16.11.13

Shamsia 14

Pase usted señorita Bal Nodul.

Pues sí que estamos bien. Volvemos al usted y encima me llamas Bal Nodul.

Son las normas. Por favor, entre y siéntese.

No. Al menos llámame por el apellido que he escogido para mí, Adharif.

Ese apelativo es actualmente una palabra complicada.

No es un apelativo, es el apellido que me he escogido. Llevo siendo Shamsia Adharif. Si quieres mi colaboración llámame así.

Está bien. Señorita Adharif, podría entrar y sentarse, por favor.

Ya estoy dentro, pero no me voy a sentar hasta que no me trates de tú. Vamos hombre, que hemos bebido juntos.

Señoria Adharif, el trato respetuoso entre nosotros es fundamental.

Hola, Qadir, ¿a que tú sí que me conoces, eh, pajarito? Mira te he traído unas cosillas ricas de comer.

Por favor, no haga eso ahora, si le da carne cruda ahora estaré toda la entrevista con sabor a sangre en la boca.

Sí que es cercano, vuestra unión.

Ya sabes… ya sabe que completa, o casi. Por favor, siéntese y sigamos con su entrevista, vamos muy retrasados.

No. Os han puesto tiesos, ¿eh? ¿Ha sido por lo del devorador?

Ahora los llamamos bebedores de sangre.

Prefiero devorador, es más claro, cogen cualquier animalillo y le sorben no sólo la sangre, sino todos los fluidos internos. Lo dejan seco como una pasa. Es bastante desagradable de ver. Menos mal que lo hacen en la intimidad de sus agujeros cerosos, normalmente. Y son feos, madre mía, con esa cabeza como de calamar.

Son seres sintientes y con moral. Lo son desde que su colectividad fue rota. Intentamos incorporarlos a la sociedad. Son muy inteligentes y algunos excelentes hechiceros.

Siguen siendo algo asquerosillos, la verdad. Y claro, con esas capacidades telepáticas, son bastante molestos.

No te gusta… j.. no le gusta nada que miren en tu… su cabeza.

¿Y a quién si le gusta? Una mujer tiene que tener sus secretos. Deja de esforzarte en llamarme de usted. Somos amigos y nos caemos bien. Vamos.

Samshia, por favor, son las nuevas normas. Más distancia, más seguridad. Mira llevo una protección nueva que impida que si te enfadas me ases como el pollo que me cocinaste en aquel bar.

¿Te asusto, Nasree?

No, no. No es eso. Pero, por favor, no te acerques tanto, ni me toques.

Te asusto entonces.

No. Pero es inapropiado, muy inapropiado. Y Samshia, por la Rosa que Resplandece, búscate una túnica normal, una que no sea tan…

¿Escotada?

Ya estamos rondando el invierno y esta ciudad se vuelve fría. Es por tu salud.

De acuerdo, de acuerdo. Aunque no tengo mucho dinero para tener tanta ropa diferente.

Yo te compro lo que necesites.

Bien, y te vienes conmigo a comprarlo.

No. No. No es adecuado. Soy tu entrevistador, no es adecuado.

Oh, vamos, Nasree, me gusta ir contigo por la ciudad y comprar cosas.

No. No. Y siéntate de una vez que tengo que completar tu entrevista.

¿Me vas a tratar de tú?

Sí, sí, vamos. Espero que no revisen el cristal de Qadir. Estábamos llegando a Al Fartha, después de tu viaje hasta la costa y el trayecto en barco hasta Salasem.

Sí, mal sitio.

Por la Iglesia del Sol Llameante.

Sí, son unos fanáticos, que quieren expurgar toda rareza que no sea la suya propia, claro. Porque ellos mismos son raros de narices.

No conozco nada de primera mano de la Iglesia de Alcamisso. ¿Me permitirías usar la diadema y detenernos un poco en detalles de la misma allá en el norte? Tendrías que pensar en un episodio concreto que te parezca significativo.

Sí, voy por la diadema. Creo que te puede valer un juicio al que asistí, en un pueblo de la costa llamado Imdurh. Ven que te pongo tu parte de la diadema.

Samshia, realmente tienes que buscar una túnica menos escotada, de verdad.

De acuerdo, de acuerdo. Empiezo el recuerdo, déjame que…

Llegué al pueblo cuando ya era de noche. Me acompañaba no sólo mi querida mula Zahida, sino también aquella chica del pueblo anterior que se me había pegado como una lapa, Nawra y estábamos hambrientas. Aún nos quedaban raciones de pescado salado, pero estábamos más que hartas de comer lo mismo un día tras otro, queríamos comer caliente en lo que fuese que tuviese aquel pueblo. Ya había visto muchos desde que hui de mi aldea y aquel era lo bastante grande como para tener al menos dos tabernas: la que solía preferir, la discreta, en este caso casi seguro cerca del puerto de pescadores y la otra, a donde irían a beber los jerifaltes de la región. Habíamos caminado por la línea de la costa, así que encontrar el puerto de pescadores fue realmente sencillo. Había menos barcas de las que esperaba, para el tamaño del pueblo, así que además de a la pesca, este pueblo debía tener campos de cultivo en alguna franja de tierra fértil entre el mar y el desierto. No había muchos pueblos con tanta suerte en aquella costa. Lo de que tuviese tierras de labranza era una gran noticia, tal vez pudiésemos comer algo diferente a pescado y algas. Sólo pensar en un simple boniato a la brasa ya me estaba animando la noche.

La taberna estaba junto al puerto, tal y como imaginaba. Debía llamarse algo así como Un Pez En Parrilla o algo parecido, porque sobre su puerta estaba dibujada una parrilla con un pez asándose en ella.

(¿No tenía el nombre escrito junto a la puerta?)

(No lo recuerdo, pero no me serviría de mucho, no sabía leer)

(¿Qué? ¿No sabías leer?)

(No mucha gente sabe leer, y nadie me había enseñado nunca)

(¿Y cuándo…)

(Pues no hace mucho, ya llegaremos a eso, continúo)

Pero para mi disgusto la puerta de la taberna estaba cerrada, los postigos de las ventanas echadas y todo estaba a oscuras. Llamé a la puerta y no hubo respuesta. Le dije a Nawra que habrían cerrado, que habrían quebrado o algo así, y ella me dijo que todas las casas del puerto parecían igual de oscuras. Por un momento temí que hubiésemos llegado a un pueblo afectado por alguna plaga. Nunca me había encontrado con ninguna, pero se rumoreaba que por la costa algunos pueblos estaban sucumbiendo por una peste muy peligrosa, que se llevaba familias enteras por delante. Estuve a punto de decirle a Nawra que nos alejásemos y que ya volveríamos con la luz de la mañana, cuando todo se viese con claridad. Me habían dicho que los pueblos con alguna peste están marcados con banderas oscuras y con signos en las paredes, aunque no sabía que signos serían. Pero estaba cansada y tenía hambre, así que confié en que mi suerte no me había abandonado y le dije a Nawra que nos adentrásemos en el pueblo para ver si veíamos a alguien. Encendí mi mano derecha para darnos luz en las callejas del pueblo. No era muy discreto, pero así estaba más preparada. A Nawra le encantaba cuando manipulaba fuego, así que se le iluminaron los ojos.

Las casas estaban a oscuras, las calles vacías. Era algo fantasmagórico, como si los habitantes hubiesen muerto todos al caer la noche. Todas las casas cerradas. Todas las ventanas echadas, como si temiesen algo más que el frío de la noche. Pero no estaban muertos, ni se habían marchado.

Primero vimos las luces y luego escuchamos las voces. Estaban en la plaza central del pueblo que era amplia, porque les servía también como mercado –se notaba por el intenso olor a pescado viejo. Fue una suerte que primero viésemos la luz, así pude apagar mi mano. No sé qué hubiese pasado si hubiese llegado a entrar en aquella plaza demostrando mi capacidad para manejar el fuego.

Todos estaban allí. Hombres, mujeres, niños y ancianos. Ocupando casi toda la plaza, y en el centro, en la escalinata que llevaba a lo que parecía un viejo palacio reconvertido en mezquita del Sol Llameante, se estaba llevando a cabo un juicio. Una mujer estaba atada en una de las columnas del viejo palacio, vestida tan sólo con una vieja túnica blanca con manchas pardas, que sobre el vientre tenía dibujado un sol llameante. Junto a ella esperaba lo que podría ser un soldado o un verdugo. Un hombre fornido, con cicatrices en los brazos y en la cara, y al que habían marcado en la frente con otro sol llameante. Yo no los había visto hasta aquel día pero pronto descubrí que era un ofrecido, un hombre que se había entregado por completo a la iglesia llameante. Aquel ofrecido tenía un aspecto aburrido mientras esperaba sosteniendo una cimitarra bastante pesada.

En el otro extremo, sentado en una silla un hombre de mediana edad, vestido con una túnica blanca sencilla, no mucho más nueva de la que portaba la mujer atada, un turbante igualmente blanco y una venda que le tapaba los ojos, escuchaba atentamente. No lo podía ver desde el fondo de la plaza pero era un iluminado, un hombre cuyos ojos habían sido consumidos en el fuego del profeta mismo y que a cambio había obtenido la capacidad de distinguir la verdad de la mentira.

(¿Existen realmente entonces?)

(Sí, y no sólo distinguen la verdad de la mentira al escucharla, de alguna forma son capaces de ‘ver’ si el que está delante es un sacerdote de alguna otra religión o un mago)

(¿Son los que cazan a los magos?)

(Los ofrecidos son los que cazan, pero los iluminados son los que confirman que lo son)

(Y los ejecutan)

(Practicar cualquier clase de magia está condenado con la muerte o con la plaga en el Sultanato Llameante)

(¿Con la plaga?)

(Sí, algunos jueces a los que llaman Mano de la Justicia, pueden imponerla a los que encuentran culpables de hechicería)

(Qué horror, espero que en algún momento le podamos declarar la guerra a ese país abominable)

(¿Continuo con el relato del juicio?)

(Sí, por favor)

Junto al iluminado había dos personas más. Uno resultó ser el jefe del pueblo y el otro el acusador, un hombre joven. La mujer había sido acusada de practicar rituales contrarios a las creencias de la Iglesia Llameante, concretamente se le acusaba a sanar mediante medicinas que obtenía de pescados y de algas de la profundidad, así como de realizar males de ojo, provocar malas cosechas y provocar la infertilidad de otra mujer del pueblo. El iluminado no quería dejar ni un solo cabo sin atar. No era el que preguntaba directamente, eso quedaba en manos del jefe del pueblo, pero le sugería temas sobre los que preguntar a este, y tras cada respuesta levantaba la mano derecha si lo dicho era verdad y la izquierda si lo dicho era falso. La mujer lo negaba todo. Negaba que hubiese lanzado ningún hechizo. Negaba que conociese ninguna magia. Negaba que pudiese respirar bajo el agua. Negaba que supiese hacer pociones de curación con peces y algas. A cada pregunta el iluminado confirmaba o negaba la verdad de lo dicho, y sugería nuevas preguntas. Debieron repetir las mismas preguntas de veinte formas diferentes. Poco a poco quedó clara la situación. La chica no era hechicera, ni medio pez, no podía recoger las algas ella misma, pero sí que preparaba bebedizos de curación. A un gesto del iluminado el ofrecido y otro hombre del público apresaron al acusador y las preguntas cambiaron. Para entonces estaba claro que no se podía engañar al iluminado pero aun sí aquel hombre joven lo intentó. Aquel hombre pretendía las tierras del padre de la chica, sabiendo que ella se dedicaba a los bebedizos quería que la acusaran de hechicera y connivencia con las bestias. El resultado de aquella acusación era la muerte y había amenazado al padre con ello. “Morirá tu hija si no me vendes tus tierras a bajo coste”, le había dicho. El padre se había negado y había puesto la confianza en la justicia de la Iglesia Llameante.

Para el hombre joven las cosas se estaban poniendo realmente mal. El iluminado no tenía dudas, se levantó y se lo dijo a todo el pueblo. Aquel hombre llevado por la avaricia, había acusado injustamente a una persona, con la intención de provocarle la muerte. Eso era equivalente al asesinato, y como asesino sería castigado. Lo forzaron a arrodillarse y a echar la cabeza para atrás. Pensé que iban a matarlo, pero no fue así, de no sé dónde apareció una vara al rojo vivo con el sol llameante en un extremo y allí mismo lo marcaron como ofrecido. Aquel hombre acababa de perder todas sus pertenencias, que pasaban a la iglesia y le esperaba una vida de esclavitud y servidumbre.

El padre de la chica se deshacía en elogios hacia el iluminado pero este hizo que lo retuviesen y lo apartasen. Se acercó a la chica atada y le dijo al pueblo, que aquella mujer había cometido un crimen mayor. La enfermedad era voluntad de dios, y sólo sus sacerdotes pueden curarla. El que enferma es por sus pecados, no necesita remedios demoníacos sino oraciones. De forma que el delito de la chica era peor que el asesinato o la hechicería, era la impiedad. Nada más terminar de hablar el iluminado, un corte certero del ofrecido separó la cabeza del cuerpo de la chica. Fue una forma realmente drástica, pero clara de aprender que debía evitar enseñar mi poder. En el Sultanato Llameante sólo admiten un tipo de persona a los creyentes y un tipo de verdad, la que mana de la boca de su profeta.

(¿La ejecutaron por ser una curandera?)

(Sí, así es. Ejecutan a curanderos y sanadores de todas clases, así como a hechiceros y por supuesto a herejes de cualquier religión, incluso los arquitectos o ingenieros están bajo sospecha. Sólo el saber de su dios es un saber bondadoso y el resto de las artes son algo que debe ser puesto bajo vigilancia. No hay más poesía que la que canta al sol, al amanecer o se lamenta del atardecer. No hay más música que la que canta alabanzas a dios. No hay más escultura que la dedicada a tallar soles llameantes. No hay más arquitectura que la que permite construir templos al sol)

(Fanáticos)

(Sí, pero no son los únicos. Nuestros tiempos son oscuros e intransigentes)

(Aquí en el keanato no encontrarás nada así y en nuestra Ciudad Renovada, la libertad es aún mayor)

(Claro, por eso tengo la sensación de que me vigilan constantemente)

(Shamsia sólo es hasta que se demuestre que no eres un riesgo para la ciudad y yo ya estoy convencido)

(Pues da el visto bueno. Depende de ti, ¿no?)

(Aún no necesito conocer más cosas de tu historia)

(Está bien, ¿qué te cuento ahora?)

(Quítate la diadema y sigamos hablando)

Vale, dime.

Cuéntame cómo era Al Fartha.

Es una ciudad extraña en un lugar aún más extraño.

Empieza por el lugar.

Es como… como un valle en donde no hay montañas. No se trata de un oasis, o tal vez sí, pero uno enorme. Más bien es como si el desierto no se hubiese decidido a arrasar con ese pedazo de tierra que ya tiene cercada. En los bordes de la región de Al Fartha una región dura y seca, similar a la que rodeaba mi aldea, va dando paso desde las arenas del desierto, hasta los bosques dispersos y los matorrales que conforman la región central. Al norte de dicha región se extiende la sabana que une Alcamisso con las antaño tierras fértiles de Talesmel. La ciudad misma, se alza sobre una hondonada rica en aguas subterráneas, un poco como Al Hassim o más bien como la cercana Marmud. Y algunos edificios son muy muy antiguos. Sin embargo, todo tiene un aspecto provisional.

Si no fuese por los trolls, la región sería un lugar próspero, de agricultores y pastores. Me la puedo imaginar como las tierras de los Amiss, del keanato, con parcelas delimitadas por muretes de piedra y con praderas repletas de ovejas. Así podría ser Al Fartha, pero están los trolls y los trolls se lo comen todo. Por otra parte la existencia misma de la ciudad se debe a los propios trolls. Los que están allí, están para cazarlos.

¿Conoces el origen de los trolls? Y quiero decir con esto, porqué están allí, y en algunas otras partes del norte.

Me lo contaron en la ciudad. Aunque en las tabernas de la ciudad cuentan muchas cosas de la ciudad y no sé cómo se puede distinguir la realidad del mito.

Por no hablar de que la ciudad ha sido destruida innumerables veces, casi siempre sin que hayan quedado supervivientes.

¿De verdad?

Eso dicen mis libros. Como bien dices la ciudad ahora sólo existe porque allí quedan trolls, trolls salvajes, de los grandes, los que llaman de las praderas, más fuertes y sanos que los que tenemos al sur, los que llaman de las arenas.

Sí, todos los que están allí es por los trolls, para cazarlos en su mayor parte.

Los trozos de troll son un componente invaluable para los alquimistas y para algunos rituales mágicos.

Y para otros usos, he visto como hacían arcos, armaduras y otras cosas con ellos.

Prefiero no pensarlo demasiado. La cosa es que no siempre los trolls se dejan matar sin más, de tanto en tanto uno de sus caudillos es lo bastante listo o fuerte o ambas cosas, como para organizar a las tribus, y entonces caen sobre la ciudad y no dejan a nadie con vida en ella.

Un ataque coordinado por los trolls. Los que vi mientras estuve allí eran demasiado idiotas para hacer algo así, me resulta difícil de creer.

Pues ha pasado bastantes veces, y una de ellas poco antes de tu nacimiento o tal vez poco después. O sea, hace poco.

Gracias por llamarme jovencita.

Yo no… a lo que iba, la ciudad ha sido arrasada tantas veces que resulta muy complicado reconstruir su historia, pero hay algunas cosas que parecen claras. Veamos si coinciden con lo que te contaban en las tabernas de la ciudad.

Allí decían que la ciudad había sido un monasterio en el tiempo más remoto.

Es una posibilidad, un monasterio dedicado a la diosa Serakh, la antigua deidad Casti de la prosperidad y las cosechas. Tal vez bajo el nombre de Nat Hut Serakh, “Dedicado a la Serakh Profunda”, por las aguas subterráneas.

Ellos lo llamaban Nattú.

Un nombre, sorprendentemente atinado para tratarse de una historia de taberna. Continua.

Pues decían que en Nattú solo había mujeres muy hermosas y todas ellas vírgenes, dedicadas por completo a la meditación y a la agricultura.

Eso podría corresponder a un monasterio de Serakh.

El monasterio era famoso por muchas cosas: por las cosas que en él se cultivaban que tenían fama de ser exquisitas, por las aguas termales de una cueva subterránea que nunca se ha encontrado y que sanaban la enfermedad y por supuesto por la santidad de sus sacerdotisas. Así que era un lugar próspero y de peregrinación, pero, a lo largo de los años, el sentimiento de soledad y castidad forzada de las sacerdotisas se transformó en algo oscuro. Decían que las sacerdotisas se habían entregado a actos de lujuria con animales, incluso con grandes lagartos como los geckos del desierto y que de esas impías uniones habían nacido los trolls.

Ja, ja, ja. ¡Qué historia! He de reconocer que es buena, pero no se parece mucho a la realidad.

¿Y cuál es la real?

Bueno, la que creemos que es real. Nadie sabe de dónde vienen realmente los trolls ni su origen exacto, pero se creen que son resultado de cruces impíos realizados por sacerdotes de la Noche en los tiempos del Antiguo Imperio, el imperio de los castis.

Como mi historia, ¿no?

Eh… bueno, tal vez, pero no creo. Imagina más bien a hechiceros creyentes de la sombra robando esencia de hombres y de monstruos para crear un ejército de hombres gigantes, tontos, dóciles y casi invulnerables.

Muy dóciles no son los trolls.

Bueno… dóciles para con sus creadores, puedes imaginar eso, ¿no?

Sí. Bueno, con mucha imaginación. Normalmente lo que ves de un troll es un hombre enorme, medio verde y medio morado que se lanza sobre ti babeando y gritando. Eso con suerte.

Pues, parece casi seguro que los crearon ellos, y parece que los criaron por miles y miles al norte de la península casti. O sea al noreste de Alcamisso, en las praderas que ahora son de los shontaro.

¿Cómo un ejército?

Eso es. Llegado el momento un ejército gigantesco de trolls, gigantes y dragones negros cayeron sobre el mayor imperio que ha conocido la historia y lo destruyeron. Todo en el nombre del Señor de la Noche. Los trolls que quedan en Al Fartha son los restos de aquel enorme ejército del pasado remoto.

¿De cuántos años estamos hablando?

Muchos más de mil.

Guau, y se pueden saber cosas de hace tanto tiempo.

Tenemos libros muy antiguos en la ciudad y hay otras formas de ver el pasado, formas mágicas que podrías aprender.

Realmente no hace falta que me vendas las ventajas de unirme a vosotros, ya soy una completa convencida. Lo sabes.

Sí, cierto. Pero no está de más recordártelo de vez en cuando, para que te portes bien.

¿Y si no me castigarás?

Por favor, Shamsia, tómatelo en serio.

De acuerdo. ¿Qué más quieres saber?

Para empezar cómo llegaste hasta Al Fartha. Tu sola, la mula y la chica seríais comida para trolls.

Eh… ¡que los trolls también se pueden quemar!

Aun así.

Ya. Nawra era una vigía malísima, y a mí me gusta dormir demasiado. Si los trolls nos hubiesen cogido por la noche, seríamos espetón de humana. Por eso, tuve que esperar en Salasem hasta que una guarnición de ofrecidos se dirigió a Al Fartha escoltando una caravana de comercio.

¿Lo pasaste muy mal durante la espera? Por los fanáticos, quiero decir.

Fue peor durante el viaje. Hubo momentos peligrosos, ataques de fieras a la caravana, incluso un grupo de desertores o bandidos que parecían desertores, y claro, yo no podía recurrir a mi poder. No con todos esos hombres de la fe por allí rondando. Tuve que simular que éramos un par de camareras locas que estaban dispuestas a jugarse la vida por alcanzar la tierra prometida de las propinas de los cazadores de trolls.

¿Y se lo creyeron?

Se lo creyeron. Yo era guapa y atrevida, y Nawra sabía cocinar.

Realmente se te da muy mal, ¿no?

Muy mal, sería una esposa espantosa.

Yo no… bueno, y,  ¿los soldados no intentaron propasarse contigo o Nawra?

¿Los ofrecidos? Oh, no, no. Sólo entienden de su deber. No sé qué les hacen cuando los transforman, igual hasta los castran, pero son perfectos caballeros, completamente dedicados a lo que sea que les ordenen hacer.

Tal vez sea un hechizo divino. Alguna clase de obligación o misión sagrada que les imponen los sacerdotes.

Ni idea; pero mientras no vayan a por ti, son unos perfectos corderitos, de hecho son mortalmente aburridos y parecen mortalmente hastiados de todo.

Igual les extirpan la voluntad.

¿Eso se puede ‘extirpar’?

No estamos seguros, es posible que esos sacerdotes puedan.

Menos mal que salí del norte.

Vaya, es algo tarde. Ve a comer, regresa por la tarde que tenemos que seguir.

Oh, ¡no! Tenemos que ir a comprar ropa más adecuada para el invierno, ¿no? Vamos, mírame, esto es demasiado corto, ¿no?

Por favor, Shamsia.

Tienes que ayudarme a escoger lo adecuado.


Está bien, está bien. Seguiremos mañana, vamos a comer y a comprarte algo adecuado.

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