Pase usted señorita Bal Nodul.
Pues sí que estamos
bien. Volvemos al usted y encima me llamas Bal Nodul.
Son las normas. Por favor, entre y siéntese.
No. Al menos llámame
por el apellido que he escogido para mí, Adharif.
Ese apelativo es actualmente una palabra complicada.
No es un apelativo,
es el apellido que me he escogido. Llevo siendo Shamsia Adharif. Si quieres mi
colaboración llámame así.
Está bien. Señorita Adharif, podría entrar y sentarse, por
favor.
Ya estoy dentro, pero
no me voy a sentar hasta que no me trates de tú. Vamos hombre, que hemos bebido
juntos.
Señoria Adharif, el trato respetuoso entre nosotros es
fundamental.
Hola, Qadir, ¿a que
tú sí que me conoces, eh, pajarito? Mira te he traído unas cosillas ricas de
comer.
Por favor, no haga eso ahora, si le da carne cruda ahora
estaré toda la entrevista con sabor a sangre en la boca.
Sí que es cercano,
vuestra unión.
Ya sabes… ya sabe que completa, o casi. Por favor, siéntese
y sigamos con su entrevista, vamos muy retrasados.
No. Os han puesto
tiesos, ¿eh? ¿Ha sido por lo del devorador?
Ahora los llamamos bebedores de sangre.
Prefiero devorador,
es más claro, cogen cualquier animalillo y le sorben no sólo la sangre, sino
todos los fluidos internos. Lo dejan seco como una pasa. Es bastante
desagradable de ver. Menos mal que lo hacen en la intimidad de sus agujeros
cerosos, normalmente. Y son feos, madre mía, con esa cabeza como de calamar.
Son seres sintientes y con moral. Lo son desde que su
colectividad fue rota. Intentamos incorporarlos a la sociedad. Son muy
inteligentes y algunos excelentes hechiceros.
Siguen siendo algo
asquerosillos, la verdad. Y claro, con esas capacidades telepáticas, son
bastante molestos.
No te gusta… j.. no le gusta nada que miren en tu… su
cabeza.
¿Y a quién si le
gusta? Una mujer tiene que tener sus secretos. Deja de esforzarte en llamarme
de usted. Somos amigos y nos caemos bien. Vamos.
Samshia, por favor, son las nuevas normas. Más distancia,
más seguridad. Mira llevo una protección nueva que impida que si te enfadas me
ases como el pollo que me cocinaste en aquel bar.
¿Te asusto, Nasree?
No, no. No es eso. Pero, por favor, no te acerques tanto,
ni me toques.
Te asusto entonces.
No. Pero es inapropiado, muy inapropiado. Y Samshia, por la
Rosa que Resplandece, búscate una túnica normal, una que no sea tan…
¿Escotada?
Ya estamos rondando el invierno y esta ciudad se vuelve fría.
Es por tu salud.
De acuerdo, de
acuerdo. Aunque no tengo mucho dinero para tener tanta ropa diferente.
Yo te compro lo que necesites.
Bien, y te vienes
conmigo a comprarlo.
No. No. No es adecuado. Soy tu entrevistador, no es
adecuado.
Oh, vamos, Nasree, me
gusta ir contigo por la ciudad y comprar cosas.
No. No. Y siéntate de una vez que tengo que completar tu
entrevista.
¿Me vas a tratar de
tú?
Sí, sí, vamos. Espero que no revisen el cristal de Qadir.
Estábamos llegando a Al Fartha, después de tu viaje hasta la costa y el
trayecto en barco hasta Salasem.
Sí, mal sitio.
Por la Iglesia del Sol Llameante.
Sí, son unos
fanáticos, que quieren expurgar toda rareza que no sea la suya propia, claro.
Porque ellos mismos son raros de narices.
No conozco nada de primera mano de la Iglesia de Alcamisso.
¿Me permitirías usar la diadema y detenernos un poco en detalles de la misma
allá en el norte? Tendrías que pensar en un episodio concreto que te parezca
significativo.
Sí, voy por la
diadema. Creo que te puede valer un juicio al que asistí, en un pueblo de la
costa llamado Imdurh. Ven que te pongo tu parte de la diadema.
Samshia, realmente tienes que buscar una túnica menos
escotada, de verdad.
De acuerdo, de
acuerdo. Empiezo el recuerdo, déjame que…
Llegué al pueblo cuando ya era de noche. Me acompañaba no
sólo mi querida mula Zahida, sino también aquella chica del pueblo anterior que
se me había pegado como una lapa, Nawra y estábamos hambrientas. Aún nos
quedaban raciones de pescado salado, pero estábamos más que hartas de comer lo
mismo un día tras otro, queríamos comer caliente en lo que fuese que tuviese
aquel pueblo. Ya había visto muchos desde que hui de mi aldea y aquel era lo
bastante grande como para tener al menos dos tabernas: la que solía preferir,
la discreta, en este caso casi seguro cerca del puerto de pescadores y la otra,
a donde irían a beber los jerifaltes de la región. Habíamos caminado por la
línea de la costa, así que encontrar el puerto de pescadores fue realmente
sencillo. Había menos barcas de las que esperaba, para el tamaño del pueblo,
así que además de a la pesca, este pueblo debía tener campos de cultivo en
alguna franja de tierra fértil entre el mar y el desierto. No había muchos
pueblos con tanta suerte en aquella costa. Lo de que tuviese tierras de
labranza era una gran noticia, tal vez pudiésemos comer algo diferente a
pescado y algas. Sólo pensar en un simple boniato a la brasa ya me estaba
animando la noche.
La taberna estaba junto al puerto, tal y como imaginaba.
Debía llamarse algo así como Un Pez En Parrilla o algo parecido, porque sobre
su puerta estaba dibujada una parrilla con un pez asándose en ella.
(¿No
tenía el nombre escrito junto a la puerta?)
(No lo recuerdo, pero no me serviría de
mucho, no sabía leer)
(¿Qué?
¿No sabías leer?)
(No mucha gente sabe leer, y nadie me había
enseñado nunca)
(¿Y
cuándo…)
(Pues no hace mucho, ya llegaremos a eso,
continúo)
Pero para mi disgusto la puerta de la taberna estaba
cerrada, los postigos de las ventanas echadas y todo estaba a oscuras. Llamé a
la puerta y no hubo respuesta. Le dije a Nawra que habrían cerrado, que habrían
quebrado o algo así, y ella me dijo que todas las casas del puerto parecían
igual de oscuras. Por un momento temí que hubiésemos llegado a un pueblo
afectado por alguna plaga. Nunca me había encontrado con ninguna, pero se
rumoreaba que por la costa algunos pueblos estaban sucumbiendo por una peste
muy peligrosa, que se llevaba familias enteras por delante. Estuve a punto de
decirle a Nawra que nos alejásemos y que ya volveríamos con la luz de la
mañana, cuando todo se viese con claridad. Me habían dicho que los pueblos con
alguna peste están marcados con banderas oscuras y con signos en las paredes,
aunque no sabía que signos serían. Pero estaba cansada y tenía hambre, así que
confié en que mi suerte no me había abandonado y le dije a Nawra que nos
adentrásemos en el pueblo para ver si veíamos a alguien. Encendí mi mano
derecha para darnos luz en las callejas del pueblo. No era muy discreto, pero
así estaba más preparada. A Nawra le encantaba cuando manipulaba fuego, así que
se le iluminaron los ojos.
Las casas estaban a oscuras, las calles vacías. Era algo
fantasmagórico, como si los habitantes hubiesen muerto todos al caer la noche.
Todas las casas cerradas. Todas las ventanas echadas, como si temiesen algo más
que el frío de la noche. Pero no estaban muertos, ni se habían marchado.
Primero vimos las luces y luego escuchamos las voces.
Estaban en la plaza central del pueblo que era amplia, porque les servía
también como mercado –se notaba por el intenso olor a pescado viejo. Fue una
suerte que primero viésemos la luz, así pude apagar mi mano. No sé qué hubiese
pasado si hubiese llegado a entrar en aquella plaza demostrando mi capacidad
para manejar el fuego.
Todos estaban allí. Hombres, mujeres, niños y ancianos.
Ocupando casi toda la plaza, y en el centro, en la escalinata que llevaba a lo
que parecía un viejo palacio reconvertido en mezquita del Sol Llameante, se
estaba llevando a cabo un juicio. Una mujer estaba atada en una de las columnas
del viejo palacio, vestida tan sólo con una vieja túnica blanca con manchas
pardas, que sobre el vientre tenía dibujado un sol llameante. Junto a ella
esperaba lo que podría ser un soldado o un verdugo. Un hombre fornido, con cicatrices
en los brazos y en la cara, y al que habían marcado en la frente con otro sol
llameante. Yo no los había visto hasta aquel día pero pronto descubrí que era
un ofrecido, un hombre que se había entregado por completo a la iglesia
llameante. Aquel ofrecido tenía un aspecto aburrido mientras esperaba
sosteniendo una cimitarra bastante pesada.
En el otro extremo, sentado en una silla un hombre de
mediana edad, vestido con una túnica blanca sencilla, no mucho más nueva de la
que portaba la mujer atada, un turbante igualmente blanco y una venda que le
tapaba los ojos, escuchaba atentamente. No lo podía ver desde el fondo de la
plaza pero era un iluminado, un hombre cuyos ojos habían sido consumidos en el
fuego del profeta mismo y que a cambio había obtenido la capacidad de
distinguir la verdad de la mentira.
(¿Existen
realmente entonces?)
(Sí, y no sólo distinguen la verdad de la
mentira al escucharla, de alguna forma son capaces de ‘ver’ si el que está
delante es un sacerdote de alguna otra religión o un mago)
(¿Son
los que cazan a los magos?)
(Los ofrecidos son los que cazan, pero los iluminados
son los que confirman que lo son)
(Y
los ejecutan)
(Practicar cualquier clase de magia está
condenado con la muerte o con la plaga en el Sultanato Llameante)
(¿Con
la plaga?)
(Sí, algunos jueces a los que llaman Mano de
la Justicia, pueden imponerla a los que encuentran culpables de hechicería)
(Qué
horror, espero que en algún momento le podamos declarar la guerra a ese país abominable)
(¿Continuo con el relato del juicio?)
(Sí,
por favor)
Junto al iluminado había dos personas más. Uno resultó ser
el jefe del pueblo y el otro el acusador, un hombre joven. La mujer había sido
acusada de practicar rituales contrarios a las creencias de la Iglesia
Llameante, concretamente se le acusaba a sanar mediante medicinas que obtenía
de pescados y de algas de la profundidad, así como de realizar males de ojo,
provocar malas cosechas y provocar la infertilidad de otra mujer del pueblo. El
iluminado no quería dejar ni un solo cabo sin atar. No era el que preguntaba
directamente, eso quedaba en manos del jefe del pueblo, pero le sugería temas
sobre los que preguntar a este, y tras cada respuesta levantaba la mano derecha
si lo dicho era verdad y la izquierda si lo dicho era falso. La mujer lo negaba
todo. Negaba que hubiese lanzado ningún hechizo. Negaba que conociese ninguna
magia. Negaba que pudiese respirar bajo el agua. Negaba que supiese hacer
pociones de curación con peces y algas. A cada pregunta el iluminado confirmaba
o negaba la verdad de lo dicho, y sugería nuevas preguntas. Debieron repetir
las mismas preguntas de veinte formas diferentes. Poco a poco quedó clara la
situación. La chica no era hechicera, ni medio pez, no podía recoger las algas
ella misma, pero sí que preparaba bebedizos de curación. A un gesto del
iluminado el ofrecido y otro hombre del público apresaron al acusador y las
preguntas cambiaron. Para entonces estaba claro que no se podía engañar al
iluminado pero aun sí aquel hombre joven lo intentó. Aquel hombre pretendía las
tierras del padre de la chica, sabiendo que ella se dedicaba a los bebedizos quería
que la acusaran de hechicera y connivencia con las bestias. El resultado de
aquella acusación era la muerte y había amenazado al padre con ello. “Morirá tu
hija si no me vendes tus tierras a bajo coste”, le había dicho. El padre se
había negado y había puesto la confianza en la justicia de la Iglesia
Llameante.
Para el hombre joven las cosas se estaban poniendo
realmente mal. El iluminado no tenía dudas, se levantó y se lo dijo a todo el
pueblo. Aquel hombre llevado por la avaricia, había acusado injustamente a una
persona, con la intención de provocarle la muerte. Eso era equivalente al
asesinato, y como asesino sería castigado. Lo forzaron a arrodillarse y a echar
la cabeza para atrás. Pensé que iban a matarlo, pero no fue así, de no sé dónde
apareció una vara al rojo vivo con el sol llameante en un extremo y allí mismo
lo marcaron como ofrecido. Aquel hombre acababa de perder todas sus
pertenencias, que pasaban a la iglesia y le esperaba una vida de esclavitud y
servidumbre.
El padre de la chica se deshacía en elogios hacia el iluminado
pero este hizo que lo retuviesen y lo apartasen. Se acercó a la chica atada y
le dijo al pueblo, que aquella mujer había cometido un crimen mayor. La
enfermedad era voluntad de dios, y sólo sus sacerdotes pueden curarla. El que
enferma es por sus pecados, no necesita remedios demoníacos sino oraciones. De
forma que el delito de la chica era peor que el asesinato o la hechicería, era
la impiedad. Nada más terminar de hablar el iluminado, un corte certero del
ofrecido separó la cabeza del cuerpo de la chica. Fue una forma realmente
drástica, pero clara de aprender que debía evitar enseñar mi poder. En el
Sultanato Llameante sólo admiten un tipo de persona a los creyentes y un tipo
de verdad, la que mana de la boca de su profeta.
(¿La
ejecutaron por ser una curandera?)
(Sí, así es. Ejecutan a curanderos y
sanadores de todas clases, así como a hechiceros y por supuesto a herejes de
cualquier religión, incluso los arquitectos o ingenieros están bajo sospecha.
Sólo el saber de su dios es un saber bondadoso y el resto de las artes son algo
que debe ser puesto bajo vigilancia. No hay más poesía que la que canta al sol,
al amanecer o se lamenta del atardecer. No hay más música que la que canta
alabanzas a dios. No hay más escultura que la dedicada a tallar soles
llameantes. No hay más arquitectura que la que permite construir templos al sol)
(Fanáticos)
(Sí, pero no son los únicos. Nuestros
tiempos son oscuros e intransigentes)
(Aquí
en el keanato no encontrarás nada así y en nuestra Ciudad Renovada, la libertad
es aún mayor)
(Claro, por eso tengo la sensación de que me
vigilan constantemente)
(Shamsia
sólo es hasta que se demuestre que no eres un riesgo para la ciudad y yo ya
estoy convencido)
(Pues da el visto bueno. Depende de ti,
¿no?)
(Aún
no necesito conocer más cosas de tu historia)
(Está bien, ¿qué te cuento ahora?)
(Quítate
la diadema y sigamos hablando)
Vale, dime.
Cuéntame cómo era Al Fartha.
Es una ciudad extraña
en un lugar aún más extraño.
Empieza por el lugar.
Es como… como un
valle en donde no hay montañas. No se trata de un oasis, o tal vez sí, pero uno
enorme. Más bien es como si el desierto no se hubiese decidido a arrasar con
ese pedazo de tierra que ya tiene cercada. En los bordes de la región de Al
Fartha una región dura y seca, similar a la que rodeaba mi aldea, va dando paso
desde las arenas del desierto, hasta los bosques dispersos y los matorrales que
conforman la región central. Al norte de dicha región se extiende la sabana que
une Alcamisso con las antaño tierras fértiles de Talesmel. La ciudad misma, se
alza sobre una hondonada rica en aguas subterráneas, un poco como Al Hassim o
más bien como la cercana Marmud. Y algunos edificios son muy muy antiguos. Sin
embargo, todo tiene un aspecto provisional.
Si no fuese por los
trolls, la región sería un lugar próspero, de agricultores y pastores. Me la
puedo imaginar como las tierras de los Amiss, del keanato, con parcelas
delimitadas por muretes de piedra y con praderas repletas de ovejas. Así podría
ser Al Fartha, pero están los trolls y los trolls se lo comen todo. Por otra
parte la existencia misma de la ciudad se debe a los propios trolls. Los que
están allí, están para cazarlos.
¿Conoces el origen de los trolls? Y quiero decir con esto,
porqué están allí, y en algunas otras partes del norte.
Me lo contaron en la
ciudad. Aunque en las tabernas de la ciudad cuentan muchas cosas de la ciudad y
no sé cómo se puede distinguir la realidad del mito.
Por no hablar de que la ciudad ha sido destruida
innumerables veces, casi siempre sin que hayan quedado supervivientes.
¿De verdad?
Eso dicen mis libros. Como bien dices la ciudad ahora sólo
existe porque allí quedan trolls, trolls salvajes, de los grandes, los que
llaman de las praderas, más fuertes y sanos que los que tenemos al sur, los que
llaman de las arenas.
Sí, todos los que están
allí es por los trolls, para cazarlos en su mayor parte.
Los trozos de troll son un componente invaluable para los
alquimistas y para algunos rituales mágicos.
Y para otros usos, he
visto como hacían arcos, armaduras y otras cosas con ellos.
Prefiero no pensarlo demasiado. La cosa es que no siempre
los trolls se dejan matar sin más, de tanto en tanto uno de sus caudillos es lo
bastante listo o fuerte o ambas cosas, como para organizar a las tribus, y
entonces caen sobre la ciudad y no dejan a nadie con vida en ella.
Un ataque coordinado
por los trolls. Los que vi mientras estuve allí eran demasiado idiotas para
hacer algo así, me resulta difícil de creer.
Pues ha pasado bastantes veces, y una de ellas poco antes
de tu nacimiento o tal vez poco después. O sea, hace poco.
Gracias por llamarme
jovencita.
Yo no… a lo que iba, la ciudad ha sido arrasada tantas
veces que resulta muy complicado reconstruir su historia, pero hay algunas
cosas que parecen claras. Veamos si coinciden con lo que te contaban en las
tabernas de la ciudad.
Allí decían que la
ciudad había sido un monasterio en el tiempo más remoto.
Es una posibilidad, un monasterio dedicado a la diosa
Serakh, la antigua deidad Casti de la prosperidad y las cosechas. Tal vez bajo
el nombre de Nat Hut Serakh, “Dedicado a la Serakh Profunda”, por las aguas
subterráneas.
Ellos lo llamaban
Nattú.
Un nombre, sorprendentemente atinado para tratarse de una
historia de taberna. Continua.
Pues decían que en
Nattú solo había mujeres muy hermosas y todas ellas vírgenes, dedicadas por
completo a la meditación y a la agricultura.
Eso podría corresponder a un monasterio de Serakh.
El monasterio era
famoso por muchas cosas: por las cosas que en él se cultivaban que tenían fama
de ser exquisitas, por las aguas termales de una cueva subterránea que nunca se
ha encontrado y que sanaban la enfermedad y por supuesto por la santidad de sus
sacerdotisas. Así que era un lugar próspero y de peregrinación, pero, a lo
largo de los años, el sentimiento de soledad y castidad forzada de las
sacerdotisas se transformó en algo oscuro. Decían que las sacerdotisas se
habían entregado a actos de lujuria con animales, incluso con grandes lagartos
como los geckos del desierto y que de esas impías uniones habían nacido los
trolls.
Ja, ja, ja. ¡Qué historia! He de reconocer que es buena,
pero no se parece mucho a la realidad.
¿Y cuál es la real?
Bueno, la que creemos que es real. Nadie sabe de dónde
vienen realmente los trolls ni su origen exacto, pero se creen que son
resultado de cruces impíos realizados por sacerdotes de la Noche en los tiempos
del Antiguo Imperio, el imperio de los castis.
Como mi historia,
¿no?
Eh… bueno, tal vez, pero no creo. Imagina más bien a
hechiceros creyentes de la sombra robando esencia de hombres y de monstruos
para crear un ejército de hombres gigantes, tontos, dóciles y casi
invulnerables.
Muy dóciles no son
los trolls.
Bueno… dóciles para con sus creadores, puedes imaginar eso,
¿no?
Sí. Bueno, con mucha
imaginación. Normalmente lo que ves de un troll es un hombre enorme, medio
verde y medio morado que se lanza sobre ti babeando y gritando. Eso con suerte.
Pues, parece casi seguro que los crearon ellos, y parece
que los criaron por miles y miles al norte de la península casti. O sea al
noreste de Alcamisso, en las praderas que ahora son de los shontaro.
¿Cómo un ejército?
Eso es. Llegado el momento un ejército gigantesco de
trolls, gigantes y dragones negros cayeron sobre el mayor imperio que ha
conocido la historia y lo destruyeron. Todo en el nombre del Señor de la Noche.
Los trolls que quedan en Al Fartha son los restos de aquel enorme ejército del
pasado remoto.
¿De cuántos años
estamos hablando?
Muchos más de mil.
Guau, y se pueden
saber cosas de hace tanto tiempo.
Tenemos libros muy antiguos en la ciudad y hay otras formas
de ver el pasado, formas mágicas que podrías aprender.
Realmente no hace
falta que me vendas las ventajas de unirme a vosotros, ya soy una completa
convencida. Lo sabes.
Sí, cierto. Pero no está de más recordártelo de vez en cuando,
para que te portes bien.
¿Y si no me
castigarás?
Por favor, Shamsia, tómatelo en serio.
De acuerdo. ¿Qué más
quieres saber?
Para empezar cómo llegaste hasta Al Fartha. Tu sola, la
mula y la chica seríais comida para trolls.
Eh… ¡que los trolls
también se pueden quemar!
Aun así.
Ya. Nawra era una
vigía malísima, y a mí me gusta dormir demasiado. Si los trolls nos hubiesen
cogido por la noche, seríamos espetón de humana. Por eso, tuve que esperar en
Salasem hasta que una guarnición de ofrecidos se dirigió a Al Fartha escoltando
una caravana de comercio.
¿Lo pasaste muy mal durante la espera? Por los fanáticos,
quiero decir.
Fue peor durante el
viaje. Hubo momentos peligrosos, ataques de fieras a la caravana, incluso un
grupo de desertores o bandidos que parecían desertores, y claro, yo no podía
recurrir a mi poder. No con todos esos hombres de la fe por allí rondando. Tuve
que simular que éramos un par de camareras locas que estaban dispuestas a
jugarse la vida por alcanzar la tierra prometida de las propinas de los
cazadores de trolls.
¿Y se lo creyeron?
Se lo creyeron. Yo
era guapa y atrevida, y Nawra sabía cocinar.
Realmente se te da muy mal, ¿no?
Muy mal, sería una
esposa espantosa.
Yo no… bueno, y, ¿los
soldados no intentaron propasarse contigo o Nawra?
¿Los ofrecidos? Oh,
no, no. Sólo entienden de su deber. No sé qué les hacen cuando los transforman,
igual hasta los castran, pero son perfectos caballeros, completamente dedicados
a lo que sea que les ordenen hacer.
Tal vez sea un hechizo divino. Alguna clase de obligación o
misión sagrada que les imponen los sacerdotes.
Ni idea; pero
mientras no vayan a por ti, son unos perfectos corderitos, de hecho son
mortalmente aburridos y parecen mortalmente hastiados de todo.
Igual les extirpan la voluntad.
¿Eso se puede ‘extirpar’?
No estamos seguros, es posible que esos sacerdotes puedan.
Menos mal que salí
del norte.
Vaya, es algo tarde. Ve a comer, regresa por la tarde que
tenemos que seguir.
Oh, ¡no! Tenemos que
ir a comprar ropa más adecuada para el invierno, ¿no? Vamos, mírame, esto es
demasiado corto, ¿no?
Por favor, Shamsia.
Tienes que ayudarme a
escoger lo adecuado.
Está bien, está bien. Seguiremos mañana, vamos a comer y a
comprarte algo adecuado.
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