicamente, se acabó con dos cosas: un nuevo amor que entró como un relámpago con un vestidito muy corto amarillo y la entrada del euro en el 2002. Recuero haberme levantado ese 1 de Enero muy temprano para ir hasta un cajero y sacar los primeros euros que circularon en San Fernando. Fui feliz entonces con la esperanza de una Europa Unida en mi bolsillo.
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