Para cuando empezó esta última década, pensaba que había encontrado un nuevo equilibrio. Me había acostumbrado a caminar al menos una hora, cada vez lo hacía más rápido y todos los viernes me cruzaba Madrid desde el trabajo hasta mi casa: unos veinticuatro kilómetros. Ya ni siquiera tenía que pararme a descansar después de hacerlo. Cruzaba la ciudad y tras una ducha rápida salía a hacer la compra de la semana. Empecé a hacer planes a más largo plazo, en los que estaban incluidos esos viajes que nunca había hecho (aún estás pendiente Santorini, ya veré las laderas de Atlantis, ya las veré) y me permití hacerme ilusiones con nuevas personas. Incluso llegué a quedar con las viejas ilusiones del pasado para bromear de las cicatrices que el amor había dejado.
La empresa y la oficina seguía en plena reconversión, pero, al menos, estaba tirando líneas de código de nuevo (lo que siempre me ha ayudado, crear me da la vida, ya sea una novela, un juego o un programa corporativo) y trabajando en temas de innovación con gente que merecía la pena. Hicimos un proyecto que me pareció importante para la compañía (que, por supuesto, cerraron sin contemplaciones) y luego creamos el germen de una herramienta que no me pareció tan interesante, pero que se ha quedado ahí, y sigue dando servicio a una parte de la empresa después de diez años. A lo largo de mi carrera profesional he estado en la semilla de varias de esas herramientas y algunas se han quedado ya como parte de la compañía. Me satisface pensar que varias de ellas siguen funcionando y ayudando tras cinco lustros.
La cosa se torció primero en la parte personal. Cabía esperar. En aquellos momento estaba bastante ilusionado con una antigua amiga. Nos llevábamos (creía yo), cada vez mejor, la conversación fluía y pensé que esta vez... Me pareció que aquello podía funcionar. Cuando me enteré de que había roto con su pareja (una relación de muchos años que parecía bastante fuerte), la llamé y estuvimos hablando bastante. Yo estaba en ese momento en Cádiz, así que no pude hacer por verla, y para cuando llegué a Madrid descubrí que había dejado su relación anterior, sí, pero que ya se había unido a otra persona. Me sentó bastante mal y empecé a comer. Intenté controlar el peso manteniendo el esfuerzo físico, incrementándolo, pero lo que logré fue joderme la rodilla primero y luego los tobillos.
El trabajo volvió a cambiar y aunque tuve un pequeño periodo de brillantez (sospecho que mi cima en la compañía), ni dos años más tardes la compañía se volvió a revolver y en esta ocasión todo apuntaba ya hacia el final de la única empresa en la que he querido estar. La cosa no pintaba nada bien y la báscula me devolvía cifras cada vez más aterradoras.
Me salvó la escritura. A finales de la década anterior ya me había apuntado al Nanowrimo del 2009 para forzarme a terminar una vieja historia que me interesaba particularmente (Mundo de Cenizas) y desde entonces esta cita anual con la creación desaforada me ha ido dando la vida.
Muchos de estos libros, en particular los del desierto nevado, no creo que vean nunca la luz, pero han servido para que, poco a poco, me acostumbre a un ritmo continuado y firme de escribir, para que lime las asperezas de mi prosa y descubra lo que me gusta o sé escribir.
El periodo del 2014 al 2016 ha sido mi último periodo de felicidad. En esos tiempos volví a un laboratorio de innovación, de la mano de un jefe-amigo, un tipo excepcional y rodeado del olor al estaño de soldadura. Un tiempo genial con una gente maravillosa, creativa y currante a más no poder. Creamos muchas cosas nuevas e interesantes en ese tiempo, y por supuesto para finales del 2016 la compañía ya lo había chapado. Al menos de ese tiempo he sacado Cuentos de Hierro y Pólvora, lo mejor que he publicado, creo, hasta el momento. Desde entonces todo ha ido a peor hasta el principio de este año.
Me he estado arrastrando este último lustro, esperando a que algo cambiase y sintiéndome muy atrapado. No todo fue malo, estuvieron las Sillyberrys, pero me supo a poco a muy poco, y ni siquiera la comunidad de ficción interactiva parecía ni remotamente interesada en ellas.
Hace dos años murió mi padre por un cáncer cerebral que se lo llevó en pocos meses, y eso me dio una perspectiva nueva de todo. Empecé a echar cuentas y en cuanto la compañía me dio la oportunidad de marcharme a cambio de una considerable compensación, acepté sin pensarlo más.
He dejado atrás Madrid, mis fracasos amorosos, mis horas eternas de oficina, la frustración de sentirme de poca utilidad en este último lustro y ahora estoy de vuelta a mi ciudad de nacimiento. Escucho el silencio por la ventana. Siento de nuevo la amigable fiereza del Levante en mi cara. Siembro hortalizas en el patio de atrás. Hago repostería. Y, sobre todo, escribo. Todos los días, más de tres horas, y por fin siento que podría estar haciendo esto durante el resto de vida.
Los cinco lustros que quedan.
3 comentarios:
Sí, la portada es ilustración original.
¡Hola, Juan! Soy Guillermo Buenadicha, espero que el nombre active alguna sinapsis por ahí perdida.
He vuelto a saber de ti por Twitter, y he entrado a cacharrear en un magnífico blog. Me parece excelente, soy un humilde aficionado al SciFi, y aunque discrepo en algunos casos contigo (me leí con gusto no solo "El problema de los tres cuerpos", sino las otras dos obras de la trilogía, ¡y en inglés!) creo que escribes de lujo. Si me lo permites, voy a convertirme en consumidor de algunas de tus obras en Amazon.
Espero que la vida te bientrate, si entiendo bien de esta entrada estás de vuelta en Cadiz. Yo en Ávila, currando en la ESA, cerca de Madrid, en operaciones de misiones de Astronomía. Desde luego será un placer poder verte si te animas algún día a venir por el centro, pero si no, espero que podamos saludarnos cada tantos meses/años, como corresponde.
Un enorme abrazo...
Estoy de vuelta en Cádiz. Es difícil que vaya al centro de momento tal y como está la cosa. Y espero que te guste alguno de mis libros.
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