10.5.23

Gozos

 

Di un par de clases con Azahara Alonso durante el master de escritura creativa en el Hotel Kafka del 2020: aforismo y microrrelatos. Dijo que le gustaron mis microrrelatos, detestó mis aforismos. Normal. Tengo serias dudas de que la filosofía tenga ya algo que aportar al conocimiento o al desarrollo humano a esta alturas de la civilización, así que un aforismo me pareció un microrrelato hinchado de aspiraciones infundadas. Podéis imaginaros los que escribí, casi todos en tono de sorna y espíritu antiaforístico.

Hace muy poco, durante un taller de la misma escuela de escritores, uno de los profesores mencionó esta obra de Azahara y me descargué una versión electrónica desde Amazon. Un gozo. Sinceramente, un gozo este estupendo libro sobre una escapada tan larga como le fue posible a la isla de Gozo. Aunque en algunos titulares se dicen cosas como: Azahara Alonso debuta en la novela con «Gozo», este libro para nada es una novela. En el mismo artículo se puede leer: "[...] Es biografía. Es diario. Es novela. Es ensayo. Es libro de ayuda personal. Es una año sabático. Es crítica a una sociedad deshumanizada, la nuestra, la actual, en la que casi nunca disfrutamos del recorrido, del camino, del paisaje. [...]".

Eso se acerca más. Sin duda es un diario, una biografía entrecortada de un año sabático isleño y aunque puede leerse la crítica, no me parece que lo sea. Más bien percibo una reflexión, o muchas, un abanico disperso de referencias bibliográficos y pensamientos que libremente se mecen a las orillas de la isla pequeña. Pensamientos que casi siempre circunnavegan las ideas de la obligatoriedad del trabajo, su virtud o vicio y sobre todo la necesidad de asumirlo, evitarlo o simplemente ignorarlo. No conozco a Azahara mas que de aquella dos clases pero no logro imaginarla empuñando una bayoneta, ni siquiera metafórica, para asumir la defensa de la ociosidad, o liderar la revolución de la gran renuncia, por mucho que algo parecido asome en algún otro titular. Ella misma en este libro se califica como una exploradora, alguien que de pequeña quería tener todas las profesiones inventadas y por inventar, y que al ir creciendo se le antoja como preferible la idea de transformarse en una alumna perpetua.

La verdad es que el libro se disfruta en cada página. Os lo recomiendo y mucho. Me ha hecho pensar en porqué sufrimos o dejamos de sufrir con el trabajo alimenticio que casi todos hemos tenido que soportar. Yo, ahora que he superado esa parte de mi vida y me he retirado del mercado laboral con lo mínimo, puedo entender perfectamente esta búsqueda que llevó a Azahara a la seca y diminuta Gozo.

En realidad, si lo pensamos calmadamente, nuestro estado natural, aquel en el que hemos vivido la mayor parte de nuestra historia como especie, es el del grupo itinerante nómada y familiar, tal vez mal alimentado, o como mínimo viviendo siempre ante la amenaza de no encontrar mañana algo que comer, mirando con deseo las caderas de alguna prima demasiado cercana y, esto sí seguro, enfermo de alguna cosa (lo más probable de muelas podridas). Eso es para lo que hemos evolucionado como humanos, para caminar y caminar, todos los días, alimentarnos de las pocas frutas del bosque que encontráramos (las que nos dejasen los pájaros e insectos que como agricultor de fresas aficionado os aseguro que no son tantas), raíces que escarbáramos y las pocas presas o carroña que cazáramos o robáramos. Estoy convencido de que cada comida afortunada, cada trago de agua fresca de un riachuelo inesperado, cada rato de descanso a la sombra de una cueva, o cada besuqueo con una de prima cariñosa debía de proporcionarnos una felicidad que ni el más iluminado de los budas sintió jamás. 

Cuando nuestros antepasados domesticaron los cereales y decidieron cambiar la insegura vida del nómada, capaz de disfrutar de cada pizca de suerte, por una vida mucho más previsible pero cansada (y hay pruebas antológicas que demuestran que nuestra salud se resintió al escoger ese camino, nuestra altura se redujo y también nuestra esperanza de vida), hicieron una elección que nos lleva hasta el momento actual. 

Creo que todas estas reflexiones sobre si es virtuoso trabajar o de idiotas, no son más que la añoranza del viejo nómada amante de primas que echa de menos un mundo sin responsabilidades, enorme, casi inacabable, en el que vagar sin rumbo mientras ruega para que mañana haya algo rico que comer y agua limpia que beber. Por eso la felicidad no está en el trabajo, ni en el ocio, ni en ningún mágico equilibrio intermedio, está en sentir que ha pasado un día más y que has logrado una pequeña meta, sea cual sea, porque eso es la vida que esperaban nuestros antepasados: una comida más, una fuente de agua limpia y tal vez un poco de sexo con una chica aunque fuese demasiado parecida al resto de tu familia.

Y no quisiera que eso se entienda como deseo de retorno a lo más básico, solo digo que nuestro cerebro me parece probable que funcione con esos principio básicos. Si quieres ser feliz, plantéate pequeñas metas y cúmplelas, sean cuales sean. 

Y seguramente meterte unos cuantos kilómetros de caminata cada día también ayude. 


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