Pero, ¿por dónde empezar? Y sobre
todo, ¿realmente de qué va a tratar este libro? Hay respuestas típicas, como ‘por
el principio’ o como ‘de mí’, también hay respuestas grandilocuentes del tipo ‘en
el fondo aquello fue el final, así que vamos a usarlo como principio’ o como ‘de
mi búsqueda de lo que soy’. Pero, en realidad, no creo que haya ninguna
respuesta… no, eso también es una frase hecha y grandilocuente, lo que quería
decir, es que ahora mismo no creo que tenga ninguna respuesta ahora mismo. Como
los coches de mi pueblo… maldita sea, de mi ciudad… como los coches de mi
ciudad parece que ahora mismo esté perdiendo el control, o me suena así, aunque
en realidad nada parece rápido ni fuera de su curso.
En realidad, lo que he escrito
también es un arquetipo barato. ¿Realmente alguna vez tenemos alguna respuesta
a alguna de las preguntas que nos importen de verdad? Lo dudo mucho. Pero nos
inventamos historias, que nos vamos creyendo. Así que creo que de eso voy a escribir,
de mis historias y de mujeres. Lo de hablar de mujeres es porque en el fondo es
por lo que derrapo siempre, y con ello no quiero decir que derrapo por culpa de
las mujeres, no. Eso sería normal, supongo que hasta sano, no. Lo que quiero
decir es que derrapo por cómo las mujeres siempre me han ignorado.
Bueno, no siempre, hubo un tiempo
en el que era guapo. Tal vez sea bueno empezar por ahí, o tal vez sería mejor
empezar por revisitar alguna historia realmente antigua. ¿Qué más da? Historias
escritas para mujeres y sin mujeres. No hay tanta diferencia.
El encuentro
La negritud del vacío
interestelar no era más que una imagen en una pantalla. Hacía décadas que las
naves del cuerpo de investigación no tenían ventanas, demasiado arriesgado para
las naves que iban a los confines desconocidos y, tal y como demostraba la
experiencia, se encontraban con enemigos desconocidos. Sin embargo la altísima
definición y el contraste extremo hacía olvidar con facilidad que el espacio no
estaba ahí mismo, apenas a unos milímetros de cristal de separación. Apenas a
un impacto aleatorio de un proyectil bassül.
Mark estaba de los nervios.
Llevaba diez años en el cuerpo estelar de investigación y era el único de su
promoción que no lucía ni una sola línea dorada en su uniforme azul. Ni una
sola misión de exploración coronada con un éxito significativo. Andrea ya lucía
todo el juego completo en las mangas de su camisa, y tres estrellas plateadas
en la solapa. Y hasta Iván, al que habían apodado ‘el ruso corto’ en la
academia, había obtenido dos líneas doradas. Pero Mark parecía tener la peor de
las suertes escogiendo sectores. Tras cada misión se sentaba en el gran panel
central del astropuerto del cuerpo de investigación en órbita a Plutón, y
escogía uno de los destinos decididos por los analistas. Todos prometedores,
estrellas amarillas, planetas en la distancia adecuada, con trazas de agua y
posible actividad electromagnética. Misión tras misión se sentaba en su nave
bala de investigación y veía como la máquina generadora de agujeros de gusano,
a la que todos conocían como el Gran Cañón, abría su sector. La aceleración
inicial, la angustiosa sensación de deshacerse en moléculas y ya estabas. Se
ponía en marcha el reloj y tres días antes del colapso del agujero. Un minuto
de retraso y más valía que se te diese bien sobrevivir sin aire ni provisiones.
Diez años de saltos y su mayor
éxito habían sido las ruinas de una civilización alienígena destruida por un
asteroide antes de que hubiesen tenido la posibilidad de forjar el hierro. La
galaxia estaba repleta de civilizaciones de las que poder aprender y que contar
como aliados. Andrea lo había demostrado sobradamente y hasta Iván había
conseguido abrir dos rutas de comercio; pero el guapo y brillante Mark, de
lustrosa cabellera rubia, escogía siempre mal, y ya lo conocían en Plutón como
el calvo gafado. Los bassül eran su
mejor oportunidad, ningún asteroide amenazaba con borrarlos de la galaxia en
breve, y eran claramente una civilización avanzada a tener en cuenta. Podían
ser una raya dorada o incluso una estrella con un poco de suerte y una
manipulación adecuada de los informes. Pero los bassül también eran unos
escamosos hijos de perra. Vete a saber cómo había logrado salir de su planeta
con una tecnología que apenas superaba la máquina de vapor y los barcos de
vela. Aun así habían colonizado los tres planetas de la franja habitable de su
estrella, incluso el más cercano a la estrella, que era una endiablada bola de
arena y lluvias corrosivas. Tres mundos bassül que en seguida se odiaron entre
ellos y andaban disparándose entre ellos en el espacio con cañones hidráulicos
disparados desde naves espaciales que parecían casi hechas de madera tal vez
desde hacía cientos de años.
Durante la primera visita ni
siquiera tuvo la oportunidad de entender que aquellas naves rudimentarias
usaban radio analógica para comunicarse, radio como la de los tiempos de
Marconi. La alegría de encontrar una civilización avanzada se acabó en cuanto
un proyectil basto, una mera bola de metal se incrustó en el casco exterior.
Suerte de que levantó el escudo y suerte, que las balas eran de hierro y el
escudo las frenaba un poco o nunca hubiese llegado de regreso al agujero.
Durante la segunda visita cometió
el error de fijar el agujero en el mismo punto que durante la primera visita.
Una flota de naves le esperaba al otro lado. Al menos, aquella vez pudo
confirmar que usaban radio antigua antes de huir por dónde había venido.
La tercera vez, lograron ocultar
el agujero y la nave de investigación a la sombra del principal gigante de gas
del sistema. Los bassül no lo descubrieron aunque a tenor de las conversaciones
que interceptó estaban sobre la pista. En aquella visita pudo descubrir mucho
de la historia bassül, de los tres mundos y de su guerra eterna. Aun así le
costó mucho esfuerzo que el cuerpo mantuviese el sistema como un objetivo.
La cuarta visita había sido la
más complicada de su vida. Hablar con cada bando, evitar ser encontrado todo el
tiempo. Descubrirse sin ser descubierto, lo suficiente como para negociar su
quinta y esperaba que última visita.
Pero ya estaba hecho, los tres
representantes de los tres planetas se iban a reunir con él en órbita del mayor
satélite del principal gigante de gas. Una reunión para fijar las condiciones
de la ruta de comercio y con suerte alguna clase de alianza.
Ahí estaban, las tres naves,
expulsando vapor por todas sus junturas toscamente remachadas, esperando que se
uniese a ellas para mediar entre los tres planetas. Ya podía sentir el tacto de
la línea dorada en la manga del uniforme.
***
El comandante está de buen humor.
Todo ha ido como esperábamos y ya sólo falta un poco, tan sólo un poco, para
alcanzar nuestro éxito. Ha sido complicado, laborioso y enrevesado, pero todo
lo que merece la pena lo es. Y ahora, ya sólo falta el paso final. Puedo sentir
sobre mí las aguas de la victoria mientras afilo mi sable como hacen todos los
demás. El humano se tragó todo lo que le lanzamos, como si realmente los otros
planetas hubiesen tenido alguna oportunidad de resistirse a nosotros. Ya se
abre la puerta, la puerta de nuestra nueva nave repleta de más tecnología que
incorporar a la nuestra. ¿Por qué los alienígenas son siempre tan confiados?
Junto a una pista de basket
Cuando era un crío ya escribía
relatos, pero incluso antes hubo tebeos, o cosas similares con gérmenes de
historias. No sé si aún se guardan en algún cajón, pero recuerdo vagamente haber
dibujado naves espaciales, esquemas con todo lujo de detalles con su motor, sus
compartimentos y demás, incluyendo personajes terriblemente mal dibujados con
sus correspondientes bocadillos diciendo quién sabe qué tonterías. Incluso creo
que aún debe estar en algún rincón un cuaderno verde con un comic con sus
viñetas mucho mejor dibujado, probablemente porque lo haría mi hermana, que
tiene mucha mejor mano, con los mismos personajes. En aquellos tebeos había un
personaje completamente inventado por mí que se llamaba Investigador o algo
parecido y llevaba una gran I en el pecho, a lo Superman. Sé que me llegué a
disfrazar de él en alguna ocasión con una auténtica gran I en el pecho y una
capa verde creo que sacada de un disfraz de rey mago. Tal vez haya vergonzosas
fotos, aunque si las hay no las he visto en muchos años.
Así que mis primeros relatos eran
ya de género. Ciencia ficción y superhéroes del espacio, así de rollo
kriptoniano o star jammers, pero pronto diversifiqué. Supongo que nunca me he
sentido cómodo siendo un autor de género incluso cuando me ponía una gran I en
el pecho y me colgaba una capa de terciopelo verde. Valga el anterior mini
relato como homenaje a aquellas primeras naves de mi imaginación.
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